martes, 29 de septiembre de 2009

El asesino es el traductor.

Con este divertido encabezamiento arrancó uno de los festivales de literatura negra más importantes de España, la Semana Negra de Gijón. En él se vino a decir, entre otros muchos argumentos, que el papel de un traductor es esencial para la transmisión correcta de la obra original, algo que en España sufren notablemente los lectores de un tipo de literatura, como la de detectives, no demasiado fértil en nuestra narrativa.

Por lo general, una traducción debería mantener un equilibrio entre el respeto a la versión original y la adecuación a la lengua trasvasada. Dado que es imposible hacer una traducción perfecta, en parte por las diferencias entre unos idiomas y otros, en parte por los matices léxicos, semánticos y retóricos específicos de cada uno, es esencial que el traductor domine realmente bien ambos idiomas. Sólo así podrá aspirar al mayor respeto posible tanto al fondo como a la forma, pues ambos son difícilmente separables cuando se habla de literatura.

Eso sí, no vayamos a pensar que las malas traducciones se limitan a la novela negra: prácticamente todos los géneros literarios sufren barrabasadas criminales a la hora de traspasar de las lenguas de origen al castellano. A mí, por ejemplo, me llama la atención que las obras de Shakespeare, que en España han seguido siempre el canon impuesto desde tiempos ancestrales por Astrana Marín, no hayan sufrido todavía una buena revisión.

En Cuento de invierno, por ejemplo, se hace referencia a un ciclo temporal del siguiente modo: “han pasado nueve cambios del planeta húmedo”, algo que, salvo que estemos ante mentes privilegiadas, resulta prácticamente incomprensible. Si se toma el verso original de Shakespeare se leerá “nine changes of the watery star hath been”, cuya traducción vendría a ser algo parecido a “nueve ciclos de la estrella pálida han transcurrido”. Como puede observarse, poco o nada tiene que ver esta versión con la propuesta por Astrana (a ver quién es el majo que identifica la luna partiendo de “planeta húmedo”).

De todos modos, hemos tenido y tenemos en castellano excelentes traductores, y ahí están Pedro Salinas y sus ejemplares traducciones de En busca del tiempo perdido, de Proust, o Javier Marías, que tradujo excepcionalmente La vida y las opiniones del caballero Tristram Shandy, de Laurence Stern.

Hay más casos, pero no es cuestión de aburrir en uno u otro sentido. En cualquier caso, tengamos cuidado con lo que leemos de allende las fronteras y con la edición que manejemos de según qué obra, (especialmente si nos movemos en ámbitos poéticos), no vaya a ser que, como avisan nuestros amigos de Gijón, terminemos con alguna que otra puñalada por la espalda.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hoy mismo me he quedado flipando en colores (gobsmacking in colorsXD)con la traducción del Guardián entre el centeno -por cierto, me encanta el libro!-, una traducción muy mala! le faltan incluso puntos y comas! bueno, antes no existía el Word.

V