martes, 31 de diciembre de 2013

Tu decisión



Has vivido demasiado a la sombra del otro, del que impone por la fuerza la ley de su palabra y solo tiene oídos para que resaltes sus innumerables virtudes. Han sido demasiados siglos escuchando que no vales, que careces de la inteligencia, de la capacidad para hacer esto o lo otro, aun cuando él fracasaba una y otra vez en empresas en las que tú podías haber colaborado, como la que más, para hacer de este mundo un lugar un poco más justo y mejor. Han sido demasiados siglos sufriendo su violencia, su odio, la cobardía de su mano en tu rostro. Y ahora que parece que en algunos países comenzabas a asomar la cabeza, a hacer valer tu opinión, tu voto, tu forma de ver las cosas, ahora que parece que en algunos lugares incluso te han elegido para liderarlos, para tomar las decisiones que otros no pueden tomar, van en este pobre país en que vivo y te dicen que tienes que hacer esto y lo otro con lo único en donde parecía que nadie podía regir salvo tú: te dicen cuándo, cómo y en qué condiciones debes ser madre, y lo hacen por decreto; lo hacen porque piensan que no vales realmente para tomar una decisión semejante, que no eres consciente de lo que implica albergar vida en tu interior ni de sus consecuencias, que no tienes la autonomía ni la capacidad suficiente como para decidir si quieres o no ser madre. Que eres una asesina, si decides no ser madre. Y aunque ellos saben, como tú, que esa decisión no te corresponde a nadie más que a ti les da igual, como tantas otras medidas que se adoptan en estos tiempos oscuros, porque se sienten amparados por una ley que ellos mismos crearon, que a ellos les mantiene en el poder, que les concede privilegios que solo ellos disfrutan, como el de decidir sobre las vidas de los demás, no tanto de los que están por venir, que también, como de todos aquellos que tendremos que acarrear con las consecuencias de esas medidas, medidas que ponen en peligro aquello que supuestamente tratan de defender a toda costa, la vida, tu vida. Te arrebatan tu poder sobre la vida, tu legítima autoridad para decidir qué quieres hacer en función de criterios que solo tú debes valorar, que solo a ti te deberían importar y lo hacen de forma cobarde, sin argumentos, sin motivos más allá de una condescendencia infinita que lo único que revela es que sigues viviendo a la sombra del otro, del que impone por la fuerza la ley de su palabra y solo tiene oídos para que resaltes sus innumerables virtudes.

Y lo llaman democracia.






martes, 24 de diciembre de 2013

El consuelo del azar



En estos tiempos de felicidad, armonía y paz, y después de la paliza navideña que nos llevan dando con la dichosa lotería (anuncio infame de por medio, dicho sea de paso), me parece de justicia expresar una perspectiva sobre este asunto que parece no calar todo lo que debería en el respetable, ese mismo que se deja un presupuesto que no tiene en la "ilusión" de jugarse su suerte a un número que hace muy ricos a unos pocos y un poco más pobres al resto (metáfora de la crisis donde las haya, por cierto). 

Siempre me pareció muy certero, por la cruel lección que encierra, aquel cuento en el que un señor mostraba a otro a salir de su pobreza aprendiendo a pescar, tras haberle ofrecido primero un pescado sin más. "Dame ese pescado", le dijo el pobre, "y hoy no pasaré hambre. Mañana, en cambio, volveré a sufrir, y así al día siguiente y al otro, y al otro. Ahora bien, enséñame a pescar y puede que hoy no capturemos lo suficiente, pero seguro que con la práctica y el tiempo podré valerme por mí mismo, como podrán hacerlo mis hijos y los hijos de ellos".

La lotería, salvo esos premios principales que acaparan todos los focos y toda la atención, es ese mismo pescado, crucial para el hoy, inservible para el mañana. Vivimos en una sociedad que encuentra consuelo a sus miserias en el azar, que lleva encontrándolas ahí desde aquellos tiempos en que Galdós denunciaba las estrategias hipócritas de la sociedad burguesa para lavar sus conciencias con corridas de toros benéficas, las rifas o esa misma lotería a la que el más desdichado fiaba su suerte. Y da igual que hayan pasado ciento cuarenta años de Marianela, seguimos en las mismas, consolándonos en aquello que nos cae del cielo en lugar de lo que cultivamos en nuestra tierra: a fin de cuentas, si el golpe del destino soluciona mis problemas, que venga a otro a preocuparse de ellos.

 Y así no podemos seguir, o no deberíamos, pero lo hacemos con esa misma terquedad con la que aguantamos los desmanes que sufrimos un día sí, otro también, de aquellos que nos gobiernan. El problema es que esos no nos han caído del cielo sino de las urnas, pero ese es otro asunto que, por una noche, qué menos que una noche, no debería empañar la alegría de estas fechas. Felices fiestas a todos.






viernes, 20 de diciembre de 2013

Cinefórum (34): La desolación de Smaug


 

Hubo un tiempo, hace algo más de una década, en el que Peter Jackson era un director que tenía mucho que demostrarle al mundo, por no decir todo. Sentía la presión de los productores, de los fans de su particular comunidad del anillo y, especialmente, de una taquilla que bien podía condenarlo en aquellas navidades de 2001 o bien catapultarlo al más absoluto de los estrellatos. Aquel Peter Jackson tenía un sentido de la medida y del decoro, de la prudencia a la hora de rodar ciertas escenas, de tomarse ciertas licencias, de añadir aquí y allá para obtener un buen resultado. Era un director que era capaz de gestionar una infraestructura enorme, una superproducción de un calibre titánico, sin descuidar el menor de los detalles, desde el vestuario a los guiones, pasando por la banda sonora o el montaje, contando siempre con los mejores colaboradores que encontraba. Eran buenos tiempos para la Tierra Media en el cine, y así lo demostró una trilogía de El Señor de los Anillos que es puro cine con mayúsculas, una que se ha ganado con todo el merecimiento un hueco especial tanto en el corazón de sus muchos fans como en la Historia del séptimo arte.

Más de una década y unos cuantos oscars y récords después, Peter Jackson ha cambiado. El éxito le ha cambiado, tanto a él como las películas que dirige. Para todos aquellos que fuimos cargados de expectativas a ver King Kong y Un viaje inesperado y salimos con un regusto amargo y agotados de tanto exceso, contemplar La desolación de Smaug no nos supone ya, por desgracia, ninguna sorpresa. Al margen de cualquier otra consideración previa, lo que está claro es que Peter Jackson ya no tiene que demostrarle nada al mundo, que no siente la presión de los productores, ni de sus fans ni por supuesto de una taquilla que bendice todo lo que este buen señor haga, para bien o para mal, como si fuera la octava maravilla del mundo. Porque Peter Jackson es dueño y señor de su particular cortijo, donde hace y deshace a su antojo y voluntad sin que nadie ose llevarle la contraria, por muy equivocado que esté en muchas ocasiones, que lo está. Y yo lo lamento profundamente, pero precisamente por todo ello a mí la segunda entrega del Hobbit, por muchas virtudes que tenga, por superior que sea respecto de la anterior, no me parece la maravilla que estaba esperando ni de lejos.

Como era de esperar, la película retoma los sucesos justo donde terminó la primera entrega, para introducir al espectador en una frenética persecución que lleva a los personajes por la casa del cambiapieles Beorn, el bosque Negro, la lucha con las arañas, el reino de los elfos silvanos, la huida en barriles y la ciudad del lago, plantándonos ante la Montaña Solitaria en apenas hora y media. De infarto. Para todos aquellos que decían que Un viaje inesperado tardaba una eternidad en arrancar, y luego tampoco era para tanto, aquí desde luego se quedarán satisfechos porque si algo tiene La desolación de Smaug, y a raudales, es entretenimiento del bueno en sus dos primeros actos. Sinceramente, yo no me esperaba un arranque tan potente, tan fluido y donde las tramas de Gandalf (de la que luego hablaré) y los enanos fueran alternándonse con tanto tino, como no me esperaba que me gustara tanto el diseño de Beorn, las peleas de los elfos con arañas y orcos o la recreación del reino de Thranduil, al que da una inquietante vida Lee Pace con una voz que se adueña de la pantalla por completo.

Todo en estos dos primeros actos me parece más que correcto, excelente, salvo quizá un prólogo insulso en Bree que poco o nada aporta a la historia. Todos los elementos hasta la llegada a la Montaña Solitaria combinan un diseño de producción fabuloso, unos efectos visuales notables, aunque no sorprendentes, y un ritmo narrativo divertido y ameno, con apariciones tan bienvenidas como las del ya citado rey elfo, así como una de sus capitanas, Tauriel (una genial Evangeline Lilly), su hijo Legolas (sí, el mismo de siempre, que pasaba por aquí pero más viejo y más cachas, a pesar de ser supuestamente 60 años más joven) y en especial de Bardo, el anfitrión de la compañía de los enanos en la ciudad del lago, y al que tanta solidez aporta Luke Evans. A diferencia de los muchos tiradores de pelo profesionales que habrá a estas alturas de la película, a mí hasta aquí todo me encajaba bastante bien si me olvidaba, claro, de un libro que poco o nada tiene que ver ya con estas películas, porque estaba disfrutando como el que más con todas y cada una de las secuencias (salvo quizá la de los barriles del aquópolis élfico, que me parece un carrusel sin demasiado sentido ni razón de ser, pero en fin...).

Hasta este punto, solo dos asuntos me estaban despistando un poco de la trama principal. El primero de ellos era una trama pseudo amorosa entre Kili, uno de los enanos, y Tauriel. Como lo oyen. Tan forzado como innecesario. El segundo asunto, todo lo concerniente al Nigromante de Dol Guldur, tendrá sin duda sus seguidores acérrimos y tal, pero yo creo que es un pegote que resulta anticlimático porque pone sobre la pista de quien-todos-sabemos a Gandalf y compañía, quitándole bastante peso a La Comunidad del Anillo. Si Gandalf ya sabe que quien-todos-sabemos está vivito y coleando desde hace seis décadas, ¿a santo de qué tanto escándalo luego con Frodo y compañía? Quizá yo me pierda con tanto matiz y tanto detalle, pero de verdad que no consigo comprenderlo.

