martes, 8 de noviembre de 2011

En todos ellos dejó su impronta


Hoy se retira un maestro, profesor y padre, términos que para mí siempre han tenido un cierto parecido razonable. Todos ellos ejercen o enseñan ciencias o artes, todos ellos están titulados (el maestro y profesor al margen de los alumnos; el padre, a nivel complementario, se titula el mismo día que los hijos). Todos ellos, en suma, establecen su razón de ser en relación a una juventud a la que intentan sacar adelante con lo mejor de sí mismos.

En el caso del maestro, profesor y padre que se retira hoy, esa trayectoria viene de muy lejos. Viene de la Cuenca de posguerra, de la literatura y el teatro como parte esencial de la carta de racionamiento, y de un viaje a la costa de Valencia donde muy pronto el cine y de nuevo las novelas y los poemas se superpusieron a los diseños y maquetas. Luego llegarían Madrid y la Transición, ahí es nada, y poco después las primeras clases, primero en la Autónoma, luego en el Herrera Oria, más tarde en Guadalajara y por último, en Colmenar Viejo. En todos ellos dejó su impronta, una labor atenta y rigurosa, sabia y paciente, que dignificaba su profesión y la situaba donde siempre debió haber permanecido, al servicio de los que más educación necesitaban.


Este repaso es un telegrama que no da cuenta, ni de lejos, de la cantidad de alumnos que pasaron por sus aulas, promociones enteras que aprendieron, literalmente, a escribir y a leer bajo su atenta mirada, que descubrieron los entresijos del escenario o que vieron por primera vez la pantalla de un ordenador y entendieron lo que veían. Durante más de treinta años, este maestro, profesor y padre lo fue de todos ellos ante una imparable evolución de un sistema educativo que le traería no pocas decepciones y disgustos, paliados únicamente por su ánimo, inquebrantable, y el apoyo de su señora esposa, a la sazón también inquebrantable maestra, profesora y madre.


Hace algún tiempo fui a una obra de teatro en el Instituto Marqués de Santillana. Sabía, porque me habían avisado de ello, que al final le harían al profesor de teatro un homenaje por su labor al frente de esa tarea durante tantos años, y por ello no pocos alumnos ya jubilados acudirían al evento, dispuestos como yo a aplaudir ese esfuerzo y esa labor. Y conociendo al maestro, profesor y padre, sabía que les iba a costar Dios y ayuda sacarlo a recibir el aplauso y que, tímido y humilde como es, haría lo imposible para que el reconocimiento del público fuera para los alumnos, y no para él, como así ocurrió.


Menos mal que no le funcionó la estrategia. Menos mal que todo el público allí reunido, padres, alumnos, compañeros e inquebrantable esposa eran muy conscientes, como yo, de que profesores como él no son habituales y de que la pérdida era tan importante como merecido el aplauso que le daban. Y él, tímido y humilde como es, apenas aguantó unos minutos sobre el escenario antes de hacer una reverencia y hacer mutis por el foro.


Hace algunas semanas comencé a trabajar en este mismo instituto, el mismo día en que se retiraba aquel maestro, profesor y padre. Coloqué mis libros en la taquilla que antes ocupó él, y me sentí extraño mientras iba a mi primera clase, pensando en cómo habría sido la suya, tanto tiempo atrás. Y al hacerlo me encontré con una de las personas que allí trabajan, que me dijo algo acerca de él: “si todos fueran como tu padre, este sería un mundo mejor, más justo y prudente”.


Porque me perdonarán ustedes que haya reservado ese pequeño detalle para el final. Yo soy uno de los hijos de este maestro, profesor y padre que se retira hoy, y en realidad eso tampoco es del todo cierto: sólo se retira como maestro y profesor. Como padre, y me consta que él estará de acuerdo conmigo, todavía nos quedan muchos cursos por compartir. Y es que de eso, por fortuna, uno nunca se jubila.