domingo, 27 de mayo de 2012

De su puño y letra





El sábado pasado estuve en la feria del libro de Madrid, donde se reúnen miles de personas en torno a cientos de casetas plagadas de libros de todas las clases y para todo tipo de lectores. Se supone que este evento tiene como objetivo potenciar una industria, la de España, donde en palabras del editor Gonzalo Pontón se edita al mismo nivel que Alemania pero se vende y -lo que es peor, se lee- al mismo nivel que en Zambia, con todos los respetos para dicho país. 

A pesar de la alegría general de la feria, de la curiosidad que se percibe en cada uno de sus visitantes y en la impresión de que de allí nadie se va con las manos vacías, que supongo que son buenas señales tanto del éxito de la feria como del logro de sus objetivos, hay una sensación de impostura, falsedad o artificio que no me termina de convencer del todo y que quizá esté relacionado, paradójicamente, con la misma esencia de la feria, es decir, la lectura. 

Siempre he pensado que todo lo relacionado con los libros obedece a un acto de pausa, reflexión, tranquilidad y, hasta cierto punto, soledad. El hecho de leer implica silencio, tiempo y, a ser posible, un espacio adecuado para ello. Esto no solo afecta al proceso de la lectura, sino también al modo en que nos llegan noticias sobre este o aquel libro, recomendaciones de amigos en alguna conversación o en una clase, tanto da. Las librerías o bibliotecas, en justa consonancia con lo anterior, suelen ser lugares acordes a esta filosofía general. A fin de cuentas, la elección de un libro es algo realmente personal, una apuesta que nos puede llevar a disfrutar o a abominar de tal o cual texto en función de criterios estrictamente personales, de nuestro momento particular, nuestro estado, nuestro bagaje personal, algo, en suma, íntimo e intransferible.

Todo esto sencillamente no tiene lugar en un sitio como la feria del libro. Allí todo es bullicio y algarabía, carteles de editoriales, pancartas y cuentacuentos que lo único que consiguen, junto con el insoportable calor madrileño a estas alturas del año, es atontar al personal. También contribuye a este monumental follón el trajín de escritores que van y vienen, firmando con un horario bien anunciado a los cuatro vientos para que nadie se pierda a su autor favorito, tanto si es escritor como si no lo es. Y es que allí estaban congregados ilustres como Luis Goytisolo, Paul Preston, Fernando Savater o Pablo Martín, pero también estaban Nancho Novo, Guillermo Fesser, Curry Valenzuela, Xavier Sardá o Boris Izaguirre (el que más público reunía a su alrededor, con una diferencia aplastante), que ya me contarán ustedes qué demonios pintaban ahí.

Me perdonen los faltos de prejuicios, pero yo tengo serias dudas de que los integrantes de este último grupo, tan dispar como esperpéntico, sean escritores. No discuto su condición de rostros famosos con gancho para el gran público, que imagino ve pasar más tele que libros ante sus ojos a lo largo de su vida, pero si el meollo del asunto deriva hacia estos lares, entonces no entiendo muy bien de qué tipo de negocio estamos hablando. Juntar cuatro nonadas entre dos tapas duras o blandas y venderlo a 19,90 no es literatura, por conocido o simpático que nos resulten estos personajes (que a mí, con excepción de alguno, me caen todos fenomenal, ojo). Y que ver quién firma más se convierta en la comidilla de la feria, mientras los escasos (y pobres) debates y eventos culturales estén desiertos, no me parece una buena señal.

Dejando a un lado a los intrusos de la feria, puedo entender los motivos por los que el público, e incluso hasta el autor, puedan llegar a disfrutar de ese encuentro cercano de la caseta de la feria, con esos breves intercambios acerca de si me gustó su último libro y demás cumplidos formulaicos. Es agradable, ciertamente, ponerle un rostro real a alguien que, como Preston, me enseñó todo lo que sé sobre el Rey de España (elefantes al margen), pero sin duda para mí la mejor sorpresa fue encontrarme a Ramiro Pinilla entre los autores firmantes. Este bilbaíno, de casi 90 años y otros tantos libros a sus espaldas, tiene una de las obras narrativas en castellano más importantes de los últimos 50 años. Fue premio nacional de narrativa en 2005 con su impresionante trilogía Verdes valles, colinas rojas, y su aportación a la narrativa de la memoria histórica es sencillamente incomparable. Pues bien, este señor, a quien dediqué no pocas páginas de mi tesis, estaba ahí en su caseta, con su aspecto bonachón y su boina sobre la cabeza, sin que absolutamente nadie se acercara a él. Pinilla no tiene el gancho popular de los showman televisivos o radiofónicos, es un hombre sencillo y educado que ha vivido toda su vida en su Getxo natal, reflexionando sobre el hombre y la libertad en los durísimos tiempos que le tocó vivir. Y sin embargo ahí estaba don Ramiro, formando parte de aquel circo humano como si en realidad el intruso fuera él, alguien que ha dedicado toda su vida a la literatura, mientras los demás se llevaban los elogios y el calor. 

No pude evitar acercarme a él, presa quizá de ese fetichismo fanático que me rodeaba por todas partes o de un quijotesco sentimiento de justiciero literario. Y tras un breve y cortés saludo traté de recordarle aquella entrevista que le hice para mi tesis en 2007, en el mismo palacio de la Magdalena donde impartió un magistral curso sobre su obra literaria, pero fue en vano. Es evidente que muchos alumnos han debido pasar por sus aulas y otros tantos entrevistadores por las salas de prensa, de modo que me tuve que conformar con que me firmara uno de los pocos libros suyos que aún no he leído -Sólo un muerto más, ya les contaré otro día-. Dado que no había cola a mis espaldas para más firmas abusé un poco de su tiempo y hablamos de más libros, de los suyos y de los míos, y finalmente se interesó por mi tesis: "Dime, ¿y te sirvió para algo?", me preguntó con ese tono tan entrañable como cercano.

