martes, 29 de septiembre de 2009

El asesino es el traductor.

Con este divertido encabezamiento arrancó uno de los festivales de literatura negra más importantes de España, la Semana Negra de Gijón. En él se vino a decir, entre otros muchos argumentos, que el papel de un traductor es esencial para la transmisión correcta de la obra original, algo que en España sufren notablemente los lectores de un tipo de literatura, como la de detectives, no demasiado fértil en nuestra narrativa.

Por lo general, una traducción debería mantener un equilibrio entre el respeto a la versión original y la adecuación a la lengua trasvasada. Dado que es imposible hacer una traducción perfecta, en parte por las diferencias entre unos idiomas y otros, en parte por los matices léxicos, semánticos y retóricos específicos de cada uno, es esencial que el traductor domine realmente bien ambos idiomas. Sólo así podrá aspirar al mayor respeto posible tanto al fondo como a la forma, pues ambos son difícilmente separables cuando se habla de literatura.

Eso sí, no vayamos a pensar que las malas traducciones se limitan a la novela negra: prácticamente todos los géneros literarios sufren barrabasadas criminales a la hora de traspasar de las lenguas de origen al castellano. A mí, por ejemplo, me llama la atención que las obras de Shakespeare, que en España han seguido siempre el canon impuesto desde tiempos ancestrales por Astrana Marín, no hayan sufrido todavía una buena revisión.

En Cuento de invierno, por ejemplo, se hace referencia a un ciclo temporal del siguiente modo: “han pasado nueve cambios del planeta húmedo”, algo que, salvo que estemos ante mentes privilegiadas, resulta prácticamente incomprensible. Si se toma el verso original de Shakespeare se leerá “nine changes of the watery star hath been”, cuya traducción vendría a ser algo parecido a “nueve ciclos de la estrella pálida han transcurrido”. Como puede observarse, poco o nada tiene que ver esta versión con la propuesta por Astrana (a ver quién es el majo que identifica la luna partiendo de “planeta húmedo”).

De todos modos, hemos tenido y tenemos en castellano excelentes traductores, y ahí están Pedro Salinas y sus ejemplares traducciones de En busca del tiempo perdido, de Proust, o Javier Marías, que tradujo excepcionalmente La vida y las opiniones del caballero Tristram Shandy, de Laurence Stern.

Hay más casos, pero no es cuestión de aburrir en uno u otro sentido. En cualquier caso, tengamos cuidado con lo que leemos de allende las fronteras y con la edición que manejemos de según qué obra, (especialmente si nos movemos en ámbitos poéticos), no vaya a ser que, como avisan nuestros amigos de Gijón, terminemos con alguna que otra puñalada por la espalda.

jueves, 24 de septiembre de 2009

Las naderías de Boyero

Si hay una profesión que me hubiera encantado realizar es, sin duda, la de crítico cinematográfico. No hay arte que me apasione más ni lenguaje que admire con mayor devoción que el audiovisual, y por ello me encanta pasarme las horas muertas viendo y hablando de cine.

No obstante, y a pesar de ello, reconozco que nunca pasaré de un nivel aficionado por mi nula formación en este campo, mi desconocimiento absoluto de los códigos esenciales de la profesión y mis enormes lagunas en épocas clásicas que sólo con cuentagotas me permiten superar prejuicios contra el blanco y negro o el cine mudo. Por ello, intento que mis cinefórums reflejen siempre, con humildad y devoción, mi interés por un campo que, como ya digo, ocupa un puesto preferencial en mis intereses como pasatiempo, pero que no va más allá de eso.

Quizá también por todo ello me resulta llamativo, irritante y, en ocasiones, extremadamente molesto que a determinados personajes del mundillo cultural se les dé un espacio, dinero y tiempo para dedicarse profesionalmente a ver y comentar cine, y lo hagan como el muy a mi pesar célebre Carlos Boyero, a la sazón crítico de El País en temas del séptimo arte.

Boyero comete un error de partida tan gordo que me resulta extraño que nadie repare en él. Sus críticas se basan única y exclusivamente en sus sensaciones subjetivas como espectador, que aplica de forma matemática a la calidad de la película. Es decir, que si la película le parece un coñazo, la película es automáticamente mala; si le divierte o entretiene, es una obra maestra. Rara vez se le oirá o leerá un comentario técnico o específico sobre aspectos cinematográficos concretos, como la calidad de la interpretación, el montaje, la habilidad del director o del compositor.

