martes, 31 de diciembre de 2013

Tu decisión



Has vivido demasiado a la sombra del otro, del que impone por la fuerza la ley de su palabra y solo tiene oídos para que resaltes sus innumerables virtudes. Han sido demasiados siglos escuchando que no vales, que careces de la inteligencia, de la capacidad para hacer esto o lo otro, aun cuando él fracasaba una y otra vez en empresas en las que tú podías haber colaborado, como la que más, para hacer de este mundo un lugar un poco más justo y mejor. Han sido demasiados siglos sufriendo su violencia, su odio, la cobardía de su mano en tu rostro. Y ahora que parece que en algunos países comenzabas a asomar la cabeza, a hacer valer tu opinión, tu voto, tu forma de ver las cosas, ahora que parece que en algunos lugares incluso te han elegido para liderarlos, para tomar las decisiones que otros no pueden tomar, van en este pobre país en que vivo y te dicen que tienes que hacer esto y lo otro con lo único en donde parecía que nadie podía regir salvo tú: te dicen cuándo, cómo y en qué condiciones debes ser madre, y lo hacen por decreto; lo hacen porque piensan que no vales realmente para tomar una decisión semejante, que no eres consciente de lo que implica albergar vida en tu interior ni de sus consecuencias, que no tienes la autonomía ni la capacidad suficiente como para decidir si quieres o no ser madre. Que eres una asesina, si decides no ser madre. Y aunque ellos saben, como tú, que esa decisión no te corresponde a nadie más que a ti les da igual, como tantas otras medidas que se adoptan en estos tiempos oscuros, porque se sienten amparados por una ley que ellos mismos crearon, que a ellos les mantiene en el poder, que les concede privilegios que solo ellos disfrutan, como el de decidir sobre las vidas de los demás, no tanto de los que están por venir, que también, como de todos aquellos que tendremos que acarrear con las consecuencias de esas medidas, medidas que ponen en peligro aquello que supuestamente tratan de defender a toda costa, la vida, tu vida. Te arrebatan tu poder sobre la vida, tu legítima autoridad para decidir qué quieres hacer en función de criterios que solo tú debes valorar, que solo a ti te deberían importar y lo hacen de forma cobarde, sin argumentos, sin motivos más allá de una condescendencia infinita que lo único que revela es que sigues viviendo a la sombra del otro, del que impone por la fuerza la ley de su palabra y solo tiene oídos para que resaltes sus innumerables virtudes.

Y lo llaman democracia.






martes, 24 de diciembre de 2013

El consuelo del azar



En estos tiempos de felicidad, armonía y paz, y después de la paliza navideña que nos llevan dando con la dichosa lotería (anuncio infame de por medio, dicho sea de paso), me parece de justicia expresar una perspectiva sobre este asunto que parece no calar todo lo que debería en el respetable, ese mismo que se deja un presupuesto que no tiene en la "ilusión" de jugarse su suerte a un número que hace muy ricos a unos pocos y un poco más pobres al resto (metáfora de la crisis donde las haya, por cierto). 

Siempre me pareció muy certero, por la cruel lección que encierra, aquel cuento en el que un señor mostraba a otro a salir de su pobreza aprendiendo a pescar, tras haberle ofrecido primero un pescado sin más. "Dame ese pescado", le dijo el pobre, "y hoy no pasaré hambre. Mañana, en cambio, volveré a sufrir, y así al día siguiente y al otro, y al otro. Ahora bien, enséñame a pescar y puede que hoy no capturemos lo suficiente, pero seguro que con la práctica y el tiempo podré valerme por mí mismo, como podrán hacerlo mis hijos y los hijos de ellos".

La lotería, salvo esos premios principales que acaparan todos los focos y toda la atención, es ese mismo pescado, crucial para el hoy, inservible para el mañana. Vivimos en una sociedad que encuentra consuelo a sus miserias en el azar, que lleva encontrándolas ahí desde aquellos tiempos en que Galdós denunciaba las estrategias hipócritas de la sociedad burguesa para lavar sus conciencias con corridas de toros benéficas, las rifas o esa misma lotería a la que el más desdichado fiaba su suerte. Y da igual que hayan pasado ciento cuarenta años de Marianela, seguimos en las mismas, consolándonos en aquello que nos cae del cielo en lugar de lo que cultivamos en nuestra tierra: a fin de cuentas, si el golpe del destino soluciona mis problemas, que venga a otro a preocuparse de ellos.

 Y así no podemos seguir, o no deberíamos, pero lo hacemos con esa misma terquedad con la que aguantamos los desmanes que sufrimos un día sí, otro también, de aquellos que nos gobiernan. El problema es que esos no nos han caído del cielo sino de las urnas, pero ese es otro asunto que, por una noche, qué menos que una noche, no debería empañar la alegría de estas fechas. Felices fiestas a todos.






viernes, 20 de diciembre de 2013

Cinefórum (34): La desolación de Smaug


 

Hubo un tiempo, hace algo más de una década, en el que Peter Jackson era un director que tenía mucho que demostrarle al mundo, por no decir todo. Sentía la presión de los productores, de los fans de su particular comunidad del anillo y, especialmente, de una taquilla que bien podía condenarlo en aquellas navidades de 2001 o bien catapultarlo al más absoluto de los estrellatos. Aquel Peter Jackson tenía un sentido de la medida y del decoro, de la prudencia a la hora de rodar ciertas escenas, de tomarse ciertas licencias, de añadir aquí y allá para obtener un buen resultado. Era un director que era capaz de gestionar una infraestructura enorme, una superproducción de un calibre titánico, sin descuidar el menor de los detalles, desde el vestuario a los guiones, pasando por la banda sonora o el montaje, contando siempre con los mejores colaboradores que encontraba. Eran buenos tiempos para la Tierra Media en el cine, y así lo demostró una trilogía de El Señor de los Anillos que es puro cine con mayúsculas, una que se ha ganado con todo el merecimiento un hueco especial tanto en el corazón de sus muchos fans como en la Historia del séptimo arte.

