Me preguntaron el otro día qué me parecía la concesión del premio Nobel de la paz a Barack Obama, y, a juzgar por las caras de asombro e indignación creo que me tomaron por un neoconservador de la peor calaña, porque dije que me parecía un error clamoroso, fruto más de una campaña de publicidad hábilmente orquestada por sus asesores que de una trayectoria ejemplar en el campo de la paz.
Y es que, por muy bien que me caiga el señor Obama o me parezcan esperanzadoras sus políticas en temas como Guantánamo o las tropas de Irak, yo sigo pensando que este hombre aún no ha hecho nada (sólo lleva ocho meses en el cargo), y que seguramente dentro de unos años sería posible valorar mejor, a la luz de sus resultados, los méritos o deméritos de sus políticas.
Equiparar a esta promesa de la paz mundial con la Madre Teresa de Calcuta (Nobel de la paz en 1979) o el Dalai Lama (1989) me parece casi insultante: hablamos de personas o entidades que han consagrado su vida entera a contribuir a hacer de este un mundo mejor y eso es algo que, lo siento mucho, no se puede decir del presidente de los Estados Unidos y mucho menos a día de hoy.
Si lográsemos abstraernos del magnetismo de este político de indudable carisma, los premios a priori deberían parecernos a todos un absurdo injustificable. ¿Se imaginan ustedes a un escritor recibiendo el Nobel por unas obras literarias que no ha escrito, o a un actor recibiendo un oscar por una película que aún no ha protagonizado? Pues algo parecido me ocurre a mí con Obama: creo que le han dado el premio por algo que todavía no ha hecho, pero que sus asesores (y él mismo) se empeñan en afirmar que hará algún día.
Las razones dadas por el jurado son de lo más peregrinas, y se basan en términos tan abstractos como “haber dado esperanza al mundo entero” o sus “esfuerzos para fortalecer la cooperación entre los pueblos” (¿?) No obstante, la mayor sandez se la escuché el otro día a un tertuliano de esos que lo mismo te hablan de física cuántica como de métodos para freír un huevo a la romana, que dijo que el mayor mérito de Obama era “no ser Bush”. Lo que nos faltaba.
No es que yo espere demasiado de un premio que sólo en su vertiente literaria obvió a escritores como Joyce, Proust, Galdós o Kafka, premiando ni más ni menos que a gente como Echegaray o Cela, por citar sólo dos ejemplos de esta España nuestra. Es posible que el premio Nobel tenga algo de prestigio en determinadas categorías, pero desde luego no en la literaria y muchísimo menos en el de la paz, una especie de cajón desastre que recientemente ha galardonado a otros popes norteamericanos como Al Gore o Jimmy Carter (ya me dirán ustedes a santo de qué), y que en el caso de Obama ni siquiera se han molestado en dar una sola razón justificada, por el simple hecho de que no la hay. (Dicho lo cual, ojalá dentro de ocho años este hombre merezca este y muchos premios más, porque su mayor mérito no es ser o dejar de ser como Bush, sino haber recuperado el crédito para un país que estaba desahuciado a nivel internacional y sumido en la miseria moral: nada que ver, señores míos del Nobel, con la paz mundial).
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