Tampoco tiene Boyero en la ecuanimidad su punto fuerte. No existe la escala de grises en el universo de este sujeto, porque todo le parece perfecto o absolutamente detestable. No hay término medio, y por ello sus películas suelen decantarse al cielo o al cubo de la basura, con una preferencia exageradísima en este último espacio.

Lo peor, no obstante, viene marcado por unas formas absolutamente inapropiadas que este crítico luce con orgullo chulesco como señas de identidad: arrogancia, soberbia, desprecio, lenguaje soez y vulgar, ataques personales a cineastas, actores y productores e incluso hacia su propia profesión, que Boyero parece detestar con fuerza y que afirma soportar con un estoicismo inenarrable.

Algunos ejemplos: de Anticristo, última película de Lars Von Trier, Boyero dijo que era una "imbecilidad con ínfulas de transgresión: es para darle una hostia”. De Los abrazos rotos, de Almodóvar, a la que había puesto a caer de un burro en su estreno, dijo en el festival de Cannes: “No soy masoquista, no quiero verla otra vez”. De Shirin, de Abbas Kiarostami, llegó a calificarla de “insufrible” sin siquiera haberla visto completa, ya que se salió a mitad de proyección.

Al margen de la mucha o poca calidad de dichas cintas, que aquí es lo de menos, no se puede permitir que alguien con tan escasa profesionalidad siga disfrutando de una posición de tanta influencia. Este hombre es incapaz de expresar nada de forma correcta, manifiesta una actitud irrespetuosa hasta el extremo con cualquier festival de cine al que acude (sea Cannes, Venecia o San Sebastián), y se las da de pobre víctima a la que le hacen ver un cine siempre bochornoso, aburrido u horripilante, por lo que uno tiende a preguntarse varias cosas: ¿Qué demonios hace desempeñando esa labor, cuando es evidente que sufre tanto? ¿Quién le enseñó (o no) buenos modales? Y lo más importante: ¿Por qué nadie en El País le invita a cambiar su hoja de ruta o, mejor aún, lo pone de patitas en la calle? (Esto último es algo que yo, personalmente, agradecería mucho.)

jueves, 17 de septiembre de 2009

La serie del mes (1): Breaking Bad.

Walter White es un simple profesor de química de un instituto de secundaria perdido en Albuquerque, Nuevo México. Su amargura no procede sólo de un empleo insatisfactorio para una persona destinada a empresas mayores, dada su impresionante capacidad intelectual, sino que a ello se le suma un hijo adolescente con parálisis cerebral y una mujer embarazada que, al igual que él, no desea añadir otro problema más a su larga lista.

Sin embargo, Breaking bad arranca realmente cuando el médico de Walter le diagnostica un cáncer de pulmón que lo llevará a la tumba en cuestión de semanas. Ante semejante perspectiva y la falta de liquidez económica que su muerte traerá a su familia, el tranquilo profesor decide dar un giro de 180º a su vida, y con ayuda de un antiguo estudiante, Jesse Pinkman, iniciará un negocio de fabricación y venta de metanfetaminas tan lucrativo como peligroso.

Con tan prometedor arranque nació en 2008 una de las series más incorrectas, irreverentes, éticamente cuestionables y controvertidas de la historia reciente de la televisión. Sin embargo, Breaking bad va mucho más allá de la polémica suscitada por su argumento para trasladar al espectador a una realidad asfixiante y opresiva, donde los estrechos corsés sociales saltan por los aires ante la certeza de la muerte. Es una serie inteligente, hábil en su desarrollo narrativo, ingeniosa en sus numerosos puntos de giro (y hay unos cuantos, no se crean), y con un sentido del humor tan corrosivo como sus diálogos, creíbles hasta decir basta.

En el equipo artístico destaca de forma espectacular el actor que da vida al profesor White, Bryan Cranston, un auténtico torrente interpretativo que ofrece una lección magistral en cada episodio, y que demuestra lo muy desaprovechado que estaba penando por series de dudosa calidad (era el padre neurótico de Malcolm en la serie homónima). Junto a él sobresale el genial Aaron Paul como el joven Pinkman o Dean Norris como el agente de la DEA Hank Schrader.

