miércoles, 21 de octubre de 2009

Cinefórum (11): Ágora


Hay algo en el cine de Amenábar que nunca me ha terminado de convencer, aun reconociéndole un mérito enorme por haber sabido trascender con habilidad la mediocridad en que nuestro cine patrio vive felizmente instalado. Tesis (1997) me pareció fría, aunque intrigante; Abre los ojos (1998), una pretenciosa parábola de no sé muy bien qué; Los otros (2001), un refrito de Una vuelta de tuerca y El sexto sentido, pero con un envoltorio magnífico y una gran habilidad narrativa. A Mar adentro (2005) no le vi gracia alguna más allá del torrente interpretativo de Bardem, y sigo sin comprender las razones de su éxito al margen de una campaña publicitaria bastante hábil.

Bueno, pues con la recentísima Ágora me ha pasado más de lo mismo. De brillante factura, la película narra las desventuras de Hipatia, hija del bibliotecario de Alejandría y una de las filósofas más notables e importantes de la historia, que se ve envuelta en una guerra de religiones entre paganos, cristianos y judíos de la que no se libra ni el apuntador.

Me consta que la versión de los cines ha llegado con un corte de metraje de más de 40 minutos respecto del montaje que se estrenó en Cannes, y que seguramente ello ha afectado a una estructura en tres actos tan desigual como desaprovechada, pero eso no es razón que justifique los despropósitos de una cinta excesiva y desproporcionada en todos los sentidos.

El primer acto narra el esplendor de la biblioteca y los amores de dos personajes, un esclavo y un discípulo de Hipatia, que se desviven por la filósofa (una fría y virginal Weisz), y que concluye con la toma y posterior destrucción de la biblioteca a manos de los cristianos, símbolo del fin del paganismo en Alejandría. En la segunda parte se nos describe con (excesiva) prolijidad las intrigas palaciego-religiosas que terminan con la expulsión de los judíos y la supremacía cristiana, dejando para un último acto el desenlace de los personajes principales ante el imparable empuje cristiano.

Precisamente a tenor del desenlace se hace más evidente que la historia con mayor potencial, la de los amores frustrados del esclavo hacia su señora, es la más desaprovechada de toda la cinta. Es una lástima que Amenábar haya dotado de semejante frialdad el primer acto, porque su desenlace no se corresponde con nada de lo visto entonces, y ahí radica un fallo de proporciones devastadoras, que vuelve incluso secundario el tostón pseudo-religioso del segundo acto o la ligereza con que se trata la astronomía en la cinta.

Si a eso se le suman decisiones, cuando menos, cuestionables, como las tomas espaciales, la aceleración de la imagen en determinados momentos o algún que otro volteo de cámara incomprensible, unos actores sorprendentemente sosos e inexpresivos (lo del esclavo es de juzgado de guardia, y Weisz en ningún momento hace honor a la fama de mujer fuerte que se le supone), una música intrascendente y un ritmo tan disparado como el de una tortuga reumática, lo único que permite un respiro entre tanto desatino es la fantástica recreación de Alejandría de la época, el diseño de vestuario o la fotografía, que están a un nivel muy superior al resto de elementos de la cinta.

No he entrado en temas espinosos como el tratamiento de las religiones, pero me temo que Amenábar no puede pretender engañar a nadie con dos dedos de frente al decir que esta película está dirigida contra la intolerancia en un sentido abstracto: aquí hay unos villanos muy malvados llamados cristianos, que más parecen una banda de navajeros (empezando por el obispo) que una orden religiosa con unos sólidos principios morales. Como dice la canción: el que quiera entender, que entienda.

martes, 20 de octubre de 2009

Nobel a priori

Me preguntaron el otro día qué me parecía la concesión del premio Nobel de la paz a Barack Obama, y, a juzgar por las caras de asombro e indignación creo que me tomaron por un neoconservador de la peor calaña, porque dije que me parecía un error clamoroso, fruto más de una campaña de publicidad hábilmente orquestada por sus asesores que de una trayectoria ejemplar en el campo de la paz.