Y es que Pinilla, que de esto de libros sabe más que todos los que estábamos ahí juntos, me comentó en aquella entrevista sus serias dudas de que la literatura sirviera realmente para modificar la realidad, o incluso para hacer que se tambaleara ligeramente. Ya entonces me resultó chocante en alguien que tanto ha aportado con novelas como La higuera o Huesos a debates como los de las fosas de la guerra civil o la reivindicación de la memoria colectiva, pero más me llamó la atención lo que dijo aquella mañana de sábado, cuando echó un vistazo a su alrededor, antes de darme mi ejemplar firmado de su puño y letra: "Es curioso cómo es este país, ¿verdad? Dicen que no se lee nada en España, pero miras esto y te da esperanza. Y aunque fuera verdad, que nadie lee y vienen solo por estar aquí, con este buen día, ya merecería la pena ser parte de ello, ¿no crees?"

Francamente, no supe qué responder ante semejante lucidez. Luego me deseó mucha suerte y me dio una mano algo temblorosa, y antes de que me diera cuenta estaba otra vez perdido en aquel embrollo festivo de libros y calores, pensando en todo y nada al mismo tiempo, en libros y negocios, soledades y multitudes, y en aquella tesis que ya tenía olvidada y que sí que me sirvió, don Ramiro. Ya lo creo que sí.

miércoles, 23 de mayo de 2012

La serie del mes (5): House




El pasado fin de semana se emitió Everybody dies, el último capítulo de la serie que marcó en 2004 el inicio, junto con LOST, de un período dorado para la historia de la televisión norteamericana. Y tras dos años ya sin la compañía de nuestros queridos náufragos, es el turno ahora del doctor que da nombre a House. La serie se despide tras ocho temporadas de mala educación, casos imposibles e innumerables homenajes a Sherlock Holmes, y con ella termina también una época que redefinió los parámetros televisivos y nos acostumbró a guiones de calidad, historias apasionantes y excelentes actores acompañados de un equipo de producción acorde con semejante nivel.

No obstante, y a pesar de las inevitables alabanzas que está recibiendo la serie ahora que le ha llegado su fin (como le ocurre a los difuntos el día de su entierro, por otro lado), me gustaría señalar un par de aspectos que no veo en tanta elegía mortuoria. En primer lugar, es verdad que el personaje que tan fenomenalmente interpreta Hugh Laurie tiene un innegable carisma, que sus diálogos tienden a ser por lo general brillantes y divertidos y que su carácter provoca situaciones de lo más inesperadas, pero esto es así sólo durante sus primeras tres temporadas. Mientras mantuvo la frescura, la serie fue una de las preferidas de una audiencia que se entregaba encantada a las excentricidades de un doctor que era de todo menos previsible. Ahora bien, a partir de la cuarta temporada el bajón fue tan monumental que ya no hubo quien lo detuviera, por muchos cambios de equipo que se quisieron hacer o de escenario, como aquellos infelices ingresos en psiquiátricos o cárceles, etc... 

Los creadores de House le pusieron las cosas difíciles desde el principio, con una estructura que no varió un ápice desde el primer capítulo hasta el último (y son 177). Un prólogo donde alguien cae enfermo, anécdota intrascendente de House y alguno de los secundarios, una serie de diagnósticos diferenciales erróneos con múltiples ataques por parte del paciente, siempre al borde del abismo, y por fin resolución brillante y repentina del salvavidas cojo. Siempre es lo mismo, sin ninguna variación significativa, sin valentía ninguna por parte de unos guionistas que eran incapaces de tomar decisiones arriesgadas de verdad.

Vamos con ejemplos. En primer lugar, la segunda temporada terminaba con una supuesta cura del personaje, que volvía a caminar y superaba su adicción a la vicodina. Los creadores no tuvieron el valor de innovar a partir de ahí, y prefirieron volver a la comodidad de la cojera con adicción, que tan irritante volvía al personaje principal. El resultado fue que todo volvía a ser como era antes de que quisiéramos darnos cuenta. Segundo ejemplo: la temporada tercera, que desemboca en un fantástico final donde se deshace el equipo compuesto por los tres becarios de House, hacía suponer un nuevo equipo y nuevas situaciones que dieran frescura a la serie: error. La cuarta temporada incorporó una galería infinita de secundarios que fueron cayéndose por su propio peso, quedando solo los insulsos Taub y 13, mientras que el trío inicial de becarios (Chase, Foreman y Cameron) iban recuperando poco a poco su espacio de un modo tan forzado como molesto.

Otro de los grandes alicientes de House eran sus finales de temporada, casi siempre impactantes y con historias soberbias para el recuerdo. Pues bien, con el tiempo hasta eso se volvió rutinario, y a partir de la cuarta temporada ya se habían convertido simplemente en un capítulo más. Es una lástima, porque si sus creadores hubieran sido menos conservadores, la serie habría evolucionado y quizá hubiera mantenido mejor la pervivencia de un legado que ahora queda empañado por el mal sabor de boca de sus últimas temporadas, donde ha perdido totalmente su inicial relevancia. No es de extrañar, en realidad: cinco temporadas insulsas es demasiado, incluso para los que empezamos siendo fans como yo, y por eso no es de extrañar que varios millones de espectadores hayamos desconectado por el camino, hastiados de que nos cuenten siempre la misma historia con los mismos personajes.