En cualquier caso, debo insistir en que los considero asuntos menores que no empañaban una película muy buena hasta ahí. Y todo comenzó a adquirir tintes de enamoramiento sin límites cuando apareció el dragón Smaug y se comió, literalmente, la pantalla, con un Benedict Cumberbatch que le pone algo más que la voz: da su alma entera a un personaje magnífico tanto en la recreación digital de sus facciones y cuerpo, algo que yo jamás había visto de un modo tan espectacular. Fue en ese punto, en ese increíble diálogo entre Bilbo (de nuevo magistral, Martin Freeman) y el usurpador de Erebor, cuando la película alcanzó su cénit: yo pensé que Jackson se había redimido de todos sus pecados y me iba a hacer salir del cine dando palmas con las orejas y rezando para que pasara pronto el tiempo hasta la siguiente entrega, y justo entonces... 

Justo entonces llega el caos. Y no es un caos casual, ni derivado de ninguna infeliz coincidencia, sino del empeño idiota, estúpido, de convertir esta adaptación en una trilogía porque sí, porque el señor del cortijo así lo desea, lo que convierte el tercer acto de La desolación de Smaug en un completo despropósito que a punto está de echar por tierra absolutamente todo lo bueno que había construido hasta entonces (atención, SPOILERS).

Si El Hobbit hubiera tenido dos entregas, era evidente que habría que recortar mucho material del que hay aquí, y dosificar las cosas de otra manera para que, más o menos, la primera parte contase el viaje hasta la Montaña Solitaria, dejando para la segunda parte una parte o todo el duelo con Smaug y la batalla de los cinco ejércitos. Más o menos así lo imaginaba yo, dando por sentado que, como ya ocurrió con personajes como Tom Bombadil en la trilogía precedente, aquí se haría lo propio. Pero como aquí lo que importa es sacar tajada, se han alargado las dos primeras entregas una barbaridad, contando poco menos que una introducción en la primera parte, con ese clímax horripilante de la montaña de los goblins que no parecía terminar jamás y esa absurda batalla contra el anacrónico Azog, un personaje que de acuerdo con la mitología de Tolkien ya estaba muerto cuando Thorin y compañía iban a la caza y captura del dragón, pero que da igual que lo metamos porque hace falta un malo, aunque tenga el carisma de un botijo con una sola asa.

Todo esto tiene consecuencias en una secuencia final en Erebor en la que, no se sabe muy bien por qué, Peter Jackson decidió que había que darle un papel más heroico a los enanos, que en el libro se quedaban muy quietecitos mientras Bilbo se las veía con Smaug, pero aquí no: aquí Thorin y compañía se enfrentan al bicho como si nada, corretean con él por aquí y por allá en una versión deleznable del escondite, le obligan a encender las fraguas llamándole "babosa" (¿?) y se dedican a fabricar, así porque sí, una estatua de oro de un rey enano mientras el dragón deambula sin ningún propósito evidente y haciendo cabriolas tan gratuitas como las del pozo con Thorin, que da verdadera vergüenza ajena, para terminar ante la estatua ya citada derritiéndose ante él de un modo absurdo, hecha con unos efectos absolutamente penosos y con un comportamiento de físicas lamentable del supuesto oro líquido. 

La reacción postrera de Smaug, la de salir volando entre los restos del oro líquido a cargarse la ciudad del lago, así porque le viene en gana de repente, es totalmente incomprensible. Y es una auténtica lástima que un personaje que se presenta de un modo tan magnífico, que está tan maravillosamente hecho y mejor interpretado se eche a perder de un modo tan desastroso, todo por la falta de medida de un director que nunca sabe dónde parar, da igual que sea con ese Bombur que da vueltas y más vueltas en su tonel tirando orcos como si fueran bolos en la escena de los barriles o con el idiota del dragón demostrando una y otra vez su infinita torpeza para capturar a unos cuantos enanos sin armas de ninguna clase para enfrentarse a él en un terreno que supuestamente domina desde hace décadas. ¿Cómo es posible, diantres, que no les haga un solo rasguño a ninguno de sus rivales, si en verdad era una máquina de matar tan temible como parecía en el diálogo previo con Bilbo? Es sencillamente penoso.

Y es que toda la fuerza de Smaug, toda esa fanfarronería de que "Soy fuego, soy muerte" con que sale de escena en el filme suena a paparruchas después de haberle visto hacer el inútil en un reino que él mismo vació de enanos a sangre y fuego, sin dejar una sola víctima en pie. Pero lo peor no es eso. Lo peor es que la película termina justo ahí, con Smaug volando a la ciudad del lago, en un "cliffhanger" o final en tensión tan mal planteado como resuelto, que no cierra nada y deja todo por concluir, a medias y de mala manera. ¿Ustedes se imaginan que George Lucas (y manda narices que ponga a este señor de contraejemplo) hubiera cerrado El imperio contraataca con Luke cayendo por el pozo de ventilación de Bespin?). Cualquier narrador sabe, y esto Jackson también debería saberlo porque no lo hizo nada mal en Las dos Torres, que las segundas partes deben tener finales parciales de algunas de sus tramas. No se puede dejar al espectador así porque esto no es el capítulo de una novela o el final de un capítulo de una serie que se retoma al momento o la semana que viene, y lo único que demuestra es que el precio por querer sacar más tajada del pastel se paga, y cara. Pero no solo lo paga el bolsillo del espectador, señor Jackson: lo paga la historia, que se resiente, y de lo lindo. Así no se pueden hacer las cosas.


Por todo ello, con dos películas de tres sobre la mesa, y aun a riesgo de tener que rectificar de aquí a un año, voy a decirlo claramente y sin ambages: la trilogía del Hobbit, al menos de momento, lo único que demuestra por culpa de las meteduras de pata de su señor director (porque él, como señor del cortijo, es el completo y único responsable), es que juega en una liga de segunda división respecto a su predecesora, que es de primerísimo nivel. Aquí ni la historia tiene el mismo interés ni está contada con el mismo talento, ni su banda sonora está tan inspirada (qué sosería ha hecho Howard Shore otra vez, madre mía, es que ni un puñetero tema con personalidad), ni sus tramas ni sus personajes tienen un ápice del carisma y encanto de los de la trilogía original.

En el colmo de los colmos, tanto esta entrega como la anterior están plagadas de momentos en que uno tiene la sensación de que ya lo ha visto o vivido antes, pero mejor: aquí me pasó con las arañas del bosque Negro, un pálido reflejo de Ella-Laraña se miren como se miren; me pasó con la curación de Tauriel a Kili, que es que tiene hasta la misma música que cuando Arwen cura a Frodo, o esa puerta enana que se revela con la luz de la luna, exactamente igual que en Moria; me pasa cada vez que veo a Thorin y, al margen de que no me lo crea jamás como enano, lo vea como un Aragorn de metro cincuenta con sus mismas cuitas sobre recuperar su reino, su trono y su corona legítimas, con sus conflictos con ancestros descerebrados incluidos (menos mal que el amor con la elfa se lo lleva otro, que si no...) y, en cualquier caso, no es ninguna buena señal, señores míos, que el pan suba cada vez que aparecen Legolas, Elrond, Galadriel o Saruman, personajes importados aquí donde los haya. Y que nadie me venga con elementos de cohesión interna entre películas, porque no cuela: es falta de imaginación, y punto.

En cualquier caso, y a pesar de mis desahogos acerca del final, no me gustaría que ello condenara a toda la cinta: La desolación de Smaug es una película muy entretenida y, salvo el tema del enano dorado, muy bien hecha. Tiene momentos de verdadero interés que se convertirán en referentes ineludibles en la saga, sobre todo en la recreación de un dragón que es una gozada de contemplar, y es en suma muy recomendable para cualquier fan de Tolkien, que seguro que, ya que mencioné antes a Lucas y sus galaxias, estará de acuerdo conmigo en que al margen de finales en alto y otros asuntos, esta precuela en tres partes va camino de resultar netamente superior a la de Star Wars en todo, ya que sin duda es mucho más coherente, respetuosa y digna con su legado posterior que las mamarrachadas de Jar Jar Binks y compañía, a pesar de sus fallos, que los tiene y no son poco importantes.

martes, 17 de diciembre de 2013

La serie del mes (10): Homeland




Con motivo del final de su tercera temporada, parece un buen momento para sacar algunas conclusiones de la que está siendo, con diferencia, una de las series más intensas, interesantes y adictivas de los últimos tiempos, a pesar de los muchos matices que, en ocasiones, empañan el fenomenal resultado del conjunto y hayan provocado la sensación, seguramente cierta, de que Homeland ha ido de más a menos desde su estreno. La historia de un marine que es milagrosamente rescatado de las garras de Al Qaeda tras ocho años de cautiverio, y que provocará más de un recelo en una de las mejores agentes de la CIA acerca de sus verdaderas intenciones, se ha convertido en una de las tramas más apasionantes de un género saturado de tópicos y penosas ideas que, por suerte, en esta serie no tienen (apenas) lugar.

Uno de los mayores "peros" que le vi a la serie desde el principio era la fragilidad de una premisa principal que, sin entrar en spoilers, parecía agotarse tras la primera temporada. Hasta ese momento todo parecía muy bien dispuesto, un poco al modo de la ejemplar primera hornada de capítulos de Prison Break. Sin embargo, y como suele ocurrir, el éxito apabullante de crítica y público, con globos de oro y emmys a granel, convencieron a los productores de alargar el asunto una temporada más, y luego otra y otra (acaba de confirmarse que habrá cuarta temporada). Y no han faltado voces críticas ante la forma en que los guionistas han intentado, a pesar de su sobrada solvencia, resolver algunos puntos conflictivos.

En honor a la verdad, hay que decir que Homeland está conducida por dos fenomenales actores principales. Tanto Claire Danes como Damien Lewis, en sus respectivos papeles de Carrie y Brody son siempre un seguro de vida. La cantidad de matices que llegan a aportar a sus interpretaciones, las numerosas situaciones que atraviesan sus personajes están resueltas con tal calidad que cuesta desentenderse de ellos, como a veces uno puede llegar a sentir ante la deriva de ideas de la propia serie en momentos concretos. Ambos se apoyan en un estupendo elenco de actores secundarios comandados por Mandi Patikin como uno de los jefes de la CIA, Saul Berenson (¿os acordáis de Íñigo Montoya, de La princesa prometida? Pues el mismo, pero unos cuantos años mayor), el ambiguo y siempre convincente Frank Murray Abraham, etc. Son las conexiones entre todos ellos, sus vínculos amorosos, paternofiliales o de antagonismo absoluto los que constituyen el corazón y el alma de esta serie, que consigue que toda la trama antiterrorista, resuelta siempre con eficacia y credibilidad, llegue a quedar en segundos y terceros planos hasta en el más tenso de los momentos.

