martes, 27 de marzo de 2012

TOP 15 Nueva Generación: Resident Evil: Revelations



Aunque ahora mismo se trata de un sistema consolidado, éxito absoluto de ventas y de acogida de crítica y público, lo cierto es que los comienzos de la Nintendo 3DS fueron bastante irregulares. Todo surgió a raíz de una línea de lanzamientos muy por debajo de lo que se espera de un nuevo hardware firmado por la todopoderosa Nintendo. Por poner solo dos ejemplos, Super Nintendo y Nintendo 64 salieron a la venta junto con dos de los mejores juegos de la historia, Street Fighter II y Super Mario 64, respectivamente: ahí es nada. 3DS salió con Pilotwings 3D, y tan anchos que se quedaron.

Aquellos primeros meses de vida fueron especialmente atroces para sus fans, que veían cómo mes tras mes llegaban cosas tan lamentables como Steel Diver o Dinosaurs 3D. Y sí, también fueron saliendo joyas como Street Fighter IV, Ocarina of Time 3D o Starfox 3D, pero no olvidemos que aquellos eran adaptaciones de juegos ya existentes, en algunos casos de casi 15 años de antigüedad, que no hacían sino confirmar la teoría de que Nintendo se había adelantado a su propio software, algo insólito en la industria.
Ni siquiera uno de los lanzamientos en principio más apetecibles, Resident Evil: The Mercenaries, logró quitarle a más de uno las lágrimas, sino más bien al contrario. Y es que a pesar de sus excelentes gráficos, aquello no era más que uno de los modos extras de Resident Evil 4, adaptado y remozado, pero poco más. Resultaba injustificable que por un extra que no duraba más de media hora le cobraran al personal la friolera de 45 euros.
Sin embargo, un año después de su lanzamiento, el catálogo de 3DS ha experimentado un cambio radical. Esto no solo se debe a la aparición de juegos como Super Mario 3D Land o Mario Kart 3D, dignos representantes de sus franquicias pero, en mi opinión, varios puntos por debajo de lo que me esperaba de ellos, sino por un juego que realmente sí ha supuesto un salto cualitativo que nadie, ni los más optimistas, se esperaban: me refiero, claro está, a Resident Evil: Revelations.
Dejemos dos aspectos claros desde el principio: estamos ante el mejor juego de la saga en muchos años, y el hecho de que sea un exclusivo y encima de una portátil hace aún más admirable su caso. Capcom ha elaborado una obra maestra y se ha atrevido, en el colmo de los colmos, a enmendarle la plana a la mismísima Nintendo creando un periférico, el Circle Pad, que añade un (muy necesario) segundo stick a una consola que, visto lo visto, también se adelantó incluso a su propio desarrollo.

El juego nos pone en la piel de dos parejas de protagonistas en dos localizaciones diferentes, que se van alternando en una historia lo suficientemente interesante como para no reparar demasiado en sus ya clásicos topicazos de serie B. En el fondo todo es una excusa para la exploración y “limpieza” de un gigantesco barco de lujo, el Queen Zenobia, que ha devuelto a muchos las sensaciones perdidas de la trilogía original en cuanto a atmósfera y sustos, sin olvidarse de los muchos logros obtenidos por las últimas entregas, como la magnífica cámara, el sistema de disparos o la evolución de las armas. Lejos del barco la acción cobra un mayor protagonismo y pierde bastantes enteros (ojo, no por el hecho de la acción en sí, sino por la simpleza del planteamiento de esa subtrama). No obstante, mantiene una notable intensidad y tiene momentos muy logrados, como el ataque de los lobos en la nieve.
Es ciertamente complicado explicar las sensaciones tan magníficas que desprende RE: Revelations en todo momento, salvo unas mínimas ralentizaciones cuando un ascensor nos traslada y obliga al procesador a calcular demasiados niveles a la vez. Una nimiedad que no empaña un conjunto de una fluidez soberbia, un sentido del ritmo apasionante y un apartado técnico sublime. Se nota que Capcom ha llevado la consola a un techo que parecía imposible de alcanzar, y son tantos y tan buenos los detalles gráficos y sonoros, es tal la solidez que presenta el conjunto, que este juego perfectamente podría haber salido para plataformas mayores con un dignísimo 6 a la espalda: la jugabilidad es soberbia, el acoplamiento del Circle Pad es una maravilla y el doblaje al castellano y la precisión del más mínimo movimiento terminan por redondear un juego que se ha convertido, sin mayores problemas, en el mejor del catálogo de 3DS y uno de los mejores de la última década.