Más de una década y unos cuantos oscars y récords después, Peter Jackson ha cambiado. El éxito le ha cambiado, tanto a él como las películas que dirige. Para todos aquellos que fuimos cargados de expectativas a ver King Kong y Un viaje inesperado y salimos con un regusto amargo y agotados de tanto exceso, contemplar La desolación de Smaug no nos supone ya, por desgracia, ninguna sorpresa. Al margen de cualquier otra consideración previa, lo que está claro es que Peter Jackson ya no tiene que demostrarle nada al mundo, que no siente la presión de los productores, ni de sus fans ni por supuesto de una taquilla que bendice todo lo que este buen señor haga, para bien o para mal, como si fuera la octava maravilla del mundo. Porque Peter Jackson es dueño y señor de su particular cortijo, donde hace y deshace a su antojo y voluntad sin que nadie ose llevarle la contraria, por muy equivocado que esté en muchas ocasiones, que lo está. Y yo lo lamento profundamente, pero precisamente por todo ello a mí la segunda entrega del Hobbit, por muchas virtudes que tenga, por superior que sea respecto de la anterior, no me parece la maravilla que estaba esperando ni de lejos.

Como era de esperar, la película retoma los sucesos justo donde terminó la primera entrega, para introducir al espectador en una frenética persecución que lleva a los personajes por la casa del cambiapieles Beorn, el bosque Negro, la lucha con las arañas, el reino de los elfos silvanos, la huida en barriles y la ciudad del lago, plantándonos ante la Montaña Solitaria en apenas hora y media. De infarto. Para todos aquellos que decían que Un viaje inesperado tardaba una eternidad en arrancar, y luego tampoco era para tanto, aquí desde luego se quedarán satisfechos porque si algo tiene La desolación de Smaug, y a raudales, es entretenimiento del bueno en sus dos primeros actos. Sinceramente, yo no me esperaba un arranque tan potente, tan fluido y donde las tramas de Gandalf (de la que luego hablaré) y los enanos fueran alternándonse con tanto tino, como no me esperaba que me gustara tanto el diseño de Beorn, las peleas de los elfos con arañas y orcos o la recreación del reino de Thranduil, al que da una inquietante vida Lee Pace con una voz que se adueña de la pantalla por completo.

Todo en estos dos primeros actos me parece más que correcto, excelente, salvo quizá un prólogo insulso en Bree que poco o nada aporta a la historia. Todos los elementos hasta la llegada a la Montaña Solitaria combinan un diseño de producción fabuloso, unos efectos visuales notables, aunque no sorprendentes, y un ritmo narrativo divertido y ameno, con apariciones tan bienvenidas como las del ya citado rey elfo, así como una de sus capitanas, Tauriel (una genial Evangeline Lilly), su hijo Legolas (sí, el mismo de siempre, que pasaba por aquí pero más viejo y más cachas, a pesar de ser supuestamente 60 años más joven) y en especial de Bardo, el anfitrión de la compañía de los enanos en la ciudad del lago, y al que tanta solidez aporta Luke Evans. A diferencia de los muchos tiradores de pelo profesionales que habrá a estas alturas de la película, a mí hasta aquí todo me encajaba bastante bien si me olvidaba, claro, de un libro que poco o nada tiene que ver ya con estas películas, porque estaba disfrutando como el que más con todas y cada una de las secuencias (salvo quizá la de los barriles del aquópolis élfico, que me parece un carrusel sin demasiado sentido ni razón de ser, pero en fin...).

Hasta este punto, solo dos asuntos me estaban despistando un poco de la trama principal. El primero de ellos era una trama pseudo amorosa entre Kili, uno de los enanos, y Tauriel. Como lo oyen. Tan forzado como innecesario. El segundo asunto, todo lo concerniente al Nigromante de Dol Guldur, tendrá sin duda sus seguidores acérrimos y tal, pero yo creo que es un pegote que resulta anticlimático porque pone sobre la pista de quien-todos-sabemos a Gandalf y compañía, quitándole bastante peso a La Comunidad del Anillo. Si Gandalf ya sabe que quien-todos-sabemos está vivito y coleando desde hace seis décadas, ¿a santo de qué tanto escándalo luego con Frodo y compañía? Quizá yo me pierda con tanto matiz y tanto detalle, pero de verdad que no consigo comprenderlo.

En cualquier caso, debo insistir en que los considero asuntos menores que no empañaban una película muy buena hasta ahí. Y todo comenzó a adquirir tintes de enamoramiento sin límites cuando apareció el dragón Smaug y se comió, literalmente, la pantalla, con un Benedict Cumberbatch que le pone algo más que la voz: da su alma entera a un personaje magnífico tanto en la recreación digital de sus facciones y cuerpo, algo que yo jamás había visto de un modo tan espectacular. Fue en ese punto, en ese increíble diálogo entre Bilbo (de nuevo magistral, Martin Freeman) y el usurpador de Erebor, cuando la película alcanzó su cénit: yo pensé que Jackson se había redimido de todos sus pecados y me iba a hacer salir del cine dando palmas con las orejas y rezando para que pasara pronto el tiempo hasta la siguiente entrega, y justo entonces... 

