lunes, 30 de enero de 2012

De crisis y desolaciones


Hace poco he recibido un comentario en el blog, preguntándome por qué motivo no he tratado todavía el tema de la crisis económica, de la situación del paro en España o de lo mal que está todo, en definitiva. Me pregunta, con un tono crítico y educado que agradezco sinceramente, cómo es posible que me dedique a diseccionar películas, videojuegos o a hablar de anécdotas con mis vecinos cuando temas tan acuciantes están ahora mismo copando las primeras planas en todos los medios de comunicación.


Es un buen argumento, no cabe duda. Es verdad que este país está atravesando por una de las peores situaciones económicas de las últimas décadas, donde cada día se destruyen más y más empleos. Es cierto que se está dando un auténtico drama en miles de familias que no tienen ingresos de ninguna clase (más de medio millón, en realidad), por no mencionar un paro juvenil alcanza ya casi el 50%, y todo ello coronado con esa cifra que ronda los cinco millones y medio de parados. Y quizá porque todo esto es así, en un país donde la justicia es, además, un chiste, donde cada día descubrimos que políticos y altos jefes de estado no hacen sino robar a destajo y de la forma más impune, por no mencionar escándalos como el de Spanair, quizá por todo ello no haya tenido hasta ahora muchas ganas de hablar de ello, pero mi lector (lectora, en este caso) bien merece, como mínimo, una reflexión por mi parte, por pequeña o limitada que sea la que pueda ofrecerle.


Conozco a alguien que trabaja en el INEM y que tiene una impresión sobre todo este asunto mucho más fiable que la mía, que a fin de cuentas parte de los mismos datos que cualquiera puede consultar en Internet o los periódicos. Me dice esta persona, con un desánimo importante, que en realidad esas cifras del paro están bastante trampeadas porque no tienen en cuenta a casi medio millón de personas que, estando en el paro, realiza cursos de formación para desempleados. Algo similar ocurre con el paro juvenil, que solo tiene en cuenta la gente de entre 18 y 25 años que no está estudiando, pero no se ocupa de aquellos que estudian e intentan sin éxito trabajar, así como de aquellos jóvenes que se tienen que marchar al extranjero porque aquí no encuentran trabajo. En total, la cifra de parados actualizada con estos nuevos criterios sobrepasa, holgadamente, los seis millones de parados. Una barbaridad, se mire por donde se mire.


Me llamó la atención escuchar el otro día en el análisis de la Encuesta de Población Activa que el único sector, el único, donde ha crecido un porcentaje mínimo de empleo es el agrícola. Ahora que los fondos para educación, investigación y desarrollo han pasado a formar parte de los cuentos de hadas, me parece significativo que este país dé pasos hacia atrás forzado por la situación económica. Porque estos movimientos, tanto de la gente joven que sale del país como de aquellos que hacen un éxodo de la ciudad al campo, no son sino el signo inequívoco de que el atraso del país se hará aún más notorio de lo que ya es. Y con la nueva ley del despido que el gobierno pondrá en marcha en cuanto tenga ocasión, casos como el de cierto ayuntamiento de la comunidad de Madrid, donde sus trabajadores llevan seis meses sin cobrar pero no son despedidos porque no hay fondos para pagar sus finiquitos, se van a resolver por la vía rápida (y barata). Mucho me temo que esta situación no solo no tiene visos de mejorar, sino más bien lo contrario.


¿Hay remedio para esto? De momento, el único que nos permiten atisbar es la austeridad, la austeridad y la austeridad. Pero el problema de la tan manida austeridad es que, lejos de mover el capital y generar riqueza con dicho movimiento, va a generar un estatismo que no veo cómo puede contribuir a la creación de empleo. Y con estos mimbres y el silencio de unos líderes que parecen mirar hacia otra parte o, en el mejor de los casos, esgrimir un discurso tan vacuo como instatisfactorio para aquellos que en estos momentos necesitamos aliento y firmeza, entiendo perfectamente que el ambiente general sea de desolación no solo por el pasado o el presente que vivimos, sino por el incierto futuro que nos aguarda en forma de recesión.