No todo son flores actorales, me temo, aunque no sé bien en qué medida estas objeciones vienen también condicionadas por unos guiones que hacen muy difícilmente soportables a los miembros de la familia Brody, en especial una madre y una hija cuyas ausencias de la cuarta temporada han despertado ganas de fiesta global en Internet. Llegan a lastrar tanto, y en tantas ocasiones las tramas a lo largo de las tres temporadas, que resulta todo un alivio saber que no tendremos que volver a verlas o escucharlas, tal era el estrago que teníamos de ambas.

El problema principal de Homeland viene de serie (y perdón por el chiste fácil), de esa condición de "tiramos esta temporada y a ver por dónde sale el sol", que hace que los finales estén siempre limitados, constreñidos, incapaces de cerrar las tramas como debería ser de acuerdo con la lógica interna de la serie. Tienen que ser lo suficientemente contundentes como para despertar el interés del público pero dejando, al mismo tiempo, las suficientes puertas abiertas como para una continuación lógica. Y esto, claro, afecta a la calidad del producto, a la reacción de los fans y a la paciencia de los mismos, un poco cansados ya del juego del ratón y el gato al que han sometido a todos los personajes, quemándolos, y en especial a un Brody que es literalmente un fantasma en esta tercera y última temporada hasta la fecha.

Sin embargo, el final de esta tercera tanda de capítulos nos ha dejado, al fin, un cierre para buena parte de la trama y de los personajes principales, a excepción de Carrie, la total protagonista del asunto. Y ha sido una serie de decisiones valientes que, sin entrar en detalles, permiten atisbar cierta esperanza para la serie más allá de esta irregular temporada en la que ha costado horrores arrancar algo de interés, y donde las situaciones forzadas se han ido sustituyendo unas a otras constantemente. Menos mal que el último tercio, como sucede no solo en esta tercera temporada, sino también en las anteriores, el "crescendo" narrativo ha subido el nivel y ha contribuido a ganarse al público con grandes golpes de efecto, todo ello liderado por unos actores en estado de gracia.

Celebro, y mucho, el hecho de que el equipo que hay detrás de la serie se haya percatado a tiempo del agotamiento al que muchas tramas y personajes habían llegado, en muchas ocasiones en puntos de auténtico no retorno. Cualquier otro hubiera seguido tirando del hilo, como ya comenté hace tiempo a propósito de Dexter y tantas otras series, y sin embargo aquí se ha optado por seguir la lógica interna de la propia historia, incluso aunque eso provoque finales amargos, abruptos, de personajes a los que obviamente no es fácil decir adiós o hasta luego. Pero así ha sido, dando a cada cual lo que debía, y en cualquier caso dignificando la propia serie y un espíritu que no siempre es fácil de mantener en estos tiempos.

Lo que es innegable, y eso sí me gustaría recalcarlo por encima de otras virtudes o defectos, es la capacidad de adicción de Homeland, su habilidad para jugar con la tensión y con el espectador en estos terrenos tan trillados del patriotismo de barras y estrellas, retándonos a un más difícil todavía donde, seguramente, muchas producciones se hubieran hundido a la primera. No es así gracias a una labor de un equipo formidable que, pese a los ya mencionados altibajos, ha hecho televisión de auténtica calidad durante mucho tiempo seguido, y al que parece que al fin el valor necesario de sus guionistas y productores han dado alas para continuar durante, al menos, una temporada más. Luego Dios dirá.





viernes, 13 de diciembre de 2013

La consola del mes (12 y última): Nintendo 3DS



Vamos a finalizar el recorrido por los sistemas que han ocupado buena parte de mi ocio con la última y más reciente consola portátil de Nintendo, la 3DS. Es cierto que, con apenas tres años de vida, es complicado sacar conclusiones definitivas de un sistema que nació en febrero de 2011, mes marcado por la tragedia de Fukushima. Esto tuvo un impacto económico directo en aquel lanzamiento, del que a la consola le costó recuperarse mucho. Solo con buenos juegos y con tiempo pudo superar aquella herida que, sin embargo, parecía destinada a repetir el éxito de su predecesora.

Nintendo 3DS nació con la clara intención de marcar un antes y un después en el ocio tridimensional. Después de tantos intentos fallidos en anteriores sistemas, la compañía japonesa tenía que dar un paso adelante en cuanto a la tecnología portátil, y se sacó de la manga un curioso sistema basado en un engañó óptico por el que, a partir de dos cámaras, se generaba una sensación de tridimensionalidad similar a la de ver lo que ocurre en la pantalla como si fuera una pequeña caja en cuyo interior tienen lugar las aventuras de nuestros personajes. Y todo ello sin gafas de ninguna clase. Es algo realmente admirable de comprobar por un mismo, incluso aunque no se tenga especial querencia por este tipo de entretenimiento.

El hardware.

Hubo, no obstante, quien vio en este movimiento una jugada fácil por parte de la compañía, ya que prácticamente se trata del mismo modelo que el de la Nintendo DS Lite. Se criticó el tamaño de la pantalla, la ausencia del segundo stick y, sobre todo, la pobreza de un catálogo inicial que tuvo que esperar la friolera de 11 meses para que aparecieran juegos de primer nivel originales, específicamente diseñados para la consola. La llegada de Mario 3D Land y Mario Kart 7 lo cambiaron todo, y ahora mismo se trata de una máquina que funciona fenomenal en todos los mercados, especialmente el japonés. A día de hoy, y combinando sus diferentes formatos aparecidos hasta la fecha, lleva vendidas 35 millones de consolas, una cifra esperanzadora, aunque ciertamente por debajo de la de DS en comparación con sus tres primeros años de vida.

En esencia, el aspecto es muy similar al de una DS, con la que comparte algo más que apellido: la pantalla táctil, el stylus y todo aquello que hacía especial al sistema anterior repite aquí, pero con un procesador más potente y, sobre todo, la posibilidad de aplicar a los gráficos un sistema tridimensional autoestereoscópico que permite auténticos viguerías visuales. La consola, como es habitual, ha recibido ya sus actualizaciones en forma de variante XL, aunque en este caso la pantalla se resiente al pixelarse en exceso, así como una curiosa versión sin posibilidad del 3D llamada 2DS, hecha específicamente para niños de 6-7 años, que son los que más acusaban los mareos producidos por el exceso de tiempo frente a la consola.

El software

En esta ocasión, y dado que al catálogo del sistema aún le queda mucho por decir, he preferido hacer una selección de los que considero los cinco mejores juegos hasta el momento. 3DS es una consola que necesitó casi un año para comenzar a arrancar en ventas gracias a juegos de Mario, como siempre, y que únicamente contó con el excelente remake de Ocarina of Time como baluarte hasta la llegada del fontanero. Después, el sistema se ha revelado como un auténtico todo-terreno, barriendo del mapa a su rival, PSVita, hasta el punto de que ya prácticamente nadie la considera como una competencia real. El catálogo de 3DS se ha ido llenando de grandísimos juegos en prácticamente todos los géneros relevantes para un sistema portátil, como Animal Crossing, Mario Kart 7, Fire Emblem, Monster Hunter 4, Bravely Default, el inevitable Pokémon de turno, e incluso una más que curiosa secuela del clásico Zelda: A Link to the Past (A Link between worlds), que demuestra que el sistema es capaz de adaptarse a todo tipo de público. La selección no ha sido fácil, por lo tanto, y queda en forma provisional hasta que, quizá con algo más de tiempo, se puedan sacar conclusiones más definitivas.

1.- The Legend of Zelda: Ocarina of Time 3DS

Por si a alguien le quedaba alguna duda, Nintendo tuvo el buen ojo de anunciar su nuevo sistema con el más que esperado remake de Ocarina of Time. Para la ocasión, el juego estrenaría un nuevo motor gráfico que rehace punto por punto todo lo que en 1998 lucía de forma espectacular para adaptarlo a los nuevos tiempos: más polígonos por personaje, mejores texturas, escenarios totalmente tridimensionales, una paleta de colores renovada y unos efectos de luz, agua, fuego y brillos sencillamente sensacionales. Resulta complicado expresar lo mucho que mejora este juego respecto del anterior, el elemento diferencial que aporta al fin apreciar la expresividad de los personajes, la majestuosidad de los paisajes y el mimo y el detalle con que se han recreado exteriores e interiores del juego, una auténtico festín audiovisual que nadie debería perderse por nada del mundo. Del juego en sí apenas se modificó nada, ya que la estructura del juego es la misma que ya maravilló en su momento, a excepción de lo concerniente a un menú de opciones que, ahora sí, permitía un acceso rápido y directo a armas, objetos o bases de datos con total comodidad en el panel táctil, despejando la pantalla de juego para una mayor claridad. Además de eso, se incluyeron textos en castellano y varios extras esenciales, como un modo para jugar con todos los jefes finales o el célebre Master Quest, que permite jugar una segunda partida con todos los elementos invertidos en modo espejo, así como un rediseño de objetos y enemigos en las mazmorras para hacerlas más complicadas. Todo un lujo, en definitiva, tanto para los fans del juego de toda la vida como para aquellos que no habían podido jugarlo en su momento, y que introdujo una serie de efectos tridimensionales y de giroscopio con la vista en primera persona para mejorar aún más una inmersión que con el efecto 3D alcanza cotas visuales espectaculares. Esta es la mejor versión del mejor juego de la historia, un juego que deja en pañales a todo el catálogo de la consola y sitúa el listón a un nivel de salida que es imposible igualar, pero que en cualquier caso se convierte sin problemas en la joya de la corona y en una alegría de dimensiones colosales para el que esto escribe, que ya saben ustedes lo que disfruta con este clásico. La obra maestra, por antonomasia, del sector del videojuego, en su versión más refinada, pulida y completa.