Justo entonces llega el caos. Y no es un caos casual, ni derivado de ninguna infeliz coincidencia, sino del empeño idiota, estúpido, de convertir esta adaptación en una trilogía porque sí, porque el señor del cortijo así lo desea, lo que convierte el tercer acto de La desolación de Smaug en un completo despropósito que a punto está de echar por tierra absolutamente todo lo bueno que había construido hasta entonces (atención, SPOILERS).

Si El Hobbit hubiera tenido dos entregas, era evidente que habría que recortar mucho material del que hay aquí, y dosificar las cosas de otra manera para que, más o menos, la primera parte contase el viaje hasta la Montaña Solitaria, dejando para la segunda parte una parte o todo el duelo con Smaug y la batalla de los cinco ejércitos. Más o menos así lo imaginaba yo, dando por sentado que, como ya ocurrió con personajes como Tom Bombadil en la trilogía precedente, aquí se haría lo propio. Pero como aquí lo que importa es sacar tajada, se han alargado las dos primeras entregas una barbaridad, contando poco menos que una introducción en la primera parte, con ese clímax horripilante de la montaña de los goblins que no parecía terminar jamás y esa absurda batalla contra el anacrónico Azog, un personaje que de acuerdo con la mitología de Tolkien ya estaba muerto cuando Thorin y compañía iban a la caza y captura del dragón, pero que da igual que lo metamos porque hace falta un malo, aunque tenga el carisma de un botijo con una sola asa.

Todo esto tiene consecuencias en una secuencia final en Erebor en la que, no se sabe muy bien por qué, Peter Jackson decidió que había que darle un papel más heroico a los enanos, que en el libro se quedaban muy quietecitos mientras Bilbo se las veía con Smaug, pero aquí no: aquí Thorin y compañía se enfrentan al bicho como si nada, corretean con él por aquí y por allá en una versión deleznable del escondite, le obligan a encender las fraguas llamándole "babosa" (¿?) y se dedican a fabricar, así porque sí, una estatua de oro de un rey enano mientras el dragón deambula sin ningún propósito evidente y haciendo cabriolas tan gratuitas como las del pozo con Thorin, que da verdadera vergüenza ajena, para terminar ante la estatua ya citada derritiéndose ante él de un modo absurdo, hecha con unos efectos absolutamente penosos y con un comportamiento de físicas lamentable del supuesto oro líquido. 

La reacción postrera de Smaug, la de salir volando entre los restos del oro líquido a cargarse la ciudad del lago, así porque le viene en gana de repente, es totalmente incomprensible. Y es una auténtica lástima que un personaje que se presenta de un modo tan magnífico, que está tan maravillosamente hecho y mejor interpretado se eche a perder de un modo tan desastroso, todo por la falta de medida de un director que nunca sabe dónde parar, da igual que sea con ese Bombur que da vueltas y más vueltas en su tonel tirando orcos como si fueran bolos en la escena de los barriles o con el idiota del dragón demostrando una y otra vez su infinita torpeza para capturar a unos cuantos enanos sin armas de ninguna clase para enfrentarse a él en un terreno que supuestamente domina desde hace décadas. ¿Cómo es posible, diantres, que no les haga un solo rasguño a ninguno de sus rivales, si en verdad era una máquina de matar tan temible como parecía en el diálogo previo con Bilbo? Es sencillamente penoso.

Y es que toda la fuerza de Smaug, toda esa fanfarronería de que "Soy fuego, soy muerte" con que sale de escena en el filme suena a paparruchas después de haberle visto hacer el inútil en un reino que él mismo vació de enanos a sangre y fuego, sin dejar una sola víctima en pie. Pero lo peor no es eso. Lo peor es que la película termina justo ahí, con Smaug volando a la ciudad del lago, en un "cliffhanger" o final en tensión tan mal planteado como resuelto, que no cierra nada y deja todo por concluir, a medias y de mala manera. ¿Ustedes se imaginan que George Lucas (y manda narices que ponga a este señor de contraejemplo) hubiera cerrado El imperio contraataca con Luke cayendo por el pozo de ventilación de Bespin?). Cualquier narrador sabe, y esto Jackson también debería saberlo porque no lo hizo nada mal en Las dos Torres, que las segundas partes deben tener finales parciales de algunas de sus tramas. No se puede dejar al espectador así porque esto no es el capítulo de una novela o el final de un capítulo de una serie que se retoma al momento o la semana que viene, y lo único que demuestra es que el precio por querer sacar más tajada del pastel se paga, y cara. Pero no solo lo paga el bolsillo del espectador, señor Jackson: lo paga la historia, que se resiente, y de lo lindo. Así no se pueden hacer las cosas.


Por todo ello, con dos películas de tres sobre la mesa, y aun a riesgo de tener que rectificar de aquí a un año, voy a decirlo claramente y sin ambages: la trilogía del Hobbit, al menos de momento, lo único que demuestra por culpa de las meteduras de pata de su señor director (porque él, como señor del cortijo, es el completo y único responsable), es que juega en una liga de segunda división respecto a su predecesora, que es de primerísimo nivel. Aquí ni la historia tiene el mismo interés ni está contada con el mismo talento, ni su banda sonora está tan inspirada (qué sosería ha hecho Howard Shore otra vez, madre mía, es que ni un puñetero tema con personalidad), ni sus tramas ni sus personajes tienen un ápice del carisma y encanto de los de la trilogía original.