Pero si por algo me ha llamado la atención Breaking Bad es porque, a diferencia de otras series pensadas para una temporada que luego se estiraron hasta el infinito y más allá, como Prison Break, en este caso encontramos un crescendo en continuo que hace de las temporadas estrenadas hasta la fecha una progresión tan coherente como adictiva. Si no fuera porque al cabo de un tiempo determinadas situaciones pueden sonar a ya vistas (el camión-fábrica atascado en el desierto, los encuentros y desencuentros entre el profesor y su joven aliado, las sospechas de una mujer lista como ella sola, etc…) estaríamos ante una obra maestra de la televisión reciente.

No llega a tanto, quizá por las limitaciones de un formato muy concreto (que, esperemos, se vea ampliado en la ya anunciada tercera temporada), a pesar de lo cual estamos ante una joya del género, una serie adulta y muy responsable de la gravedad de los hechos narrados que se sitúa varios puntos por encima de la media contemporánea, demasiado lastrada por prisiones infalibles, islas misteriosas y superhéroes de tres al cuarto.

domingo, 13 de septiembre de 2009

Patético (de Madrid)

Eso solían decir mis amigos madridistas en la época del colegio para burlarse de los aficionados del Atlético de Madrid, el otro equipo de fútbol de la ciudad, que siempre se ha distinguido por la condición humilde y pasional de una afición que se precia de estar entre las mejores de Europa.

Pensaba en ello al escuchar ayer el himno en el estadio Vicente Calderón, adonde acudía por primera vez para ver el enfrentamiento con el Racing de Santander. Tenía cierta curiosidad y no podía evitar las comparaciones con el otro marco futbolero que conozco, el Bernabéu, no ya sólo en el ambiente, la gente o el estadio, sino en las sensaciones tan distintas que provocan uno y otro escenario.

Debo reconocer que el Atlético siempre me ha inspirado una enorme simpatía, sin duda derivada de formar parte de una comunidad dominada por medios de comunicación al servicio de los intereses de estos poderosos clubes. No obstante, a esto se añade esa circunstancia tan novelesca de la condición del eterno perdedor que arrastra este equipo, con salvedades tan fabulosas como el conjunto que, al mando de Radomir Antic, arrasó en Liga y Copa en la temporada 95-96. Por aquel entonces el Atlético tenía jugadores de la talla de Kiko, Caminero, Pantic, Molina o Penev, fenomenales peloteros que hacían las delicias de un público en estado de éxtasis tras tantos años de sequía.

Luego vendría un descenso a segunda tan traumático como el fallecimiento de su esperpéntico presidente, Jesús Gil y Gil, que nos privó a todos de las locuras de un verdadero personaje quevedesco. Y entre medias, quince años de nueva sequía que mantienen, no obstante, a la misma gente dirigiendo los destinos de una entidad con una masa social entregada y devota a sus colores.

Pensaba en todo esto viendo el partido de ayer, que se saldó con un triste empate a un gol, y dejó un sabor de boca tan pobre en los aficionados que estos salieron echando pestes, maldiciendo a la directiva o, en el peor de los casos, llorando de pura impotencia.

Este Atlético de Madrid es, a mi juicio, un conjunto extremadamente mediocre. Salvo excepciones como Jurado o Asenjo, el resto del equipo se reduce a jugadores tan pobres como Valera, Sinama o Cléber Santana, indignos de un conjunto que aspira, en teoría, a ganar títulos. Pero es más que eso. El planteamiento táctico de su entrenador es incapaz de sacar calidad a un equipo que, sencillamente, no la tiene. No hay recursos en ninguna de las líneas del equipo, salvo quizás una delantera donde ayer tampoco brillaron los glorificados Agüero o Forlán, agotados tras sus compromisos con sus selecciones.

Imagino que no debe resultar sencillo construir un gran equipo a partir de un presupuesto bajo, pero no puedo creer que no haya en el mercado gente que sepa controlar un balón, hacer un pase a derechas, cubrir una posición o simplemente correr con la pelota con ganas y energía. Lo verdaderamente vergonzoso de este equipo es que no se esfuerza lo más mínimo no ya sólo por satisfacer a su afición, que sería lo lógico, sino por ganarse su fabuloso y desorbitado sueldo. Tuvo que salir un chaval de la cantera, Keko, para sacarle los colores a todos con sus infatigables carreras, al tiempo que arrancaba los aplausos de un público que ha llegado el punto de deleitarse con eso, una simple y triste galopada por la banda.