2.- Resident Evil: Revelations

Por si el retorno del elfo no era suficiente para demostrar la capacidad de la consola, Capcom se sacó de la manga esta auténtica maravilla que supuso el término medio perfecto entre el concepto clásico del survival horror que dio a esta franquicia su éxito con un gusto por la acción realmente conseguido, aunque para ello fuera necesario acoplar a la consola un periférico que otorgaba un segundo y más que necesario stick analógico para controlar la cámara y apuntar con las armas, la mecánica básica del juego. Resident Evil Revelations sigue los pasos de cuatro personajes a través de diferentes escenarios, con el principal ambientado en un magnífico y aterrador crucero de lujo llamado Queen Zenobia, que como era de esperar está plagado de bichos con sed de sangre y misterios a granel. El juego se estructura en una serie de misiones cortas, muy bien adaptadas al formato portátil, con la suficiente dosis de exploración, puzzles y acción como para no aburrir absolutamente a nadie, y cuenta con un apartado técnico que lleva la 3DS a sus límites, algo muy apreciable cuando subimos en ascensores y se cargan los inmensos escenarios del juego. El juego satisfará a todo tipo de usuarios pero especialmente a aquellos que desean algo más que bichos adorables, la especialidad de Nintendo. Los jefes finales, su magnífica música o el hecho de que por primera vez cuente con voces en castellano hacen del juego una excelente opción para estrenar el sistema, con la ventaja de que tiene una duración extraordinaria gracias al modo online y la posibilidad de jugar en cooperativo local o a través de la red para compartir puntuaciones y mejorar un arsenal mucho más trabajado, la verdad, que el de la sexta entrega de las plataformas de sobremesa. Toda una sorpresa, y de las buenas, con la que Capcom confirmó las excelentes sensaciones que dejó el también magistral Street Fighter IV con que se estrenó en el sistema.

3.- Super Mario 3D Land

Lo voy a decir claramente, para que luego no digan: este juego es el mejor Mario portátil de todos los tiempos, y compite de tú a tú con muchos de los supuestos grandes "Marios" de sobremesa. Tanto es así que para el último lanzamiento de Wii U se ha tomado la base de este excepcional juego y se ha ampliado con un entretenido multijugador a cuatro bandas, pero que nadie se engañe: mucho de lo bueno que hay estaba ya, y quizá mejor y más fresco, en este fenomenal plataformas que explota como ningún otro juego del catálogo unas 3D que, al fin, salen de la pantalla con una cómoda opción que nos permite apreciarlas "hacia fuera" o "hacia dentro", como prefiramos. La mecánica del juego sigue los pasos de la saga en muchos aspectos, con el típico rescate de la princesa por mundos de la más variada condición, pero introduciendo tal cantidad de nuevas ideas, trajes y mecánicas que pronto nos olvidamos de todo para disfrutar de un juego equilibrado, profundo y larguísimo, ya que incluye dos vueltas con multitud de variantes, mundos renovados y dificultad que aumenta en progresión hasta llegar a un final de verdadero infarto. Este es el juego ideal para estrenar la consola, uno que va a gustar absolutamente a todo el mundo y ningún fan del personaje debería dejar pasar. Y además es una gozada visual y toda una demostración de poderío técnico, algo que sí es novedad en este tipo de formatos.

4.- Luigi's Mansion 2

Secuela de uno de los juegos "B" más queridos por los fans de Nintendo, Luigi's Mansion 2 llegó para ocupar un hueco muy necesario en el catálogo, una aventura de exploración que hiciera un buen uso de las tres dimensiones y que huyera del clásico plataformeo al que nos tiene acostumbrados la familia de fontaneros. La caza de fantasmas protagonizada por el hermano miedica, Luigi, está de vuelta y cuenta con tal cantidad de novedades y, al mismo tiempo, un respeto tan sincero por la magistral primera entrega de Gamecube, que uno no sabe bien si dejarse llevar por el aluvión de mansiones, recovecos y desafíos de un juego largo y desafiante o echarse a llorar de pura emoción al escuchar a Luigi tararear la melodía principal o llamar a su hermano a cada paso. La siempre gratificante presencia del doctor Gadd con su particular verborrea aporta su grano de arena, junto con unos escenarios simpáticos hasta decir basta y unos fantasmas ingeniosos y llenos de carisma para hacer las delicias del jugador más exigente. Con la única lacra de unos jefes finales poco inspirados y uno de fin de juego por el que yo personalmente echaría a un par de desarrolladores de Nintendo a la santa calle, este juego se ha ganado, y con razón, un hueco en la memoria de muchos jugadores de nueva generación. Y luego está la aspiradora, ese maravilloso homenaje a los cazafantasmas, que cualquier friki ochentero como el que esto escribe no puede dejar de ver como una auténtica reliquia de tiempos pasados y mejores.

5.- Kid Icarus: Uprising

Una de las sorpresas más agradables de esta nueva generación portátil ha sido el regreso de uno de los personajes más queridos de Nintendo allá por los tiempos de la primera Famicom o NES original, según los mercados. Kid Icarus, ese angelito que va por ahí disparando flechas que nada tienen de amorosas y sí mucho de destructivas, se ha reciclado ahora en un fenomenal shooter que combina sabiamente partes guiadas por el propio juego (las de vuelo, con diferencia las más espectaculares y entretenidas) y otras de libre exploración, cuando vamos a pie. El juego es una auténtica virguería visual, con la suficiente variedad en enemigos y escenarios como para no llegar a aburrir en ningún momento. Es cierto que su complejo sistema de control requiere de una especie de peana, incluida con el juego, para poder manejar al personaje con mayor comodidad, pero es un detalle menor en comparación con la cantidad de horas de diversión que proporciona una aventura equilibrada, dinámica y que hace que el tiempo se pase, y perdón por el chiste fácil, volando. Uno de esos juegos que, si bien no tiene el renombre de otros que me he tenido que dejar en el tintero por motivos de guión, cuenta con una calidad excepcional y un acabado técnico que muchos querrían para sí, y que bien merece la pena el intento.

domingo, 8 de diciembre de 2013

De textos sagrados ligeramente humedecidos


Tanto y de tal manera se ha hablado estos días de la Constitución, cuya efeméride se celebra por estas fechas, que uno tiende a preguntarse si a lo mejor es que, más que de un texto constitucional, estamos hablando de uno sagrado o que guarda relación con alguna confesión de tipo religioso. Escuchando a muchos políticos, intelectuales y filósofos, he llegado a la conclusión de que, una de dos: o en su momento las negociaciones respectivas se hicieron tan rematadamente bien que la carta es perfecta y no debe ser tocada ni una sola coma, o bien está tan rematadamente mal hecha que cualquier modificación solo podría empeorar las cosas. Y no creo que se trate de ni una ni otra, sino más bien de una tercera en la que nadie quiere entrar: ¿cómo se hace para modificar un texto semejante en el contexto actual que está atravesando nuestro país?

Con el contexto actual no me refiero solo a la tan manida crisis, sino a la situación de una democracia como la española que ya no puede llamarse tan joven como le gustaría a más de uno (porque ya se sabe que "joven" implica necesariamente margen de error comprensible). El problema que estamos atravesando en los últimos años es que España debería responder como una democracia consolidada ante decenas, cientos de retos diarios para los que se sigue comportando de una manera inapropiada. Y dejémonos de textos sacros, que cuando Zapatero recibió la famosa carta con sello alemán se tardaron exactamente dos días en ponerse de acuerdo con la oposición y modificar la Constitución ipso facto.

Cuando era estudiante de primaria se me transmitió una imagen que, supongo, es la que lleva funcionando y seguirá haciéndolo mientras el tinglado aguante. Según esa imagen, vivimos en un país de libertades desde 1978 gracias a un acuerdo entre facciones políticas y sociales de muy distinto corte y confección, un pacto que evitó confrontaciones bélicas (no así intentos de golpes de estado, por cierto), alzamientos gloriosos o insurrecciones alevosas, pónganle ustedes la etiqueta que prefieran. A partir de entonces, y con el beneplácito de esa familia Real que cada día que pasa se va haciendo más de barro ante nuestros ojos, España afrontó una etapa de regeneración, de reconciliación y de paz que es garante de la felicidad de sus habitantes. Y lo peor de todo es que, con más o menos matices a dicha visión, nos la hemos creído hasta la médula.

No creo que España sea un país sin libertades, pero sí considero que aquí regeneración hubo más bien poca. Como en aquella famosa novela, se modificaron una serie de estructuras para que ciertas elites privilegiadas, poderosas, que controlaban la economía nacional, mantuvieran todos y cada uno de sus privilegios intactos. Hay estamentos que han podido perder algo de pujanza, como el ejército, pero desde luego la Iglesia ha mantenido unos derechos que serían impensables en cualquier democracia con un mínimo de sentido común, como por ejemplo una serie de exenciones fiscales que sinceramente, no soy capaz de comprender o justificar. Pero es que al margen de ello, ha surgido una casta de políticos "profesionales", auténticos herederos de la clase noble tradicional, que al calor de las urnas se han ido llenando las manos y los bolsillos con el erario público, al margen de cualquier distinción de signo político, si es que la hay realmente, que ya dudo hasta de eso. Sea como fuere, los bancos han seguido gobernando aquí y allá, poniendo y quitando a placer y alimentando sus consejos de administración con esos mismos políticos a los que ayudaron a llegar a ciertas cimas interesadas. Es decir, como siempre ha ocurrido en este país desde hace siglos. Si a esto se le puede llamar renovación, permítanme que me muestre algo escéptico en temas de semántica.

La Constitución española es un texto del que se habla demasiado, pero que no se lee y analiza tanto como se debería. Hay pocos ciudadanos que sean tan sinceros como para reconocer abiertamente que jamás se les ha pasado por la cabeza siquiera consultar artículos sueltos de dicho texto, no digamos ya leerlo completamente. Y sin embargo, es un documento que ofrece artículos tan interesantes como los siguientes que reproduzco a continuación, para ver si estamos de acuerdo en que se cumplen en esta España democrática de hoy:

Artículo 31
1. Todos contribuirán al sostenimiento de los gastos públicos de acuerdo con su capacidad económica mediante un sistema tributario justo inspirado en los principios de igualdad y progresividad que, en ningún caso, tendrá alcance confiscatorio.
2. El gasto público realizará una asignación equitativa de los recursos públicos, y su programación y ejecución responderán a los criterios de eficiencia y economía.
3. Sólo podrán establecerse prestaciones personales o patrimoniales de carácter público con arreglo a la ley.

Si de verdad alguien se cree esto en esta España de contabilidades B, paraísos fiscales, patrimonios con errores comprensibles de fincas reales, desfalcos y leyes que protegen a los defraudadores, este país donde el número de millonarios ha aumentado de forma considerable en este último lustro en el que casualmente otros tantos se han ido colocando en el umbral de la pobreza, reciba mi más sincera enhorabuena. Yo, desde luego, doy poco crédito a estas bonitas palabras, por más que me encantaría que realmente se cumplieran.