En el colmo de los colmos, tanto esta entrega como la anterior están plagadas de momentos en que uno tiene la sensación de que ya lo ha visto o vivido antes, pero mejor: aquí me pasó con las arañas del bosque Negro, un pálido reflejo de Ella-Laraña se miren como se miren; me pasó con la curación de Tauriel a Kili, que es que tiene hasta la misma música que cuando Arwen cura a Frodo, o esa puerta enana que se revela con la luz de la luna, exactamente igual que en Moria; me pasa cada vez que veo a Thorin y, al margen de que no me lo crea jamás como enano, lo vea como un Aragorn de metro cincuenta con sus mismas cuitas sobre recuperar su reino, su trono y su corona legítimas, con sus conflictos con ancestros descerebrados incluidos (menos mal que el amor con la elfa se lo lleva otro, que si no...) y, en cualquier caso, no es ninguna buena señal, señores míos, que el pan suba cada vez que aparecen Legolas, Elrond, Galadriel o Saruman, personajes importados aquí donde los haya. Y que nadie me venga con elementos de cohesión interna entre películas, porque no cuela: es falta de imaginación, y punto.

En cualquier caso, y a pesar de mis desahogos acerca del final, no me gustaría que ello condenara a toda la cinta: La desolación de Smaug es una película muy entretenida y, salvo el tema del enano dorado, muy bien hecha. Tiene momentos de verdadero interés que se convertirán en referentes ineludibles en la saga, sobre todo en la recreación de un dragón que es una gozada de contemplar, y es en suma muy recomendable para cualquier fan de Tolkien, que seguro que, ya que mencioné antes a Lucas y sus galaxias, estará de acuerdo conmigo en que al margen de finales en alto y otros asuntos, esta precuela en tres partes va camino de resultar netamente superior a la de Star Wars en todo, ya que sin duda es mucho más coherente, respetuosa y digna con su legado posterior que las mamarrachadas de Jar Jar Binks y compañía, a pesar de sus fallos, que los tiene y no son poco importantes.

martes, 17 de diciembre de 2013

La serie del mes (10): Homeland




Con motivo del final de su tercera temporada, parece un buen momento para sacar algunas conclusiones de la que está siendo, con diferencia, una de las series más intensas, interesantes y adictivas de los últimos tiempos, a pesar de los muchos matices que, en ocasiones, empañan el fenomenal resultado del conjunto y hayan provocado la sensación, seguramente cierta, de que Homeland ha ido de más a menos desde su estreno. La historia de un marine que es milagrosamente rescatado de las garras de Al Qaeda tras ocho años de cautiverio, y que provocará más de un recelo en una de las mejores agentes de la CIA acerca de sus verdaderas intenciones, se ha convertido en una de las tramas más apasionantes de un género saturado de tópicos y penosas ideas que, por suerte, en esta serie no tienen (apenas) lugar.

Uno de los mayores "peros" que le vi a la serie desde el principio era la fragilidad de una premisa principal que, sin entrar en spoilers, parecía agotarse tras la primera temporada. Hasta ese momento todo parecía muy bien dispuesto, un poco al modo de la ejemplar primera hornada de capítulos de Prison Break. Sin embargo, y como suele ocurrir, el éxito apabullante de crítica y público, con globos de oro y emmys a granel, convencieron a los productores de alargar el asunto una temporada más, y luego otra y otra (acaba de confirmarse que habrá cuarta temporada). Y no han faltado voces críticas ante la forma en que los guionistas han intentado, a pesar de su sobrada solvencia, resolver algunos puntos conflictivos.

En honor a la verdad, hay que decir que Homeland está conducida por dos fenomenales actores principales. Tanto Claire Danes como Damien Lewis, en sus respectivos papeles de Carrie y Brody son siempre un seguro de vida. La cantidad de matices que llegan a aportar a sus interpretaciones, las numerosas situaciones que atraviesan sus personajes están resueltas con tal calidad que cuesta desentenderse de ellos, como a veces uno puede llegar a sentir ante la deriva de ideas de la propia serie en momentos concretos. Ambos se apoyan en un estupendo elenco de actores secundarios comandados por Mandi Patikin como uno de los jefes de la CIA, Saul Berenson (¿os acordáis de Íñigo Montoya, de La princesa prometida? Pues el mismo, pero unos cuantos años mayor), el ambiguo y siempre convincente Frank Murray Abraham, etc. Son las conexiones entre todos ellos, sus vínculos amorosos, paternofiliales o de antagonismo absoluto los que constituyen el corazón y el alma de esta serie, que consigue que toda la trama antiterrorista, resuelta siempre con eficacia y credibilidad, llegue a quedar en segundos y terceros planos hasta en el más tenso de los momentos.

No todo son flores actorales, me temo, aunque no sé bien en qué medida estas objeciones vienen también condicionadas por unos guiones que hacen muy difícilmente soportables a los miembros de la familia Brody, en especial una madre y una hija cuyas ausencias de la cuarta temporada han despertado ganas de fiesta global en Internet. Llegan a lastrar tanto, y en tantas ocasiones las tramas a lo largo de las tres temporadas, que resulta todo un alivio saber que no tendremos que volver a verlas o escucharlas, tal era el estrago que teníamos de ambas.