miércoles, 25 de enero de 2012

Cinefórum (16): El árbol de la vida

A pesar de haber obtenido la Palma de Oro en Cannes 2011, no parece muy probable que El árbol de la vida logre ninguna de las tres estatuillas a las que está nominada en los próximos Oscar (mejor película, director y cinematografía), que parece que irán a parar, como tantos otros premios, a The artist. No obstante, el solo hecho de estas nominaciones es un síntoma de buena salud para el cine, una excelente noticia que alivia el profundo pesar que ha dejado la recepción de la película en la audiencia de medio mundo.
No nos engañemos, El árbol de la vida no es una cinta fácil de ver y mucho menos de digerir. No está narrada de forma tradicional y exige del espectador un esfuerzo notable por adaptarse a un universo tan, tan particular que, en ocasiones, uno tiene más la sensación de estar viendo una mezcla de documental sobre naturaleza y evolución o recital bíblico y no tanto un drama familiar, que es lo que “se supone” que es. Quizá en estos tiempos de tanta palomita fácil y superhéroe en mallas, pedirle al público que aguante dos horas y media de reflexión sobre la vida, la familia y el sentido de la existencia es como exigirle al sol que salga por las noches; un imposible que, no obstante, sí ha encontrado un público y, sobre todo, una crítica que ha sabido reconocer las numerosas virtudes de la última obra de Terrence Malick.
La película cuenta la historia de una familia, los O’Brien, en diferentes épocas de su historia. La principal de ellas está situada en los años 50, y relata la infancia de los hijos bajo la dura mirada de su padre (un soberbio, contenido y pleno de matices Brad Pitt) y el único consuelo de una madre coraje (Jessica Chastain, en una interpretación sobrecogedora). Diez años después, hay espacio para el anuncio de la muerte de uno de los hijos, cuando tenía solo 19 años, y el estallido de dolor que provoca en la familia y que genera, en último término, el drama que sirve de base a la obra; un tercer momento nos lleva, por último, a la madurez en una época presente del hijo mayor de los O`Brien, Jack, interpretado por Sean Penn con su habitual talento. Sin embargo, la historia está contada con una sucesión de flash-backs y flash-forwards que impiden un seguimiento cronológico o tradicional de la trama, que en ocasiones se aleja tanto de la historia de la familia como para lanzarnos, ni más ni menos, al origen del universo y de la vida en la tierra o, ya al final, del mismo fin de todas las cosas.
Todo esto explica que aparezcan, entremezcladas con profundas reflexiones de la madre tras la muerte de su hijo, imágenes del espacio, supernovas e incluso dinosaurios, y remite en definitiva al título de la película, ese concepto según el cual toda forma de vida, pasada, presente y futura está íntimamente entrelazada como si fueran las ramas de un inmenso árbol. Una metáfora que encuentra respuesta en los paralelismos, hábilmente mezclados, de imágenes espaciales con el interior de un útero, algo que dicho así suena horrible pero que, sin embargo, funciona.
Y es que todo este material, que quizá en otras manos se hubiera convertido en un verdadero desastre, aquí, en las de este director, no lo es en absoluto. Al margen de la excepcional selección de actores que interpretarían la historia, Malick se rodeó de un equipo artístico fabuloso, con apuestas tan arriesgadas como Douglas Trumbull, un especialista en efectos visuales que llevaba 30 años alejado de Hollywood y que aceptó la propuesta de un director que le pidió, casi en forma de súplica, que no convirtiera su cinta en un batiburrillo digital. Dicho y hecho: Trumbull se dedicó, entre otras cosas, a verter leche por un embudo en un recipiente estrecho, grabándolo todo con una cámara súper rápida equipada con unas lentes especiales, y con recursos como este logró algunas de las imágenes espaciales más impactantes de los últimos años. A talentos como este se sumó el de Emmanuel Lubezki en fotografía, que convierte cada imagen en pura poesía visual, y el del omnipresente Alexandre Desplat en la banda sonora, que compone un monumento musical a la altura de la película.
No obstante, el mérito mayor de todo este conjunto de talentos recae en Malick, que logra atrapar al espectador en una fascinante conjunción filosófica, religiosa y mitológica donde, por encima de todo, se produce ese canto al amor maternal, al vínculo inquebrantable entre padres e hijos, entre hermanos o entre cualquiera que pueda llamarse ser querido y cuya presencia retumba en los recovecos de la memoria durante toda una eternidad. La atención por el detalle, las ventajas de rodar toda la cinta con luz natural y cámaras de mano y el cuidado exquisito en cada plano hacen de El árbol de la vida un auténtico festín audiovisual, una experiencia renovadora que, más allá de la catarsis final de sus personajes, provoca el deseo de que los cineastas sigan tomando decisiones tan arriesgadas como esta, porque siempre habrá un público esperándolas para salir de la notable mediocridad cinematográfica en que nos encontramos. (Sí, a Los descendientes y su incomprensible encumbramiento me remito, entre otros muchos desmanes).



lunes, 23 de enero de 2012

TOP 17 Nueva Generación: Assassin's Creed Ezio Trilogy

En 2007, Ubi Soft lanzó al mercado Assasin’s Creed, un juego que, si bien llamó la atención por algunas virtudes destacadas (gráficos, ambientación, originalidad), no despertó pasiones por tener algunos defectos importantes. La historia nos ponía en la piel de Desmond Miles, un hombre corriente que era llevado a las oficinas de una empresa misteriosa para someterse a unos experimentos. En dichas sesiones, se colocaba en una máquina llamada Animus, que enlazaba su mente con los recuerdos de antepasados suyos y, en concreto, con un asesino medieval llamado Altair.