Cuesta creer que este prodigio haya sido posible en una portátil (qué lejos aquellos tiempos de la Game Boy), no ya solo por su técnica, sino por su increíble duración, a la altura de los más grandes. Su modo historia está dividido en capítulos de una hora aproximada de duración, ideales para su formato, donde la dificultad aumenta al mismo ritmo que el interés. Hagamos aquí una mención especial para el escenario del barco, uno de los mejores, más complejos y fascinantes de cuantos he jugado en un videojuego desde el jurásico Alone in the Dark, y eso es decir mucho. Sus numerosos recovecos me han tenido horas deambulando en busca de más y más tesoros (y lo mejor de todo es que los tiene), recreados con una perfección gráfica a la que no estoy acostumbrado, sinceramente. Y por si fuera poco, al término del modo historia se nos plantea el modo misión, que nos permite jugar de nuevo en todas las fases del barco y la nieve con una nueva disposición de armas y enemigos, pero esta vez en modo cooperativo local o en red. Una maravilla.
Para terminar, y por mucho que el barco dé cosita y los bichos sean inquietantes, nocturnos y alevosos, déjenme que les destroce un mito: RE:Revelations es un juego de acción pura y dura. Da igual el modo (historia, misión), da igual la pareja protagonista, lo importante es tener un arma bien cargada y lo de menos es la llave de turno. No hay apenas puzzles y los que hay están jalonados de disparos y monstruos, y los momentos más intensos, los mejores, son los que tienen una buena escopeta de por medio, como el fabuloso jefe final. Por todo ello, de equilibrio entre miedo y acción, flores. Este juego transmite las mismas sensaciones que los maravillosos RE4 y RE5 que, no lo olvidemos, también tenían sus mansiones lúgubres, rincones oscuros y sustos en forma de señor con motosierra amenazante. Revelations toma ese testigo y lo lleva a cotas que van a ser realmente complicadas de superar, y por las que Capcom se merece todos los elogios.

lunes, 26 de marzo de 2012

Tradición o renovación zombie



En los últimos meses se ha producido una absurda polémica en el mundo de los videojuegos por el anuncio del lanzamiento de Resident Evil 6, que llegará el próximo noviembre. Dicha polémica trata acerca de si la acción pura y dura que promete el tráiler, en la línea que lleva la saga tras las entregas 4 y 5, desvirtúa o no una saga que basó sus inicios en ambientes solitarios y terroríficos.


Los fans más tradicionales defienden que volver a los orígenes era necesario, que tanto matar zombi sin más no lleva a ningún lado y que donde estén los sustos, los puzzles ingeniosos y la escasez de munición que se quite lo demás. Por contra, los fans renovadores dicen que el salto de RE3 a RE4 fue un auténtico soplo de aire fresco a una saga que mostraba evidentes síntomas de agotamiento, y que gracias a la nueva orientación que le imprimió Capcom a su franquicia ahora hay una legión de fans en todo el mundo deseosos de nuevos capítulos.


Los que sigan este blog ya saben de sobra que yo me sitúo entre estos últimos, no porque opine que la trilogía inicial fuera mala en absoluto, sino porque sus continuaciones van más en la línea de mis gustos personales. Ahora bien, la cerrazón mental de los tradicionalistas es algo que no puedo entender, porque a mi juicio la explicación del cambio es bastante sencilla, y se reduce a tres puntos básicos:


A) La saga inicial ya no daba más de sí: a pesar de la gran acogida de crítica y público de estos juegos, sobre todo de los dos primeros, la fórmula era demasiado parecida en todos ellos, y a la altura de 1999, año en que salió RE: Némesis, la frescura del original o el impacto técnico de la segunda entrega habían desaparecido y todo resultaba repetitivo. El sistema de puzzles, con bloques y llaves, era ya demasiado calcado a Zelda como para ocultarlo por más tiempo, y su retorcida y simplona historia pedía a gritos una actualización, algo especialmente notable en RE: Code Veronica, ya en Play 2.