El problema principal de Homeland viene de serie (y perdón por el chiste fácil), de esa condición de "tiramos esta temporada y a ver por dónde sale el sol", que hace que los finales estén siempre limitados, constreñidos, incapaces de cerrar las tramas como debería ser de acuerdo con la lógica interna de la serie. Tienen que ser lo suficientemente contundentes como para despertar el interés del público pero dejando, al mismo tiempo, las suficientes puertas abiertas como para una continuación lógica. Y esto, claro, afecta a la calidad del producto, a la reacción de los fans y a la paciencia de los mismos, un poco cansados ya del juego del ratón y el gato al que han sometido a todos los personajes, quemándolos, y en especial a un Brody que es literalmente un fantasma en esta tercera y última temporada hasta la fecha.

Sin embargo, el final de esta tercera tanda de capítulos nos ha dejado, al fin, un cierre para buena parte de la trama y de los personajes principales, a excepción de Carrie, la total protagonista del asunto. Y ha sido una serie de decisiones valientes que, sin entrar en detalles, permiten atisbar cierta esperanza para la serie más allá de esta irregular temporada en la que ha costado horrores arrancar algo de interés, y donde las situaciones forzadas se han ido sustituyendo unas a otras constantemente. Menos mal que el último tercio, como sucede no solo en esta tercera temporada, sino también en las anteriores, el "crescendo" narrativo ha subido el nivel y ha contribuido a ganarse al público con grandes golpes de efecto, todo ello liderado por unos actores en estado de gracia.

Celebro, y mucho, el hecho de que el equipo que hay detrás de la serie se haya percatado a tiempo del agotamiento al que muchas tramas y personajes habían llegado, en muchas ocasiones en puntos de auténtico no retorno. Cualquier otro hubiera seguido tirando del hilo, como ya comenté hace tiempo a propósito de Dexter y tantas otras series, y sin embargo aquí se ha optado por seguir la lógica interna de la propia historia, incluso aunque eso provoque finales amargos, abruptos, de personajes a los que obviamente no es fácil decir adiós o hasta luego. Pero así ha sido, dando a cada cual lo que debía, y en cualquier caso dignificando la propia serie y un espíritu que no siempre es fácil de mantener en estos tiempos.

Lo que es innegable, y eso sí me gustaría recalcarlo por encima de otras virtudes o defectos, es la capacidad de adicción de Homeland, su habilidad para jugar con la tensión y con el espectador en estos terrenos tan trillados del patriotismo de barras y estrellas, retándonos a un más difícil todavía donde, seguramente, muchas producciones se hubieran hundido a la primera. No es así gracias a una labor de un equipo formidable que, pese a los ya mencionados altibajos, ha hecho televisión de auténtica calidad durante mucho tiempo seguido, y al que parece que al fin el valor necesario de sus guionistas y productores han dado alas para continuar durante, al menos, una temporada más. Luego Dios dirá.





viernes, 13 de diciembre de 2013

La consola del mes (12 y última): Nintendo 3DS



Vamos a finalizar el recorrido por los sistemas que han ocupado buena parte de mi ocio con la última y más reciente consola portátil de Nintendo, la 3DS. Es cierto que, con apenas tres años de vida, es complicado sacar conclusiones definitivas de un sistema que nació en febrero de 2011, mes marcado por la tragedia de Fukushima. Esto tuvo un impacto económico directo en aquel lanzamiento, del que a la consola le costó recuperarse mucho. Solo con buenos juegos y con tiempo pudo superar aquella herida que, sin embargo, parecía destinada a repetir el éxito de su predecesora.

Nintendo 3DS nació con la clara intención de marcar un antes y un después en el ocio tridimensional. Después de tantos intentos fallidos en anteriores sistemas, la compañía japonesa tenía que dar un paso adelante en cuanto a la tecnología portátil, y se sacó de la manga un curioso sistema basado en un engañó óptico por el que, a partir de dos cámaras, se generaba una sensación de tridimensionalidad similar a la de ver lo que ocurre en la pantalla como si fuera una pequeña caja en cuyo interior tienen lugar las aventuras de nuestros personajes. Y todo ello sin gafas de ninguna clase. Es algo realmente admirable de comprobar por un mismo, incluso aunque no se tenga especial querencia por este tipo de entretenimiento.

El hardware.

Hubo, no obstante, quien vio en este movimiento una jugada fácil por parte de la compañía, ya que prácticamente se trata del mismo modelo que el de la Nintendo DS Lite. Se criticó el tamaño de la pantalla, la ausencia del segundo stick y, sobre todo, la pobreza de un catálogo inicial que tuvo que esperar la friolera de 11 meses para que aparecieran juegos de primer nivel originales, específicamente diseñados para la consola. La llegada de Mario 3D Land y Mario Kart 7 lo cambiaron todo, y ahora mismo se trata de una máquina que funciona fenomenal en todos los mercados, especialmente el japonés. A día de hoy, y combinando sus diferentes formatos aparecidos hasta la fecha, lleva vendidas 35 millones de consolas, una cifra esperanzadora, aunque ciertamente por debajo de la de DS en comparación con sus tres primeros años de vida.

En esencia, el aspecto es muy similar al de una DS, con la que comparte algo más que apellido: la pantalla táctil, el stylus y todo aquello que hacía especial al sistema anterior repite aquí, pero con un procesador más potente y, sobre todo, la posibilidad de aplicar a los gráficos un sistema tridimensional autoestereoscópico que permite auténticos viguerías visuales. La consola, como es habitual, ha recibido ya sus actualizaciones en forma de variante XL, aunque en este caso la pantalla se resiente al pixelarse en exceso, así como una curiosa versión sin posibilidad del 3D llamada 2DS, hecha específicamente para niños de 6-7 años, que son los que más acusaban los mareos producidos por el exceso de tiempo frente a la consola.