Lo más curioso de todo es cómo los aficionados entonaban el “Atleti somos nosotros” y algún que otro cántico contra la directiva, a la que pedían irse de forma inmediata por su desastrosa gestión económica y deportiva (antes del partido se produjo una manifestación en su contra, según tengo entendido). Digo que es curioso que la gente sienta suya a este equipo cuando, sobra decirlo, los dueños son precisamente esos desastrosos gestores, que controlan la práctica totalidad de las acciones del club.

Y es que lo patético de todo esto no es el club, que es un caos y un nido de víboras, o un equipo tan incompetente, vago y desvergonzado, sino que la gente se crea realmente esa absurda ilusión de que es dueña moral de una entidad a la que, en el mejor de los casos, se limita a pagar un dineral para sufrir fin de semana tras fin de semana en un estadio cutre y descuidado. De locos.


P.d: El once del doblete: Molina, Vizcaíno, Caminero, Roberto Fresnedoso, Geli, Lubo Penev, Pantic, Santi Denia, Roberto Solozábal, Toni y Kiko (falta Simeone, otro ídolo de entonces). Vaya equipazo.

martes, 8 de septiembre de 2009

Not this leg.

En una memorable secuencia de la serie televisiva House, el célebre y antipático doctor estaba a punto de ser operado de una pierna, y para evitar problemas con su cirujano escribía en su muslo izquierdo las palabras “not this leg” (ésta pierna no). Puede parecer exagerado, una hipérbole más de entre tantas como se ven por televisión, pero fíjense en lo que ha ocurrido hace bien poco en el hospital Gregorio Marañón, y verán la poca gracia que tiene el asunto.

Resulta que hace unos días entró un paciente de trece años en dicho hospital, acompañado por sus padres. Tenía una fisura en la órbita del ojo derecho, fruto de una paliza, y era necesario operar para reparar el daño inmediatamente y evitar problemas mayores.

Hasta aquí todo normal. Sin embargo, cuál no fue la sorpresa de los padres al descubrir, tras la operación, que el cirujano ¡se había equivocado de ojo! Tras mucho discutir con todo el personal, cirujano incluido, y desesperados porque todo el mundo les decía a aquellos padres que estaban equivocados, consiguen el historial del niño y demuestran que, efectivamente, el ojo malo era el derecho y no el izquierdo.

No contentos con su hazaña, los médicos aseguran a los padres que tampoco es para ponerse así, llegando incluso a asegurar que estaban seguros de que en el ojo izquierdo había otra fisura (no, si encima la operación le vino de perlas, al chaval). Eso sí, se comprometen a operar el ojo primigenio, y dan por zanjado el asunto.

Sin embargo, y después de una semana de intervenciones, gritos y desesperación por parte de una familia que sencillamente no entiende nada, al niño han tenido que volver a operarlo en el ojo derecho porque (de nuevo) los médicos no hicieron bien su trabajo. Según ellos, el muchacho no tendrá secuelas y podrá llevar una vida normal (muy alejada, imagino, de semejante jaula de grillos).

Sinceramente, hasta hoy yo no pensaba que este tipo de casos podían darse en la realidad (ni siquiera en España, ojo), quizá porque yo mismo he sido operado en dos ocasiones, y en ambas el cirujano operó la rodilla adecuada. No obstante, y visto lo visto, a partir de ahora voy a tener que tomar buena nota del doctor House y hacerme un tatuaje aclaratorio, no sea que algún licenciado vidriera tenga a bien extirparme algo que no debe.

lunes, 7 de septiembre de 2009

El halcón sueco (parte II)



Volviendo a la película con que iniciaba este artículo, Surveillance, he de decir que ha sido una de las sorpresas más gratas que me he llevado últimamente. Reconozco que al principio la afronté con reservas, por estar dirigida por la hija del incomprensible David Lynch, pero tengo que reconocer que es una película magnífica, capaz de trasladar al espectador a las galerías más profundas de la miseria y crueldad humanas con una facilidad asombrosa.