En cualquier caso, insisto en que las primeras temporadas me parecen realmente buenas, y que por encima de todo merecen la pena las excelentes actuaciones tanto de Hugh Laurie como de Lisa Edelstein como la doctora Cuddy. Su ironía y sentido del humor, a veces abrasivo, convirtieron esta serie en algo nada habitual en la televisión. Qué pena que precisamente aquello que la convirtió en rompedora y original hace años haya sido, paradójicamente y por la insistente repetición de esquemas, el mismo motivo por el que muchos la habíamos abandonado. El capítulo final es un ejemplo modélico del agotamiento de la serie, sus personajes y sus tramas, y ni siquiera el retorno de algunas caras conocidas logra salvar el asunto de un completo naufragio. Para ser el final de los finales, resulta monótono, engañoso y, lo peor de todo, previsible, con esa supuesta muerte que se convierte en otro homenaje más a Sherlock Holmes, cuya insistencia me ha parecido siempre un exceso.

No nos engañemos, que ahora se hable de House se debe únicamente a que se termina, y a que la gente sí recuerda el impacto que tuvo en sus primeros años. Eso es lo que se echará de menos, y es algo que a mí personalmente me hace separar, de una manera bien nítida, además, a House de Perdidos. Por muchos retorcimientos de guión, viajes en el tiempo y soluciones finales que no convencieron a todos en esta otra serie, a mí al menos la peripecia de los náufragos me dejó al final con la sensación de haber presenciado un hito histórico de la televisión, cuyo legado aún permanece muy vivo y que las cadenas siguen tratando sin éxito de repetir (véase Flashforward, Alcatraz y tantas otras series canceladas). En el caso de House, lo histórico fue que no me durmiera viendo sus últimas aventuras a la pata coja, y mucho me temo que su legado va a ser más reducido de lo que los panegíricos le proclaman, a bombo y platillo. A fin de cuentas, todo el mundo miente.

lunes, 21 de mayo de 2012

Tántalos de la modernidad




El otro día asistí a un debate acerca del deporte y la relación que mantenemos con él a lo largo de la vida. Entre los participantes había un monitor de gimnasio, que nos aseguró que después del instituto, e incluso antes, buena parte de la sociedad pierde totalmente su relación con cualquier actividad deportiva, de lo cual se derivan después no pocos problemas de salud, entre los que ciertas lesiones y el descontrol del peso son quizá los más visibles. Esta persona nos aseguró que, por suerte, la tendencia a que cada vez más gente se apunte a gimnasios como el suyo puede equilibrar de nuevo esa balanza y devolver hábitos saludables a personas que, de otro modo, están más expuestas a sufrir todo tipo de situaciones que un cuerpo vigoroso rechaza sin problemas.

El debate continuó cuando otra persona aseguró que, siendo cierto el primer punto de la argumentación del monitor, es decir, la ausencia de actividad deportiva a partir de los 17/18 años, quizá lo que se debería buscar es un sistema de fomento del deporte en adultos a través de los municipios, potenciando las ligas sociales de baloncesto, fútbol, tenis o natación que ya existen en muchos lugares pero que aún podrían tener una mayor presencia y relevancia. Evidentemente esto es compatible con la existencia de gimnasios, pero dota al asunto de un carácter más social.

Ante esto, el monitor respondió diciendo que los gimnasios también son un importante punto de encuentro social, además de lugares donde se practica deporte, y que muchas de las clases que allí se imparten (todas ellas con nombres de lo más moderno como spinning, body-pam o body-combat) están precisamente orientadas a que participen 20, 30 o más personas, dependiendo del tamaño y recursos del gimnasio en cuestión. No todo se reduce a correr en una cinta o a levantar pesas en una solitaria esquina. Respecto a los deportes antes citados, y con la salvedad de la natación, el monitor los criticó duramente argumentando que son un foco de lesiones gravísimas en las que no suele haber calentamientos adecuados, preparación ni, lo que es más importante, la continuidad y rutina deportiva que supone la asistencia a un gimnasio (recordemos que todo el debate se refería a una práctica no profesional del deporte: es evidente que Nadal, Gasol y compañía se entrenan a diario).

Reconozco que mi experiencia me acerca más a la postura B, la de alguien que, como yo, ha practicado siempre deporte en equipos de fútbol, campos de tenis o piscinas, y que las pocas veces en que ha pisado un gimnasio el rechazo ha sido generalizado. No dudo de que en estos lugares haya gente, como mi amigo, que estén dedicados en cuerpo y alma a ayudar a la gente a mantenerse en forma, pero me pregunto hasta qué punto un porcentaje significativo de clientes de los gimnasios van a hacer deporte y a estar sanos o más bien a moldear sus cuerpos en función de ciertos criterios estéticos, ya sea para perder barriga, ganar músculo, etc… Estoy convencido de que alguien que asista con regularidad y criterio a según qué clases, pueda reducir su nivel de grasa y tonificar su cuerpo, pero mucho me temo que el cliente medio de un gimnasio es aquel que, presionado por esta sociedad del culto a la belleza y juventud eternas, se arrastra con un agudo sentido de culpabilidad para “pagar” por sus excesos en un acto que roza el masoquismo, subido en esas sillas estáticas mientras suda a chorros o alzando pesas entre estertores de dolor como hacían aquellos que en épocas de los griegos empujaban piedras en el Hades eternamente porque habían ofendido a los dioses.

En ese sentido, la práctica de ciertos deportes en espacios distintos a un gimnasio me parecen más fuera de duda. Mis compañeros de equipo de fútbol tenían una gran musculatura en las piernas pero era una consecuencia de su pasión por un deporte en el que les importaba meter gol por la escuadra, no tener los muslos tonificados. Del mismo modo, mis compañeros de clase de tenis tenían unos brazos y hombros importantes, pero dudo sinceramente de que fueran buscando eso porque su preocupación estaba en lograr unos objetivos dentro del juego en cuestión. Por último, aquellos con los que compartí clase de natación tenían espaldas anchas y una gran resistencia física, pero no estaban tan obsesionados con los espejos como a muchos de los que sí veo en los gimnasios con ese inmenso complejo de Adonis.