El problema que tengo con la Constitución española no es, como se repite hasta la saciedad, que fuera creada para una sociedad de hace cuatro o cinco décadas, o que para reformarla sea necesario un consenso que ahora mismo dista mucho de ser medianamente posible. Es algo mucho más sencillo que todo eso: creo que es un papel que no tiene un cumplimiento que se ajuste a la realidad en un grado mínimamente satisfactorio. Así, por ejemplo, no me creo el artículo 6 porque no pienso que los partidos políticos expresen pluralismo político alguno o que sean el instrumento fundamental de nada, y mucho menos que sus mecanismos de funcionamiento interno sean democráticos en absoluto. Después de ver casos como los de Blesa, Bárcenas o el escándalo de Urdangarín no me creo el artículo 14, que dice que todos somos iguales ante la ley; que tengamos derecho a la integridad física después de ver según qué reacciones en según qué manifestaciones, como reza el artículo 17, o que nos podamos reunir pacíficamente, como reza el 21. El artículo 27, que dice cosas muy bonitas de la educación, me van a permitir que no lo comente por deformación profesional, pero me parece que decir que estos diez artículos se cumplen a día de hoy resulta un insulto a la inteligencia. Y así podría seguir indefinidamente, pero creo que ya se hacen una idea.

Les dejo, ya para terminar, con la primera disposición del Título VII, que versa sobre Economía y Hacienda: "Toda la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual fuere su titularidad está subordinada al interés general". No me digan que no tiene algo de guasa, el asunto.

sábado, 30 de noviembre de 2013

Una aventura fantástica en el olvido


Hace unas semanas el New Zealand Herald publicó una entrevista a Peter Jackson a propósito del estreno de la segunda parte de El Hobbit en la que, al margen de soltar algunas perlas tales como que el dragón Smaug no es el tiburón de la película del mismo título, sino un "psicópata" (sic), el autor se confesaba agotado de tanta fantasía épica, tanto elfo y tanta historia tolkiense. Me parece normal, teniendo en cuenta la cantidad de años enteros de su vida que ha dedicado a dar forma a sendos proyectos (El Señor de los Anillos (1997-2004) y El Hobbit (2009-2014, como poco), pero supongo que también influirá el hecho de que a pesar de que la primera parte de la trilogía de Bilbo ha recaudado casi lo mismo que la celebérrima El Retorno del Rey, más de mil millones de dólares, las críticas no han sido, ni de lejos, tan benévolas, y eso también debe agotar lo suyo. Un viaje inesperado se ha llevado palos, y de los buenos, por muchas de las decisiones de Jackson tanto en el apartado formal de la cinta como en el de un guión demasiado prolijo y, al mismo tiempo, con demasiadas licencias respecto del libro.

En un acto de sinceridad que raya en la arrogancia, Jackson asegura que no solo no le preocupan demasiado estas críticas (algo normal, teniendo en cuenta la taquilla multimillonaria), sino que en realidad él solo hace películas para la gente a la que le van a gustar sus películas (¿?), por lo que tampoco le preocupan las críticas que estén por venir, y que además ha dado trabajo a media Nueva Zelanda, así que menos quejarse. Toma ya. Dice, además, que como los guiones de las tres películas ya estaban escritos desde hace tres años, ninguna crítica va a modificar nada a estas alturas de la historia, algo con lo que no puedo estar de acuerdo, ya que la decisión de convertir la dilogía inicial en trilogía se produjo hace un año y medio: era imposible que el guión de la tercera película, o lo que sea que nos vayan a contar en las Navidades de 2014, estuviera ya escrito.

En el carrusel de declaraciones sonadas de la entrevista, Jackson acumula incoherencias a granel: dice que le encantan las segundas partes, ya entrando en materia de La desolación de Smaug, que se estrena a nivel mundial el próximo 13 de diciembre, porque como no necesitan introducción puedes pasar directamente a la acción y eso hace que sea mejor película que la anterior. Menuda chorrada. Las Dos Torres tenía la misma hipótesis de partida y no conozco a nadie que en su sano juicio pueda decir que era mejor que La Comunidad del Anillo, y ahí lo de menos era la introducción, sino el plomizo desarrollo y la eliminación de secuencias como las de Ella-Laraña, que se dejaron para la tercera entrega porque sí. Si Un viaje inesperado resulta finalmente peor que su secuela, cosa que tampoco es muy difícil, espero que sea por motivos más fundamentados que por semejante tontería. 

El bueno de Jackson tiene tiempo de sobra para despotricar contra el malvado Hollywood y las grandes superproducciones (habla el autor de King Kong, ojo) y afirma que en cuanto acabe con Bilbo y compañía (en todos los sentidos) se lanzará a hacer películas de autor, que es donde siempre se han sentido cómodos tanto él como su esposa y co-guionista y co-todo, Fran Walsh. Hasta ahí, ya digo, (casi) todo fenomenal.

Lo que no se ve por ningún lado en la entrevista, y ahí creo que es donde le duele realmente a este señor, es que esta segunda trilogía no está funcionando igual de bien que la anterior con la magnífica excepción de la taquilla, que parece que se ha convertido en la excusa que lo justifica todo (y ni siquiera: la película quedó fuera del top 3 de 2012, por detrás de Los vengadores, Skyfall y The Dark Knight Rises. En su momento, La Comunidad del Anillo fue la segunda película más vista de 2001, mientras que Las Dos Torres y El Retorno del Rey fueron número 1 en 2002 y 2003, respectivamente). Si para la primera película hubo una expectación enorme, gigantesca, no se puede decir lo mismo de una segunda parte que ni ha sido publicitada en grandes ferias, tipo Comic Con, ni ha tenido aquellos vídeos promocionales que la productora iba deslizando cada mes o dos meses, con que tener a los fans contentos hasta el estreno. Los dos tráilers estrenados hasta ahora de la segunda parte no han tenido, ni de lejos, la misma repercusión que los de la precuela, y mucho me temo que ya casi nadie espera encontrarse nada del otro mundo. Es como si aquella aventura fantástica que hace tiempo nos entusiasmaba hubiera caído en el olvido.

Buena parte de la culpa de todo esto la tiene Un viaje inesperado. No me parece casual que sea la peor valorada de todas las películas basadas en el universo Tolkien, ni que fuera ampliamente ignorada en los Oscar, donde solo recibió tres nominaciones técnicas sin un solo premio, o que su edición especial con más metraje esté siendo bastante ignorada en ventas, ya que el consenso general parece ir en una dirección muy clara: lo único que ya le faltaba a aquella película para terminar de rematarla eran todavía más escenas.

Que nadie me entienda mal: yo fui con ganas al cine, vi cosas buenas durante la proyección y salí razonablemente satisfecho. Sin embargo, nunca he considerado que estuviera a la altura de lo anterior, ni por historia, ni por personajes, ni por la dirección en ninguno de los apartados concretos. Ojalá me equivoque y La desolación de Smaug nos deje a todos deslumbrados, y a mí el primero, pero sinceramente me temo que nadie espera tal reacción, y mucho menos a raíz de dos tráilers donde parece que de nuevo vuelven las invenciones (¿qué demonios pinta Legolas en esta historia?), por no mencionar el tema principal ya filtrado, I see fire, de un tal Ed Sheeran, un tema intimista e introspectivo que no me pega ni con cola en el mundo de los dragones y orcos y que hace que, a su lado, la canción de Neil Finn Song of the Lonely Mountain parezca una obra maestra del encaje musical. Por todo ello, y envueltos en este contexto desilusionante ante este segundo estreno, estas estrambóticas declaraciones de un Peter Jackson que parece de vuelta de todo no me parece que ayuden, desde luego, a sacar del limbo de la indiferencia en el que se encuentra su fantástica aventura. Cruzaremos los dedos.



(P.d: Que nadie me entienda mal con I see fire: a mí la canción me encanta, pero no termino de ver cómo diantres encaja esto en la épica de fantasía, a diferencia de todas y cada una de las canciones escogidas previamente para las películas de esta saga. Aquí dejo el vídeo, por si acaso).

viernes, 22 de noviembre de 2013

A vueltas con la literatura y la Literatura


El otro día asistí a un coloquio con la escritora Marta Sanz, una mujer dicharachera, vivaz y elocuente capaz de llevarse de calle al auditorio con un empuje que resulta envidiable y unos juicios de gran sensatez. Uno de los muchos temas que allí se trataron, como no podía ser de otra forma, fue el de las vías que la literatura, la grande, mediana y pequeña, escoge para llegar al público, para seducirlo y llevarlo a su terreno. Evidentemente, se habló de los fenómenos editoriales del momento, de las Sombras de Grey, Ken Follet y sus pilares terráqueos o Dan Brown y sus conspiraciones apocalípticas, etc., así como de todo lo que ello implica en el mercado y en el público lector. 

Cuando llegó el turno de debate se formaron, como es habitual, los clásicos dos bandos antagónicos: uno que defiende que cualquier literatura es Literatura, y otro en el que tratamos de hacer ver que, con todos nuestros respetos a los best-sellers, no es lo mismo una historia pensada única y exclusivamente para enganchar al lector y mantenerlo entretenido una, dos o tres novelas seguidas, que aquellos otros libros que, al margen de su historia, muestran una preocupación estética, formal y consciente sobre el uso del lenguaje, y que la emplean para tratar temas poco o nada comerciales, asuntos que nos hacen reflexionar sobre algo más grave que quién es el asesino o dónde está el tesoro (insisto, con todos mis respetos hacia la novela negra o la de aventuras, géneros que frecuento y disfruto enormemente).

La crítica que más se suele hacer a los defensores de la Literatura (así, con "L" mayúscula) es que somos una panda de elitistas y clasistas que nos basamos en cánones inventados por unos señores a los que nadie ha dado autoridad alguna, salvo de la que ellos mismos se invisten, tipo Harold Bloom, para establecer líneas rojas que diferencien la paja del grano, por decirlo en prosa castellana. Y sí, es muy posible que ese concepto pueda aplicarse a lo que todos entendemos como clásicos, véase el Quijote, La Celestina, el Lazarillo de Tormes, La Regenta o el Romancero Gitano, por poner solo algunos ejemplos. Es cierto que todos estos libros los hemos estudiado en su momento como referentes literarios ineludibles, como cimas de la expresión literaria en nuestra lengua, del mismo modo que estudiábamos Las Meninas de Velázquez o El Guernica de Picasso como referentes artísticos atemporales en la pintura. ¿Qué hay de malo en ello, me pregunto yo? ¿Es que acaso cualquiera de los defensores de los best-sellers es capaz de decir, en su sano juicio, que El buscón de Quevedo o La familia de Pascual Duarte de Cela están en la misma división que Lo mejor que le puede pasar a un cruasán, de Pablo Tusset?