El software

En esta ocasión, y dado que al catálogo del sistema aún le queda mucho por decir, he preferido hacer una selección de los que considero los cinco mejores juegos hasta el momento. 3DS es una consola que necesitó casi un año para comenzar a arrancar en ventas gracias a juegos de Mario, como siempre, y que únicamente contó con el excelente remake de Ocarina of Time como baluarte hasta la llegada del fontanero. Después, el sistema se ha revelado como un auténtico todo-terreno, barriendo del mapa a su rival, PSVita, hasta el punto de que ya prácticamente nadie la considera como una competencia real. El catálogo de 3DS se ha ido llenando de grandísimos juegos en prácticamente todos los géneros relevantes para un sistema portátil, como Animal Crossing, Mario Kart 7, Fire Emblem, Monster Hunter 4, Bravely Default, el inevitable Pokémon de turno, e incluso una más que curiosa secuela del clásico Zelda: A Link to the Past (A Link between worlds), que demuestra que el sistema es capaz de adaptarse a todo tipo de público. La selección no ha sido fácil, por lo tanto, y queda en forma provisional hasta que, quizá con algo más de tiempo, se puedan sacar conclusiones más definitivas.

1.- The Legend of Zelda: Ocarina of Time 3DS

Por si a alguien le quedaba alguna duda, Nintendo tuvo el buen ojo de anunciar su nuevo sistema con el más que esperado remake de Ocarina of Time. Para la ocasión, el juego estrenaría un nuevo motor gráfico que rehace punto por punto todo lo que en 1998 lucía de forma espectacular para adaptarlo a los nuevos tiempos: más polígonos por personaje, mejores texturas, escenarios totalmente tridimensionales, una paleta de colores renovada y unos efectos de luz, agua, fuego y brillos sencillamente sensacionales. Resulta complicado expresar lo mucho que mejora este juego respecto del anterior, el elemento diferencial que aporta al fin apreciar la expresividad de los personajes, la majestuosidad de los paisajes y el mimo y el detalle con que se han recreado exteriores e interiores del juego, una auténtico festín audiovisual que nadie debería perderse por nada del mundo. Del juego en sí apenas se modificó nada, ya que la estructura del juego es la misma que ya maravilló en su momento, a excepción de lo concerniente a un menú de opciones que, ahora sí, permitía un acceso rápido y directo a armas, objetos o bases de datos con total comodidad en el panel táctil, despejando la pantalla de juego para una mayor claridad. Además de eso, se incluyeron textos en castellano y varios extras esenciales, como un modo para jugar con todos los jefes finales o el célebre Master Quest, que permite jugar una segunda partida con todos los elementos invertidos en modo espejo, así como un rediseño de objetos y enemigos en las mazmorras para hacerlas más complicadas. Todo un lujo, en definitiva, tanto para los fans del juego de toda la vida como para aquellos que no habían podido jugarlo en su momento, y que introdujo una serie de efectos tridimensionales y de giroscopio con la vista en primera persona para mejorar aún más una inmersión que con el efecto 3D alcanza cotas visuales espectaculares. Esta es la mejor versión del mejor juego de la historia, un juego que deja en pañales a todo el catálogo de la consola y sitúa el listón a un nivel de salida que es imposible igualar, pero que en cualquier caso se convierte sin problemas en la joya de la corona y en una alegría de dimensiones colosales para el que esto escribe, que ya saben ustedes lo que disfruta con este clásico. La obra maestra, por antonomasia, del sector del videojuego, en su versión más refinada, pulida y completa.

2.- Resident Evil: Revelations

Por si el retorno del elfo no era suficiente para demostrar la capacidad de la consola, Capcom se sacó de la manga esta auténtica maravilla que supuso el término medio perfecto entre el concepto clásico del survival horror que dio a esta franquicia su éxito con un gusto por la acción realmente conseguido, aunque para ello fuera necesario acoplar a la consola un periférico que otorgaba un segundo y más que necesario stick analógico para controlar la cámara y apuntar con las armas, la mecánica básica del juego. Resident Evil Revelations sigue los pasos de cuatro personajes a través de diferentes escenarios, con el principal ambientado en un magnífico y aterrador crucero de lujo llamado Queen Zenobia, que como era de esperar está plagado de bichos con sed de sangre y misterios a granel. El juego se estructura en una serie de misiones cortas, muy bien adaptadas al formato portátil, con la suficiente dosis de exploración, puzzles y acción como para no aburrir absolutamente a nadie, y cuenta con un apartado técnico que lleva la 3DS a sus límites, algo muy apreciable cuando subimos en ascensores y se cargan los inmensos escenarios del juego. El juego satisfará a todo tipo de usuarios pero especialmente a aquellos que desean algo más que bichos adorables, la especialidad de Nintendo. Los jefes finales, su magnífica música o el hecho de que por primera vez cuente con voces en castellano hacen del juego una excelente opción para estrenar el sistema, con la ventaja de que tiene una duración extraordinaria gracias al modo online y la posibilidad de jugar en cooperativo local o a través de la red para compartir puntuaciones y mejorar un arsenal mucho más trabajado, la verdad, que el de la sexta entrega de las plataformas de sobremesa. Toda una sorpresa, y de las buenas, con la que Capcom confirmó las excelentes sensaciones que dejó el también magistral Street Fighter IV con que se estrenó en el sistema.