Y es que, por muy bien que me caiga el señor Obama o me parezcan esperanzadoras sus políticas en temas como Guantánamo o las tropas de Irak, yo sigo pensando que este hombre aún no ha hecho nada (sólo lleva ocho meses en el cargo), y que seguramente dentro de unos años sería posible valorar mejor, a la luz de sus resultados, los méritos o deméritos de sus políticas.

Equiparar a esta promesa de la paz mundial con la Madre Teresa de Calcuta (Nobel de la paz en 1979) o el Dalai Lama (1989) me parece casi insultante: hablamos de personas o entidades que han consagrado su vida entera a contribuir a hacer de este un mundo mejor y eso es algo que, lo siento mucho, no se puede decir del presidente de los Estados Unidos y mucho menos a día de hoy.

Si lográsemos abstraernos del magnetismo de este político de indudable carisma, los premios a priori deberían parecernos a todos un absurdo injustificable. ¿Se imaginan ustedes a un escritor recibiendo el Nobel por unas obras literarias que no ha escrito, o a un actor recibiendo un oscar por una película que aún no ha protagonizado? Pues algo parecido me ocurre a mí con Obama: creo que le han dado el premio por algo que todavía no ha hecho, pero que sus asesores (y él mismo) se empeñan en afirmar que hará algún día.

Las razones dadas por el jurado son de lo más peregrinas, y se basan en términos tan abstractos como “haber dado esperanza al mundo entero” o sus “esfuerzos para fortalecer la cooperación entre los pueblos” (¿?) No obstante, la mayor sandez se la escuché el otro día a un tertuliano de esos que lo mismo te hablan de física cuántica como de métodos para freír un huevo a la romana, que dijo que el mayor mérito de Obama era “no ser Bush”. Lo que nos faltaba.

No es que yo espere demasiado de un premio que sólo en su vertiente literaria obvió a escritores como Joyce, Proust, Galdós o Kafka, premiando ni más ni menos que a gente como Echegaray o Cela, por citar sólo dos ejemplos de esta España nuestra. Es posible que el premio Nobel tenga algo de prestigio en determinadas categorías, pero desde luego no en la literaria y muchísimo menos en el de la paz, una especie de cajón desastre que recientemente ha galardonado a otros popes norteamericanos como Al Gore o Jimmy Carter (ya me dirán ustedes a santo de qué), y que en el caso de Obama ni siquiera se han molestado en dar una sola razón justificada, por el simple hecho de que no la hay. (Dicho lo cual, ojalá dentro de ocho años este hombre merezca este y muchos premios más, porque su mayor mérito no es ser o dejar de ser como Bush, sino haber recuperado el crédito para un país que estaba desahuciado a nivel internacional y sumido en la miseria moral: nada que ver, señores míos del Nobel, con la paz mundial).

domingo, 18 de octubre de 2009

La guerra de los números.


Hay algo en todo este embrollo de manifestaciones pro-vida y bailes de datos (2 millones según ABC y organizadores; 1.200.000 según la comunidad de Madrid; 250.000 según la policía; 55.000 según El País) que no termina de convencerme, como no me convencieron en su momento los argumentos en contra de la legislación sobre los matrimonios homosexuales o el divorcio.

“Ataque a la familia, crimen consentido y amparado por la ley, cobertura a la inmoralidad indiscriminada…” razones a mi juicio ligeras para asuntos extremadamente delicados, donde se percibe una peligrosa mezcla de ideología, religión, ética, política y barullo mediático que, como siempre, únicamente contribuye a la confusión generalizada.

