martes, 25 de diciembre de 2012

Lingotes de plástico


Jostein Gardner definió en su célebre El mundo de Sofía a los juguetes de Lego como los mejores del mundo por la posibilidad que daban a cualquier tipo de jugador, tanto infantil como adulto, de partir de una serie de propuestas para, a partir de ahí, desarrollar su creatividad literalmente hasta donde quisiera. Desde hace casi un siglo, esta empresa (cuyo nombre procede del danés leg godt, "juega bien") ha pasado por muchas fases, pero ninguna de ellas tan crítica como la que sufrió durante los años 90 y principios del nuevo siglo, donde sus pérdidas fueron astronómicas y hubo de despedir al 20% de su plantillla.

Hasta entonces y con muy ligeras variantes, la línea de productos de la compañía se había basado en grandes áreas temáticas al estilo de su gran competidora, PlayMobil: piratas, medievales, astronautas y ciudad. Sin embargo, el auge de la competencia directa, así como de otros centros de entretenimiento como los videojuegos obligó a Lego a tomar medidas drásticas. El resurgimiento de la compañía, además de por un acertado un cambio en la dirección, se produjo fundamentalmente por la decisión de abrirse a nuevos mercados y, en concreto, al mundo del cine y los videojuegos. Las franquicias de Star Wars, Harry Potter o El Señor de los Anillos han generado tal cantidad de beneficios en estos últimos años que dudo mucho que en Lego tengan que volver a preocuparse por nada durante las próximas décadas.

La gran diferencia que siempre he observado entre Lego y sus competidores en el mundo de los juguetes de construcción es la enorme calidad que atesora la práctica totalidad de sus productos. Todos ellos, con mayor o menor fortuna, están hechos con un cariño y una dedicación que hoy en día puede comprobarse con cada nuevo lanzamiento, que viene acompañado de un vídeo donde el diseñador concreto explica los motivos por los que realizó su producto en particular. Especialmente memorable en este sentido fue el del Discovery, la astronave de la NASA que el año pasado realizó su último vuelo y cuyo diseñador casi se echa a llorar de la emoción pensando en el homenaje tan sentido que había pretendido para tan señalada ocasión. La nave, sobra decirlo, es una obra maestra.

Además de seguir la vía de las franquicias comerciales, a las que se han ido sumando más aciertos, como la línea de súper héroes del tipo Batman o Los vengadores, junto con otros más discutibles como Indiana Jones, Piratas del Caribe o Toy Story, Lego creó una línea especial pensada para el público adulto, con diseños tan espectaculares y reconocibles como la torre Eiffel, el Taj Mahal o el Bridge Tower de Londres. Todos ellos superan las cuatro mil piezas, llegando a ser verdaderos puzzles tridimensionales que requieren paciencia, esfuerzo y dedicación, y que una vez completados ofrecen un resultado sencillamente soberbio. En una escala menor está la llamada "sección modular", una serie de edificios que pueden conectarse una vez construidos, hasta dar forma a una calle clavada a la de cualquier ciudad europea.

No obstante, y como buen friki que soy del universo galáctico y del tolkiense, a mí lo que más me fascina es ver recreados con tantísima calidad ambos mundos en muchas de sus escenas más representativas. Con motivo del 30 aniversario de El Imperio Contraataca o de El Retorno del Jedi, Lego sacó series conmemorativas con un nivel de detalle asombroso, como la base de Hoth o el bosque de Endor, por no mencionar toda la dedicada a Jabba, con su palacio, su barcaza y hasta la cueva del Rancor, con una perfección que es para quitarse el sombrero. El nivel de calidad destinado a las minifiguras de este universo en particular, como el de los más recientes diseños de la reina Amidala o Boba Fett, está adquiriendo tal nivel que ya se venden por Internet como auténticas piezas de coleccionistas a precios desorbitados (más aún que los oficiales de Lego, ya bastante elevados de por sí). Por si esto no fuera suficiente, a la línea regular Lego ha añadido una llamada Ultimate Collector Series, entiendo que para gente con un bolsillo generoso y un nivel de enfermedad mental bastante agudo, y que se deleita con recreaciones de naves clásicas como el Halcón Milenario, el Tie Fighter o el X-Wing hasta un punto que las convierte en auténticas joyas de exposición, y que en el caso del Halcón supera las cinco mil piezas, el récord absoluto de la compañía.

Respecto a El Señor de los Anillos, y aunque hay algunos sets inspirados en El Hobbit, para mí el de Las Minas de Moria se lleva la palma tanto por su diseño como por la fidelidad a la escena de La Comunidad del Anillo, aunque la batalla del abismo de Helm o Bolsón Cerrado no se quedan muy atrás. Es muy apreciable el esfuerzo por no limitarse a adaptar piezas existentes para  "refundir" la línea medieval con la fantástica, y por ello cada nuevo set es, como en el caso de las Minas, un auténtico tesoro en forma de lingotes de plástico.

La reacción de los fans del mundo no se ha hecho esperar y, espoleados por los diseños oficiales, han dado rienda suelta a toda su creatividad. Por todo el mundo se organizan convenciones, competiciones de diseños amateur y hasta últimamente ha cobrado notoriedad el fenómeno de Cuuso, una propuesta de diseños de aficionados de los que Lego hace una selección muy estricta para una posterior edición limitada oficial (la última en salir adelante ha sido el celebérrimo Delorean con Marty MacFly y el Doctor Emmeth Brown, de Regreso al Futuro, dejando fuera de la competición ni más ni menos que a la franquicia de Zelda, ahí es nada). Los ejemplos son incontables pero, por si tienen tiempo y ganas, hay un par de vídeos en youtube que muestran una base de Hoth clavada literalmente a la de la película que tiene miles de piezas. Además del enlace, también les dejo un diseño de un fan sobre Rivendel, la ciudad de los elfos, que es para echarse a temblar. 