3.- Super Mario 3D Land

Lo voy a decir claramente, para que luego no digan: este juego es el mejor Mario portátil de todos los tiempos, y compite de tú a tú con muchos de los supuestos grandes "Marios" de sobremesa. Tanto es así que para el último lanzamiento de Wii U se ha tomado la base de este excepcional juego y se ha ampliado con un entretenido multijugador a cuatro bandas, pero que nadie se engañe: mucho de lo bueno que hay estaba ya, y quizá mejor y más fresco, en este fenomenal plataformas que explota como ningún otro juego del catálogo unas 3D que, al fin, salen de la pantalla con una cómoda opción que nos permite apreciarlas "hacia fuera" o "hacia dentro", como prefiramos. La mecánica del juego sigue los pasos de la saga en muchos aspectos, con el típico rescate de la princesa por mundos de la más variada condición, pero introduciendo tal cantidad de nuevas ideas, trajes y mecánicas que pronto nos olvidamos de todo para disfrutar de un juego equilibrado, profundo y larguísimo, ya que incluye dos vueltas con multitud de variantes, mundos renovados y dificultad que aumenta en progresión hasta llegar a un final de verdadero infarto. Este es el juego ideal para estrenar la consola, uno que va a gustar absolutamente a todo el mundo y ningún fan del personaje debería dejar pasar. Y además es una gozada visual y toda una demostración de poderío técnico, algo que sí es novedad en este tipo de formatos.

4.- Luigi's Mansion 2

Secuela de uno de los juegos "B" más queridos por los fans de Nintendo, Luigi's Mansion 2 llegó para ocupar un hueco muy necesario en el catálogo, una aventura de exploración que hiciera un buen uso de las tres dimensiones y que huyera del clásico plataformeo al que nos tiene acostumbrados la familia de fontaneros. La caza de fantasmas protagonizada por el hermano miedica, Luigi, está de vuelta y cuenta con tal cantidad de novedades y, al mismo tiempo, un respeto tan sincero por la magistral primera entrega de Gamecube, que uno no sabe bien si dejarse llevar por el aluvión de mansiones, recovecos y desafíos de un juego largo y desafiante o echarse a llorar de pura emoción al escuchar a Luigi tararear la melodía principal o llamar a su hermano a cada paso. La siempre gratificante presencia del doctor Gadd con su particular verborrea aporta su grano de arena, junto con unos escenarios simpáticos hasta decir basta y unos fantasmas ingeniosos y llenos de carisma para hacer las delicias del jugador más exigente. Con la única lacra de unos jefes finales poco inspirados y uno de fin de juego por el que yo personalmente echaría a un par de desarrolladores de Nintendo a la santa calle, este juego se ha ganado, y con razón, un hueco en la memoria de muchos jugadores de nueva generación. Y luego está la aspiradora, ese maravilloso homenaje a los cazafantasmas, que cualquier friki ochentero como el que esto escribe no puede dejar de ver como una auténtica reliquia de tiempos pasados y mejores.

5.- Kid Icarus: Uprising

Una de las sorpresas más agradables de esta nueva generación portátil ha sido el regreso de uno de los personajes más queridos de Nintendo allá por los tiempos de la primera Famicom o NES original, según los mercados. Kid Icarus, ese angelito que va por ahí disparando flechas que nada tienen de amorosas y sí mucho de destructivas, se ha reciclado ahora en un fenomenal shooter que combina sabiamente partes guiadas por el propio juego (las de vuelo, con diferencia las más espectaculares y entretenidas) y otras de libre exploración, cuando vamos a pie. El juego es una auténtica virguería visual, con la suficiente variedad en enemigos y escenarios como para no llegar a aburrir en ningún momento. Es cierto que su complejo sistema de control requiere de una especie de peana, incluida con el juego, para poder manejar al personaje con mayor comodidad, pero es un detalle menor en comparación con la cantidad de horas de diversión que proporciona una aventura equilibrada, dinámica y que hace que el tiempo se pase, y perdón por el chiste fácil, volando. Uno de esos juegos que, si bien no tiene el renombre de otros que me he tenido que dejar en el tintero por motivos de guión, cuenta con una calidad excepcional y un acabado técnico que muchos querrían para sí, y que bien merece la pena el intento.

domingo, 8 de diciembre de 2013

De textos sagrados ligeramente humedecidos


Tanto y de tal manera se ha hablado estos días de la Constitución, cuya efeméride se celebra por estas fechas, que uno tiende a preguntarse si a lo mejor es que, más que de un texto constitucional, estamos hablando de uno sagrado o que guarda relación con alguna confesión de tipo religioso. Escuchando a muchos políticos, intelectuales y filósofos, he llegado a la conclusión de que, una de dos: o en su momento las negociaciones respectivas se hicieron tan rematadamente bien que la carta es perfecta y no debe ser tocada ni una sola coma, o bien está tan rematadamente mal hecha que cualquier modificación solo podría empeorar las cosas. Y no creo que se trate de ni una ni otra, sino más bien de una tercera en la que nadie quiere entrar: ¿cómo se hace para modificar un texto semejante en el contexto actual que está atravesando nuestro país?