El jugador controlaba a Desmond en una serie de momentos intermedios de la historia central, que era la que llevaba a Altair a recorrer ciudades como Jerusalén, Acre o Damasco, todas ellas recreadas con un detalle espeluznante y con una enorme sensación de vida en sus calles, barrios y periferia. Altair debía cumplir una serie de operaciones iniciales antes de localizar a sus víctimas (los malvados templarios, infiltrados en los puestos más altos de la administración tanto de Ricardo Corazón de León, en el bando cristiano, como de Saladino, en el musulmán). Luego regresaba al imponente castillo de Masyaf, base de operaciones de los asesinos, y recibía el siguiente encargo, que le permitía ampliar un arsenal que tenía en la hoja oculta un recurso excelente y lleno de posibilidades de acción.

Si aquel juego no llegó a romper barreras fue porque, entre otras cosas, su sistema de combate era mejorable, la cámara te dejaba vendido en momentos clave y, fundamentalmente, porque todos los asesinatos seguían un esquema idéntico y las ciudades, más allá de los crímenes, ofrecían escasas posibilidades de juego. En cualquier caso, se trata de un sandbox medieval que permite una gran libertad en todos sus espacios, y que ofrece una ambientación única a la hora de recrear templos, barrios y espacios naturales. No hay un juego medieval que lo supere a día de hoy, y eso ya es mucho.

A pesar de todo, Ubi Soft tomó buena nota de las críticas recibidas antes de lanzar al mercado en 2009 la secuela, Assassin’s Creed II. Desmond seguía estando presente, pero con mucho menos protagonismo, que esta vez recaía en Ezio Auditore, un asesino en la época del Renacimiento italiano que tiene ni más ni menos que a la familia Borgia como principal enemiga. Florencia y Venecia sustituyen a las ciudades anteriores, con un lujo de detalles asombroso y unas posibilidades gigantescas de acción. Sobrevolar la plaza de San Marcos, por ejemplo, con uno de los inventos de Leonardo da Vinci (secundario de lujo de la trama) es una experiencia apabullante, y esto es solo la punta del iceberg de un juego donde las misiones son mucho más variadas y no siguen un esquema repetitivo.

Ahora hay asesinatos enlazados con la trama principal, otros opcionales y misiones de diferentes gremios, como ladrones o cortesanas; a esto suma nuevas habilidades que antes se echaban de menos, como nadar o robar armas a los enemigos, y los combates son más dinámicos y emocionantes. El jugador encuentra descanso a tanta batalla en los templos, donde debe recuperar llaves que dan acceso a la legendaria armadura de Altair, y que ofrecen exploración, saltos y emoción a partes iguales (además de permitirnos visitar recreaciones de interiores de catedrales, de una calidad gráfica asombrosa). Por último, la posibilidad de controlar una villa y hacerla crecer con esfuerzo, dinero y tiempo sumaba aún más puntos a un juego que, esta vez sí, conquistaba a crítica y público.

A partir de aquí comienza una polémica, a mi juicio bastante absurda, con la política de secuelas que llevó a cabo la empresa canadiense. Los dos siguientes juegos, Assasin’s Creed: la hermandad (2010) y Assassin’s Creed: Revelations (2011), continúan la historia de Ezio hasta sus últimos días, en lugar de introducir otras épocas y personajes, que es lo que el público mayoritario reclamaba. Se los acusa de estirar la trama innecesariamente, de agotar al jugador y de no aportar suficientes novedades.
Pues bien, después de haberlos completado todos al 100%, esta me parece una crítica injusta con los méritos de juegos que, en definitiva, no son sino ampliaciones sobresalientes de una secuela cuya historia reclamaba más información (su final es tan abierto que casi no lo considero como tal). Al margen de las numerosas aportaciones que hacen a la saga, en especial la primera expansión es imprescindible para entender la trama del juego, y en ese sentido no cabe más protesta y sí un análisis a conciencia de lo que ambas suponen, respecto de la segunda parte.