(El plano general incluye, de izquierda a derecha, a Bilbo escribiendo su libro, Frodo y Sam en el balcón, el salón del consejo de Elrond, Merry y Pippin en un balcón superior, Arwen y Aragorn despidiéndose en el puente del río y a Elrond y a Gandalf departiendo en su sala principal, además del puesto vigía situado en el extremo derecho. En la imagen de abajo, detalle de Bilbo, Sam y Frodo).




Y este es el enlace a la impresionante base de Hoth. Desde luego, el creador tuvo un verano largo...

jueves, 20 de diciembre de 2012

Cinefórum (23): El Hobbit


(Advertencia preliminar: la presente entrada profundiza en muchos de los detalles de la trama de esta película, por lo que se aconseja no leerla a menos que se haya visto primero la cinta).

Mucho se ha escrito ya sobre esta adaptación, y en especial este blog le ha dedicado particular atención a toda su particular trastienda, de modo que ahora toca centrarse en la película en sí. En líneas muy generales, la historia completa de El Hobbit (el libro) cuenta cómo un humilde y burgués personajillo llamado Bilbo Bolsón se une a una compañía de enanos liderados por Thorin escudo de roble y el mago Gandalf para recuperar un tesoro, custodiado por un malvado dragón en lo más profundo de la Montaña Solitaria. En su periplo Bilbo conocerá a una criatura llamada Gollum, cuyo anillo mágico, capaz de hacer invisible a quien se lo pone, cae accidentalmente en manos del hobbit y se convertirá en un elemento indispensable para ayudarle a adquirir una mentalidad abierta y aventurera. Como puede observarse por su trama se trata de un libro sencillo y de tono ligero y amable, una novela infantil breve que 17 años después conoció una secuela totalmente desproporcionada llamada El Señor de los Anillos, donde aquella humilde historia daba paso a todo un novelón épico con batallas, señores oscuros y anillos de poder que ha cautivado a cientos de generaciones del mundo entero.

Cuando a mediados de los 90 Peter Jackson se embarcó en el proyecto de adaptar el universo de Tolkien, tanto a él como a su equipo les pareció mucho más viable comenzar por la trilogía, por tener un carácter más comercial, a la vez que serio y trascendente (a fin de cuentas, su historia es acerca de la salvación del mundo, mientras que los hechos de El Hobbit apenas tienen repercusión para los bolsillos de unos cuantos personajes, y su único nexo real con la trilogía es el hallazgo del anillo, que bien podía contarse en un resumen al principio, como así ocurrió). No obstante, y como era de esperar, el monumental éxito de aquella adaptación en tres partes ha tenido una lógica continuación en forma de precuela, aunque para ello la maquinaria haya estado parada la friolera de 11 años. Y así, tras muchos cambios de director, montaje e incluso de división (en principio eran dos partes; ahora son tres) llegamos a Un viaje inesperado, la historia de Bilbo que al fin obtiene su ansiada adaptación al cine.

Quizá lo más adecuado sea establecer una premisa básica de partida: tengo la impresión de que el mayor o menor disfrute de esta cinta depende en exceso del tipo de público que acuda a las salas: para cualquier aficionado al universo de Tolkien, ya sea a sus libros como a sus adaptaciones al cine, El Hobbit es un premio a la paciencia y un festín audiovisual que recupera muchas de las virtudes de las que ya nos hizo disfrutar con anterioridad Peter Jackson en la trilogía: la factura técnica y artística es impecable, el ritmo es intenso y entretenido, los actores hacen un gran trabajo en líneas generales (especialmente Martin Freeman), los efectos digitales son intachables y la música es adecuada en todo momento, y en definitiva esto es lo mínimo que se le pide a este tipo de superproducciones. Sin embargo, quien no tenga especial simpatía por los orcos, elfos y enanos, puede que encuentre más reparos en esta cinta y habrá incluso quienes se aburran soberanamente o se vayan a sus casas en mitad de la proyección, como pude comprobar yo mismo el día del estreno.

En cualquier caso, y al margen de los sopores del personal no especializado o fanático, creo que es obligatorio comenzar con la máxima gran diferencia entre el libro y la película, porque determina prácticamente todo lo que viene a continuación. En el libro la búsqueda de los enanos era en realidad la de un tesoro que habían decidido recuperar, "robándoselo" al dragón que previamente se había hecho con él por medios bastante violentos. Bilbo era contratado como un ladrón más de un grupo de ladrones, así, literalmente. En la película, sin embargo, el propósito de los enanos es recuperar el abandonado reino de Erebor, con toda una trama de padres desdichados y malditos cuyo descendiente debe redimir heroicamente matando al infame dragón (todo mucho más trágico y shakesperiano, qué duda cabe). El tesoro sigue estando presente, faltaría más, pero ya no parece lo primordial, ya que a todo se le ha dado un barniz glorificador que afecta incluso a Bilbo, que en la película es catalogado como "saqueador", que siempre suena más digno que ladrón o ratero.

El segundo aspecto que me llamó la atención es el esfuerzo, evidente y notable, por dotar a esta historia de las máximas conexiones posibles con El Señor de los Anillos, algo que en el libro original no ocurría. Hay que recordar que toda la trama de Sauron y sus anillos se le ocurriría a Tolkien muchos años después de publicado El Hobbit, por lo que Peter Jackson se vio en la tesitura de ser fiel al libro o de ser coherente con su propia obra cinematográfica, y ha optado por esto último. Seguro que muchos fans se están rasgando ahora mismo las vestiduras, pero lo cierto es que toda la trama de Radagast y el Necromante, la fortaleza de Dol Guldur y las deliberaciones del consejo Blanco, extraídas de apéndices y notas del propio Tolkien más alguna que otra ayuda aquí y allá de los guionistas, le vienen fenomenal a una historia que necesita, también a mi juicio, establecer vínculos sólidos con lo que sucederá después.