Con el contexto actual no me refiero solo a la tan manida crisis, sino a la situación de una democracia como la española que ya no puede llamarse tan joven como le gustaría a más de uno (porque ya se sabe que "joven" implica necesariamente margen de error comprensible). El problema que estamos atravesando en los últimos años es que España debería responder como una democracia consolidada ante decenas, cientos de retos diarios para los que se sigue comportando de una manera inapropiada. Y dejémonos de textos sacros, que cuando Zapatero recibió la famosa carta con sello alemán se tardaron exactamente dos días en ponerse de acuerdo con la oposición y modificar la Constitución ipso facto.

Cuando era estudiante de primaria se me transmitió una imagen que, supongo, es la que lleva funcionando y seguirá haciéndolo mientras el tinglado aguante. Según esa imagen, vivimos en un país de libertades desde 1978 gracias a un acuerdo entre facciones políticas y sociales de muy distinto corte y confección, un pacto que evitó confrontaciones bélicas (no así intentos de golpes de estado, por cierto), alzamientos gloriosos o insurrecciones alevosas, pónganle ustedes la etiqueta que prefieran. A partir de entonces, y con el beneplácito de esa familia Real que cada día que pasa se va haciendo más de barro ante nuestros ojos, España afrontó una etapa de regeneración, de reconciliación y de paz que es garante de la felicidad de sus habitantes. Y lo peor de todo es que, con más o menos matices a dicha visión, nos la hemos creído hasta la médula.

No creo que España sea un país sin libertades, pero sí considero que aquí regeneración hubo más bien poca. Como en aquella famosa novela, se modificaron una serie de estructuras para que ciertas elites privilegiadas, poderosas, que controlaban la economía nacional, mantuvieran todos y cada uno de sus privilegios intactos. Hay estamentos que han podido perder algo de pujanza, como el ejército, pero desde luego la Iglesia ha mantenido unos derechos que serían impensables en cualquier democracia con un mínimo de sentido común, como por ejemplo una serie de exenciones fiscales que sinceramente, no soy capaz de comprender o justificar. Pero es que al margen de ello, ha surgido una casta de políticos "profesionales", auténticos herederos de la clase noble tradicional, que al calor de las urnas se han ido llenando las manos y los bolsillos con el erario público, al margen de cualquier distinción de signo político, si es que la hay realmente, que ya dudo hasta de eso. Sea como fuere, los bancos han seguido gobernando aquí y allá, poniendo y quitando a placer y alimentando sus consejos de administración con esos mismos políticos a los que ayudaron a llegar a ciertas cimas interesadas. Es decir, como siempre ha ocurrido en este país desde hace siglos. Si a esto se le puede llamar renovación, permítanme que me muestre algo escéptico en temas de semántica.

La Constitución española es un texto del que se habla demasiado, pero que no se lee y analiza tanto como se debería. Hay pocos ciudadanos que sean tan sinceros como para reconocer abiertamente que jamás se les ha pasado por la cabeza siquiera consultar artículos sueltos de dicho texto, no digamos ya leerlo completamente. Y sin embargo, es un documento que ofrece artículos tan interesantes como los siguientes que reproduzco a continuación, para ver si estamos de acuerdo en que se cumplen en esta España democrática de hoy:

Artículo 31
1. Todos contribuirán al sostenimiento de los gastos públicos de acuerdo con su capacidad económica mediante un sistema tributario justo inspirado en los principios de igualdad y progresividad que, en ningún caso, tendrá alcance confiscatorio.
2. El gasto público realizará una asignación equitativa de los recursos públicos, y su programación y ejecución responderán a los criterios de eficiencia y economía.
3. Sólo podrán establecerse prestaciones personales o patrimoniales de carácter público con arreglo a la ley.

Si de verdad alguien se cree esto en esta España de contabilidades B, paraísos fiscales, patrimonios con errores comprensibles de fincas reales, desfalcos y leyes que protegen a los defraudadores, este país donde el número de millonarios ha aumentado de forma considerable en este último lustro en el que casualmente otros tantos se han ido colocando en el umbral de la pobreza, reciba mi más sincera enhorabuena. Yo, desde luego, doy poco crédito a estas bonitas palabras, por más que me encantaría que realmente se cumplieran.

El problema que tengo con la Constitución española no es, como se repite hasta la saciedad, que fuera creada para una sociedad de hace cuatro o cinco décadas, o que para reformarla sea necesario un consenso que ahora mismo dista mucho de ser medianamente posible. Es algo mucho más sencillo que todo eso: creo que es un papel que no tiene un cumplimiento que se ajuste a la realidad en un grado mínimamente satisfactorio. Así, por ejemplo, no me creo el artículo 6 porque no pienso que los partidos políticos expresen pluralismo político alguno o que sean el instrumento fundamental de nada, y mucho menos que sus mecanismos de funcionamiento interno sean democráticos en absoluto. Después de ver casos como los de Blesa, Bárcenas o el escándalo de Urdangarín no me creo el artículo 14, que dice que todos somos iguales ante la ley; que tengamos derecho a la integridad física después de ver según qué reacciones en según qué manifestaciones, como reza el artículo 17, o que nos podamos reunir pacíficamente, como reza el 21. El artículo 27, que dice cosas muy bonitas de la educación, me van a permitir que no lo comente por deformación profesional, pero me parece que decir que estos diez artículos se cumplen a día de hoy resulta un insulto a la inteligencia. Y así podría seguir indefinidamente, pero creo que ya se hacen una idea.

Les dejo, ya para terminar, con la primera disposición del Título VII, que versa sobre Economía y Hacienda: "Toda la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual fuere su titularidad está subordinada al interés general". No me digan que no tiene algo de guasa, el asunto.