Los defensores de una literatura menos constreñida por cánones, clasificaciones y grupos tienen mucha razón en que nuestro concepto de lo literario es cerrado. No tengo nada que objetar contra ello. Eso hace que tengamos prejuicios, tanto para bien como para mal, con determinadas épocas y autores, y que cualquier libro de, pongamos por caso, Vargas Llosa o García Márquez nos deban parecer obras maestras. Ahora bien, una cosa es que creamos que existe un canon y otra que seamos tontos de remate: a mí no me parece que Memoria de mis putas tristes esté en el mismo nivel que Cien años de soledad o Crónica de una muerte anunciada, del mismo modo que no creo que El héroe discreto esté a la altura de La fiesta del chivo. El hecho de que un escritor haya escrito una, dos o tres grandes novelas no debe hacerlo inmune a cualquier crítica, en eso no puedo estar más de acuerdo, y yo mismo soy capaz de admirar al Cela creador de obras como La Colmena o la ya citada de Pascual Duarte y aborrecer prácticamente toda su obra posterior. El juicio crítico no debería estar condicionado por la creencia en un canon literario, del mismo modo que un crítico musical no valorará igual, espero, Beggar's Banquet que Bridges to Babylon, por mucho que sus compositores sean los mismos Rolling Stones.

Yo siento parecer un carca reaccionario en este asunto, pero para mí hay divisiones, ligas o como se quiera en cualquiera de las artes, y la Literatura no es una excepción. Evidentemente que todo es cuestión de subjetividad a la hora de establecer los criterios, los grupos y las clasificaciones, pero creo que todo el mundo puede entender que esto obedece a razones de pura lógica, entre las que nunca estará el ránking de ventas o el número de lectores, uno de los grandes argumentos del bando del best-seller. No es el mismo lenguaje el de Carlos Ruiz Zafón que el de Rafael Chirbes, y me da igual si el primero vende sus libros a millones y al segundo hay que defenderlo a capa y espada contra gente que no ha oído hablar de él en su vida: yo siempre preferiré sumergirme en la miseria del alma humana que se retrata en Los disparos del cazador, La larga marcha o En la orilla a tratar de averiguar los juegos de prestidigitador que se dan cita en La sombra del viento o El príncipe de la niebla. La literatura más leída no tiene por qué ser la de mayor calidad; es más, no suele ser así nunca, con honrosísimas excepciones, por lo que desde tiempos inmemoriales esto de dedicarse a componer poesías, dramas o novelas se ha considerado una actividad minoritaria, de nicho. Pero no olvidemos que, al margen de eso, siempre ha habido un consumo de masas, sin importar el momento editorial histórico en cuestión, y si en su momento hubo quien prefería, de lejos, leer a Corín Tellado antes que a Jesús Fernández Santos era porque la primera les parecía mucho más entretenida que el segundo, y en su derecho estaban de leer lo que se les antojara. Ahora bien, a la hora de hablar de la novela del siglo XX, confío en que se tenga más en cuenta la aportación del creador de la novela social con obras como Los bravos que el sinfín de romances de esta, por lo demás, dignísima escritora, contra la que nada tengo en absoluto pero cuya obra, por motivos estrictamente literarios, no me parece que esté a la misma altura.

Al final, como siempre, nada se resolvió en este debate, porque cada uno siguió convencido de sus posturas. Muchos se fueron de allí pensando que apañados estamos con tanto crítico de ceja escéptica, y yo me marché de allí convencido de que de aquí a unos años de Los hombres que no amaban a las mujeres no se va a acordar ni el apuntador, que es en definitiva a lo que remite en último término el sentido etimológico de la palabra "literatura", la letra que permanece en el tiempo.

viernes, 15 de noviembre de 2013

La consola del mes (11): Playstation 3







Lanzada en noviembre de 2006 en Japón, Playstation 3 parecía destinada a darle continuidad al monumental éxito de su predecesora. El por entonces presidente de Sony, Ken Kutaragi, estaba tan convencido de ello que obligó al equipo de desarrollo a "incluir" una PS2 dentro de los circuitos de la nueva máquina, que ya de por sí era la más potente de la séptima generación e incluía un apartado técnico brutal, sobre el que luego volveremos. Sin embargo, y a pesar de todos los esfuerzos por repetir la senda del triunfo, PS3 se pegó un batacazo de los buenos durante sus primeros años de vida.

No resulta sencillo explicarlo, porque son varios los factores. En primer lugar, la arrogancia y prepotencia de una compañía y una junta directiva que, cegada por el éxito, se creía por encima del bien y del mal. Sus trasnochadas teorías de cómo hacer la mejor consola de todas los llevó a cometer decisiones muy, muy cuestionables, con un producto que costaba más de 800 dólares por unidad pero que, al ponerse a la venta a la cifra de 500 o 600 dólares (según el modelo), perdía entre 250 y 300 por cada venta, algo aún más surrealista si se tiene en cuenta que Xbox 360 costaba 400 dólares y Wii 250. Sin embargo, la arrogancia de Sony le llevó a hacer declaraciones delirantes del tipo "la séptima generación comenzará cuando nosotros lo digamos", en referencia a la diferencia de tiempo respecto al lanzamiento de las consolas de Microsoft y Nintendo. No por casualidad ambas, habían vendido ya un parque de consolas importante cuando salió PS3, que durante tres largos años tuvo que superar todo tipo de dificultades.

Además de llegar tarde a la generación, uno de las más importantes e inesperados problemas de PS3 fue su propio diseño, tan rematadamente complejo que hacía que los programadores se las vieran y se las desearan para hacer juegos para ella. A eso se suma la gran labor de Microsoft por "robarle" la exclusividad de títulos clave de la generación, como Grand Theft Auto IV y Final Fantasy XIII, que salieron para ambas, al tiempo que creaba sus propias exclusivas con juegos tan esenciales como Mass Effect y Bioshock. Por todo ello, y ante la ausencia de grandes exclusivas durante estos dos primeros años, puede decirse que hasta la llegada de Metal Gear Solid IV el catálogo de PS3 no comenzó a despertar de su letargo.

Hay que diferenciar claramente dos etapas en la vida de PS3. Desde 2006 hasta 2009 es un completo desastre, con cambio de presidente incluido y con un servicio online claramente deficiente en comparación con el de Microsoft, y que terminó casi en tragedia cuando unos hackers sabotearon el sistema y expusieron las cuentas bancarias de todos los usuarios del Playstation Home. A partir de 2009, el asunto cambia, y mucho. La carencia de juegos relevantes y la perplejidad ante la falta de éxito de la consola llevó a Sony a una profunda reflexión que pasó por un necesario rediseño del sistema, la PS3 Slim, que mejoró muchos de los problemas de calentamiento, memoria interna y procesamiento del sistema, aunque por el camino perdiera la ya innecesaria retrocompatibilidad con PS2. Esto rebajó el coste de producción, dejando la consola en 300/350 euros, un precio mucho más razonable. También se cambió el desastroso mando de control sixaxis y su extraño y poco intuitivo sistema de control por movimiento por el mucho más preciso DualShock 3, y se potenció una línea de lanzamientos que incluyeron grandes juegos exclusivos, como Uncharted 2, Heavy Rain o Gran Turismo 5. Al mismo tiempo, Sony negoció para traer a su catálogo la saga Mass Effect y Bioshock al completo, en un intento por reducir el éxito de su competidora, que le gana terreno a espuertas. Por último, dio un giro de 180 grados a la política online, con un servicio, el Playstation Plus,  que por un precio más que razonable proporcionaba a los usuarios juegos gratis cada mes y todo tipo de descuentos y promociones. Rectificar es de sabios, a fin de cuentas.

El hardware

Con la llegada de la séptima generación se terminó aquella diferencia tan básica de los bits, que hasta más o menos PS2 y compañía nos había servido para entender la distancia de potencia técnica entre unas generaciones y otras. Playstation 3 es un portento técnico, en cualquier caso, con un procesador Cell Broadband Engine de 3,2 Ghz capaz de mover una barbaridad indecente de polígonos a alta resolución y con una fluidez más que razonable. Permite juegos en tres dimensiones con pantallas especiales, tiene todos los canales de sonido a la última y, por encima de todo, lee discos en formato alta definición de Blu Ray, una de las pocas victorias iniciales sobre su principal competidora, Xbox 360, que apostó por los fallidos discos HD DVD. Con la instauración del Blu Ray, mucho más lenta que la del DVD, eso sí, Sony ha ido ganando terreno hasta el punto de que en la octava generación que está a punto de empezar ambas consolas tienen lector de Blu Ray.

En 2010 Sony decidió plagiar, en el sentido más literal de la palabra, el sistema de control por movimientos de Nintendo Wii y sacó a la venta "Move", que básicamente consistía en lo mismo que lo que ya ofrecían el wiimote y el nunchuck. Se implementaron títulos como Resident Evil 5 o Heavy Rain, pero la falta de auténticos exclusivos y la mayoría de público "hardcore" entre los usuarios de PS3, más proclives a otro tipo de juegos, hizo que el sistema no terminara de funcionar y que fuera finalmente abandonado a su suerte. El hecho de que Sony no apueste ya por tonterías de este calibre, a diferencia de Microsoft y su incomprensible empeño con el dichoso Kinect, es un motivo de alegría para sus sufridos usuarios.

En honor a la verdad, hay que reconocer que desde 2010 PS3 se ha hecho con el liderato del mercado, coincidiendo con el bajón de Wii y la falta de grandes títulos para Xbox 360. Así, desde 2010 hasta la fecha, a escasos días para la salida de PS4, se puede decir que Sony finalmente se enmendó, pero porque no le quedó más remedio. Las cifras son elocuentes: mientras que ellos pasaron de vender 150 millones de PS2 a "solo" 80 de PS3, Microsoft pasó de vender 24 millones de Xbox a 80 millones de Xbox 360. En cualquier caso, y pese al arreón final de Sony, que coincidió con un abandono casi total de la compañía americana para centrarse en el desarrollo y los primeros juegos de Xbox One, estamos seguros de que esa teoría de que la "generación de consolas empieza cuando lo decimos" y demás cantinelas triunfalistas se les han pasado ya. Más les vale, desde luego.

El software.

