miércoles, 23 de mayo de 2012

La serie del mes (5): House




El pasado fin de semana se emitió Everybody dies, el último capítulo de la serie que marcó en 2004 el inicio, junto con LOST, de un período dorado para la historia de la televisión norteamericana. Y tras dos años ya sin la compañía de nuestros queridos náufragos, es el turno ahora del doctor que da nombre a House. La serie se despide tras ocho temporadas de mala educación, casos imposibles e innumerables homenajes a Sherlock Holmes, y con ella termina también una época que redefinió los parámetros televisivos y nos acostumbró a guiones de calidad, historias apasionantes y excelentes actores acompañados de un equipo de producción acorde con semejante nivel.

No obstante, y a pesar de las inevitables alabanzas que está recibiendo la serie ahora que le ha llegado su fin (como le ocurre a los difuntos el día de su entierro, por otro lado), me gustaría señalar un par de aspectos que no veo en tanta elegía mortuoria. En primer lugar, es verdad que el personaje que tan fenomenalmente interpreta Hugh Laurie tiene un innegable carisma, que sus diálogos tienden a ser por lo general brillantes y divertidos y que su carácter provoca situaciones de lo más inesperadas, pero esto es así sólo durante sus primeras tres temporadas. Mientras mantuvo la frescura, la serie fue una de las preferidas de una audiencia que se entregaba encantada a las excentricidades de un doctor que era de todo menos previsible. Ahora bien, a partir de la cuarta temporada el bajón fue tan monumental que ya no hubo quien lo detuviera, por muchos cambios de equipo que se quisieron hacer o de escenario, como aquellos infelices ingresos en psiquiátricos o cárceles, etc... 

Los creadores de House le pusieron las cosas difíciles desde el principio, con una estructura que no varió un ápice desde el primer capítulo hasta el último (y son 177). Un prólogo donde alguien cae enfermo, anécdota intrascendente de House y alguno de los secundarios, una serie de diagnósticos diferenciales erróneos con múltiples ataques por parte del paciente, siempre al borde del abismo, y por fin resolución brillante y repentina del salvavidas cojo. Siempre es lo mismo, sin ninguna variación significativa, sin valentía ninguna por parte de unos guionistas que eran incapaces de tomar decisiones arriesgadas de verdad.

Vamos con ejemplos. En primer lugar, la segunda temporada terminaba con una supuesta cura del personaje, que volvía a caminar y superaba su adicción a la vicodina. Los creadores no tuvieron el valor de innovar a partir de ahí, y prefirieron volver a la comodidad de la cojera con adicción, que tan irritante volvía al personaje principal. El resultado fue que todo volvía a ser como era antes de que quisiéramos darnos cuenta. Segundo ejemplo: la temporada tercera, que desemboca en un fantástico final donde se deshace el equipo compuesto por los tres becarios de House, hacía suponer un nuevo equipo y nuevas situaciones que dieran frescura a la serie: error. La cuarta temporada incorporó una galería infinita de secundarios que fueron cayéndose por su propio peso, quedando solo los insulsos Taub y 13, mientras que el trío inicial de becarios (Chase, Foreman y Cameron) iban recuperando poco a poco su espacio de un modo tan forzado como molesto.

Otro de los grandes alicientes de House eran sus finales de temporada, casi siempre impactantes y con historias soberbias para el recuerdo. Pues bien, con el tiempo hasta eso se volvió rutinario, y a partir de la cuarta temporada ya se habían convertido simplemente en un capítulo más. Es una lástima, porque si sus creadores hubieran sido menos conservadores, la serie habría evolucionado y quizá hubiera mantenido mejor la pervivencia de un legado que ahora queda empañado por el mal sabor de boca de sus últimas temporadas, donde ha perdido totalmente su inicial relevancia. No es de extrañar, en realidad: cinco temporadas insulsas es demasiado, incluso para los que empezamos siendo fans como yo, y por eso no es de extrañar que varios millones de espectadores hayamos desconectado por el camino, hastiados de que nos cuenten siempre la misma historia con los mismos personajes.

En cualquier caso, insisto en que las primeras temporadas me parecen realmente buenas, y que por encima de todo merecen la pena las excelentes actuaciones tanto de Hugh Laurie como de Lisa Edelstein como la doctora Cuddy. Su ironía y sentido del humor, a veces abrasivo, convirtieron esta serie en algo nada habitual en la televisión. Qué pena que precisamente aquello que la convirtió en rompedora y original hace años haya sido, paradójicamente y por la insistente repetición de esquemas, el mismo motivo por el que muchos la habíamos abandonado. El capítulo final es un ejemplo modélico del agotamiento de la serie, sus personajes y sus tramas, y ni siquiera el retorno de algunas caras conocidas logra salvar el asunto de un completo naufragio. Para ser el final de los finales, resulta monótono, engañoso y, lo peor de todo, previsible, con esa supuesta muerte que se convierte en otro homenaje más a Sherlock Holmes, cuya insistencia me ha parecido siempre un exceso.

No nos engañemos, que ahora se hable de House se debe únicamente a que se termina, y a que la gente sí recuerda el impacto que tuvo en sus primeros años. Eso es lo que se echará de menos, y es algo que a mí personalmente me hace separar, de una manera bien nítida, además, a House de Perdidos. Por muchos retorcimientos de guión, viajes en el tiempo y soluciones finales que no convencieron a todos en esta otra serie, a mí al menos la peripecia de los náufragos me dejó al final con la sensación de haber presenciado un hito histórico de la televisión, cuyo legado aún permanece muy vivo y que las cadenas siguen tratando sin éxito de repetir (véase Flashforward, Alcatraz y tantas otras series canceladas). En el caso de House, lo histórico fue que no me durmiera viendo sus últimas aventuras a la pata coja, y mucho me temo que su legado va a ser más reducido de lo que los panegíricos le proclaman, a bombo y platillo. A fin de cuentas, todo el mundo miente.

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