jueves, 20 de octubre de 2011

El fin de la violencia


Acabo de conocer la noticia: ETA anuncia que abandona definitivamente las armas. Así lo ha anunciado a través de un comunicado que abre un proceso de diálogo"directo” y que, por lo que parece, podría ser el final de más de cuarenta años de terrorismo salvaje en este país y parte del extranjero.


De todas las imágenes que me ha tocado vivir como espectador de este cruel y macabro circo de intereses cruzados, sin duda el episodio que más me impactó fue el de Miguel Ángel Blanco, el edil del PP vasco que fue secuestrado y brutalmente asesinado mientras todo el país permanecía en vilo ante los televisores y luego se echaba a las calles para pedir el fin del terror. Era julio de 1996 y ETA debía haber tenido ya la suficiente experiencia como para saber que episodios como ése, o el de la T4 de Barajas que tuvo lugar en 2006, no podían terminar de otra forma que no fuera con su derrota.


Porque eso es lo que significa su comunicado de hoy, una derrota. Es el fracaso de quienes pensaron que se podía coaccionar a un país entero a base de disparos y explosiones, el rotundo hundimiento de una forma de concebir la negociación social y política delirante, febril y enfermiza. Es la consecuencia lógica de años de victorias de los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado, en colaboración con Francia y otros países, por establecer una red que termine por asfixiar a los que asfixiaban y avergonzaban a la sociedad que decían representar. Ese comunicado es el triunfo, al fin, de la razón y de la decisión de un país que no se ha dejado vencer por el miedo.


Decía Esteban González Pons hoy, en una entrevista en TVE, que ETA sólo tenía un camino posible, a pesar de la grandilocuencia y victimismo de su retórica (también apreciable en el comunicado del final de la violencia, claro está): bajar las armas, entregarse y asumir las consecuencias de sus actos. Quizá no esté tan de acuerdo con el portavoz del PP en que la llamada conferencia de paz, donde diferentes personalidades nacionales e internacionales se han reunido para reclamar el fin de la violencia, sea en realidad un montaje para lavar la cara pública de la izquierda abertzale. No tengo tan claro como Pons que esa izquierda abertzale sea un ente homogéneo y, mucho menos, que sus integrantes sean todos terroristas. Por otra parte, gente a la que respeto tanto como Santos Juliá recuerda que ETA no ha anunciado aquí su disolución, sino que se postula como un interlocutor inevitable en la negociación que ponga fin al conflicto armado.


Juliá comparte una visión tan o más pesimista que la de Pons acerca de la conferencia y las estrategias de la izquierda abertzale, y habla de planificación calculada al milímetro. Después de los meses en que Sortu, Bildu y compañía dieron tanto de qué hablar, una de las posibles explicaciones al anuncio de hoy es que, precisamente por el éxito electoral obtenido por la izquierda vasca en esas elecciones (el 25%, el mejor resultado electoral de su historia), los partidarios de la violencia armada hayan visto que es posible otro escenario, uno en el que no se distorsionan las palabras por el estruendo de las bombas. Ojalá sea sólo así, y no haya segundas o terceras lecturas.


Lo malo de todo esto es que el anuncio nos llega en plena campaña electoral, con todo lo que ello implica. Y el menor de los males es que ya se escuchan a los voceros de los diferentes partidos políticos atribuyéndose las correspondientes medallas, como no podía ser menos. Yo, sin embargo, voy a dedicar estas últimas líneas a celebrar la puerta a la esperanza que abre este anuncio, algo inédito hasta la fecha, y a acompañar a todos y cada uno de los ciudadanos que han sufrido, directa o indirectamente, la salvaje carnicería del terrorismo.


Ya era hora de que este sinsentido terminara, aunque solo fuera por dejar en paz de una vez la memoria de todos aquellos que han perdido la vida por algo que siempre debió tratarse, única y exclusivamente, en torno a una mesa y sin pistolas que refuercen argumento alguno. Larga vida a la paz.