El catálogo de Playstation 3 es excelente, con algunas de las obras maestras de la generación a título exclusivo, pero es forzoso reconocer que no es comparable al caso de PS2. Es necesario reconocer un sabor agridulce en el apartado de exclusivas First Party: la parte más agria se la llevan el Team ICO, que lleva años atascado con The Last Guardian, que ya nadie sabe cuándo, cómo o dónde saldrá (si es que finalmente sale) y Square-Enix, cuyo título exclusivo Versus XIII se ha convertido finalmente, tras mil retrasos y problemas, en Final Fantasy XV, un multiplataforma para la next-gen. En menor medida hay que hablar también de los dos God of War (3 y Ascension), que no terminaron de cuajar como las primeras entregas de PS2, aun siendo buenos juegos. Algo parecido le ocurrió a Gran Turismo 5, que sufrió todo tipo de retrasos, bugs y errores que Polyphony ha tenido que ir puliendo con decenas de parches (veremos qué pasa finalmente con GT6, aunque todo indica que irá mejor). 

El lado dulce de las exclusivas se lo llevan, con diferencia, Naughty Dog, Quantic Dream y Thatgamecompany. La saga Uncharted, The Last of Us, Heavy Rain, Beyond: Two Souls y Journey están entre nuestros favoritos de la generación, por su excepcional calidad y valores de producción. Estamos hablando de juegos que proporcionan diversión, calidad y emoción a raudales, cada uno desde su particular enfoque. Son estos juegos los que han hecho dar un salto cualitativo al catálogo del sistema, que año tras año ha ido recuperando el terreno perdido respecto de Microsoft, junto a decisiones tan acertadas como el Playstation Plus en su servicio online, al que tanto y con tanta razón se le ha criticado. 

1.- The Last of Us

Sin lugar a dudas, este es uno de los cantos de cisne más espectaculares que ha conocido jamás una consola. Todos pensaban que tras el éxito de la saga Uncharted, Naughty Dog se lanzaría a por una cuarta y cómoda entrega que tenía garantizadas las ventas de antemano, ya en el ciclo final de la consola. Sin embargo, el estudio americano se lanzó a una odisea post-apocalíptica de corte existencial en la que la humanidad ha sucumbido casi por completo a la amenaza de una plaga infecciosa que convierte a los seres humanos en unas criaturas horriblemente deformadas, una curiosa mezcla entre el tradicional zombi y una planta carnívora. El juego nos pone en la piel de Joel, un hombre marcado por un pasado traumático que debe escoltar a una adolescente por una serie de escenarios urbanos y naturales, a cual más desolado y terrorífico, donde la supervivencia y el cerebro se imponen al músculo y gatillo fácil. Todo en The Last of Us está hecho para impresionar, desde un apartado técnico que toca el techo de la consola, pasando por una labor de actuación soberbia y una banda sonora de Gustavo Santaolalla para quitarse el sombrero. Lo mejor de todo es esa capacidad que tiene el juego para hacerte creer que estás explorando un mundo que ha llegado a su final, donde antes hubo gente que pobló cada casa y cada rincón que recorremos junto a una Ellie siempre dispuesta a asombrarnos con sus comentarios y su notable inteligencia artificial. El momento del enfrentamiento, ya sea con humanos o con infectados, supone una de las mecánicas más precisas, soberbias y tensas que hemos vivido jamás a los mandos de un videojuego, el complemento perfecto para ese recorrido interior y exterior de unos personajes abocados a la tragedia que transitan por un mundo creíble, soberbio a nivel técnico y lleno de instantes para la eternidad, desde los primeros instantes de la infección hasta ese final apoteósico que es capaz de poner los pelos de punta al más curtido en estas lides del survival horror con toques de aventura, acción y exploración en tercera persona. The Last of Us es la obra maestra del catálogo de PS3, con gran diferencia sobre todo lo demás, y la mejor prueba de que Naughty Dog es el estudio más importante, con permiso de la todopoderosa Rockstar, de la presente generación.

2.- Mass Effect 2

Aunque no se trata de un exclusivo de la consola (la versión de Xbox 360 salió un año antes), es de justicia destacar el trabajo de Bioware para la que muchos consideramos la versión definitiva de esta auténtica joya de la séptima generación, que además de incluir una dosis considerable de contenido DLC está hecho con el motor gráfico de la tercera entrega, lo que le dota de un salto cuantitativo y cualitativo incomparable a otras versiones. En cuanto al juego en sí, y manteniendo muchas de las virtudes de su excelente primera parte, Mass Effect 2 retoma la odisea del comandante Shepard y su tripulación para proteger la galaxia de la amenaza de los temibles segadores, una especie que cada 50.000 años se presenta para aniquilar toda forma evolucionada de vida orgánica. Tras tomar de nuevo el control de la Normandía, Shepard debe recorrer la galaxia entera en busca de miembros para su tripulación, cada uno con sus propias misiones, así como recursos y materiales para prepararse para la última misión del juego. En todo momento tomamos decisiones a través de nuestras conversaciones con el resto de personajes, dotados de un doblaje fabuloso y un apartado técnico excepcional. Y a diferencia de la primera entrega, las mecánicas de combate se han mejorado abismalmente, poniéndolo a la altura de los grandes del género. Ahora sí es un reto divertido y desafiante enfrentarse el control de los personajes, al sistema de coberturas y al de disparos, que ocupa buena parte del desarrollo del juego. Más de 40 horas de juego, decenas de personajes, una banda sonora de Jack Wall estremecedora y un desarrollo abierto son las claves de un juego que, una vez alcanzada la misión suicida contra la base recolectora, proporciona uno de los finales más épicos, gloriosos y emocionantes que hemos experimentado nunca. Cada decisión, cada paso del camino ponen en peligro las vidas de nuestros hombres que, solo en el caso de haber trabado con ellos la debida lealtad, tendrán opciones de llegar con vida al final del juego. Y esto es algo que determina todo lo demás, ya que nuestra partida se importa a la tercera entrega, también magistral, dando continuidad a todo nuestro esfuerzo. Desde que terminamos el juego (por tercera vez), contamos los meses, los días y las horas para que salga ya de una vez Mass Effect 4. Con diferencia, estamos ante la saga más importante de la séptima generación.

3.- Journey

Cuando uno se plantea qué clase de experiencias ha vivido en esta generación respecto de las anteriores, casos como el que ocupa el número uno parecen muy evidentes, pero más aún lo es en el caso de Journey. No hay nada, absolutamente nada, parecido a este juego ni en el catálogo de PS3 ni en el de ninguna otra consola. No hay un solo juego que sea en apariencia tan sencillo, tan simple su planteamiento y sus mecánicas, y sin embargo proporcione la experiencia audiovisual, la profundidad de sentimientos y emociones que desata Journey de principio a fin. Lo que en principio parece una aventura lineal en tercera persona se va destapando poco a poco, paso a paso de un camino por un fabuloso desierto y unas ruinas míticas como uno de los juegos más absorbentes, técnicamente más cuidados y, muy especialmente, mejor orquestados de la séptima generación. El viaje de una extraña criatura a lo largo y ancho de un paraje plagado de belleza se convierte en el viaje de otros muchos, con un modo cooperativo sencillamente mágico, basado en la interacción más básica posible, a través de sencillos gestos y ruidos, pero consigue transmitir una sensación de compañía en medio de la desoladora embriaguez de sus escenarios, todos ellos creados con un mimo y un cuidado que va desde el brillo del sol sobre las dunas del desierto a los reflejos del agua en las ruinas o las cumbres nevadas de su tercer acto, con un final apoteósico que es de lo mejor que hemos experimentado jamás a los mandos de un videojuego. Y por encima de todo, por encima de los muchísimos aspectos sobresalientes de este juego destaca la banda sonora de Austin Wintory, a nuestro juicio la mejor que se ha creado jamás para un videojuego, que va modificando sus notas de acuerdo con nuestras acciones y alcanza momentos climáticos como el final del juego (Apotheosis) que no tenemos muy claro cómo es posible superar. Es tal la belleza de este juego, es tal su capacidad de conexión emocional con el jugador, que ni su escasa duración ni su cuestionable rejugabilidad son óbice alguno para considerarlo como lo que es, una obra maestra sin paliativos.

4.- Uncharted 2: El reino de los ladrones

Pocos juegos han hecho tanto por levantar a PS3 de la mediocridad en la que andaba metida allá por 2007 como Uncharted. Nadie hubiera dicho que detrás de aquella aventura de acción explosiva, digna heredera del espíritu de Indiana Jones y de Tomb Raider, estaba Naughty Dog, un estudio del que nadie esperaba grandes milagros pese a haber creado notables títulos en anteriores generaciones de Playstation, como Crash Bandicoot o Jak & Daxter. Nadie hubiera dicho, tampoco, que solo dos años después el mismo estudio era capaz de enmendarse la plana a sí mismo con esta auténtica obra maestra que recogía todo lo bueno de su predecesor y lo elevaba a la enésima potencia, con escenas tan absolutamente demoledoras como la carrera por los tejados de Nepal o la escena de la persecución en el tren, que pasará a la historia de los videojuegos como una de las secuencias de acción más apasionantes de todos los tiempos. Todo en Uncharted 2: El Reino de los Ladrones es puro espectáculo, del bueno y del digerible, sin grandes dramas ni complejidades que entorpezcan el interés, único y evidente, de que el jugador se lo pase bomba desde el primer hasta el último minuto del juego. Un sistema de control depurado al extremo, una mecánica de disparos sencilla e intuitiva y un sentido del humor bastante infrecuente en la generación son motivos más que suficientes para hacer grande a un juego que combina, con gran sabiduría, la aventura, la acción y la exploración, y que descansa básicamente en la frescura de un Nathan Drake y un Sully que están pidiendo a gritos que alguien los lleve a la gran pantalla. Por mucho que la tercera entrega quisiera competir en esta en tono épico y espectacularidad, no llegó a la altura del perfecto equilibrio conseguido por El reino de los ladrones. Y, en otro orden de cosas, qué tema principal de su banda sonora, madre mía. Qué temazo.