Yo no creo, sinceramente, que las leyes que permiten a las personas que así lo desean abortar, divorciarse o contraer matrimonios con personas de su mismo sexo representen un ataque frontal, amenaza o cobertura para el asesinato contra la familia tradicional, sus valores o principios. Antes al contrario, creo que abren el abanico de opciones a la pluralidad para todos aquellos que no se consideran bajo el paraguas apostólico y romano, y lo hacen además bajo una escrupulosa aplicación de la legalidad que no ampara a criminales sino a ciudadanos, hombres y mujeres que antes no gozaban de ciertos derechos ni libertades, en mi opinión, necesarias.

Evidentemente, cada cual está en su derecho de opinar y manifestarse a favor de lo que se crea más conveniente, pero si vivimos en una sociedad democrática y una amplia mayoría ha decidido apoyar la elaboración y la puesta en práctica de dichas leyes es por motivos de fuerza mayor que la de una determinada óptica religiosa, por importante, predominante o legítima que se considere.

El problema es que, lejos de establecerse un diálogo constructivo entre las partes supuestamente implicadas y exponer con calma y paciencia argumentos en uno u otro sentido, lo único que parece importar aquí es de qué forma contar cabezas de manifestantes, como si el hecho de que sean dos millones o cincuenta mil quitara o dejara de quitar la razón. Nadie parece darse cuenta de que en democracia el número sólo cuenta para las elecciones, mientras que el día a día lo construye la convivencia de opiniones razonadas, coherentes y portavoces de los diferentes pareceres de la población. Sigan, pues, las batallas de números hasta el infinito, si se quiere, porque mucho me temo que la guerra por la que merecía la pena todo esto se perdió hace ya tiempo.

martes, 6 de octubre de 2009

Top 5: Street Fighter II



En la Universidad aprendí una lección valiosa acerca de lo que suponía generar o repetir opinión. La verdadera calidad está, según mis maestros, en aquellas obras capaces de generar debate de ideas a su alrededor, que aportan algo realmente significativo, frente a otras donde únicamente lo expuesto es una recolección de lo conocido en otras fuentes. Pues bien, apártenle todo el aparato retórico a lo anterior, y en el terreno de los videojuegos hay sólo unos pocos que puedan decir que han aportado ideas realmente originales.

Parece haber un cierto consenso general al referirnos al género de la lucha, que antes de 1992 no existía prácticamente, y que a partir de entonces conocería verdaderas avalanchas de títulos, en especial en el ámbito de los arcades.

La culpa de todo ello es del fenomenal Street Fighter II, que se parece tanto a su predecesor de 1987 como el huevo a la castaña. Esta secuela reunía a 12 luchadores carismáticos y llenos de golpes contundentes, y le otorgaba a las dos dimensiones unas posibilidades hasta entonces desconocidas, con unas combinaciones tan sencillas como intuitivas. Cualquier jugador, en manos adecuadas, era capaz de tumbar a todos sus rivales, lo que añadía un elemento de equilibrio a un género, a partir de entonces, plagado de mediocridades con uno o dos personajes que solían estar muy por encima del resto.

No cabe duda de que SFII redefinió el género (lo reinventó, diría yo), y que a partir de entonces todos y cada uno de los arcades de lucha remiten, de forma más o menos descarada, a aquel. Baste decir que para la cuarta entrega, tan espectacular como todo lo que se hace en última generación, los programadores de Capcom han decidido traer de vuelta a los 12 luchadores originales y añadirles otros tantos de relleno. Pero un dato curioso: a pesar de su apariencia 3-D, el juego sigue desarrollándose en dos dimensiones, y posee la misma mecánica y sistema de combate. ¿Casualidad? No lo creo. Cuando una obra maestra lo es no hace falta modificar nada y por eso la cuarta entrega de esta saga no es otra cosa, en definitiva, que un lavado de cara del original.

SFII era una maravilla, un juego rápido, adictivo y diferente en cada partida, con una tensión y emoción como ningún otro arcade de lucha había conseguido antes ni conseguiría igualar después. Con diferencia, el mejor en su género.