Siguiendo con las diferencias con el libro, la tercera y no menos importante me parece que afecta a Bilbo, al que aquí se ha dotado de un carácter más épico (vean si no esa escena en la que atraviesa cabezas de huargos espada en mano, que en fin...). No me entiendan mal: la personalidad de Bilbo ha sido respetada en lo básico y, especialmente en el primer tramo de la película, es clavado al que yo tenía en mi recuerdo. Ahora bien, conforme se van sucediendo las aventuras y la relación con Thorin se va enturbiando (en esa oposición algo tópica entre el hombre temeroso y el héroe trágico a su pesar), Bilbo va ganando peso heroico hasta esa escena de los lobos que yo, sinceramente, veo un poco fuera de lugar. En la novela Bilbo adquiere volumen aventurero una vez que adquiere el anillo y descubre las posibilidades que, junto a su astucia, le brinda dicho artefacto. Sin embargo, en la película es más listo que el hambre ya desde la escena de los trolls (en el libro era Gandalf, y no Bilbo, el que los engañaba hasta la puesta de sol), y eso hace que su evolución dé algunos bandazos que en el texto de Tolkien resultaban más fluidos.

A esto puede contribuir, siendo comprensivos, el hecho de que esta primera película abarque únicamente los seis primeros capítulos del libro. Esto tiene otras consecuencias importantes, entre las que destaca una acumulación de carreras y persecuciones que a mí, sinceramente, me llegaron a saturar un poco en la montaña de los goblins. Sin embargo, el mayor disgusto (concursos de eructos al margen) me lo llevé con Azog, un orco que no sé muy bien de dónde narices sale y que parece que está colocado de forma muy conveniente para darle a Thorin un rival épico a su épica altura. En cualquier caso, tanto la trama de Azog como su arquetípica personalidad de bicho malvado y maloliente me pareció lo menos afortunado de todo el guión, aunque entiendo que la secuencia de los lobos resulta así más climática y emocional que en el libro, donde la compañía era asaltada por unos orcos que aparecían de un modo bastante aleatorio.

Lo que es innegable es que la película contiene un sentido del humor, un tono ligero y distendido y un "buen rollo" que El Señor de los Anillos no tenía ni de lejos. Hace tiempo que no disfrutaba tantísimo con una película, que no me reía tanto y para bien con las muchas bromas y los numerosos momentos en los que Bilbo enfrenta su óptica acomodada al bárbaro día a día de los enanos, permitiendo a Martin Freeman destacar por encima de todos con un talento para el humor incuestionable. Qué gran actor, y qué estupenda incorporación al universo cinematográfico de Tolkien, de verdad.

Dejo para el final a Gollum, cuya escena es con diferencia lo mejor de toda la película. Reencontrarse con este personaje, todo un hito en el cine de animación, y ver hasta qué punto se ha perfeccionado resulta tan asombroso como estimulante la interpretación de Andy Serkis, que se come la pantalla con cada intervención. El concurso de acertijos en la caverna tiene en la película la misma magia, el mismo encanto y más tensión aún que en el libro, lo que lleva a esta escena a coronarse sin dificultades. Qué lástima que aquí termine su papel en la obra (y espero que así sea, que nos conocemos, Jackson).

La película me pareció, en suma, un compendio de aciertos mayores y desaciertos menores que no empañan un resultado muy bueno, que cumple todo lo que prometía aquel fabuloso tráiler estrenado ahora hace un año. Me resultó muy entretenida, divertida, a ratos emocionante y fenomenalmente hecha, y sin embargo... Sin embargo, me veo en la obligación de reconocer que no salí con el mismo entusiasmo que cuando vi La comunidad del anillo. Sinceramente, el 90% de lo que vi en pantalla me resultó visto y oído anteriormente, y con ello no me refiero a la Comarca o Rivendel. El aire de familiaridad con la primera película era muy pesado, y a ello no ayuda precisamente un prólogo que parece una versión menor del de Galadriel relatando la caída de Sauron y el origen del anillo único, o esa innecesaria escena entre Frodo y el viejo Bilbo, o esa estructura que parece casi idéntica a la de la Comunidad, con el planteamiento, inicio del viaje, parada élfica intermedia y aventurillas finales abiertas con tinte cuasi trágico (¿a qué viene esa amenaza de matar a Thorin por parte de Jackson, por cierto?). La partitura de Howard Shore no destaca como sí hacía en su primera incursión en la Tierra Media (y Neil Finn no es Enya, para qué vamos a engañarnos), pero sobre todo me faltó dimensión épica en los momentos que sí debían haberlo sido (y con ello me refiero a épica de verdad, no esa forzada que intenta Thorin en cada plano, al que parece que han tenido que convertir en la versión de metro y medio de Aragorn, cuando en el libro no era así ni maldita la falta que hacía). Yo precisamente quería olvidarme de la trilogía precedente y entrar con ganas de disfrutar de aire fresco, y resulta que he sentido justo lo contrario, como si me obligaran a rememorar La Comunidad a cada paso del camino, con la lógica decepción resultante de una comparación injusta e innecesaria. No era ésa desde luego mi expectativa inicial, ni creo que la de mucha gente que critica, y con razón, el resultado algo desigual de esta cinta.