La trama gira en torno a la investigación que unos agentes del FBI realizan en un remoto pueblo del interior de EEUU, donde dos asesinos en serie están sembrando el caos a su paso. Los agentes acuden a una comisaría donde están recluidos una serie de testigos, entre los que se encuentran una niña, una joven y un policía. A partir de las entrevistas con todos ellos irán reconstruyendo una historia terrorífica, hasta tal punto que la narración marco se desdibuja con los recuerdos de los testigos en un montaje de secuencias absolutamente soberbio.

Y lo mejor de todo es que, a diferencia de las tramas suecas de la anterior entrada, aquí el crimen y su investigación posterior tienen unas conexiones tan aplastantes, coherentes y creíbles que cuando finaliza la cinta uno siente deseos de empezar de nuevo para deleitarse con dichos enlaces, porque así es como debe fabricarse una buena trama detectivesca. Al contrario que Millenium, Surveillance no juega a la gymkhana inverosímil de casualidades casualísimas y detectives más listos que el hambre, sino que se deleita con unos personajes verdaderamente atormentados, frustrados y complejos que protagonizan entre dudas y miserias personales una trama tan absorbente como apasionante.

Por si todo esto fuera poco, la depuración narrativa de Lynch (hija) es total. Sólo necesita hora y media para mantener al espectador sin aliento, con un sentido del ritmo y una intensidad que, francamente, a mí me ha dejado admirado. Lo de menos es que Bill Pullman y Julia Ormond demuestren su solvencia en cada plano, que la música se adecue perfectamente a las necesidades del relato o que la estructuración del guión sea un prodigio. Surveillance es grande porque no hace trampa, porque no engaña a nadie y no dosifica informaciones de ninguna clase. Aquí no importa tanto el qué pasará después sino el deleitarse con el propio transcurso de la película, resuelta con una eficacia de la que deberían tomar buena nota allá por tierras vikingas.

El halcón sueco (parte I)



En medio del fenomenal embrollo mediático originado por la trilogía Millenium (ya saben, esas novelas/películas de nombres eternos y, dicho sea de paso, bastante horrorosos), ha llegado a mis manos una película modesta y sin pretensiones llamada Surveillance (que se podría traducir como Vigilancia), dirigida por Jennifer Lynch, y que me ha hecho reflexionar un poco sobre el género de la novela negra y sus adaptaciones cinematográficas.

Antes de nada debo aclarar que no he leído las obras de Stieg Larrson, y no tengo el más mínimo interés en hacerlo a pesar del bombo que le otorgan por todas partes, (atención al artículo de Vargas Llosa en El País de ayer, que dice muy poco a favor de su supuesto y autoproclamado buen ojo crítico). Sí tuve, en cambio, la mala fortuna de ver la película, y Dios me libre de establecer paralelismos directos entre la cinta y la novela, pero si en realidad la trama policíaca está trasvasada en un 15% entonces la novela es para echarse a temblar.

Mi problema con un buen número de novelas y películas detectivescas, como Millenium 1, es que tengo la sensación de que me están tomando el pelo de una forma soberana: es decir, que el crimen parece estar en función de la investigación posterior y no al revés, como debería ser. Da la impresión de que el criminal hubiera perpetrado el crimen por la única razón de dejar pistas para una gymkhana futura protagonizada por el detective de turno, una paradoja tan absurda como que el clima existiera para que la gente pudiera hablar de él en el ascensor.

En el caso de Millenium 1, dicha gymkhana transcurre cuarenta y tantos años después del crimen, y esa espantosa sensación de que el pasado está en función del presente planea durante toda la historia, exactamente igual que ocurre con las desastrosas novelas de Agatha Christie, donde en el fondo lo de menos es quién ha cometido el crimen, porque eso parece más una decisión arbitraria del autor que una necesidad obligada de la historia, como debería ser. Miren si no la célebre Asesinato en el Orient Express, donde en el colmo de los colmos, todos los sospechosos eran asesinos.

Creo no haber sido capaz de comprender uno solo de los puntos de giro de la trama de Millenium (si el anciano millonario cree estar recibiendo presentes florales del asesino de su nieta, ¿por qué se los pone en una pared como si fuera un santuario?; ¿cómo demonios puede el andrógino personaje de Salander introducirse en los ordenadores de media humanidad sin ser detectada?), pero lo peor era que me importaba tres pepinos quién fuera el criminal, porque en el fondo esto no era más que una nueva versión del Orient Express, los Diez negritos o toda la caterva de imitadores baratos surgidos a su estela.