B) El hardware limitó y condicionó las posibilidades de la trilogía original. No nos engañemos, Play 1 no era ningún prodigio técnico, y por ello todos sus juegos estaban condicionados. Resident Evil no fue una excepción, y de ahí que los enemigos fueran pocos. Si hubiera habido una horda la pobre Play hubiera explotado sin remedio. Ello también explica una serie de problemas que se fueron haciendo cada vez más evidentes y molestos, como el sistema de cámaras fijas por la imposibilidad de Playstation de mover espacios tridimensionales con solidez, las reiterativas transiciones de carga entre habitaciones o pisos, que cortaban el ritmo de la acción, o el sistema de movimiento y detección de enemigos de los protagonistas, que resultaba demasiado robótico en sus giros y acciones, dando al jugador más la sensación de controlar un tanque que a un personaje.


C) La evolución de la industria iba en otra dirección. La explosión del género de los juegos de disparo, tipo Medal of Honor o Call of Duty, inundó literalmente el catálogo de todas las consolas de juegos de acción, igual que había ocurrido en los 80 con los juegos de plataformas, o con los juegos de lucha en los 90. Competir con las nuevas sagas obligaba a Capcom a adaptarse a los nuevos tiempos porque era eso lo que demandaba el público, y las cifras confirman lo acertado de esta decisión. A día de hoy, Resident Evil es una de las sagas de mayor éxito e influencia en el mercado.


Tal fue la revolución que Capcom llevó a cabo, que de entre los experimentos que luego derivarían en la cuarta entrega salió ni más ni menos que un juegazo como Devil May Cry, iniciador de su propia franquicia. Resident Evil 4 fue un éxito monumental porque lo soportaba una consola poderosísima como Gamecube, la joya incomprendida de su generación, y porque solventaba de golpe y porrazo todos los problemas anteriores. Hay un antes y un después de este lanzamiento, que tuvo una sobresaliente prolongación con la quinta entrega y un cooperativo sencillamente irresistible. Ambos son los que mejores ventas obtuvieron de toda la saga, y eso no parece casual ni se puede reducir al argumento de que las masas compran cualquier cosa. Son juegos de una calidad técnica sensacional, y aportan suficientes novedades como para renovar una franquicia, a mi juicio, moribunda.


Total, que el anuncio de la sexta parte nos ha puesto a muchos los dientes bien largos, mal que les pese a los tradicionalistas, porque sigue una línea que asumimos igual de lógica que la gravedad. Y no, no me vale la excusa de que Resident Evil: Revelations, esa obra maestra de 3DS, ha encontrado al fin un equilibrio perfecto entre acción y miedo y que es por ahí por donde debería seguir RE6, porque es un argumento que no se sostiene. Pero de este juego y de dicho argumento nos ocupamos en la siguiente entrega, si les parece.

jueves, 15 de marzo de 2012

La mujer invisible (parte II)


Hace una semana, nuestro ministro de justicia hizo una encendida defensa en el Congreso de los Diputados de la necesidad de reformar la actual ley del aborto. Dijo, entre otras cosas, que esa ley amparaba una serie de comportamientos y actitudes intolerables y que, en el fondo, legitimaba una forma de violencia estructural de género que es la que provoca, en opinión de su partido, un escandaloso porcentaje de abortos (9 de cada 10, si no recuerdo mal). Era imperioso, según el ministro, devolver a la mujer su derecho a “elegir ser madre”.


Hay varios puntos que me llaman la atención en este asunto. Por un lado, entiendo que una buena parte de la sociedad conservadora de este país, a la que este señor representa, está frontalmente en contra no solo de esta ley sino de cualquier ley que legisle el aborto, ya que esta parte de la sociedad lo considera un asesinato puro y duro. Reformar la actual ley sería, pues, el primer paso para llegar a su total derogación futura, que es lo que en el fondo se pretende.


Aunque no esté de acuerdo con esta postura vería razonable que un partido político expresara su rechazo al aborto y empleara todos los medios a su alcance (democráticos, entiéndase) para conseguir sus objetivos políticos. El problema es que aquí no se hace así, y se emplean argumentos retorcidos para lograr objetivos que en el fondo son la antesala de los reales, con una estrategia que rechina por todos los lados.


No se sostiene ni se entiende, por ejemplo, esa defensa de la mujer como un individuo incapacitado para tomar decisiones sobre su propio cuerpo que, según el ministro, otros sí toman por ella, coaccionándola y obligándola a “renunciar a su legítimo derecho de madre”. ¿El aborto, es, pues, una consecuencia del machismo, fruto de la presión de hombres sin moral que, incapaces de hacer frente a su condición de padres, obligan a las futuras madres a dejar de serlo? Es algo inaudito. ¿Sabe el señor ministro realmente de qué está hablando? Por las encendidas protestas de todas las asociaciones en defensa de los derechos de la mujer, parece que no. Entonces, ¿a qué se debe este debate tan surrealista?