Quizá el mayor problema de El Hobbit es que, aunque ni el público general ni los fans lo demandaran así, Peter Jackson sintió una sombra demasiado alargada de su obra anterior, y para no alejarse de la senda del éxito ha terminado por forzar una maquinaria que se resiente de todo ello. Es evidente que la intención es buena, la de mantener el tono visual y narrativo en toda la saga, y ello no quita para que Un viaje inesperado sea una buena película de aventuras, pero me preocupa que esto se les vaya de las manos en las próximas secuelas porque ni el material original es tan bueno como el de las trilogías ni da para tanto. Jackson se juega mucho en la siguiente entrega de esta saga, porque es evidente que se ha guardado muchas cartas (entre las que destaca por encima de todas el dragón Smaug, apenas atisbado en esta). Veremos. De todas formas, sigo creyendo que hacer una trilogía de una narración tan breve es un error, se mire por donde se mire, y de verdad confío en que La desolación de Smaug, prevista para diciembre de 2013, me demuestre lo contrario.




P.D: No he hecho alusión al cansino tema de los formatos de la película, aunque lo cierto es que hay para aburrir (3-D, 2-D, 24 fps, 48 fps, versión original, doblada, etc.). En mi caso, vi la película en 3-D y en 24 fps, y disfruté de una calidad de visionado excepcional y muy, muy recomendable.

P.d2: (Actualización del 4 de enero de 2013): He podido ver al fin la película en el dichoso formato de los 48 fps, y debo decir que me ha sorprendido, y para bien. Es, con diferencia, la mejor versión posible de todas, con una fluidez y un nivel de detalle que mejoran mucho las demás opciones, algo que sinceramente no me esperaba. Todos los movimientos de cámara ganan en definición, y a esta velocidad el efecto en 3-D realza todavía más las muchas virtudes visuales de la película. Todo un acierto, sin duda.

lunes, 17 de diciembre de 2012

Armados hasta los dientes


Después de la escalofriante matanza de Sandy Hook, donde un desalmado de 20 años entró el pasado viernes en una escuela armado con pistolas y rifles semiautomáticos, para acto seguido disparar hasta acabar con la vida de veintiséis personas (veinte de ellos niños de entre 6 y 7 años, más cinco profesoras y la directora del colegio), vuelve a reanudarse el debate sobre la situación de las armas en Estados Unidos. A diferencia de los casos de Columbine o Austin, esta vez no se trata de un instituto o una universidad, sino un colegio de primaria, y quizá ello haya llevado a los políticos (demócratas) a proponer, por primera vez, un conjunto de leyes restrictivas para la compra de armas. Es algo histórico, en un país donde hay que recordar que la posesión de armas es ni más ni menos que un derecho constitucional.

Recuerdo que durante el año que viví en Estados Unidos tuve ocasión de vivir episodios como este en la misma ciudad en la que trabajaba: tiroteos, disparos en colegios, universidades, centros comerciales... La gente me solía decir a mi regreso que aquello sonaba más a película de acción que a realidad real, pero lo cierto es que así fue. Durante mi estancia, en la universidad técnica de Chicago un loco entró armado con un rifle y con granadas y acabó con la vida de seis estudiantes antes de ser abatido por la policía, y cuando el caso se comentó en mi universidad la respuesta mayoritaria de los americanos me resultó asombrosa: "seguro que no tenían suficiente seguridad". Ese mismo años, en Texas se discutía la posibilidad de una ley que permitía a los mayores de 21 años llevar armas en el campus. Leo ahora que en Michigan se acaba de aprobar una que permite lo mismo en las escuelas, por lo que no sé hasta qué punto ha evolucionado o involucionado el asunto en los últimos cinco años.

Lo que más me sorprendió de todos aquellos sucesos fue la reacción de la gente, que ya termina por ver como algo normal que ocurran estas cosas, y suelen derivar la responsabilidad hacia los locos, dementes o desalmados, y creen que la mejor defensa ante esa amenaza es llevar una pistola más grande que el rival. Es evidente que los asesinos tienen plena responsabilidad de sus actos, pero yo ceo que un estado de derecho debería tener un control muchísimo más estricto con este asunto, especialmente cuando estamos hablando de un producto que está diseñado específicamente para matar a otras personas. En cuanto a la guerra preventiva, si ya me parece moralmente cuestionable cuando se trata de invadir un país a bombazo limpio, igualmente escalofriante me resulta que ese pensamiento se instale entre vecinos. Es algo que pervierte un sistema social, y que explica los casos citados y los que aún están por llegar en una sociedad que se alimenta, a través de sus películas, videojuegos e instituciones de ese culto a la violencia con un gatillo de por medio.

Quizá por el peso de mi educación, más europea o civilizada (o eso quiero creer, al menos), la posibilidad de entrar en cualquier tienda y salir armado como un marine me resulta tan alucinante como inaceptable, y fue una de las razones por las que me fui de allí con un gran alivio. Estoy seguro de que en este país de locos donde tengo la suerte de vivir hay más de uno y más de dos que probablemente actuarían igual, pero por fortuna aquí uno no puede hacerse con un M-4 o un Sniper de fracontirador así como así. Y el hecho de que esa posibilidad sea constitucional, argumento empleado por la mayoría de defensores de las armas, me resulta inquietante, siniestro, perturbador, casi tanto como la idea de que un fulano ponga en jaque la estabilidad de un país con un crimen tan atroz como el ocurrido en Sandy Hook, que espero que al menos sirva para abrir los ojos a una realidad cegada por el estruendo, el humo y el estallido de las balas.


jueves, 13 de diciembre de 2012

De juzgado de guardia (en efectivo)


En estos tiempos de protestas ciudadanas por temas sanitarios, educativos y de cualquier otra clase y condición, ha irrumpido con fuerza uno de esos poderes que yo pensaba, a priori, que estaba a salvo de la infame tijera que para todo tiene justificación, por peregrina que sea: la justicia. 