La hermandad introdujo dos novedades que dieron un impulso cualitativo importante: el multijugador, que antes no existía, y la posibilidad de reclutar a otros asesinos, que el jugador podía enviar a misiones por toda Europa para que ampliaran sus condiciones, equipo y capacidad, y que luego podía emplear en el propio juego como ayuda en momentos de necesidad. Esto ampliaba las posibilidades de juego, y enfrentaba a verdaderos batallones de combate, lo que dotaba al juego de una tensión aún mayor en estas escenas.

Roma, ciudad atisbada pero poco más en la segunda parte (aparecía, de pasada, en la escena final) es ahora el escenario principal de juego, y se trata de una ciudad gigantesca en todos los sentidos, con el imponente Coliseo como gran reclamo, que es necesario recorrer a caballo y que el jugador puede mejorar invirtiendo en diferentes tiendas y establecimientos (cuadras, sastrerías, bancos, herrerías, monumentos, etc...) Por cierto, no hay mejor caballo en los videojuegos que éste: Zelda o Shadow of the Colossus parecen bocetos, a su lado, y eso casi roza el sacrilegio). En el apartado argumental, La hermandad resolvía la trama de Ezio contra la familia Borgia, que había quedado abierta de la segunda parte, y orientaba la saga en la trama de Desmond en nuevas e interesantes sendas.

Revelations, por su parte, traslada la acción a Constantinopla, donde un avejentado Ezio debe resolver los misterios concernientes a su antepasado Altair, al que el jugador vuelve a controlar en momentos puntuales para seguir sus últimos días como líder de los asesinos. Desmond, por su parte, se encuentra perdido en una especie de reducto de la mente en forma de isla fantasmagórica, donde debe recomponer las piezas de su memoria en un minjuego de saltos y puzzles en primera persona de una calidad asombrosa. No obstante, la acción recae mayoritariamente en Ezio y, en menor medida, en Altair. Constantinopla, la ciudad principal de Revelations es una verdadera pasada, llena de luz, vida y color, y el adiestramiento de los reclutas o el sistema de tower deffense de las bases asesinas dota al juego de elementos estratégicos que antes no existían y que se agradecen. La acción es imparable salvo en los templos, que de nuevo permiten un descanso entre espadazo y espadazo, y donde destaca la Catedral de Santa Sofía, todo un monumento a la arquitectura del videojuego. Por su parte, el final es lo suficientemente satisfactorio como para dar respuesta a preguntas clave y cerrar, ahora sí, las historias de Ezio y Altair como correspondía. Para alguien que ha seguido con tantísimo interés la trama de la saga, conocer el desenlace de la historia de Altair resultó emotivo hasta un punto difícilmente explicable para tratarse de un videojuego.


A todas estas virtudes, Revelations suma escenarios como la isla mental de Desmond o la ciudad de Capadocia, excavada en el interior de una montaña, que deberían figurar, junto a Venecia y Constantinopla, entre las creaciones gráficas más excepcionales de esta generación de consolas. Del mismo modo, cabe destacar por encima de otros aspectos fabulosos, como el sonido o la ambientación de las ciudades, la cuidadísima banda sonora de Jesper Kyd para todos y cada uno de los juegos, que no tiene rival en esta generación ni en ninguna otra y que ofrece momentos realmente sublimes, como el tema de Jerusalén del primer juego, los dedicados a Venecia en el segundo o los finales tanto de La Hermandad como de Revelations, una lección magistral de cómo emplear música de altísima calidad en un videojuego.

En general, la trilogía de Ezio es un gran, inmenso e impactante juego que permite al jugador trasladarse a épocas inéditas en la historia de los videojuegos, y su hábil combinación de aventura, acción y libertad de exploración otorga al jugador unas posibilidades que solo Red Dead Redemption o, GTA IV han conseguido, aunque con matices muy diferentes que ya veremos en próximas entregas del Top 20. Assassin’s Creed II y sus expansiones ofrecen una experiencia de juego sobresaliente, con un control impecable, una cámara muy buena y una historia que deja en pañales a cualquier otra, cargada de diálogos brillantes y situaciones tensas y efectivas. La investigación sobre los templarios y el fruto del edén a través de los tiempos es fascinante, y los cientos y cientos de misiones otorgan una vida larguísima a los juegos, con una variedad de situaciones que tiene en Revelations algunos momentos soberbios, como la persecución al bote de explosivos o el parapente en la batalla de carros final, y con los vertiginosos saltos de fe en todos los juegos (caídas libres desde alturas impresionantes) tras escaladas imposibles como seña de identidad de una saga esencial en los videojuegos.