Los medios conservadores salieron en defensa de su ministro, como no podía ser menos, para dar con la clave del tema. Se dijo, entre otras cosas, que esas mujeres que protestaron ante las barrabasadas de Gallardón lo hacían enarbolando la bandera del “totalitarismo igualitario”, mujeres que no asumen cuál es su verdadero papel en la sociedad.


No me resisto a citarles un fragmento escrito por uno de los insignes prelados de Intereconomía que, lógicamente escandalizado por estas indignas pretensiones igualitarias, proclama en clave irónica: ¡Igualdad de sexos! Los hombres y las mujeres deben ser iguales. La mujer debe fumar, beber, tener numerosas relaciones sexuales y trabajar como un hombre. El odiado burgués capitalista se cambia por el hombre machista. Odiábamos a los empresarios tanto como ahora odiamos a los hombres. Y nos rebelamos de nuevo. El proletario que no se una al movimiento debe ser recriminado, al igual que hoy es repudiada la mujer que quiere vivir su feminidad en todo su esplendor: Cambiar el traje de ejecutiva por el vestido prenatal, el superordenador por el biberón, el comité de empresa por la familia, la comida precocinada por un buen plato preparado y los intercambios sexuales egoístas por una verdadera y bonita relación de amor.


El autor de esta epifanía, una criatura de apenas 22 añitos que ya tiene su columna para defender semejantes “ideas”, nos recuerda cuál es la verdadera feminidad, aquella que se vive “en todo su esplendor”: ser la esposa y madre sumisa al servicio de la voluntad y disposición del hombre. Y además, nos da la clave para salir de la crisis: si todas las mujeres dejan su traje de ejecutiva y se ponen a planchar y a cocinar buenos platos preparados, entonces habrá más puestos de trabajo para los hombres (sus verdaderos y legítimos depositarios, no lo olviden). Que alguien que ha nacido al amparo de la democracia escriba semejante atajo de necedades dice muy poco de la sociedad que lo ha “educado”, y yo desde luego me niego a aceptar que los triunfos en materia de igualdad, que tanto tiempo y esfuerzo han costado, se vayan ahora al traste porque los ineptos del gobierno y sus infames voceros se dediquen a decirle a las mujeres que cambien alegremente su dignidad por una sartén o un biberón.


Mentalidades y actitudes como esta o la del señor ministro de justicia están colocando a la mujer en una muy complicada situación: a día de hoy, es el sector de la población que más sufre la crisis, que más puestos de desempleo genera y encima no hace sino sufrir recortes en todos los campos imaginables, desde el famoso cheque bebé hasta la ley del aborto. Lo único que nos faltaba era volver a los discursos de la Sección Femenina para terminar de rematarla, porque eso sí que lograría el objetivo de hacer de nuevo invisible a la mujer, sus talentos y sus aportaciones a una sociedad que la necesita más que nunca. El verdadero problema de las mujeres en este país no es que el lenguaje las trate mejor o peor, sino que hay millones de personas dispuestas a enterrarlas en vida, a devolverles a ese lugar de hace medio siglo donde su única capacidad de decisión se reduce a si hoy se comen croquetas o albóndigas.


Mientras nosotros gastamos nuestras energías en hablar de lenguajes y sexos, allí en el Congreso están destrozando el Estado del Bienestar, el de los hombres y el de las mujeres. Y al paso que vamos, firme, austero y decidido, el año que viene ya no habrá día de la mujer y, lo que es aún peor, tampoco habrá ya motivo alguno para felicitarla.

lunes, 12 de marzo de 2012

La mujer invisible (parte I)




Mucho se está hablando estos días de la mujer y su papel en la sociedad actual, con motivo de la celebración de su día internacional. Y en este país de caverna y pandereta, no pocos de los comentarios vertidos arrojan una desoladora imagen que nos coloca en las antípodas de un país que se precia de civilizado y modélico. Pero vayamos por partes.