Así es. Jueces y magistrados de todas partes del territorio nacional claman desde hace días con huelgas y manifestaciones contra una serie de medidas que, en su opinión, lo único que garantizan es la inaccesibilidad a una serie de derechos fundamentales por la sencilla razón del dinero. El aumento desorbitado de una serie de tasas en procesos que antes se consideraban básicos, provocará que ahora dichos procesos sean patrimonio solo de unos pocos (los que tienen patrimonio para permitírselo, como era de esperar). Así, por ejemplo, una persona que a partir de ahora quiera denunciar a su empresa por despido improcedente deberá abonar la nada despreciable cifra de 500 euros (¡500 euros!) no reembolsables. Es decir, que tanto si el juzgado le da la razón como si no, esa cifra ha de abonarla sí o sí, si es que quiere llevar a buen puerto su denuncia. ¿Se imaginan ustedes la cantidad de trabajadores que han sido despedidos de forma improcedente que están en disposición de denunciar por semejante cantidad?

Como era de esperar, la reacción del gobierno con cualquier colectivo que cometa la imprudencia de contradecir sus sacrosantos designios no se ha hecho esperar. Les ocurrió a los controladores aéreos en su momento, luego a los profesores, más tarde a los médicos y ahora les toca, obviamente, a los jueces y abogados de este país. Ya nos aclaró ayer el ministro de justicia, Alberto Ruiz Gallardón, que en realidad estas protestas están cubiertas de un bochornoso barniz de hipocresía, porque en realidad a los jueces y magistrados todo esto de los derechos de los pobres trabajadores les da igual: lo que ocurre es que como les han reducido una serie de permisos, pagas extras y días de asueto (lo cual también es cierto, dicho sea de paso), claman y se rasgan las vestiduras porque no quieren perder esos injustificados privilegios.

A ver si les suena de algo esta historia: la ley de tasas judiciales, reforma de la estructura y competencia del Consejo General del Poder Judicial y la carrera judicial propuesta por el gobierno elimina las sustituciones externas, lo que supone una mayor carga de trabajo a los titulares. Las reformas educativa y sanitaria se llevaron por delante a los interinos, dejando únicamente a los funcionarios con plaza, y suprimía las sustituciones de menos de quince días, por ejemplo. Y cuando el sector judicial protesta ahora, como hicieron los otros en su momento, el gobierno responde con acusaciones de intereses particulares y defensa de derechos inmerecidos e injustos de este colectivo para con el resto de la sociedad española. Jueces por la Democracia se ha hartado de repetir que sus encendidas protestas no tienen nada que ver con bajadas de sueldo o una carga de trabajo asumible, pero lo que no tiene justificación es que se cobre por acceder a la tutela judicial efectiva en el ejercicio de los derechos legítimos, que es ni más ni menos que un derecho fundamental reconocido, en la teoría y para todos los ciudadanos, en el artículo 24.1 de nuestra Constitución. De la tutela judicial efectiva se pasará a la tutela judicial en efectivo, y a eso sí que no hay derecho.

Casos como el de aquel ciudadano que quiera recurrir una multa de 100 euros pagando una tasa de 200 pone de manifiesto el absurdo al que el ministerio de Justicia ha llevado el afán recaudatorio o austero de estas políticas impuestas desde Europa. Sencillamente no tiene sentido que una administración que ya estaba atravesando por una situación gravísima, de una situación de colapso debido a la falta de personal y recursos, vea ahora reducidos sus servicios públicos de una manera tan sangrante en beneficio de no se sabe quién. Lo más probable es que un buen número de ciudadanos renuncie, simple y llanamente, a la defensa de sus derechos por la simple razón de no poder permitirse pagar las tasas que implique su caso particular. 

Todo esto se produce, además, en un clima de una tensión insoportable para todos los implicados, que demuestra una falta absoluta de sintonía entre todos los participantes. No se ha producido una sola reunión con los profesionales ni una sola mesa de negociación, exactamente como ya ha ocurrido con el sistema sanitario o el educativo, y ante las protestas del sector judicial la respuesta de Gallardón es, como digo, sangrante: "Las tasas quienes nos las han pedido son los jueces", afirma, tajante, para responder más tarde a las críticas con sorna: "Cómo no van a protestar, si les hemos quitado la paga extra de Navidad".

De acuerdo con los protestantes de las últimas manifestaciones, tanto de la sanidad y la educación como de la justicia, lo que hace aún más desesperante esta situación, la verdadera gravedad de toda esta problemática es que no termine de llegar con la fuerza que debería a la conciencia de los españoles, que asisten con bastante indiferencia al desmantelamiento, sistemático y consciente, de todos y cada uno de los servicios públicos que, en menos de lo que se piensa, van a verse modificados de una manera radical. Hospitales, colegios y tribunales van a terminar convirtiéndose en territorio vetado para una amplia mayoría (hospitales de calidad en la atención médica, colegios de prestigio educativo y tribunales de un servicio de calidad en la defensa de los derechos fundamentales, se entiende). Si no le damos importancia a la atención médica de nuestros hijos, a su educación o a la defensa de nuestros derechos, ¿a qué se la damos, entonces? Es un absoluto misterio.

lunes, 10 de diciembre de 2012

Polémicas en torno a Wii U (parte 2)




Después de dedicarle el tiempo suficiente a Wii U como para sacar algunas conclusiones, tanto del sistema en sí como de algunos de sus juegos más importantes de lanzamiento, voy a repasar los cinco puntos tratados en la entrada del mes pasado con nuevas perspectivas y algunos matices significativos en prácticamente todos ellos.