5.- Metal Gear Solid IV: Guns of the Patriots

No podía quedarse este top 10 sin que Solid Snake tuviera algo que decir al respecto. Adorado por muchos y criticado por otros tantos, Hideo Kojima puede presumir de haber creado una de las sagas más fascinantes y polémicas de la historia del sector con las andanzas de este espía y las múltiples derivaciones de su compleja historia familiar y laboral. Aunque sea necesario un curso intensivo para estar al corriente de todo lo que cuenta su cuarta entrega, incluyendo el haber jugado a todos los juegos anteriores, Guns of the Patriots supuso un antes y un después en muchos sentidos. Fue la primera vez en que el control o la cámara no nos traicionaban en el peor momento, pero además de eso tenía un aspecto técnico impecable, un doblaje magnífico y hasta un modo online que ha sido una de las joyas de la corona hasta que fue cancelado en previsión del futuro lanzamiento de la quinta entrega, prevista para 2014. De vuelta a 2008 Kojima planteó este juego como la despedida final, y por ello planteó decenas de cameos, momentos para el recuerdo (ay, esa base nevada a la que volvemos, qué ganas de echarse a llorar de emoción) y apariciones estelares, entre ellas la resurrección del personaje maldito de Raiden, que hacen de este juego algo realmente especial dentro de la saga. No obstante, nada de esto funcionaría sin un Solid Snake más avejentado, irónico y sagaz que nunca, capaz de medirse él solito a cuantos desafíos le plantee la amenaza nuclear de turno para salir airoso, una última vez, y poner un broche de oro a su participación en la saga. Puede que alguno haya arrojado al mando de pura desesperación durante alguna de sus 9 horas de vídeo, en especial con ese final que se alarga en exceso, pero el que haya tenido paciencia habrá descubierto un juego que, más que ningún otro, hace verdadero honor a su leyenda. MGSIVno es perfecto, pero es lo más cerca de la perfección que ha estado nunca la franquicia.

6.- Assassin's Creed II

Si ha habido una saga que ha destacado en esta generación, por lo apasionante de su historia y por lo prolífico de su presencia (salen ya a una entrega anual, y las que quedan), esa es Assassin’s Creed. La primera entrega nos ponía en la piel de un asesino en tiempos de las Cruzadas, que pese a lo magnífico de su ambientación pecó en exceso de resultar repetitiva y limitada. Los chicos de Ubisoft tomaron buena nota de las críticas y llevaron la segunda entrega a límites que, a nuestro juicio, no han sido superados por las restantes. En primer lugar, la ambientación es magnífica, con una Italia del Renacimiento que jamás se había visto antes en un videojuego, con ciudades tan emblemáticas como Venecia o Florencia, plagadas de personajes que se comportan de un modo creíble y situaciones mucho más variadas a la hora de ponernos en la piel de Ezio Auditore, con diferencia el mejor personaje de toda la saga. Sus andanzas para vengar una tragedia familiar nos pondrán, además, en la pista clave para desentrañar el misterio genérico de la saga, ese que vive Desmond Miles en un tiempo presente que resulta más entretenido y menos retórico que en la entrega anterior. Todo en el juego está hecho para disfrutar, con personajes como Leonardo da Vinci o la malvada familia Borgia para aportar su grano de veracidad histórica a un relato, no lo olvidemos, anclado en los cánones de la ciencia ficción más entretenida. ACII es un juego largo, profundo y variado, que solo por su fiel representación de la Europa renacentista ya merecería un puesto de honor en este listado, y al que únicamente la ausencia de Roma, protagonista absoluta de la siguiente entrega, y unas más que cuestionables decisiones sobre los DLC del juego apartan de puestos más altos. El resto, como ese impresionante final que a más de uno nos dejó con la boca abierta, son ya historia del videojuego.

7.- Ni no Kuni

En una generación que ha conocido una de los mayores decepciones del referente obligado del rol en las últimas décadas, Final Fantasy XIII (y secuelas), y con colosos como Skyrim llevándose el gato al agua a la hora de la verdad, hizo falta una combinación de talentos inédita hasta la fecha, Studio Ghibli y Level 5, para dar vida a este magnífico exclusivo de PS3. Ni no Kunies un jrpg de la vieja escuela, con su sistema de batallas por turnos (pero en un mundo dinámico, ojo), con ecos magníficos de Pokemon y con una historia entrañable, plagada de personajes carismáticos y una variedad de escenarios y situaciones como hacía tiempo que no se veían. Todo ello está acompañado de un apartado audiovisual sencillamente irrepetible, con Joe Hisaishi al frente de una partitura perfecta, y un diseño que hace parecer que estamos viviendo una auténtica película de dibujos animados. Todo en Ni no Kuni está cuidado al detalle, incluyendo las más de 15 horas de juego garantizadas tras haber terminado la historia principal, que oscila entre las 30 o 40 horas, dependiendo de la pericia del jugador. Un sistema de combate impecable, un interfaz de mejoras y una base de datos, el vademécum del mago, de total antología son solo algunos de los motivos por los que este juego se corona, sin dificultades, como el único y más digno heredero de una tradición ancestral de grandes juegos de rol japoneses. Una de las joyas del catálogo de PS3, sin lugar a dudas.

8.- Heavy Rain

Se ha escrito mucho sobre Heavy Rain, para bien y para mal, pero lo cierto es que el paso del tiempo lo está colocando con total justicia en uno de los puestos de honor del catálogo de PS3. Se podrá discutir su mecánica de juego, el extraño control de los personajes o la sobreabundancia de Quick Time Events, pero lo que es innegable es que el jefe de Quantic Dream tiene un talento especial para contar historias con tecnología avanzada. El juego, en el que controlamos a cuatro personajes bien diferentes para seguir la pista del misterioso asesino del Origami, está estructurado en muy diversos y variados capítulos, con posibilidad de desenlace múltiple que afecta incluso a cuántos de nuestros héroes llegarán con vida al final de la historia. A nivel visual el juego es soberbio, con una recreación facial hasta entonces inédita, un doblaje estupendo y un universo creíble y plagado de detalles con los que podemos interactuar. El uso del sixaxis, ese gran incomprendido del hardware de PS3, nos lleva a realizar desde acciones cotidianas como afeitarnos o darnos una ducha a salvar la vida de un volantazo en una autopista en sentido contrario.Heavy Rain es un portento narrativo que juega como ninguno con la intriga y el suspense, bebiendo sabiamente de grandes referentes del género tanto de literatura como de cine, para desembocar en un clímax de auténtico infarto. El hecho de que las decisiones de cada jugador determinen el tipo de desenlace que va a conocer es solo una muestra más de que juegos como este comienzan a bordear la frontera entre un videojuego y una película, lo que no gustará a todo el mundo, claro. Sin embargo, momentos como el citado de la autopista, las pruebas del asesino o la investigación del agente del FBI con su alta tecnología son solo algunos de los momentos inolvidables de una historia que todo el mundo debería jugar al menos una vez. Aunque solo fuera para opinar con criterio sobre un juego tan original como inclasificable.
9.- Bioshock

Anunciado en principio como un exclusivo de Xbox 360, Bioshock nace de la mente de un Ken Levine empeñado en reinventar los cimientos del género delFirst Person Shooter, encallado como pocos en una serie de clichés sobre el pasillo y el tiro al pato sin sentido. El sueño de Levine era el de contar una historia a través de un género tradicionalmente destinado a la acción más que a la aventura, al gatillo fácil más que a la exploración o interacción con otros personajes. Hay quien sostiene que aún estamos lejos de alcanzar ese sueño, pero en El rincón del píxel creemos que, gracias a Bioshock, estamos un poco más cerca. Este juego nos traslada a la ciudad submarina de Rapture, que en los años 50 floreció bajo la batuta del impagable villano Andrew Ryan, un megalómano empeñado en desarrollar una civilización al margen de las normas establecidas por la sociedad. A lo largo de nuestro viaje por la decadente y destruida ciudad, nos encontraremos con todo tipo de personajes, a cual más loco y desfasado, que intentarán por todos los medios que no lleguemos ante el líder supremo. El viaje que propone Bioshock está plagado de momentos inolvidables, desde la entrada a la ciudad hasta un final de esos que quitan el hipo, y por el camino atravesamos todo tipo de escenarios submarinos, de atmósfera opresiva y agobiante, por los que únicamente nuestro instinto de supervivencia y unos súper poderes llamados plásmidos nos mantendrán con vida. La palma, no obstante, se la llevan esos magníficos personajes llamados Big Daddy, que con esas inquietantes niñas a sus hombros recorren los oscuros recovecos de la ciudad esperando a que alguien cometa la osadía de enfrentarse a ellos y su temible arsenal andante. Una ciudad, un hombre, un desafío. Y vaya desafío.


10.- Gran Turismo 5

Para tratarse de una franquicia irreprochable hasta la fecha, lo cierto es que el papel de Gran Turismo en PS3 no está exento de cierta polémica. A escasas dos semanas de que salga a la venta la sexta entrega, que seguro que mejora a la quinta parte en contenido y calidad, lo cierto es que llega muy tarde en el ciclo de vida de la consola como para tenerla en cuenta frente a GT5. Anunciado en 2007 y pospuesto varias veces, finalmente el juego vio la luz en 2010 con no pocos problemas. De sus más de 1000 vehículos buena parte de ellos eran "standard", es decir, importados de anteriores juegos y con una cantidad de polígonos, texturas y detección de colisiones inferior a la de los vehículos "premium", cercanos a los 250 modelos, que permitían vista en primera persona y estaban realmente a la altura de la séptima generación. Al margen de eso, el juego presentaba un buen número de pequeños errores, glitches y demás bugs que Polyphony ha ido solucionando con diferentes actualizaciones gratuitas a lo largo de estos tres años, recogidas todas ellas en la GT5 Academy Edition cuya portada acompaña a esta entradilla, y que es con diferencia la mejor versión y que desde aquí recomendamos encarecidamente. Por mucho que el juego corra a 1080p, con una tasa de frames estables y con una calidad gráfica que deja en pañales todo el catálogo de PS3, con más de 80 circuitos, decenas de carreras, licencias, pruebas de conducción y modo online (e incluso 3d estereoscópico), y que sin duda se trate de la cima de la saga hasta la fecha, hay que reconocer que en esta generación Turn 10 lo ha hecho mejor con Forza en Xbox 360, especialmente con una cuarta entrega impecable. Aun así, la gente de Yamauchi ha hecho estos años una labor encomiable para actualizar su producto, que no por casualidad ha sido el que mejor ventas ha obtenido en toda la época de PS3, con más de 11 millones de copias, y desde luego cualquier amante de la conducción más exigente tiene en GT5 una compra sencillamente obligada. Lástima que no haya alcanzado las cotas de perfección que se esperaba de él, y que esperamos que la sexta entrega pueda enmendar sobradamente, como todo lo anunciado hasta la fecha parece indicar.