Todo comenzó con la polémica del lenguaje sexista y la visibilidad de la mujer, a propósito de un excelente y detallado informe de Ignacio Bosque sobre las recomendaciones de unas guías elaboradas por algunos sindicatos, universidades y organizaciones con afanes igualitarios. No creo que el informe se pueda discutir con argumentos lingüísticos porque se atiene en todo momento a la corrección gramatical, al sentido común y a la destrucción de ese prejuicio tan inquietante acerca de que se puede obligar al hablante a modificar su habla antes que su mentalidad. Y aun lamentando mucho los usos sexistas que determinados hablantes puedan hacer del lenguaje, mucho me temo que el problema no está tanto en el espejo que nos devuelve una imagen degradante como en la realidad que proyectamos nosotros sobre el espejo.

Ante este asunto, hay quien se rasga las vestiduras por lo que considera una afrenta del lenguaje, y otros que hacen lo propio por considerar que la afrenta se le hace a la lógica del propio lenguaje. Para los primeros, debemos forzar la máquina de nuestra expresión, y no decir “los problemas del hombre”, sino “los problemas de la humanidad”. Hay quienes defienden que la mujer se haga notar en los discursos oficiales, en todos y cada uno de ellos, lo que lleva a personas que conocen poco o nada de la gramática a decir barbaridades aquellas del tipo “miembros y miembras”. Bosque señala, con no poca malicia, que no ha encontrado en ninguna parte referencia alguna a “los empresarios y las empresarias”, en los documentos de C.C.O.O., lo que supone una notable contradicción, de sesgo ideológico, además, sobre su propia teoría de la igualdad.

Entiéndanme, no digo que muchas de esas propuestas, hechas con la mejor de las intenciones por las guías de uso citadas, no tengan cierto fundamento, y estoy seguro de que los académicos se han sentido molestos por el hecho de que otras instituciones hagan el trabajo que, se supone, les corresponde a ellos. Seguro que algo de eso hay, pero para mí lo esencial en este debate es separar bien ciertas ideas que parecen mezclarse con demasiada ligereza.

La primera de ellas es la confusión, que a este paso va camino de convertirse en leyenda, entre el sexo biológico y el género gramatical de las palabras. Cualquiera que conozca un poco del lenguaje sabe que las realidades de las que tiene que dar cuenta van mucho más allá de esa simplista división del macho y la hembra y que, en el ámbito relativo a los oficios que pueden desempeñar mujeres y hombres, no siempre esas palabras tienen por qué tener necesariamente un género gramatical definido. Las palabras comunes en cuanto al género se cargan así de sospechas y controversia en función de criterios extralingüísticos, como juez, jefe o gerente, que ahora deben tener su preceptiva variante femenina jueza, jefa y gerenta porque así lo dicen quienes, sin embargo, no se preocupan en darle una variante masculina a violonista, artista o futbolista por ser igual de absurdo, en el fondo, que lo anterior.

Por otro lado, la forma de expresarse de cada hablante corresponde a su forma de ser. Si una persona es racista, empleará términos y expresiones que la delatarán en cuanto trate el tema. Si alguien considera que la mujer es un ser inferior, su lenguaje se adaptará necesariamente a esa mentalidad y lo delatará en cuanto abra su boca. Y si, por el contrario, una persona es respetuosa y tolerante, del mismo modo su lenguaje no hará sino reflejar esas ideas de respeto y tolerancia. Pretender que un racista, un machista o una persona respetuosa hablen de la misma manera es absurdo porque para que eso se produjera los dos primeros deberían modificar primero su visión del mundo. Solo así su lenguaje reflejaría cambios significativos.

Estoy totalmente a favor de la igualdad social entre el hombre y la mujer, pero me parece que centrar el debate en lo que el lenguaje debe o no decir sobre este asunto es muy poco fértil. Más me preocupa, por ejemplo, lo que dijo hace muy poco cierto ministro acerca de la ley del aborto porque de su mentalidad, más que de sus palabras, nace mi sospecha de que estamos realmente lejos del país de la igualdad que muchos queremos.

jueves, 8 de marzo de 2012

El libro del mes: FrICCIONES

Allá por el verano de 2005 tuve ocasión de acudir a un seminario de literatura impartido en la Universidad Menéndez Pelayo, donde un excelente profesor trató de convencernos de una serie de ideas que tenían muy diversas ramificaciones, una de ellas con la literatura lúdica.