1.- La potencia: Quizá el aspecto más polémico de los muchos aspectos polémicos de esta nueva consola. Recuerdo perfectamente la salida al mercado de Super Nintendo, Nintendo 64 y Gamecube, y creo que cualquier juego de lanzamiento de aquellos sistemas era capaz por sí solo de dejar en pañales cualquier cosa que se hubiera visto o jugado antes. Super Mario World, Mario 64 o Rogue Leader no necesitaban que nadie de Nintendo jurase que el sistema sería capaz de hacer milagros en dos, tres o cinco años, porque ya los hacían desde su salida y cualquiera podía comprobarlo a primera vista. Wii U no lo hace ni remotamente, no sorprende en nada ni resulta revolucionaria a nivel técnico o de jugabilidad, y eso es una señal malísima. Lógicamente, hace falta más tiempo y juegos de mayor importancia para poder ser más categórico en este sentido, pero tengo serias dudas de que este sistema sea lo que nos están vendiendo: no me parece que sea tres veces superior a una PS3 o una Xbox360 ni por asomo. Ni uno solo de sus juegos supera a sus equivalentes en otros sistemas (y son unos cuantos); es más, prácticamente todos ellos tienen problemas de frame rate cuando hay demasiada acción en pantalla, o son versiones menores o no terminan de explotar las supuestas funcionalidades extras del gamepad más allá de algún mapa intrascendente. A lo sumo, incluyen algunos de los contenidos descargables que uno puede encontrar en las ediciones especiales de dichos juegos (bastante más baratos que las ediciones en Wii U, por cierto). En resumen, hasta que se demuestre lo contrario, el tema de la potencia está en completo entredicho.

2.- Los juegos de Nintendo: Tras haber completado Nintendo Land y Mario Bross Wii U, no me queda ya ninguna duda al respecto: son dos títulos menores se mire por donde se mire. Nintendo Land es una demostración técnica torpemente camuflada, con una gruesa capa de maquillaje incapaz de ocultar su naturaleza de banco de pruebas reciclado. Tiene algunos minijuegos divertidos, como el de los shurikens ninja, homenajes muy de agradecer para sus franquicias famosas y alguna que otra curiosidad, pero en el fondo todo el rollo del giroscopio (F-Zero, Donkey Kong) o el lápiz táctil (Yoshi's Story) no resultan en absoluto sorprendentes y los juegos de Mario, Luigi y Zelda son bastante vergonzosos (y eso que no son los peores: el del baile del pulpo o el de los globos de aire son para echarse a llorar). Respecto a Mario Bros Wii U, no termino de entenderlo: no es que el juego tenga reproche alguno a la hora del control o de la duración y luce muy bien en alta definición; es muy divertido y puede que sea la versión más refinada del plataformas en 2-D de la historia del fontanero, vale, pero es que se mueve en tantos territorios estándar en prácticamente todos sus aspectos que el juego termina convirtiéndose en un estándar en sí mismo. Más allá de su fase ambientada en un cuadro de Van Gogh no hay un maldito nivel que sorprenda lo más mínimo, y después de haber jugado a las versiones de DS y Wii, esto parece más una ampliación de niveles que otra cosa. Ah, y del "uso" del gamepad, mejor no hablemos, porque lo de poner plataformas de apoyo es de juzgado de guardia. Muy mal por Nintendo, en definitiva, por no haber sabido estar a la altura de lo que se espera de ella, que es mucho.

3.- El gamepad: Más cómodo de lo que pensé en un momento, sí, pero me confunde tanto hincapié en la alta definición de la consola cuando la pantalla del gamepad no llega ni de lejos a dicha resolución. ¿De qué me sirve tanta retórica de los 1080p si luego, cuando paso a jugar de la tele al mando, pierdo tantísima definición? Por lo demás, sigo pensando que está hecha para abaratar costes al máximo, y el hecho de que su batería dure tres miserables horas no ayuda en absoluto a ver el vaso medio lleno. El mando pro controller, que también se está vendiendo de salida, tiene una duración media de ochenta horas entre cada recarga (ochenta horas), y además se conecta por USB. ¿Tan difícil (o caro) era hacer algo así para el que es el principal reclamo de la consola? No lo entiendo. 

4.- Los juegos third-party: El presupuesto no me daba más que para una opción, que como no podía ser de otra forma ha sido Batman: Arkham City. El juego es impresionante, nadie lo cuestiona, pero   resulta inferior técnicamente a las versiones de las otras consolas (del PC ya ni hablemos); yo personalmente no he notado todavía tirones de frame rate, pero la crítica los ha señalado con insistencia, así que imagino que no tardaré en verlos. El control es fluido y la campaña tiene duración para aburrir pero, para que nos entendamos, esto me recuerda a cuando salió la Sega Saturn con una conversión casi exacta de Sonic 3D, que había salido previamente para Mega Drive: bueno, pero insuficiente, por mucho que la versión de Saturn moviese más polígonos y mejores texturas, algo que en este caso ya digo que ni siquiera ocurre. Se esperaba más, mucho más que un nuevo traje y alguna que otra curiosidad funcional para convertir esta edición en LA edición de este Batman. Por lo que he podido saber, las versiones de Assassin's Creed III o Mass Effect 3 son también inferiores en el apartado técnico a otros formatos, algo que simplemente no se puede entender. Todo ello hace que este sea otro punto que también empaña el lanzamiento, aunque de forma bastante menor que los anteriores: no nos engañemos, estos son algunos de los mejores juegos de la séptima generación, y especialmente para todo el público que venga directamente de una Wii, deben resultar un salto espectacular con su referente anterior.


