Dentro de poco se cumple un año de las manifestaciones de ciudadanos, primero en Madrid y después en otras ciudades de España y el extranjero, recogidas bajo el nombre del 15-M, que tuvieron como objeto principal protestar por una situación de la democracia que, a grandes rasgos, estos ciudadanos entendían injusta, insuficiente, corrompida.
A pesar de los intentos por politizar estos actos, que algunos medios tacharon de oportunistas por producirse solo cinco días antes de las elecciones autonómicas, el movimiento del 15-M se mantuvo firme y ajeno a estos vaivenes de intereses políticos, especialmente en sus primeras semanas. La impresionante acampada de Sol, con abundantes manifestaciones, asambleas populares y un clima de solidaridad general que, sinceramente, yo jamás había presenciado, fue el foco principal de conflicto e inspiración por su fuerte carga simbólica, y tanto fue así que ahora, casi un año después, la principal preocupación del gobierno es precisamente Sol y las posibles manifestaciones e intentos de acampada de los manifestantes, que tienen tantos o más motivos que entonces para seguir indignados. Y es que, lejos de mejorar, la situación actual de España está derivando en un circo de proporciones lamentables. Desde todos los ámbitos nos han ido llegando noticias a cuál peor, capaces de provocar en la ciudadanía un desánimo incomparable.
El caso de la clase política y de la monarquía, por el papel de liderazgo y decisión que debería desempeñar en toda esta problemática, resulta de una ejemplaridad suprema, precisamente por haber hecho justo lo contrario de lo que se esperaba de ellos. Nuestros gobernantes y aquellos que figuran en la oposición nos dan un día sí y otro también razones de peso para plantearnos cómo hemos podido llegar a una situación en la que gente tan abiertamente incapaz de desarrollar una labor de gestión haya conseguido ser alcalde, ministro o presidente. Así, en los últimos meses, donde los recortes en el Estado del Bienestar se han ido volviendo cada vez más evidentes y dolorosos, hemos asistido a una auténtica demolición de los pilares básicos de nuestra antigua sociedad: la sanidad y la educación.
Los argumentos del gobierno, por muy eufemísticos que se pretendan, ya son incapaces de engañar a nadie. Barbaridades como las de una ministra de sanidad que pone la salud de los inmigrantes en manos de las ONG, o de un ministro de educación que se ríe de la manera más vergonzosa en la cara de opositores, padres, profesores y alumnos ante unas medidas insostenibles, son la cara más amarga de una realidad que se va a cobrar víctimas a corto, medio y largo plazo, tanto en sentido literal como figurado. Y no ayuda a mejorar la imagen de estos políticos que precisamente las mismas cifras que se recortan a estos cimientos de barro se conviertan en descaradas ayudas a un sistema bancario que es, literalmente, un nido de ladrones que no hace más que ponernos los pelos de punta ante cada nueva verdad a medias que va saliendo a la luz.
El asunto de la monarquía se ha convertido, seguramente sin pretenderlo por parte de sus protagonistas, en un sainete donde lo cómico y lo absurdo se mezcla con lo grotesco. Las imágenes del rey en su infausta cacería, su nieto con el pie perforado por perdigones pero, especialmente, el más que turbio asunto del duque de Palma y sus lucrativos negocios han puesto en solfa a una institución que, hasta ahora, había gozado de una paz y hasta un relativo prestigio que ahora es evidente que no merece por irresponsable, ineficaz y torpe. Por sentidas y campechanas que sean, ni siquiera ciertas disculpas son suficientes ante semejante desmán generalizado.
Ante la ausencia de referentes de liderazgo, la gente capea el temporal aferrándose a su entorno más cercano y a sus problemas más inmediatos, pero esta crisis es una lluvia que todo lo impregna: la insoportable reforma laboral ha fomentado un sistema de despidos y de servidumbre al empresario que nos devuelve a sendas pretéritas que era mejor no recordar, y ha llevado la cifra del paro a límites desconocidos, que nos llevarán a superar con creces los seis millones de parados a final de año. El aumento del IVA y del IRPF, así como de los servicios de transporte público, entre otros, no hacen sino profundizar en la merma de una economía que genera, en ese destructivo ciclo, una desconfianza de los mercados que lleva a la prima de riesgo y al IBEX-35 a desbarajustes constantes e imprevisibles.
Por todo esto, el aniversario del 15-M no puede llegar en mejor momento. Ahora, más que nunca, hace falta salir a un lugar donde unificar todas estas voces, todas las protestas de todas y cada una de las víctimas de un sistema absolutamente incapaz de dar respuestas y soluciones a los problemas reales de la sociedad. Ante la radicalización de un sistema que permite que los periódicos divulguen falacias sobre sus propios jóvenes, ante las mentiras constantes de unos gobernantes que acusan a todo aquel que le lleve la contraria o haga huelgas de antidemócrata o antipatriota, cuando no de delincuente, vago y maleante, es necesario alzar la voz y protestar. Ya va siendo hora de que escuchen nuestras verdades.
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