No nos engañemos: una persona no necesita unos abdominales de infarto o la musculatura de Hércules para estar sana y saludable. Si nos han convencido de lo contrario a través de la publicidad, las películas o esas infames revistas donde dan “consejos” de dietética, nutrición y deporte, la culpa es exclusivamente nuestra por habernos creído semejante tontería. Yo desde luego no asocio la idea del deporte a la de sufrimiento, y puedo asegurar que en los gimnasios en los que he estado he sufrido de lo lindo y lo he pasado francamente mal. Lo siento por mi amigo monitor, pero para mí el deporte ha sido, es y será siempre adecuado cuando, al margen de proporcionar un ejercicio bueno para el cuerpo, se asocie también con la idea de juego, diversión y entretenimiento, a ser posible con amigos o conocidos. Lo demás, y me perdonen los fans de los esteroides, me parece un negocio muy bien montado que tiene que ver más con un show que con el deporte (tal y como yo lo entiendo, por supuesto).

sábado, 19 de mayo de 2012

La vigencia de los clásicos




Hace algunos meses publiqué una lista con los que consideraba que eran los 20 mejores videojuegos del período 1990-2005. Lógicamente, una lista de este tipo está sujeta a olvidos e inexplicables desapariciones en función de los gustos de cada uno, (muchos lectores me recriminaban, y con razón, ausencias como las de Metal Gear Solid 1, Final Fantasy VII o Resident Evil 2, todos ellos los buques insignia de Playstation 1, que era la menos citada de todas las consolas de aquella lista). También se me reprochó bastante la ausencia de Tomb Raider 1 (PSone, Saturn), un inmenso error que trataré de corregir sin falta en entradas posteriores.
No obstante, el tiempo ha ido dando la razón a muchas de las decisiones que sí fueron incorporadas a aquella lista, ya sea en forma de remakes o de actualizaciones de la práctica totalidad de juegos mencionados, lo que confirma la importancia que tuvieron en su momento dichos títulos y la pervivencia de su legado. Voy juego por juego, para despejar dudas:
1.- Legend of Zelda: Ocarina of Time (Nintendo 64, 1998): Tras una infinita espera y unas pobres reediciones sin más en Gamecube y Wii, finalmente este título recibió una actualización de altura con su versión para 3DS, lanzada en julio de 2011 con un éxito absoluto de crítica y público. En las Navidades de 2011 se lanzó una edición especial que incluía la consola decorada en negro y dorado con motivos del juego, que venía en su versión especial de coleccionista. Además de recibir excelentes puntuaciones, Ocarina of Time 3DS sirvió para sostener las ventas de la consola hasta la llegada de otros pesos pesados y confirmó la importancia de un título que, para una inmensa mayoría, es el rey indiscutible de los videojuegos. Remito a otra entrada anterior para más detalles: http://nacho-latrastienda.blogspot.com.es/2011/08/leyenda-revisitada-parte-1.html.
2.- Super Mario 64 (Nintendo 64, 1996): A pesar de estar disponible en la Wii store, la mejor forma de acercarse a esta obra de arte es en su versión para Nintendo DS, lanzada en 2004. Aunque técnicamente mantiene un nivel muy parecido, añade mejoras sustanciales en forma de más estrellas (30 más que el original), y la posibilidad de alternar el protagonismo de 4 personajes (Mario, Luigi, Yoshi y Wario), todo un regalo para los fans del juego original. Una gozada. Y por cierto, el reciente Super Mario Land 3D parece una versión beta, en ocasiones, de Super Mario 64, con el que comparte algo más que espíritu. A pesar de las buenas críticas que ha recibido, a mí me parece que todo lo bueno que tiene estaba ya, pero mucho mejor, en el clásico de N64.
3.- Goldeneye 007 (Nintendo 64, 1997): Tras muchas especulaciones e infinitos intentos de igualar el original, y aprovechando el vacío cinematográfico de la saga, en 2010 salió finalmente para Wii y en 2011 para PS3 y XBOX-360 Goldeneye 007 Reloaded. A pesar de sus buenas intenciones y de las evidentes mejoras técnicas, este remake no llegó a la altura del original entre otros muchos motivos por la inexplicable sustitución del modelo de Pierce Brosnan por el de Daniel Craig, que no pintaba nada ahí. También contribuyó, imagino, que ahora mismo el panorama de los FPS (first person scooters) esté absolutamente dominado por la franquicia Call of Duty, para lo bueno y para lo malo, y que esta historia de espías no calase tanto como acribillar orientales o rusos sin ningún tipo de sentido.
4.- Metroid Prime (Nintendo Gamecube, 2003): Su éxito le llevó a conocer dos secuelas epigonales: Metroid Prime: Echoes (2005, Gamecube) y Metroid Prime: Corruption, esta última en Wii en 2007. Poco después se realizó una adaptación de los tres títulos con el sistema de control de Wii, llamada Metroid Prime Trilogy, que es con diferencia uno de los mejores títulos del catálogo de la consola. En la misma línea está la versión para Nintendo DS, Metroid Prime: Hunters (2006), una verdadera maravilla que nadie creía capaz a DS. Versiones posteriores que han intentado abrir nuevas vías, como Metroid: Other M solo han demostrado la fuerza del juego de Retro Studios. 