5.- La gran ausencia: Aquí sí que sigo en mis trece. Me parece tan evidente que a esta consola le falta un título exclusivo con gancho de verdad, que no consigo entender cómo es que nadie más parece darse cuenta. Miyamoto ha reconocido en alguna entrevista que Pikmin 3 iba a salir para Wii, pero que finalmente fue trasladado a la siguiente consola para darle más tirón. La pregunta que me hago es bien sencilla, entonces: ¿y no hubiera sido mucho mejor sacar Pikmin 3 en Wii el año pasado, y haber retrasado Zelda: Skyward Sword para lanzarlo con Wii U? Olvidémonos del gamepad; solo de pensar en que ese juego se podía haber disfrutado en alta definición y con un apartado técnico muy superior con ese año de trabajo extra, me entran ganas de llorar. Y que no me vengan con historias de que Skyward Sword fue creado específicamente para Wii, porque entonces tiramos de historia reciente de la saga con aquel Twilight Princess y a ver qué respuesta hay para eso (más doloroso aún cuando Wii U está pensada también para jugarse con los mandos de Wii y darle así continuidad al sensor de movimientos). Por cierto, de nuevas propiedades intelectuales tampoco se sabe nada, y yo creo que ya va siendo hora de que nos dejemos de jugar a versiones actualizadas (o no tanto) de los juegos de toda la vida. Entiendo que las franquicias establecidas garantizan ventas, pero si Nintendo, con todo su poder y su renombre, no se puede permitir el lujo de inventarse algo diferente en esta generación (en Wii no se inventaron ni una sola), pues estamos apañados.

No era mi intención resultar tan crítico con Wii U, especialmente cuando la experiencia invita a ser prudentes con todo lo relacionado con Nintendo, pero creo que me puede mi perspectiva de jugador de séptima generación, que ha conocido bombazos en PS3 y Xbox-360. Entiendo que al jugador que viene de los gráficos borrosos de Wii esto de la alta definición sea como ponerse unas lentes de contacto bestiales, y que ahora se abra un abanico de posibilidades con juegos que antes estaban vetados para su consola, pero yo esta etapa la superé ya hace siete años, y a las alturas que estamos del partido necesito algo más que versiones de juegos que ya conozco desde hace tiempo, la verdad. Y si uno mira el catálogo próximo de lanzamiento, al margen de Rayman Legends (que tiene una pinta fabulosa y fue lo mejor que probé en el evento de noviembre, de lejos) no hay mucho más de donde rascar. En cualquier caso, seguiremos informando.



P.d: Y no, no he hablado de la dichosa actualización de no sé cuántos gigas que hay nada más encender la consola, porque si no me hubiera encendido aún más. Vaya tela.

miércoles, 5 de diciembre de 2012

El libro del mes: Tormenta de Espadas



Tengo que admitir que, a pesar de lo mucho que me han insistido amigos y conocidos para que lo leyera sin reservas, he tardado mucho en lanzarme al universo literario de George R. R. Martin, y cuando lo he hecho ha sido con bastantes dudas. Me considero un (gran) fan de la adaptación televisiva de su saga Canción de hielo y fuego, que ha tomado como nombre genérico el del primer volumen, Juego de tronos, y quizá por eso tenía muchas reservas de que fuera a encontrar en las páginas la misma fuerza de los diálogos y el poderío narrativo de los que hace gala la serie. Me preocupaba encontrarme con una avalancha de personajes y un desarrollo plomizo de los eventos, y a fe que me he equivocado, y bien.

Dado que conocía los argumentos de las dos primeras novelas y no me apetecía repetir situaciones ya vividas, decidí comenzar por la tercera entrega de la saga, Tormenta de espadas, que cubre los eventos tras la gran batalla de Desembarco del Rey, momento culminante tanto del segundo libro como de la segunda temporada de la serie. Es cierto que en un primer momento me resultó algo incómodo la presencia de un narrador múltiple, que daba constantes saltos de lugar conforme se sucedían los capítulos. La lista de escenarios y personajes con protagonismo es para echarse a temblar, aunque no hay grandes novedades respecto a la serie (primer punto a favor): Jon Nieve en los territorios más allá del muro; Catelyn y Robb en la frontera de guerra, Tyrion, Cersei y Sansa en Desembarco del Rey; ser Davos, Melissandre y Stannis en su lejana fortaleza; Daenerys y ser Jorah perdidos en las tierras del sur; Bran y su séquito, Arya y el Perro y Jaime y Brienne, por último, vagando por grupos en mitad de ninguna parte).

Cada una de estas tramas va alternándose, sí, pero no de un modo caprichoso como me pareció en un primer momento, sino siguiendo un esquema que va cogiendo forma conforme avanza el libro. No hay un planteamiento propiamente dicho, como tampoco hay un desenlace cerrado; al fin y al cabo, nos encontramos en la mitad exacta de la saga. Sin embargo, sí que hay una progresión narrativa realmente interesante, que va enganchando conforme se suceden los primeros capítulos hasta que llega un momento en que ya no pude dejar de leer, con varios momentos climáticos verdaderamente emocionantes. El interés por saber qué ocurría después me atrapó como hacía mucho tiempo que no me sucedía con un libro, y eso es algo que, ya de entrada, supone un mérito digno de tener en cuenta en estos tiempos que corren.

Evidentemente, tener un rostro de antemano que poner a cada personaje y una familiaridad de serie (nunca mejor dicho) ayuda bastante a entrar en todas y cada una de las nuevas situaciones. Habrá quien considere un crimen no ejercer la imaginación para poner un rostro propio a cada sujeto o escenario del libro; no es mi caso, desde luego. En mi mente todos y cada uno de los personajes tenían la imagen y la voz de sus equivalentes en la serie, y en cierto modo me sentí como si leyera el guión de la esperadísima tercera temporada, lo cual no le restó ni un ápice de diversión a la lectura ni de valor al libro, sino más bien al contrario; creo que de no haber tenido ese referente me habría perdido con tanto personaje y tanta trama.