P.d: http://www.youtube.com/watch?v=0ma66BsZhKw&feature=related Sobra decir que a Nintendo le faltó tiempo para conseguir la exclusiva de SFII para su SNES. (Es que no fallaban ni una, por aquel entonces). Para el que quiera comprobar cómo cambian los tiempos (en apariencia, no en esencia), aquí va un enlace de SFIV: http://www.youtube.com/watch?v=16n6uXZ-bKI&feature=channel

Top 6: Sonic The Hedgehog 2


En 1992, Sonic era ya oficialmente la mascota de Sega tras su apabullante debut el año anterior con el magistral Sonic the Hedgehog. La compañía japonesa necesitaba con urgencia reemplazar al soseras de Alex Kidd como marca de identidad, y encontró en este puercoespín azulado la solución a todos sus problemas. Con su nueva mascota, Sega se lanzó a la carrera de las consolas con más fuerza que nunca y alcanzó su cenit como compañía. La secuela de Sonic, que arrasó literalmente a finales de ese año, lo consagró a nivel internacional mejorando punto por punto todo aquello que hizo del anterior un clásico.

Los críticos de Sonic han visto siempre en él una especie de anti-Mario, una criatura artificial creada a imagen y semejanza del fontanero de Nintendo para destrozar sus fundamentos básicos uno a uno. Razón no les falta, especialmente en la primera entrega del erizo: si en los juegos de Mario prima la exploración, en Sonic la idea es desplazarse a toda velocidad por unos escenarios vertiginosos. Si en Mario hay que recolectar decenas de objetos, llaves y pasadizos secretos, en Sonic únicamente hay que volar por escenarios lineales sin preocuparse más que de recoger algún que otro anillo de oro que nos mantenga con vida. En Mario no hay más malo final que el último, mientras que Sonic está plagado de robots gigantescos que aguardan al final de cada fase.

Sea como fuere, Sonic 2 logró despegarse de toda esa polémica y creó un juego de una calidad gráfica espléndida, muy profundo y variado (32 niveles de elevadísima dificultad, ya sin reminiscencias de Mario), con un modo multijugador tanto en el modo cooperativo como carrera, y que incluía tantas novedades como satisfacciones para un público totalmente entregado.

La decadencia progresiva de la saga de Sonic (que comenzó en la siguiente secuela, y ya no ha vuelto a levantar cabeza) supuso, irónicamente, la de una compañía que jamás volvió a alcanzar las cotas de calidad y popularidad que tuvo en 1992 con su Genesis/Mega Drive. Y todo gracias a este simpático bichejo que se ganó, con endiablada velocidad, el corazón de miles de jugadores.

En definitiva, qué lástima que unos directivos tan ineptos fueran capaces de sepultar un legado tan importante como el que consiguió Sega en aquellos primeros años noventa, del que ahora ya sólo quedan restos, cenizas y el recuerdo de juegos tan grandes como Sonic 2.

P.d: http://www.youtube.com/watch?v=IMDQtpw-_CY

Top 7: Nights




A pesar de haber programado algunos de los mejores juegos de la historia, Sigheru Miyamoto siempre ha dicho que lamenta no haber sido el responsable de una de las mayores joyas del sector, Nights: into dreams, que fue lanzado por el Sonic Team para la Sega Saturn en 1996. Semejante cumplido es una buena aproximación para uno de los juegos que mayor éxito y culto posterior han recibido (tras mucho insistir, los fans llegaron a conseguir un remake para PS2, allá por 2004, y una magnífica secuela para Wii, ya en 2007).

¿En qué consistía Nights? Es difícil explicarlo. No es un juego de acción, ni de plataformas, ni de vuelo o de exploración, pero combina elementos de todos estos géneros para convertirse en una experiencia única (e irrepetible, por cierto). El argumento nos pone en la piel de dos infantes, Elliot y Claris, cuyas pesadillas son resueltas por una especie de duende de los sueños llamado Nights. Mezcla de arlequín y equilibrista angelical, Nights es capaz de volar y recolectar unas esferas azules con las que devolver la paz a los sueños de los protagonistas.

