lunes, 18 de julio de 2011

Todos los recuerdos fueron buenos




.Cuando llegué al comedor y vi el panorama que había allí, reconozco que me quedé algo sobrecogido. Hacía mucho tiempo que no veía a tantos niños llorando por una misma causa. Cuatro años, para ser exactos.



.Uno de ellos estaba sentado, solo y abatido, en una esquina. Me acerqué a él y nada más verme se me abrazó. Parecía que no hubiera palabra en el mundo capaz de apartar de sí esa tristeza que lo invadía, pero yo tenía al menos que intentarlo, y así lo hice.



.Comencé diciéndole que en realidad, la marcha de aquella monitora que tanto querían todos no era una mala noticia en todos los sentidos. Desde luego que todos íbamos a extrañar (y yo el primero) aquel buen humor, aquella actitud siempre tan positiva y con aquella capacidad de resolución que tantos problemas y dificultades habían allanado los cinco años anteriores. Desde luego que cada nueva formación sin ella ya no sería lo mismo, que cada noche en que fuéramos a dormir o cada mañana al levantarse ya no sería su voz la que nos deseara buenas noches o buenos días con aquella energía tan contagiosa como necesaria. Desde luego, en fin, que su salida del grupo dejaba un vacío que en ese momento, en aquella noche de lágrima y desconsuelo, a muchos se nos antojaba imposible de llenar.


. Sin embargo, continué diciéndole, no todo eran motivos para el desaliento. Él, por ejemplo, podía presumir de haber sido uno de sus niños durante más de tres años. Durante todos esos días y campamentos de verano, él había sido uno de esos afortunados en compartir tiempo, juegos y veladas con aquella monitora de trato exquisito, que se desvivía por todos y cada uno de los que de ella dependían. Él podía presumir de haber escuchado sus sabios consejos, sus palabras de ánimo en los momentos más tristes o sus felicitaciones en aquellos soleados días de promesa. Él la había visto brillar con luz propia en las veladas del festival de Navidad, se había bañado con ella en las aguas más frías de la montaña y se había reído a carcajada limpia con sus bromas y canciones. Él, en fin, no se iba de vacío de aquella experiencia conjunta, sino todo lo contrario: se iba cargado de tesoros.


.Así me lo reconoció, una vez que terminé: “con Akela todos los recuerdos son buenos”. Y así era. Con ella no hubo malos modos ni malos gestos, no hubo pérdidas de paciencia ni salidas de tono; con ella jamás hubo una palabra fuera de lugar, una mala cara, un gesto de tristeza o decepción; con ella sólo hubo aquello que cualquier chaval espera de un monitor, aquello que en teoría a todos debería unirnos: el espíritu de hacer feliz y de ayudar a crecer a los demás, a aquellos que nos rodean y se fijan en nosotros para crecer.



.Poco más tarde me encontré a otro niño, y luego a otra, y más tarde a un tercero: todos igual de apenados, todos igual de preocupados por ese futuro que se abría sin la que hasta entonces había sido faro y guía de sus pensamientos, sueños y caminos. A todos ellos traté de convencer con parecidos argumentos, todos ellos me confirmaron lo que yo ya sabía, las razones que a mí también me habían empañado los ojos cuando leyó aquella carta en que nos anunciaba su marcha definitiva.



.Sólo una buena noche de sueño logró apaciguar aquel llanto. Sólo un nuevo día, despertado por otros monitores cargados de ilusión, logró hacer que todo pareciera un sueño. No obstante, los niños tienen mejor memoria de lo que la mayoría de nosotros creemos, y saben que pasará un tiempo hasta que una figura semejante surja para conquistarlos de nuevo.



.Yo, desde luego, lo tengo claro. Desde que la conocí, pocos como ella me trataron igual de bien, compartieron tienda, sueños y anécdotas conmigo. Pocos como ella me inspiraron para seguir haciendo mi labor de voluntariado, y pocos como ella han provocado, con su marcha, que me planteé yo también si el momento de la mía está más cerca.



.Y es que, a fin de cuentas, con Akela todos los recuerdos fueron buenos.