Pero es sin duda el sentimiento de crecer junto al personaje donde el jugador encuentra la conexión fundamental con la historia. Desde el nacimiento de Ezio hasta sus últimos días, vamos aumentando nuestro conocimiento del universo de Assasins’ Creed, y con ello acompañamos al protagonista desde su condición de joven impulsivo hasta el líder sereno, sabio y paciente con que concluye su largo periplo. Las escenas finales son de una gran carga emotiva, porque nosotros, como él, hemos llegado al final de un largo, costoso y fascinante viaje a lo largo de media Europa, y eso es algo que solo un juego había conseguido hasta ahora (e incluso este, en menor medida: los que me leen ya saben a qué Zelda me refiero).

No sé cómo será Assasin’s Creed III, ni qué época o personaje principal tendrá (hay quien habla del Japón feudal, el Egipto antiguo o de la Revolución francesa, tanto da, aunque el final de Revelations apunta a Estados Unidos), pero en cualquier caso los logros obtenidos por la trilogía de Ezio, y en menor medida por el primer juego, ofrecen suficientes alicientes y virtudes como para coronarlo como  uno de los reyes indiscutibles de esta generación de consolas.


lunes, 16 de enero de 2012

La estafa del bilingüismo


Durante muchos años, el sistema educativo español ha tenido en el aprendizaje de los idiomas un punto débil clamoroso. Estudiantes de diferentes comunidades salían de sus estudios medios sin saber prácticamente nada de inglés, francés o alemán, con nociones muy elementales de sus gramáticas pero sin la capacidad de expresarse o comprender mensajes orales con fluidez alguna. Más allá de nuestras fronteras, nuestro peculiar acento y nuestra, en teoría, incapacidad para los idiomas, era y es notable objeto de burla.

Haríamos mal en pensar que se trata de un mal contemporáneo: en tiempos de los reyes católicos los diplomáticos españoles eran conocidos en la corte europea por su supuesta discreción y prudencia, cuando en realidad lo que ocurría era que dichos embajadores desconocían por completo el latín, y no digamos ya las lenguas vernáculas de los lugares donde tenían lugar dichos encuentros.

Quizá con la sana intención de resolver de una vez por todas esta situación, que tanto dificulta las relaciones comerciales y laborales con otros países, las diferentes comunidades autónomas han decidido implantar el sistema de los colegios e institutos bilingües, con programas de inmersión mucho más complejos que las tradicionales clases de idiomas. Estos programas contemplan la enseñanza de otras materias en inglés, francés o alemán, como por ejemplo la Historia, la Biología, la Educación Física o la Música. Sólo Matemáticas y Lengua Castellana permanecerían ajenas a este sistema (salvo en Galicia, País Vasco y Cataluña, donde la existencia de sus diferentes lenguas oficiales dificulta aún más esta situación, ya que allí se hablaría de trilingüismo, si es que tal cosa existe).

Ahora bien, a partir de aquí surgen algunas incógnitas que nadie, de momento, ha logrado resolver. Parece lógico pensar que para lograr que un estudiante sea bilingüe, hace falta un profesor capaz de enseñarle la materia que sea en el idioma objeto del bilingüismo. Sin embargo, lo único que ofrecen las comunidades a los profesores españoles que no saben ni una palabra de estos idiomas es un mes, en verano, para estar en Canadá, Inglaterra, Francia o Alemania. Y se acabó. Al curso siguiente, estos profesores, gente que a lo mejor tiene 40, 50 o incluso 60 años, que en su vida han estudiado dichos idiomas o que, en el mejor de los casos, tienen el pobre conocimiento del que hablábamos al principio del artículo, han de obtener una habilitación y deberán entrar en una clase a explicar, pongamos por caso, el reinado de Felipe II, la estructura de la célula o la vida de Mozart en perfecto inglés, francés o alemán.

Como única respuesta ante semejante desmán, existe una segunda posibilidad: desplazar de los centros a dichos profesores y sustituirlos por otros que estén supuestamente capacitados o que, directamente, provengan de otros países y sean nativos de dichos idiomas. Ahora bien, estos profesores irlandeses, belgas o de donde sean, ¿habrán recibido formación, por ejemplo, en el reinado de Felipe II? ¿Sabrán explicarles el mayorazgo o el motín de Esquilache a alumnos de 2º o 3º de la E.S.O. en un idioma que no es el suyo? Yo, personalmente, tengo mis dudas al respecto.

