lunes, 28 de febrero de 2011

El hombre más sabio del mundo




Cuentan que un niño tenía como máxima ilusión conocer a la persona más sabia del mundo. No sabía por dónde comenzar su búsqueda de conocimiento, por lo que acudió al único lugar que le pareció apropiado: la biblioteca de su pueblo.


Allí trabajaba el señor Olivier, un hombre algo mayor, paciente y educado, que escuchó atentamente las palabras del muchacho.


- ¿Sabe usted dónde puedo encontrar al hombre más sabio del mundo?


- Es posible. Pero antes de presentártelo, cuéntame por qué quieres conocerlo.


Y el niño le contó que había muchas preguntas que nadie había sabido contestarle nunca, como por ejemplo adónde vamos cuando morimos, o si en todos los lugares del universo existe la misma fuerza de gravedad. El bibliotecario escuchaba, acariciando su barba, hasta que de pronto alzó su mano y se puso a mirar atentamente a su alrededor en busca de un libro. El niño estaba gratamente sorprendido de que aquel hombre no se hubiera reído de él, como solían hacer todos aquellos con quienes había tenido la mala idea de compartir su sueño, así que se sentó y espero a que volviera.


Y a diferencia de lo que esperaba, el señor Olivier no vino cargado con una torre de libros o con una pesada enciclopedia sino, muy al contrario, con un mapa. Y cuando lo puso frente a él y comprobó su cara de decepción, el señor Olivier dijo algo que quedaría grabado en la memoria del chico durante el resto de su vida:


- Aquí puedes leer todos los libros que quieras, siempre podrás hacerlo, pero ahora mismo tu espíritu necesita algo más que tinta sobre papel. Este mapa que ves aquí no es uno corriente: es un mapa de coraje.


Y como el niño lo miró pensando que a lo mejor el loco de los dos era el señor Olivier, el bibliotecario continuó con su explicación:


- En este mapa hay señalados lugares, sitios a los que nunca nadie ha llegado, y no por pereza o desgana, sino porque no han tenido el valor suficiente como para emprender esa tarea. Hagamos un trato: cada vez que consigas llegar a uno de estos lugares marcados, vuelve aquí y yo te daré un libro para que te entretengas en tu siguiente viaje.


El niño asintió, no demasiado convencido, y salió de allí con más preguntas que respuestas. Sin embargo, al abrir el mapa, comprobó que indicaba un lugar no lejos de donde se encontraba. Y cuando hubo llegado y volvió, el bibliotecario le entregó el primer libro.


Y así, día tras día, ambos siguieron honrando aquel pacto de caballeros que se prolongó durante muchos años. Y así, al niño le siguió un joven igualmente ilusionado, que comenzó a hacer viajes cada vez más lejanos, mucho más allá de las fronteras de su provincia. Y, más tarde, a aquel joven le sucedió un adulto entusiasmado por conocer, que leyó aún más libros en sus viajes por otros continentes.


Finalmente llegó un día, una hermosa mañana de primavera, en la que un anciano viajero entró en la biblioteca y preguntó por el señor Olivier. Y la encargada que trabajaba allí le dijo que hacía dos meses que había fallecido.


Apenado, el viajero fue de todos modos hasta el antiguo escritorio del bibliotecario, con la esperanza de encontrar allí un último libro. Y, para su sorpresa, sobre el despacho no había otra cosa que una carta, que decía lo siguiente:



“Si has llegado hasta aquí, significa que tu sueño se ha cumplido: enhorabuena. Ya no hay más lugares que conocer, ni más libros que leer. Mira frente a ti y conocerás al hombre más sabio del mundo”.



Cuando el viajero alzó la mirada se vio reflejado a sí mismo en el cristal de la oficina, y sonrió para sus adentros. Luego, con mucho cuidado, dobló y guardó el sobre en su bolsillo, junto al mapa, y salió de allí con la firme intención de dedicar sus últimos días a poner algo de orden en aquella biblioteca. A fin de cuentas, no todo el mundo estaba preparado para semejante labor.

domingo, 6 de febrero de 2011

Quiero besar esos labios...




Quiero besar esos labios tan puros,


ser el testigo de tu aura al albor;


anhelo el contacto contigo en ardor


vibrando los dos en deseos oscuros.



Quiero sentir nuestros cuerpos en danza,


verlos bailar al calor de los sueños;


tornen los aires del norte en sureños


mis ojos bebiendo tu alma de lanza



y alcen violines del tiempo sus alas


si entonas conmigo tan gran melodía,


siendo la envidia de Helios y Palas



tu arco de oro y tu excelsa armonía,


cáliz de plata que brilla en las salas


del templo que a Eros brindamos un día.