Además de alternar el uso de estos personajes, el juego permitía avanzar por escenarios en 3-D de una belleza impresionante, enfrentándose a criaturas que derrochaban imaginación por los cuatro costados y unos jefes finales tan divertidos como originales. Si a eso se le suma una música inolvidable tenemos como resultado el que fue, de lejos, el mejor juego de aquella malograda Sega Saturn, y uno de los mejores de todos los tiempos.

A Nights se le añade, además, un elemento tan difícil de explicar en general como innegable en el caso que nos ocupa: la magia, el encanto o como quiera llamársele. No es un juego al uso, no toma elementos de otros, no suena a nada visto antes y además posee una extraña capacidad de seducción tanto sobre jugadores infantes como adultos.

Es precisamente esa mezcla de autenticidad y empatía instantánea, de encanto y genialidad, propia sólo de los más grandes, lo que ha convertido este juego en un clásico con mayúsculas y en un miembro de honor de este Top 20.

P.D:http://www.youtube.com/watch?v=ZuX_F0F9rh8&feature=PlayList&p=514D075F3711506C&playnext=1&index=27 Además de la demo, he encontrado una página no oficial que demuestra hasta dónde llega este tipo de cultos sanos: http://www.nightsintodreams.com/NiD/index.htm

lunes, 5 de octubre de 2009

Corazón partío


Sólo unas breves líneas para comentar la nueva debacle del “deporte” español. En primer lugar, algunas preguntas que de momento nadie ha sabido contestarme de una forma convincente: ¿si estaba tan claro que el COI iba a elegir a Rio de Janeiro por la simple razón de ser sudamericana, cómo es que Madrid ha seguido durante cuatro años peleando por un objetivo imposible? Aún más, si esto de la victoria brasileña basada en el “porque nunca nos ha tocado” estaba cantado desde el primer día, ¿por qué ha habido un proceso selectivo de ciudades? ¿Es que a los de Tokio, Chicago o Madrid nos encanta perder nuestro tiempo, tratar a los miembros visitantes del COI como rajás durante días y días, y luego mandar delegaciones a hacer el ridículo a Copenhague?

Y he aquí la última de las preguntas sin respuestas, pero no por ello menos inquietante que las anteriores: Si la candidatura de Madrid era, en palabras de sus responsables, pluscuamperfecta, técnicamente implecable y demás zarandajas, a lo que hay que sumar la impagable “experiencia” del batacazo de Madrid 2012, ¿a santo de qué esos paupérrimos resultados en la votación final, donde Río nos pegó un repaso de más del doble de votos (66 a 32)? (Más desolador aún: en Singapur, con ocasión de la anterior candidatura, logramos 31 votos: a eso lo llamo yo aprender de los errores).

De nuevo, España es diferente, pero siempre para peor. Aquí todo el mundo ha regresado con la cabeza más alta que el Pirulí, porque a fin de cuentas, y perdónenme el sarcasmo, nos lo hemos currado como nunca, somos los mejores y lo de Río ha sido un pucherazo y estos del COI quiénes se han creído que son para decir que esa ciudad del crimen desorganizado es mejor que nuestra gloriosa Cibeles bailando al son de la zarzuela … Da igual que sea Zapatero, Gallardón o San Bartolomé, nadie es capaz de la más mínima autocrítica, nadie entona el mea culpa y, en el colmo de los colmos, es incapaz de reconocer que algo bueno tendría Río de Janeiro para convencer a tantísimos miembros del COI, que, dicho sea de paso, es imposible que sean todos unos ineptos untados y corruptos, aunque sólo sea por el simple hecho de que ninguno de ellos es español.