El bilingüismo es un asunto demasiado serio como para tomárselo a la ligera. Hemos mencionado antes los casos de Galicia, Cataluña o el País Vasco, donde sí hay alumnos bilingües porque existen dos lenguas vivas que están en permanente uso, ya sea en casa o en la escuela, la radio o la televisión, los libros o cualquier conversación de la calle. Una persona bilingüe de estas comunidades puede expresarse en cualquiera de sus idiomas de dominio porque, además de la práctica diaria y constante, tiene los referentes adecuados para aprender dichos idiomas (profesores, las familias, los amigos). ¿Es ese el caso de la nueva reforma del bilingüismo? Evidentemente, no, siempre y cuando los profesores sean las personas sin experiencia ni recursos que hemos dicho antes, y estos son los que, en teoría y con todo el respeto del mundo, han de dirigir esta reforma en tan dudosas condiciones.

Si yo fuera un padre con hijos en el sistema educativo actual, me plantearía estos y otros asuntos aún más problemáticos. Por ejemplo, si quizá estos programas no solo no resolverán el problema de los idiomas, sino que en el colmo de los colmos, podrían llegar a provocar que los niños salgan del instituto sin saber nada o prácticamente nada de Historia, Biología o Música, asignaturas en las que ya suficientes dificultades tienen en su propio idioma para leer, resumir o explicar por escrito en un examen. Y lo que es peor: ¿de verdad piensan hacernos creer que por dar cuatro asignaturas en estas condiciones nuestros hijos saldrán siendo bilingües y tendrán ya el futuro garantizado? No nos engañemos: un alumno que asiste a X horas de clase a la semana en un idioma que le enseñan mal, ni aprende el idioma ni aprende nada de la asignatura en cuestión, con lo que el beneficio no aparece por ningún lado.

Pero además de todo lo dicho, existe otro factor determinante que es el que, en realidad, está dando verdaderos quebraderos de cabeza a los centros que se plantean implantar el bilingüismo: dado que aquellos centros que tengan programas de sección en idiomas tendrán más horas lectivas y que la dificultad de muchas de estas es muy superior por el factor del idioma, su exigencia académica será, lógicamente, mayor. Eso implica que los alumnos más estudiosos pasarán sí o sí por este camino, de modo que una localidad que tenga dos o tres centros verá pronto que los que tengan sección bilingüe se llevan a los mejores estudiantes, provocando un elitismo académico impropio de un sistema educativo público. El centro que no implante el bilingüismo, ya sea porque no quiere o porque no puede tenerlo, estará condenado a convertirse en un gueto, con los alumnos peores y más conflictivos, y con el nivel académico más bajo que se pueda imaginar.

De modo que ya ven, aunque en definitiva el artificio del bilingüismo no sea sino otro invento más de las autoridades educativas, otro barniz más que maquille las deficiencias de un sistema educativo que hace aguas en muchos aspectos, (pero que por increíble que parezca, todavía se puede empeorar más), y aunque de todo eso sean conscientes los centros y no pocos padres, a todos ellos no les queda más remedio que pasar por el aro, porque lo contrario sería, literalmente, enterrar en vida sus horizontes laborales y educativos.

Y a todo esto, ¿alguien ha pensado de verdad en los alumnos? Por lo que se ve parece que no, y que seguirán condenados a que cuando viajen al extranjero sigan pareciendo, a ojos foráneos y en el mejor de los casos, todo un ejemplo de discreción y prudencia.

lunes, 9 de enero de 2012

Sobre libros electrónicos


Hace ahora ya algunos siglos, cierto invento revolucionó la difusión de la cultura y la ciencia como hasta entonces jamás se habría imaginado. Hasta entonces el libro, tal y como lo entendemos hoy, no existía salvo en formas, tamaños y formas de producción radicalmente opuestas a las de la actualidad. Se trataba por lo general de reproducciones artesanales, hechas a mano por copistas expertos en monasterios, y almacenadas bajo llave dado su extraordinario valor. Pocos o muy pocos tenían acceso a dichos libros, en un universo prácticamente analfabeto más allá de los muros de esas antiguas bibliotecas.

La imprenta de Guttenberg terminó con todo eso de golpe y porrazo, porque solventó todos y cada uno de los problemas que planteaba el libro manufacturado. Su producción era automática, las copias eran idénticas al cien por cien y permitía unos beneficios económicos, lógicamente, mucho mayores. Prácticamente todos los ámbitos del saber salieron beneficiados, y así la Biblia, el Quijote, Hamlet, El discurso del método, La evolución de las especies… cualquier obra, sacra o profana, de cualquier género que se preciara, era susceptible de convertirse en un best-seller y de propagar las ideas de sus autores hasta los confines del mundo conocido.