Por otro lado, es cierto que el libro carece de grandes logros estéticos. La narración de R. R. Martin es plana hasta decir basta, sin ningún tipo de florituras ni afectación de estilo (dicha ausencia de lirismo hace que las canciones me resulten bastante molestas, de hecho), ya que todo en definitiva va directo a lo que interesa al lector, es decir, al desarrollo de la trama. En mi opinión se abusa en exceso del diálogo, que ciertamente es igual de poderoso que en la serie, pero en ocasiones puede llegar a resultar redundante (especialmente en aquellas escenas en las que las noticias de unos y otros van llegando a destiempo, cuando el lector está enterado de todo desde hace varios capítulos). No es, por fortuna, algo que llegue a resultar molesto en exceso, pero sí me parece que revela falta de control por parte del autor (o de planificación, que no sé si es peor). Los personajes, más que por la habilidad del narrador en su papel, se definen a sí mismos por unos parlamentos soberbios; su acción como tal es prácticamente inexistente, y salvo alguna que otra escaramuza ocasional o un atisbo de batalla, todo el que vaya esperando acción de la buena se va a llevar un buen chasco (igual que la serie, en ese sentido). Tormenta de espadas es una novela de personajes, de intrigas, de traiciones y secretos desvelados muy a conveniencia del interés narrativo, y en ese sentido funciona como un reloj.

Más problemas me causa el uso de ciertos elementos literarios o su total ausencia, como ocurre con la justicia poética. Es evidente que o bien Martin desconoce este canon literario, por el cual  los personajes deben recibir un trato justo al final de sus caminos en función de sus méritos o deméritos, o bien le importa menos todavía que sus pobres personajes, que sufren todo tipo de calamidades tanto si lo merecen como si no. Hay quien puede ver esto como un rasgo de realismo, pero dado que nos movemos en tierra de fantasía épica, dragones y hasta un ejército de zombis ambulantes, yo dejaría eso del realismo para otro momento. Así, por ejemplo, todo el episodio de la Boda roja (atención, spoiler), que se salda con las inesperadas muertes de Lady Catelyn y Robb Stark, sorprende no ya solo por su violencia y la forma en la que Martin parece recrearse en lo morboso, sino porque supone un golpe durísimo en el ánimo de un lector que no sale de su asombro al ver cómo sus héroes sufren pérdidas a granel de la forma más injusta e imprevista. Evidentemente, esto es un golpe de efecto que en manos de un narrador poco hábil llevaría al desastre, pero Martin maneja bien sus propios códigos y sale airoso de tan espinosa situación hasta casi el final de la obra. (Atención, mega spoiler). Cuando uno ya pensaba que la pobre Lady Catelyn había sufrido suficiente, esa resurrección a lo zombi resulta, además de grotesca e innecesaria, injusta a todas luces con un personaje que se había ganado, y bien ganado, un merecido descanso en el más allá. Desconozco el destino de tal situación, pero por mucho que se consiga un golpe de efecto final en el libro, no me parece ni remotamente adecuado (además de que plantea serias dudas con los no-muertos que vienen más allá del muro, aunque ese es otro problema que imagino tendrá su debida respuesta llegado el momento). 

Por lo demás, me ha parecido digno de un gran narrador el modo en que Martin hace crecer a todos sus personajes, dándoles aún más entidad que la que recibían en la segunda temporada de la serie. Todos aquellos temores míos de que la historia se diluyera sin la poderosa presencia de Ned Stark o de Khal Drogo se han esfumado por completo: la galería de personajes de Tormenta de Espadas es sencillamente sensacional, con mención especial para Brienne de Qarth, que con su paciencia, honor y constancia se gana el corazón del lector desde su primera intervención y especialmente de Jon Nieve, que es uno de los personajes más insulsos de la serie y que aquí, sin embargo, despierta tanta ternura como compasión. Jaime Lannister también gana muchos enteros con su particular odisea y sus traumas derivados de su mutilación, siendo curiosamente Tyrion, mi personaje favorito, el que menos ocasión tiene de lucirse, como viene siendo habitual en la serie. Menos mal que incluso para él Martin se reserva un capítulo magistral donde (spoiler) su padre Tywin recibe (esta vez sí) el indigno final que merece.
Queda la duda de si este tipo de narraciones son considerables como literatura o no. A mí me ha parecido un texto muy entretenido, bien contado y mejor dialogado en líneas generales, aunque quede bien lejos del gran referente del género, que no es otro que el Señor de los Anillos. En el mismo número de páginas que tiene esta tercera entrega, Tolkien creó un universo de una profundidad, elaboración y categoría a la que, sinceramente, Tormenta de espadas y, mucho me temo que la saga entera de Canción de hielo y fuego, no llega ni por asomo. Esto no es un obstáculo, insisto una vez más, para que sea una lectura recomendable para los aficionados al género o a esos imperdonables impacientes que, como es el caso de un servidor, no ve la hora de que estrenen ya la tercera temporada de la serie. 

P.d: (Aviso, spolier): No puedo terminar esta entrada sin agradecer de por vida a Martin por la creación de Joffrey Baratheon, el hijo incestuoso de Jaime y Cersei, que tiene un papel tan magistral en su repugnancia monárquica como catártico para el lector en su fatal desenlace, esa otra Boda roja que parece que Martin incluyó para dar una (merecida, aunque insuficiente) satisfacción a los seguidores de Invernalia. A fin de cuentas, y en ese sentido Joffrey lo es por pleno derecho, los Lannister siempre pagan sus deudas.