5.- Street Fighter II (Super Nintendo, 1992): El juego conoció multitud de actualizaciones, que mejoraron la velocidad del juego y añadieron la posibilidad de jugar con los jefes finales (Super S. Fighter II, 1993) e incluso más personajes (S.S. Fighter II Turbo, 1994). Los intentos por llevar la saga a las siguientes generaciones fueron algo confusos, con la saga Alpha o algún que otro triste intento tridimensional (S. Fighter III, 1999). Hace pocos años apareció la cuarta entrega, que volvía a un desarrollo en 2-D con todos los personajes de la segunda parte y algunos nuevos (bastante insulsos, la verdad). Su mejorada versión de 2011 (Super S. Fighter IV, PS3 y XBOX-360) es de lo mejor que hay en el género de lucha actual, pero no deja de ser un lavado de cara del éxito de 1992. (Y no olvidemos la versión para 3DS de este título, por cierto, que es una pasada).
6.- Sonic 2 (Mega Drive, 1992): El juego ha sido reeditado durante estos 20 años en todos los formatos posibles para consola y PC, en la mayor parte de ocasiones junto a Sonic 1, 3 y Sonic & Knuckles. Intentos tridimensionales como Sonic Adventure o incluso en 2-D (Sonic 4) demuestran que no hay manera de superar aquel mito de las plataformas, y prueba de ello fue el sincero homenaje que supuso el algo mejor Sonic Generations (2011), que en el fondo no dejaba de ser una descarada vuelta a los orígenes. Actualmente, la versión más recomendable de la segunda entrega del erizo se encuentra en Sonic Collection, para Nintendo DS, que permite la posibilidad de guardar partidas pero respeta íntegramente el original y tiene en el formato portátil su lugar ideal hoy en día. 
7.- Nights (Sega Saturn, 1996): Tras muchísimo ruido en torno a una secuela, el Sonic Team hizo una versión algo mejorada para Playstation 2 en 2002 y, finalmente, una segunda parte original para Wii llamada Nights: Journey into Dreams (2007), que a pesar de sus buenas intenciones y de un apartado técnico muy superior al de Saturn lo único que logró fue recordar a todo el mundo lo mágico que era el juego original que, por cierto, será reeditado en breve en alta definición para los sistemas online de Play3 y Xbox-360.
8.- Tetris (Game Boy, 1989): Este juego ha conocido tal cantidad de versiones que es imposible enumerarlas todas, aunque baste decir que ninguna ha tenido el éxito que tuvo para Game Boy. La última, aparecida para 3DS, parece que ha encontrado de nuevo una fórmula correcta, aunque queda bien lejos del original.
9.- Mario Kart (DS, 2005): Aunque en la entrada correspondiente afirmaba que era injusto quedarse con una entrega, lo cierto es que el tiempo está demostrando que la versión de DS es la mejor de todas por todo lo que aportó en su momento (juego online individual o por equipos, número de corredores, modo misiones, etc...) Su última versión, aparecida para 3DS las pasadas navidades, ha dejado bastante frío al personal con una entrega continuista y, sinceramente, aburrida en buena parte de sus circuitos. Una pena, con el excelente camino que llevaba la saga. 
10.- Monkey Island 2 (PC, 1992): Reeditado en numerosas ocasiones para PC, el año pasado apareció un pack para PS3 y XBOX-360 que recogía las dos primeras entregas, después de su triunfal paso como juego descargable en las tiendas on-line. Es una versión con gráficos actualizados, que respeta por lo demás el espíritu del original y demuestra que todos los intentos posteriores de relanzar la saga eran inútiles. Hay pocas aventuras gráficas que hayan soportado el paso del tiempo y con tanta frescura como la segunda entrega de este pirata fantasma. Habrá quien opine que el HD no era necesario, y que los gráficos originales con aquellos toscos sprites tenían un punto nostálgico, pero lo cierto es que las sensaciones que transmite son prácticamente idénticas, ahora que el juego cumple la friolera de 20 años.
11.- Alone in the Dark (PC, 1993): El juego conoció dos secuelas directas para PC muy conservadoras  respecto del original, que a pesar de su calidad no lograron recrear ni su atmósfera ni sus sensaciones. Bochornosas adaptaciones cinematográficas al margen, en 2001 apareció una cuarta entrega con un apartado técnico algo más actualizado, Alone in the Dark: The New Nightmare, que fue un absoluto fracaso, seguido del mayor aún Alone in the Dark (2008), que es la quinta parte no oficial de una franquicia algo desgastada. 
12.- Virtua Fighter 2 (Sega Saturn, 1995): Esta saga fue conociendo nuevas entregas donde se añadían más personajes y novedades gráficas con más que excelentes resultados. Tanto VF3 (Dreamcast, 1998) como VF4 (PS2, 2001) y VF5 (PS3, XBOX-360, 2005), han sido puntales de la lucha en cada una de estas plataformas, añadiendo propuestas tan interesantes como la lucha en desnivel. A modo de curiosidad, en su momento VF2 conoció una versión para Saturn donde sus personajes eran niños cabezones (Virtua Figher Kids, 1996), y una reedición llamada Fighters Megamix (1997) donde se incluían, además de mejoras gráficas, 20 personajes de otras sagas famosas de la compañía del erizo. Por cierto, este juego fue el primero que permitió a los jugadores desplazarse hacia los lados, cambiando el ángulo de lucha y dando así una sensación de tridimensionalidad completa.
13.- Pro Evolution Soccer 2 (PS2, 2001): el juego ha conocido reediciones cada año, como le ocurre a la saga FIFA, si bien esta última se ha alzado con la corona en las últimas ediciones de una manera clara y contundente. La saga de Konami atraviesa momentos de extrema dificultad que hacen peligrar la franquicia, en parte por su incapacidad de adaptación a la nueva generación. Una lástima.