Mucho tiempo después, llegó una revolución tecnológica que, desde hace ya bastantes años, lleva prediciendo el fin del libro y el comienzo de una nueva era, en virtud de un cambio que estos profetas del lenguaje binario comparan con la imprenta en cuanto a su alcance y difusión. Primero con el llamado papel digital, pasando por libros electrónicos o las más modernas pantallas táctiles, el caso es que cada año se escucha el mismo vaticinio que, no obstante, parece que se resiste a implantarse.

Vaya por delante que la idea de tener toda mi biblioteca en un aparatito más ligero que un libro de bolsillo me parece de lo más tentadora, especialmente si, como los cachivaches más modernos, me ofrecen una pantalla que no me cansa la vista (sin brillos de esos raros al viajar o leer con luz natural) y tienen un manejo fácil e intuitivo. El problema del espacio que ocupan los libros es algo realmente serio para alguien que los consume con cierta frecuencia, porque llega un momento que uno no sabe dónde meterlos (y ya de mudanzas mejor no hablemos) y este invento podría ser una solución práctica y fiable.

Ahora bien, creo que el libro electrónico tiene que persuadir al usuario con algo más que fríos datos acerca de su capacidad, potencia o lo que sea que nos quieren vender como último grito en la cuestión (véase el reciente Kindle) y, por encima de todo, tiene que convencer al público lector de que lo que ofrece es cualitativamente superior al libro en formato físico, y no empecinarse tanto en reproducir las sensaciones del libro, que es algo que solo el libro puede ofrecer. ¿Por qué ese empeño en que pasemos las páginas de una pantalla? ¿Por qué reproducir tamaños, letras y tipografías de los libros? Al paso que vamos, terminarán por sacar un e-book con encuadernación incunable y que eche aromas a pliego barroco, a ver si así convencen a los románticos del papel impreso.

Es un absurdo. Guttenberg no tenía ningún interés en reproducir los pergaminos o los manuscritos medievales, porque eran algo obsoleto y caduco. Si realmente los libros electrónicos pueden, (y yo creo firmemente que sí), sustituir al papel, sus empresas desarrolladoras deben reorientar su estrategia y centrarse en ofrecer un producto tecnológicamente avanzado que nos haga olvidar al libro (y ya de paso salvar unos cuantos miles de bosques). Sé que no es fácil, pero no hay más que ver las tortas que se está llevando la industria librera en España por el tema de los precios en formato físico y digital para saber que hay un mercado en potencia esperando a que alguien dé con la tecla que permita su desarrollo.

¿Cuál es el problema que hay detrás de todo esto? El miedo. Las editoriales están paralizadas por el horror, pensando en que su forma de producción va a desaparecer y con ello todos sus beneficios. Ahora mismo un autor puede publicar su obra a través de Amazon, por ejemplo, y ganar un euro por libro (mucho más de lo que ganaría vendiéndola a través de la editorial). Para muchos escritores noveles, publicar ya no será ese laberinto que en España llevaba a muchos a publicar primero en vasco o catalán, donde hay más facilidades, para que luego llegaran traducidas, paradójicamente, a su idioma original. El futuro podría plantear un escenario donde no haya editores a los que haya que convencer o lectores de pruebas o incluso censores que hagan críticas demoledoras que lleven tu novela al cajón del olvido. El crítico sería, en ese contexto hipotético, el lector, que sería el que daría con el beneplácito de su compra el visto bueno o malo a la obra de turno.

Y si a nivel cultural estas hipótesis resultan más que apetecibles, a nivel académico y científico las ventajas son tan apabullantes que no sé ni por dónde empezar. Los servicios interbibliotecarios entre universidades, la difusión de artículos en revistas digitales, publicaciones de tesis, proyectos de fin de carrera, trabajos, etc. Ya sé que todo esto está ya en marcha en muchos campos, pero si a ello se le sumara el desarrollo del libro digital… Imagínense poder consultar cualquier documento de las bibliotecas nacionales de los países más importantes desde un e-book. Investigadores de todo el mundo darían su brazo derecho por algo así.