Y no me vengan con que Larsson quería denunciar la situación de la mujer o revelar facetas ocultas de la realidad sueca y que el molde de la literatura negra era sólo una estrategia, porque no cuela: Millenium es una obra de ficción, no un documental de denuncia social, y su interés se basa únicamente en saber qué pasa después, aunque eso suponga sacrificar hasta la más mínima coherencia o verosimilitud de la trama (por lo que sé del final de la segunda novela, lo de la resurrección balística y desenterramiento propio por parte de la amazona Salander no tiene desperdicio).

Al igual que las películas, las novelas de Larsson serán sin duda grandes artefactos de entretenimiento, pero por favor no saquemos eso de contexto, porque a este paso las facultades de Historia, Sociología, Psicología y hasta el Instituto de la mujer pondrán semejantes ladrillos best-sellerianos como textos de obligada lectura, estudio y posterior debate. Delirante.

domingo, 6 de septiembre de 2009

Top 8: Tetris


Inventado en 1985 por el ruso Alexey Pajitnov, Tetris nació ya desde su término como una combinación de elementos heterogéneos (su nombre procede del prefijo griego tetra- (pues todos los bloques del juego están compuestos por cuatro piezas) y el final de la palabra tenis, deporte favorito de Pajitnov.

Este geniecillo trabajaba entonces para el Centro Informático Dorodnicyn de la Academia de las ciencias de la antigua URSS, en Moscú. Su objetivo era diseñar un programa de entretenimiento basándose en operaciones matemáticas simples, y así fue como comenzó a crear una serie de fichas y un sistema de juego de eliminación por líneas conseguidas tan sencillo como efectivo.

A pesar de lo que muchos consideran, el éxito de Tetris no fue inmediato. Lanzado para todas las plataformas y ordenadores del momento, no fue hasta 1989 cuando se consolidó a nivel mundial. La llegada de la Nintendo Gameboy, una consola portátil que se convertiría durante más de una década en la más rentable de toda la historia, hizo que Tetris ocupase un lugar preferente en su línea de lanzamientos, con continuas revisiones de un filón que parecía inagotable. Gracias a Nintendo (quién si no), Tetris se convirtió en un juego de culto para niños y adultos, logrando cotas de adicción y diversión tan enormes que marcaría un antes y un después, dio origen a todo un género (el juego de puzzle) y ha sido desde entonces el referente ineludible para toda una colección de epígonos (Columns y Bubble bobble, entre otros muchos).

A diferencia de otros clásicos de la época, como Pong, Pac-Man o Mario, Tetris no sólo no ha desaparecido, sino que tampoco ha necesitado revoluciones en tres dimensiones para mantenerse en primera línea de batalla. Y no porque no se haya intentado trasladarlo a nuevos formatos, sino porque ninguno de ellos resultó convincente ni para los programadores ni para la audiencia, que rechazaba una remodelación tras otra para volver siempre a la idea inicial.

De hecho, a día de hoy, su versión original se mantiene con una salud envidiable y sobrevive en consolas portátiles, ordenadores y teléfonos móviles que se aprovechan de sus escasos requerimientos técnicos para ofrecer una jugabilidad sencillamente perfecta. Ya no es sólo que Tetris fuera un exitazo en su momento, especialmente a principios de los noventa, sino que se ha convertido en un juego eterno que sobrevive a modas y revoluciones tecnológicas.

P.d.: http://www.youtube.com/watch?v=G0LtUX_6IXY Sí, ya sé que no es el juego original, pero no me digan que no es un homenaje la mar de salado. Para los más puristas, véase http://www.youtube.com/watch?v=9qztXpa4e-I&feature=related

Top 9: Mario Kart


Lanzado en 1992 como una de las grandes novedades para SNES, Super Mario Kart pronto se convirtió en uno de los títulos favoritos del público. La idea era excelente: coger a la mascota de Nintendo y a los personajes de su universo, y ponerlos a todos a correr en una surrealista versión de los autos locos. Su aspecto desenfadado y endiablada dificultad hicieron las delicias del personal, que veía con satisfacción cómo consola tras consola, la saga se renovaba con nuevos circuitos y personajes.

