En estos tiempos de felicidad, armonía y paz, y después de la paliza navideña que nos llevan dando con la dichosa lotería (anuncio infame de por medio, dicho sea de paso), me parece de justicia expresar una perspectiva sobre este asunto que parece no calar todo lo que debería en el respetable, ese mismo que se deja un presupuesto que no tiene en la "ilusión" de jugarse su suerte a un número que hace muy ricos a unos pocos y un poco más pobres al resto (metáfora de la crisis donde las haya, por cierto).
Siempre me pareció muy certero, por la cruel lección que encierra, aquel cuento en el que un señor mostraba a otro a salir de su pobreza aprendiendo a pescar, tras haberle ofrecido primero un pescado sin más. "Dame ese pescado", le dijo el pobre, "y hoy no pasaré hambre. Mañana, en cambio, volveré a sufrir, y así al día siguiente y al otro, y al otro. Ahora bien, enséñame a pescar y puede que hoy no capturemos lo suficiente, pero seguro que con la práctica y el tiempo podré valerme por mí mismo, como podrán hacerlo mis hijos y los hijos de ellos".
La lotería, salvo esos premios principales que acaparan todos los focos y toda la atención, es ese mismo pescado, crucial para el hoy, inservible para el mañana. Vivimos en una sociedad que encuentra consuelo a sus miserias en el azar, que lleva encontrándolas ahí desde aquellos tiempos en que Galdós denunciaba las estrategias hipócritas de la sociedad burguesa para lavar sus conciencias con corridas de toros benéficas, las rifas o esa misma lotería a la que el más desdichado fiaba su suerte. Y da igual que hayan pasado ciento cuarenta años de Marianela, seguimos en las mismas, consolándonos en aquello que nos cae del cielo en lugar de lo que cultivamos en nuestra tierra: a fin de cuentas, si el golpe del destino soluciona mis problemas, que venga a otro a preocuparse de ellos.
Y así no podemos seguir, o no deberíamos, pero lo hacemos con esa misma terquedad con la que aguantamos los desmanes que sufrimos un día sí, otro también, de aquellos que nos gobiernan. El problema es que esos no nos han caído del cielo sino de las urnas, pero ese es otro asunto que, por una noche, qué menos que una noche, no debería empañar la alegría de estas fechas. Felices fiestas a todos.
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