Es cierto, como me objetaron un día unos buenos amigos que no hay que confundir lecturas con consultas. Nadie duda de que manejar el diccionario de la RAE en su página web es más rápido que en sus pesados volúmenes, (no digamos ya enciclopedias o similares), pero hasta el momento todavía no ha salido (o yo al menos no he visto) un equivalente para una novela de lectura tranquila y reposada. Y desde luego, parece que en castellano está todo, o casi todo, por hacer. Pero qué quieren que les diga, yo solo de pensar que un día pueda leer cómodamente una obra literaria, de la época o país que sea, en un formato que me permita consultas de diferentes versiones y en distintos idiomas, además de la opinión de los críticos ante ciertos aspectos de dichas obras con solo apretar un botón… pues igual tienen razón, estos profetas digitales, y es verdad que Guttenberg tiene los días contados. Ojalá sea así.

lunes, 2 de enero de 2012

Mis adorables vecinos




Cuando en su momento me planteé la idea de independizarme, una de las posibilidades que rechacé de plano fue la de una vivienda aislada, tipo chalet, primero por motivos económicos pero, fundamentalmente, porque no me atraía nada la sensación de desamparo que me provoca ese tipo de viviendas. Una de las grandes ventajas de vivir cerca de otros es que están ahí, para bien o para mal, y quizá en más de una ocasión puede resultar importante contar con su ayuda, asistencia o simplemente compañía.

A fin de cuentas, siempre es agradable saludar y que te saluden cuando entras o sales, compartir penas del cansancio a final de curso o incluso sobre los rigores del invierno, la crisis o el asunto que se tercie. Y hay algo en muchos de nosotros (aquí no me atrevo a generalizar) que quizá remita a ese animal político del que hablaban los griegos, en su sentido social, que va buscando de forma directa o indirecta las relaciones con los demás.

No obstante, todos estos presupuestos teóricos comienzan a difuminarse cuando uno los lleva a la práctica y comprueba que, con honrosas excepciones, las relaciones entre vecinos no son siempre las que uno desearía. Es más, llega a suceder que, con bastante frecuencia, lo que uno desearía realmente es poder mandar a ciertos vecinos a ciertos confines del polo norte.

Pensaba en esto el otro día cuando, a las tres de la mañana, mi adorable vecino de al lado estaba sometiendo su cuerpo a una maratón de Juego de tronos, serie que cuenta con (casi) todas mis bendiciones pero que, estarán de acuerdo conmigo, no es la mejor idea a ciertas horas y a un volumen a todas luces desproporcionado. Hay que añadir a esto que mi adorable vecino lleva la friolera de tres meses con semejantes hábitos, que por cierto ha heredado también su retoño y que pone en práctica siempre que se ausenta el progenitor, de modo que, sea la época que sea, siempre tenemos alegría y jolgorio garantizados a cualquier hora de la noche.

Y decidí que ya estaba bien. Al poco de instalarme tuve que soportar la falta de educación de un vecino que subió a echarme la bronca porque en una única ocasión aparqué mi coche pisando levemente la línea de separación con su zona de aparcamiento, así que teniendo tres meses de razones me sentí investido de la suficiente autoridad como para reclamar un poco de silencio.

Mientras iba para su puerta recordé otros incidentes de esta nueva comunidad de vecinos a la que pertenezco, donde ocurren cosas tan magníficas como que me hayan dicho que no hay escalera que dé acceso al garaje, o que la misma gente que te saluda dentro del portal no necesita dar más que un paso fuera para olvidarse de que existes (aunque te vean y sepan perfectamente quién eres), los restos de basuras en ascensores y pasillos, las discusiones en la puerta del garaje a voz en grito y qué decir, ya para terminar, de los bandos de nuestro eximio presidente, donde se advierte a los vecinos que abren los buzones de los demás que han tenido que instalar cámaras para evitar la apertura de cartas ajenas, o que dejar que sus no menos adorables perritos se caguen u orinen por todas partes está multado con hasta 1500 euros. (Dejo fuera el último comunicado, donde se rogaba que no se tiraran preservativos al retrete porque ya íbamos por el sexto desatascado de cañerías en tres meses, porque las cifras de dichos preservativos me hicieron pensar más en un lupanar que en un edificio respetable).

Pueden imaginarse que mi adorable vecino de al lado no abrió finalmente la puerta, a pesar de que estuve 20 minutos tratando de atraer la misma atención que su televisor con insistentes llamadas a su timbre. No obstante, con esa infructuosa visita y una amenaza indirecta, a través de mi eximio presidente, de llamar a la policía la próxima vez que tenga a bien ponerme al corriente de lo que dicen los sujetos de Sálvame Deluxe, espero que sea suficiente para, al menos, poder conciliar el sueño por un tiempo.

Un sueño que, forzoso es reconocerlo, y siempre que la crisis y mis medios lo permitan, espero poder alcanzar dentro de un tiempo en una aislada, tranquila y relajante vivienda en las afueras de cualquier lugar habitado.