14.- Gran turismo 4 (Playstation 2, 2005): Nada menos que 6 años les llevó a los desarrolladores de Polyphony Digital lanzar la secuela de este título que, a pesar de todo sigue considerándose, en perspectiva, el mejor de toda la franquicia. A pesar de que GT5 es una barbaridad de juego, la crítica coincide en que no supone el salto cualitativo que sí supuso GT4 en su momento. Fue adaptado con bastante mala fortuna, todo hay que decirlo, para la consola portátil de Sony (Gran Turismo PSP, 2009). 
15.- Donkey Kong Country (Super Nintendo, 1994): El juego conoció aún en Super NES dos secuelas fabulosas, especialmente la segunda, en 1995 y 1996. Tres años después la propia Rare lanzó una versión en tres dimensiones para N64 que no terminó de convencer del todo, y desde entonces la franquicia del gorila estuvo sumida en un eterno letargo del que despertó en 2010 con Donkey Kong Country Returns (Wii), un juego fantástico que recuperaba el espíritu del plataformas original en 2-D y endiablada dificultad, con las convenientes adaptaciones técnicas. Sus responsables, por cierto, fueron los chicos de Retro Studios, los “culpables” de la saga Metroid Prime.
16.- Resident Evil 4 (Gamecube, 2004): La mejor entrega de la saga hasta la fecha conoció una versión en PS2 al año siguiente de su lanzamiento para Gamecube con escasas mejoras, y posteriormente fue adaptado para PC, Wii y hasta para móviles. Su última reedición ha sido como pack en un dlc para PS3 y XBOX-360, junto con el decepcionante Code:Veronica. Sobra decir que tanto RE:5 como el próximo y esperadísimo RE:6 siguen escrupulosamente los pasos marcados por esta magna cuarta entrega. 
17.- Dune 2 (PC, 1992): El juego conoció versiones para Mega Drive y Amiga al año siguiente, que aunque presentaban mejoras gráficas planteaban códigos para cada nivel en lugar de la posibilidad de guardar partidas. Su éxito e influencia, que originó las sagas Command & Conquer, Warcraft y Starcraft entre muchas otras, llevó a Westwood studios a lanzar en 1998 Dune 2000, una interesante mezcla entre secuela y remake para PC y Playstation. Conoció una nueva secuela en 2001 llamada Emperor: Battle for Dune, mientras el prestigio del original no paraba de aumentar.
18.- Panzer Dragoon 2 (Sega Saturn, 1995): El juego perfeccionó hasta tal punto el género del rail shooter que sus desarrolladores entendieron, con buen criterio, que tendrían que explorar nuevas áreas en la siguiente entrega. Dicho y hecho, Panzer Dragoon Saga (Sega Saturn, 1998), supuso tal revolución con su combinación entre RPG y rail shooter que se ha convertido, con derecho propio, en la joya de la corona de Saturn (y otro olvido imperdonable en el top 20, por cierto). Panzer Dragoon 2 conoció una versión portátil para Game Gear en 1996 y continuación directísima en Panzer Dragoon Orta para XBOX en 2002. Diez años después, un tal Project Draco con las mismas bases está en boca de todo el mundo como el siguiente bombazo de XBOX-360. Veremos.
19.- Final Fantasy X (Playstation 2, 2001): Convertido en clásico por derecho propio, fue el primero de toda la saga que conoció una secuela directa (FF X-2, en 2003). Tidus ha aparecido, junto a otros personajes de la franquicia, en los juegos de lucha / rol para PSP Dissidia 1 & 2. Lo último que se sabe de este juego es que va a conocer una adaptación mejorada para PS Vita, que saldrá a finales de 2012, así como una versión en alta definición para PS3, aunque todavía no se sabe si esto último será en formato físico o como contenido descargable online.
20.- ICO (Playstation 2, 2001): Tras el éxito de este juego y, sobre todo, de Shadow of the Colossus, secuela espiritual de ICO y con la que mantiene numerosas conexiones argumentales, su equipo recibió el encargo de crear una tercera entrega a la altura para la nueva generación. Sin embargo, los del Team ICO llevan desde 2005 trabajando en un juego que promete combinar las bases de los dos primeros juegos, pero que no termina de cristalizar en nada concreto y ofrece solo noticias con cuentagotas, entre rumores, despidos y renuncias. Para aliviar tanta espera interminable con el dichoso juego, que parece que finalmente llevará el título de The Last Guardian, Sony lanzó en septiembre de 2011 una versión en alta definición de ICO y Shadow of the Colossus, disponible en formato físico y digital.
Y así llegamos al final del repaso. Como se puede comprobar, todos los juegos mencionados han tenido una vida muy larga más allá de su propio lanzamiento, con casos tan significativos como Ocarina of Time o RE:4, que van camino de convertirse en leyenda de esta industria. No obstante, y atendiendo a las peticiones de muchos lectores, completaré el top 20 con cinco juegos más, que responden a las peticiones que he ido recibiendo y algún que otro olvido mío, aunque tendré en cuenta las entradas que he ido publicando y que afectan a algunos de ellos (caso de Metal Gear o Resident Evil, por ejemplo), lo que reduce la lista a los siguientes juegos: Tomb Raider, Final Fantasy VII, Panzer Dragoon Saga, Banjo Kazooie y Rogue Squadron II: Rogue Leader.