Esta entrada sería injusta si se quedase sólo con uno de ellos. Es cierto que el primero aportó el mayor número de novedades y que el último, en Wii, es una delicia técnica, pero todos vienen a representar básicamente la misma idea de juego. Además, las últimas versiones han tenido el acierto de incluir circuitos de juegos anteriores, lo que da unidad y coherencia al conjunto. Por todo ello, recójanse todas las versiones de esta saga, que en cada uno de los casos son uno de los mejores juegos para su respectiva consola (las ya citadas y N64, GC, GBA, NDS, etc…), y todos a la parrilla de salida.

La mecánica del juego es bien sencilla. Se elige un personaje clásico de Nintendo, desde el fontanero bigotudo pasando por toda su corte de amigos (Luigi, Peach, Yoshi…) y enemigos (Bowser, Donkey Kong, Wario…), y a correr. Cada uno de los circuitos está plagado de atajos e ítems, así como de multitud de elementos interactivos que pueden entorpecer la carrera, como mareas, rocas volcánicas o animales que hacen de cada carrera una cuestión de habilidad y suerte (algo que a veces frustra, pero que engancha irremediablemente). Además, la variedad es sorprendente: desiertos, bosques, circuitos de competición, castillos, junglas, zonas heladas, playas, montañas… A esto se le suma un modo espejo, tres niveles de dificultad, modo multijugador y por si fuera poco las últimas versiones incluyen más de treinta circuitos y hasta modo on line. La repera.

Pero lo mejor de Mario Kart es que, independientemente de la versión que se tenga entre manos, es divertido a rabiar y tiene una jugabilidad a prueba de bomba. No cansa, no se repite y cada partida es una experiencia nueva y desternillante (y no hagan caso del aspecto infantil: es una trampa para alejar a pedantes y supuestos jugones maduros).

En suma, MK Resulta perfecto tanto para una reunión de amigos como para un experto solitario que quiera batir todos los récords, y a su enorme apartado técnico y jugable une un sello de calidad tan reconocible como escaso en el mundo de los videojuegos. Sólo Nintendo es capaz de hacer maravillas así.

P.D: http://www.youtube.com/watch?v=zvsfNQm87q4&feature=related Interesante vídeo que cuenta la evolución de la saga. Es una lástima que sólo lo haya encontrado en inglés (el tipo no para de hablar, pero las imágenes son curiosas). Por cierto, sáltense directamente al minuto 1:00, y así se ahorran el discurso de dos lamentables frikis que reconocen haber perdido sus empleos y juventud dándole caña al kart de Mario. Para el que quiera ver la versión de Wii, que es algo simplemente genial, aquí va otro enlace: http://www.youtube.com/watch?v=ZFoCm7QExs8