Para los que, como yo por aquel entonces, éramos unos completos ignorantes en aquel concepto, aquellas charlas nos enseñaron que el nombre de literatura lúdica no hace justicia a todo lo que esconde detrás. Su denominación da idea de juego, de pasatiempo, de un asunto menor, algo que podría hacer cualquiera que supiera juntar dos o tres palabras, cuando en realidad se trata más bien de todo lo contrario. Los seguidores de Perec y el Oulipo saben bien a qué me refiero.


Precisamente entre estos seguidores se encontraba un estudiante fascinado por todo aquel movimiento de la literatura potencial, de la posibilidad de crear literatura que no tuviera necesariamente un trasfondo metafísico, social o existencial, sino que se sostuviera en el castillo formal de las palabras a través de juegos de ingenio tan sagaces como complicados en su proyección y desarrollo.


Debo reconocer que mis limitaciones me llevaron a discutir, con más escepticismo que acierto, las teorías de aquel profesor. Aquella idea de que en realidad toda literatura es una reformulación de lo ya visto y oído, que los escritores no hacen más que repetir lo ya inventado de mil formas diferentes y que es precisamente en esa forma y no en el fondo donde se marca la diferencia, quizá fuera demasiado revolucionaria para mí.


No lo fue, por suerte, para Pablo Martín Sánchez, aquel aventajado estudiante del que les hablo, que recientemente ha publicado una colección de cuentos bajo el título de FrICCIONES. En él juega con esa idea de la combinación de la ficción y de la fricción propia del choque de intelectos entre autor y lector, de las ideas y cosmovisiones de ambos en el espacio de la literatura (o al menos así lo entiendo yo), con unos resultados tan sorprendentes como satisfactorios.


Para alguien que no es precisamente amante de las colecciones de relatos, y mucho menos de la literatura lúdica, FrICCIONES ha sido un más que agradable descubrimiento. Hay en él aplicaciones prácticas de muchas de las ideas de la literatura potencial, fenomenales despliegues de arte literario que atrapan desde el primer momento y, por encima de todo, una voz propia y con una personalidad sólida que guía al lector con una maestría impropia de un autor novel. Los juegos entre realidad y ficción, las burlas constantes del autor entre su autobiografía ficticia y la difusión de los límites de lo real imaginado son recursos que, en manos de Pablo Martín, abren un universo de posibilidades que alcanza en Reír o no reír y Poesía métrica, por citar solo un par de ejemplos, cimas espléndidas.


No son los únicos: De sueños y de versos se burla con malicia del lenguaje académico y su su pérfida anotación erudita; El cubo de Rubik desafía al lector a subir una escalera imposible en clave literaria y hasta hay espacio, en Por qué nunca he escrito un cuento erótico, para que un atribulado escritor se torture con los amoríos de un adverbio y una coma. Cada cuento, al margen de su particularidad, es un pulso constante entre la expectativa y el nuevo horizonte que se abre con cada una de sus últimas palabras, donde la forma, más que el fondo, va tirando del hilo del lector hasta dejarlo únicamente con ganas de pasar al siguiente.


Les dejo, para muestra, un botón de esta excelencia: un relato titulado El subrayado es tuyo donde, como en todos y cada uno de los 26 restantes, se aprecia una sensibilidad poco común hacia un arte, por desgracia, cada vez más olvidado pero que sigue siendo un formidable refugio para esta triste realidad que nos rodea. Háganme el favor y no se lo pierdan: http://www.lasiega.org/index.php?title=El_Subrayado_es_tuyo.


domingo, 4 de marzo de 2012

La serie del mes (4): The Walking Dead


Quizá por mi escasa (o más bien nula) afición al subgénero de los zombies, cuando unos amigos me hablaron con entusiasmo de la serie The Walking Dead, inspirada en el cómic homónimo de Robert Kirkmann, reconozco que puse el capítulo piloto con intención de abandonarlo a los cinco minutos, que es más o menos cuando calculé que me habría aburrido de ver vísceras y cerebros malolientes.


Para mi sorpresa, no solo no fue así, sino todo lo contrario, hasta el punto de que considero que Los días pasados es el mejor piloto de una serie de televisión que he visto en mi vida. Hora y media de una tensión increíble y unos efectos visuales y de maquillaje sencillamente asombrosos, bajo la batuta del maestro Frank Darabont (Cadena perpetua, La milla verde) que hace desfilar a una galería de personajes realmente interesantes y sólidos. Obviamente, el mayor de los méritos recae en unos muertos vivientes que me hicieron olvidar, de golpe y porrazo, todas las chorradas que había visto previamente sobre el tema, pero esto no es, ni de lejos, su única virtud.