domingo, 13 de mayo de 2012

Gritos en el espacio





En apenas unas semanas podremos disfrutar de la última película de Ridley Scott, Prometheus, que llega envuelta en una enorme expectación por dos motivos. En primer lugar, porque es la vuelta al género de la ciencia ficción de un director que con Alien (1979) y Blade Runner (1982) sentó las bases del propio género a principios de los 80. En segundo lugar, porque Prometheus es, además, una precuela de Alien. Y eso, en manos de Ridley Scott, permite cuando menos generar un nivel razonable de expectativas.

La historia de la saga Alien es en verdad curiosa. La primera parte, nacida al amparo de la pasión espacial que generó Star Wars, era en realidad una película de terror que dejó impactado a medio mundo por su escalofriante ambientación y la brutalidad de algunas de sus escenas (de todas ellas, la del nacimiento del alien en el pecho de John Hurt se lleva la palma, sin duda). La historia de una nave comercial donde sus tripulantes eran devorados uno a uno por una criatura alienígena de fabuloso diseño alcanzó un éxito monumental y, además de lanzar al estrellato al director, dio a conocer también a Sigourney Weaver, que con su teniente Ripley se convirtió en la primera gran heroína de acción del cine contemporáneo. 
Sin embargo, era tal la complejidad de este proyecto que la secuela estuvo aparcada durante años. Ni Scott ni Weaver se mostraban dispuestos a otra nueva aventura que pudiera empañar el buen sabor de boca de la anterior, así que finalmente la Fox contrató a James Cameron, que por entonces acababa de rodar una película de pequeño presupuesto llamada Terminator (1984). Cameron aceptó con la condición de que Weaver formara parte del proyecto y de que se le permitiera darle un giro al tono de la primera entrega.
Dicho y hecho: Aliens se convirtió en todo un fenómeno en 1986, con Ripley de vuelta al planeta de origen de su peor pesadilla en compañía de unos marines del espacio armados hasta los dientes. El resultado fue una película de acción sencillamente magistral, con momentos muy conseguidos y un nuevo alien, la reina, capaz de ponerle los pelos de punta al más valiente. Aunque luego se plagiaría a sí mismo en su aberrante Avatar, aquí Cameron estuvo más que inspirado en la creación de unos personajes sólidos y un diseño digno de contemplarse, con unas batallas que 25 años después siguen impactando como entonces.
A partir de ese momento, y tras la decisión de Cameron de no seguir vinculado a la saga, los productores se plantearon la posibilidad de rodar dos secuelas, la tercera y la cuarta, para explotar al máximo un filón que se antojaba infinito. Tenían muy en cuenta los desmanes que habían sufrido previos éxitos como Tiburón, cuyas secuelas habían evaporado cualquier asomo de prestigio que pudiera tener la primera entrega, y por eso se lo tomaron con toda la calma del mundo para pensar en nuevas historias y equipo de producción.
Finalmente, y tras muchos retoques de guión, la idea de las dos secuelas fue desechada y muchas de las ideas de los borradores fueron a parar en un planeta prisión donde caía la nave superviviente de la segunda parte que, sobra decirlo, iba bien cargada de pasajeros destructivos. Weaver aceptó protagonizarla, aunque no terminaba de verlo claro y estaba algo molesta por la eliminación de escenas que consideraba clave de la segunda parte, donde se profundizaba en su condición de madre. El encargado de dirigirla fue un por entonces desconocido David Fincher, que hasta entonces había hecho cortos y videoclips. 
El resultado, Alien 3 (1992), fue algo contradictorio. La película, una mezcla desequilibrada de thriller, acción y terror, tenía momentos de indudable fuerza (la escena de la enfermería o el momento final, por ejemplo) y unos buenos personajes (en especial Charles Dance, el médico de la prisión), pero a lo largo de toda la cinta planea la sombra de la tijera de producción. Gran parte del metraje que Fincher montó fue reeditado posteriormente sin su consentimiento, de modo que la versión estrenada en cine no se corresponde con la que él entregó. Y el montaje afectaba a situaciones clave, como el motivo de infección original que da lugar al alien o al desarrollo de algunos personajes que en su versión final queda algo deslabazados. Sin ser una mala película, Alien 3 desde luego no estaba a la altura de sus dos predecesoras ni, por supuesto, a la altura de lo que el público esperaba de ella.
Otros cinco años hicieron falta para rearmar de nuevo un equipo de garantías que fuera capaz de borrar el amargo regusto de la tercera entrega. Jean-Pierre Jeunet, director francés que había asombrado a medio mundo con La ciudad de los niños perdidos (1995), fue el encargado de llevar la batuta de una producción que, por primera vez, se rodó fuera de Inglaterra a instancias de una Sigourney Weaver a la que hubo que untar, literalmente, de millones para que aceptara ponerse de nuevo en la piel de Ripley. Jeunet pudo contar con su habitual director de fotografía Darius Khondji y con el gran Pitof para los efectos visuales, y la Fox le permitió contar con un reparto plagado de caras conocidas, con Winona Ryder, Ron Perlman y Brad Douriff en los papeles principales.
Alien resurrection (1997) supuso, en la línea heterogénea de las anteriores, un nuevo cambio genérico, esta vez en favor de la comedia negra de acción. Su diseño es tan o bueno o mejor que el de la primera entrega, y el intenso ritmo de la historia no da lugar a esos molestos vacíos que plagaban Alien 3. Aunque el punto de partida pueda parecer algo flojo (la recreación genética, 200 años después, de la fallecida teniente Ripley con objeto de extraer el alien reina que incuba en su interior), lo cierto es que la historia se mueve en territorios inusuales en la saga, con una Ripley genéticamente alterada hacia los aliens muy provechosa para la trama. La escena en la que contempla a sus anteriores intentos de recreación genética o el nacimiento del híbrido entre hombre y alien son dos momentos espeluznantes, muy en esa línea que el público echaba de menos en una de sus sagas favoritas. 

Al margen de esto, quizá el mayor de los defectos de esta saga haya sido la falta de juicio a la hora de sentar las bases de la historia. Ripley era un gran personaje para la primera película, y quizá en la segunda no desentonara demasiado, pero lo que realmente quería ver la gente no era a Sigourney Weaver corriendo por un pasillo oscuro, sino al alien que la perseguía en una buena historia. El mayor defecto de la tercera y cuarta entrega es darle a Ripley más importancia que a los aliens, a su origen, a su desarrollo y a sus posibilidades. El monstruo de esta franquicia es un depredador de una inteligencia, fuerza y recursos infinitos, y con una historia decente a sus espaldas cualquier público se hubiera olvidado por completo de Ripley, porque es precisamente la capacidad de seducción del monstruo la que atrae al público a las salas. Ridley Scott ha defendido siempre ese argumento, y por eso traslada la acción de su nueva película antes del nacimiento de Ripley. Es una apuesta valiente que, contando con un gran reparto y al guionista de Perdidos, entre otros, esperemos que dé el resultado adecuado.