Top 10: Monkey Island 2



Lucasarts es uno de los grandes grupos de desarrollo de videojuegos de todos los tiempos. Principalmente conocido por su amplia gama de juegos derivados de la franquicia paterna, Star Wars, esta compañía tuvo una época dorada a principios de los noventa, donde se coronaron como los reyes del género de la aventura gráfica con joyas del calibre de Indiana Jones and the fate of the Atlantis, Day of the tentacle o Monkey Island 1 & 2. Cualquiera de ellos sería un digno representante de este top 10. Nos quedaremos, sin embargo, con la secuela de la isla del mono por ser, quizá, la más descacharrante, divertida, emocionante y jugable de todas.
Antes de nada, quizá deberíamos haber comenzado con una aclaración: ¿en qué consiste exactamente una aventura gráfica?
Por desgracia, es un género que anda de capa caída, quizá porque era perfecto para un tiempo en el que primaban más las ideas que los polígonos: se trata de un ejercicio de exploración e interacción con objetos y el entorno, obligando al jugador a encontrar la combinación adecuada para acceder a las siguientes áreas, con un interfaz muy sencillo que nos permitía realizar gran cantidad de acciones y donde los diálogos y las decisiones del jugador a este respecto cobraban una especial relevancia.
Del lado positivo, una aventura gráfica puede convertirse en un pasatiempo inmejorable, siempre que se avance de forma progresiva; de otro, puede ser una experiencia frustrante si uno se atasca, (y esto es más normal de lo que parece). Por último, toda la acción de estos juegos se controla con un puntero, con el que señalamos las acciones básicas (hablar, abrir, recoger, empujar, etc…). Con él desplazamos también al personaje por el área de juego, que está plagado de personajes con los que interactuar.
Hechas las aclaraciones, volvamos con los monos. Monkey Island 2 es la cumbre de las aventuras gráficas, un juego donde hay una lógica aplastante a pesar del surrealismo que predomina en diálogos, personajes e historia. Guybrush Threepwood, un pirata de poca monta, ha de reunir las piezas de un mapa y encontrar un tesoro que lo saque de su miseria, al tiempo que intenta evadir los ataques del siniestro pirata fantasma Lechuck y enamora a una guapa gobernadora. La exploración por las distintas islas del Caribe llevará al jugador a playas, selvas y pantanos vudú, hasta llegar finalmente a la fortaleza fantasma de Lechuck.
El surrealismo adquiere tintes antológicos en sus hilarantes diálogos o en situaciones tan sorprendentes como utilizar a un mono de manivela. Guybrush es un antihéroe en toda regla, que se pasa la mayor parte del juego engañando a los demás personajes y estafándolos para obtener los objetos que le permiten seguir avanzando, pero al mismo tiempo es entrañable y carismático, y uno no puede evitar cierta pena cuando le pasa algo malo (y esto también es más normal de lo que parece). Los personajes secundarios no le andan a la zaga, como el enterrador o el náufrago que enseña filosofía a su loro, y el enfrentamiento final con LeChuck, muñeco vudú mediante, tiene un desenlace sencillamente antológico.
MI2 halla precisamente su gran baza, más allá de su fabuloso diseño y excelente música, en un sentido del humor a prueba de bombas (a su lado, Piratas del Caribe es un drama de época), y ésa es su mayor virtud: concursos de escupitajos con el viento a favor, acertijos absurdos o pesadillas donde dos esqueletos dan claves del juego mientras bailan al son de la bossa nova son sólo algunos ejemplos de un juego realmente especial, colorido y con una música soberbia, que marcó el cenit y al mismo tiempo el fin de un género que, lamentablemente, podemos decir que ya no está entre nosotros (amén).

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Las montañas de Fuego

El martes 28 de julio saltaron todas las alarmas al detectarse varios focos de incendio en el valle del Tiétar, cerca de la localidad de Arenas de San Pedro. La situación era tan crítica que miles de personas, incluyendo varios campamentos que estaban situados en la zona, tuvieron que ser desalojados por precaución. A lo largo de los días siguientes, el fuego arrasó cerca de 5.000 hectáreas de bosque, ascendiendo hasta el mismísimo Puerto del Pico, que corona el valle a una altura de 1500 metros, y que quedó calcinado como si de un campo de batalla se tratara. Por si todo eso no fuera suficiente, al desastre ecológico hay que añadir dos víctimas mortales, una de las cuales se quedó defendiendo su hogar de las llamas, sin éxito.

Una vez sofocado el incendio, las autoridades llegaron a la conclusión de que había sido provocado, ya que estalló en puntos diferentes del valle con igual intensidad. En cualquier caso, el daño ya estaba hecho: nos encontramos ante una de las mayores catástrofes naturales que se recuerdan en la zona, que ha reducido un paisaje espectacular y lleno de vida a cenizas, dejando imágenes tan desoladoras como las que acompañan este texto.

A principios de mes tuve la inmensa fortuna de poder admirarlo aún en su esplendor, ya que por toda esa zona transcurrió buena parte de una ruta de supervivencia que me llevó, durante los días 6, 7 y 8 de julio de 2009, a cubrir la distancia entre Hoyos del Espino, Puerto del Pico, Senda de la Rubía y Puerto del Arenal. Allí pude disfrutar de uno de los espectáculos naturales más admirables de Gredos.

Hace sólo unos días contemplé los restos calcinados de aquella ruta, una escena que me dejó sin palabras pero, por encima de todo, profundamente indignado. Por todo ello, me gustaría sumarme al rechazo frontal contra la destrucción de nuestros parques naturales, que este verano ha sido especialmente intensa en España, y más aún si es resultado de una acción directa del hombre, deliberada, irresponsable y, por encima de todo, criminal.