Considero que es un acierto convertir la historia en un drama de personajes en lugar de un mero correcalles, y tanto el triángulo Rick-Lori-Shane como las diferentes tramas secundarias me parecieron más que correctas, en cuanto a planteamiento y desarrollo. Todo ello sin olvidar una trama de viajes que iba desde la localidad inicial a la desolada Atlanta, para terminar en un centro de investigación que, quizá, sea lo único discutible de una primera temporada magistral.


Desde el descubrimiento de Perdidos no seguía una serie con tanto interés, devorando los siguientes capítulos casi con idéntica fruición, y si bien es cierto que los capítulos restantes de la primera temporada no terminaron de estar a la altura del piloto, me pareció que en cualquier caso aquella serie tenía un mérito enorme sobresalir con un asunto tan propenso al exceso y a la carnicería gratuita. Una gozada.


Por todo ello, la llegada de la segunda temporada tenía todos los visos de convertirse, de nuevo, en un éxito rotundo. Y a pesar de que aún quedan un par de capítulos para su resolución, me atrevería a decir que, tristemente, no ha sido así. Esta segunda entrega se ha convertido en un compendio de desaciertos y desbarajustes, algunos de ellos explicables desde un punto de vista ajeno a la propia serie, pero otros no tanto. Vamos por partes.


Para empezar, la crisis, claro. La primera temporada tenía 6 capítulos y estaba previsto que la segunda tuviera bastantes más (acercándolo a los 20-23 de otras series de larga duración), pero los recortes en la cadena AMC obligaron a sentar a la mesa a sus directivos con Darabont, productor de la serie. El enfrentamiento fue tan fuerte que Darabont terminó fuera del proyecto y Glenn Mazzara y el propio Robert Kirmann acabaron asumiendo labores de producción y escritura para las que, sinceramente, han demostrado no estar a la misma altura. A efectos prácticos, los cambios fueron básicamente dos: se redujo el número de episodios a 13 y la dotación económica de cada uno descendió considerablemente, lo que afectó al desarrollo de la temporada. Quizá esto explicaría que en los diez capítulos que llevamos hayan aparecido menos zombies que en el piloto, o que la acción se haya visto limitada por la falta de presupuesto para localizaciones y decorados.


Ahora bien, para mí el mayor problema de The Walking Dead (2) es que, en realidad, no ocurre ABSOLUTAMENTE nada. Ya no es que la acción se ralentice, es que se detiene por completo. Muchos de los flecos que quedaban de la anterior temporada se resuelven aquí de forma apresurada y chapucera (el engaño de Lori, su embarazo, etc.), y el espectador termina aburrido de ver una y otra vez a los personajes hablar de tonterías en la granja del anciano Hershel. No puede ser que una trama que se caracterizaba por la deriva de los personajes, que tenía en su viaje errático su gran gancho se haya convertido, ya desde el segundo capítulo, en una versión putrefacta de La casa de la pradera.


Y esto, por mucho que sus productores así lo afirmen, no tiene nada que ver con el presupuesto o con la caída de la hoja, sino con la torpeza de sus guionistas y su ejemplar incapacidad para resolver el lío en que andan metidos. Series como The Killing o Breaking Bad han demostrado que se puede hacer un capítulo magistral con dos personajes y un decorado si realmente hay algo que contar y, sobre todo, habilidad para hacerlo. Aquí, sin embargo, hay situaciones absurdas, búsquedas y diálogos que no van a ninguna parte y un lamentable correveidile de personajes que es aún más improductivo que todo lo anterior, lo que termina provocando una sensación de fatiga y aburrimiento que es aún más letal que los zombies.


Es una pena que, justo cuando la serie se acerca a su tramo final de temporada, el interés general haya decaído tanto. La verdad es que ya me importa bien poco cómo termina, porque a pesar de que siga conservando algunas virtudes de la temporada anterior y que los actores se dejen la piel, no es suficiente. Si lo único que pueden ofrecer los guionistas es una trama tan plana como en la que está ahora mismo encallada, mucho me temo que no soy el único que va a abandonar el barco: hasta los zombies saldrán corriendo, hartos de estar inmersos en una narración donde, en realidad, no hay nada que narrar. Una pena.