Y es que tras quince años donde las únicas noticias que hemos tenido de alien son esas aberraciones donde se enfrentan a los inefables Predators, parece que la Fox se ha decidido al fin a retomar el asunto con garantías. Vuelve Scott, vuelve parte del equipo de producción original y, sobre todo, se toma un punto de partida de la historia que permite oxigenar un poco una trama demasiado insistente en el correcalles de Ripley. Tanto los vídeos virales como los tráilers que se han avanzado anuncian una película frenética y apasionante, que llega en un buen momento para recordar la que ha sido, con diferencia, una de las sagas más influyentes en la historia del cine moderno. Cada una en su género y a su manera, las cuatro entregas de Alien son películas muy entretenidas, y en especial las dos primeras son obras maestras del terror y la acción, respectivamente. Ojalá Prometheus sea un digno sucesor de esta herencia y nos vuelva a hacer gritar como posesos en el espacio.


viernes, 11 de mayo de 2012

Motivos de una indignación colectiva


Dentro de poco se cumple un año de las manifestaciones de ciudadanos, primero en Madrid y después en otras ciudades de España y el extranjero, recogidas bajo el nombre del 15-M, que tuvieron como objeto principal protestar por una situación de la democracia que, a grandes rasgos, estos ciudadanos entendían injusta, insuficiente, corrompida.

A pesar de los intentos por politizar estos actos, que algunos medios tacharon de oportunistas por producirse solo cinco días antes de las elecciones autonómicas, el movimiento del 15-M se mantuvo firme y ajeno a estos vaivenes de intereses políticos, especialmente en sus primeras semanas. La impresionante acampada de Sol, con abundantes manifestaciones, asambleas populares y un clima de solidaridad general que, sinceramente, yo jamás había presenciado, fue el foco principal de conflicto e inspiración por su fuerte carga simbólica, y tanto fue así que ahora, casi un año después, la principal preocupación del gobierno es precisamente Sol y las posibles manifestaciones e intentos de acampada de los manifestantes, que tienen tantos o más motivos que entonces para seguir indignados. Y es que, lejos de mejorar, la situación actual de España está derivando en un circo de proporciones lamentables. Desde todos los ámbitos nos han ido llegando noticias a cuál peor, capaces de provocar en la ciudadanía un desánimo incomparable.

El caso de la clase política y de la monarquía, por el papel de liderazgo y decisión que debería desempeñar en toda esta problemática, resulta de una ejemplaridad suprema, precisamente por haber hecho justo lo contrario de lo que se esperaba de ellos. Nuestros gobernantes y aquellos que figuran en la oposición nos dan un día sí y otro también razones de peso para plantearnos cómo hemos podido llegar a una situación en la que gente tan abiertamente incapaz de desarrollar una labor de gestión haya conseguido ser alcalde, ministro o presidente. Así, en los últimos meses, donde los recortes en el Estado del Bienestar se han ido volviendo cada vez más evidentes y dolorosos, hemos asistido a una auténtica demolición de los pilares básicos de nuestra antigua sociedad: la sanidad y la educación.

Los argumentos del gobierno, por muy eufemísticos que se pretendan, ya son incapaces de engañar a nadie. Barbaridades como las de una ministra de sanidad que pone la salud de los inmigrantes en manos de las ONG, o de un ministro de educación que se ríe de la manera más vergonzosa en la cara de opositores, padres, profesores y alumnos ante unas medidas insostenibles, son la cara más amarga de una realidad que se va a cobrar víctimas a corto, medio y largo plazo, tanto en sentido literal como figurado. Y no ayuda a mejorar la imagen de estos políticos que precisamente las mismas cifras que se recortan a estos cimientos de barro se conviertan en descaradas ayudas a un sistema bancario que es, literalmente, un nido de ladrones que no hace más que ponernos los pelos de punta ante cada nueva verdad a medias que va saliendo a la luz.

El asunto de la monarquía se ha convertido, seguramente sin pretenderlo por parte de sus protagonistas, en un sainete donde lo cómico y lo absurdo se mezcla con lo grotesco. Las imágenes del rey en su infausta cacería, su nieto con el pie perforado por perdigones pero, especialmente, el más que turbio asunto del duque de Palma y sus lucrativos negocios han puesto en solfa a una institución que, hasta ahora, había gozado de una paz y hasta un relativo prestigio que ahora es evidente que no merece por irresponsable, ineficaz y torpe. Por sentidas y campechanas que sean, ni siquiera ciertas disculpas son suficientes ante semejante desmán generalizado.

Ante la ausencia de referentes de liderazgo, la gente capea el temporal aferrándose a su entorno más cercano y a sus problemas más inmediatos, pero esta crisis es una lluvia que todo lo impregna: la insoportable reforma laboral ha fomentado un sistema de despidos y de servidumbre al empresario que nos devuelve a sendas pretéritas que era mejor no recordar, y ha llevado la cifra del paro a límites desconocidos, que nos llevarán a superar con creces los seis millones de parados a final de año. El aumento del IVA y del IRPF, así como de los servicios de transporte público, entre otros, no hacen sino profundizar en la merma de una economía que genera, en ese destructivo ciclo, una desconfianza de los mercados que lleva a la prima de riesgo y al IBEX-35 a desbarajustes constantes e imprevisibles.

Por todo esto, el aniversario del 15-M no puede llegar en mejor momento. Ahora, más que nunca, hace falta salir a un lugar donde unificar todas estas voces, todas las protestas de todas y cada una de las víctimas de un sistema absolutamente incapaz de dar respuestas y soluciones a los problemas reales de la sociedad. Ante la radicalización de un sistema que permite que los periódicos divulguen falacias sobre sus propios jóvenes, ante las mentiras constantes de unos gobernantes que acusan a todo aquel que le lleve la contraria o haga huelgas de antidemócrata o antipatriota, cuando no de delincuente, vago y maleante, es necesario alzar la voz y protestar. Ya va siendo hora de que escuchen nuestras verdades.