El otro día asistí a un debate acerca del deporte y la relación que mantenemos con él a lo largo de la vida. Entre los participantes había un monitor de gimnasio, que nos aseguró que después del instituto, e incluso antes, buena parte de la sociedad pierde totalmente su relación con cualquier actividad deportiva, de lo cual se derivan después no pocos problemas de salud, entre los que ciertas lesiones y el descontrol del peso son quizá los más visibles. Esta persona nos aseguró que, por suerte, la tendencia a que cada vez más gente se apunte a gimnasios como el suyo puede equilibrar de nuevo esa balanza y devolver hábitos saludables a personas que, de otro modo, están más expuestas a sufrir todo tipo de situaciones que un cuerpo vigoroso rechaza sin problemas.
El debate continuó cuando
otra persona aseguró que, siendo cierto el primer punto de la argumentación del
monitor, es decir, la ausencia de actividad deportiva a partir de los 17/18
años, quizá lo que se debería buscar es un sistema de fomento del deporte en
adultos a través de los municipios, potenciando las ligas sociales de
baloncesto, fútbol, tenis o natación que ya existen en muchos lugares pero que
aún podrían tener una mayor presencia y relevancia. Evidentemente esto es
compatible con la existencia de gimnasios, pero dota al asunto de un carácter más
social.
Ante esto, el monitor
respondió diciendo que los gimnasios también son un importante punto de
encuentro social, además de lugares donde se practica deporte, y que muchas de
las clases que allí se imparten (todas ellas con nombres de lo más moderno como
spinning, body-pam o body-combat) están precisamente
orientadas a que participen 20, 30 o más personas, dependiendo del tamaño y
recursos del gimnasio en cuestión. No todo se reduce a correr en una cinta o a
levantar pesas en una solitaria esquina. Respecto a los deportes antes citados,
y con la salvedad de la natación, el monitor los criticó duramente argumentando que son
un foco de lesiones gravísimas en las que no suele haber calentamientos adecuados,
preparación ni, lo que es más importante, la continuidad y rutina deportiva que
supone la asistencia a un gimnasio (recordemos que todo el debate se refería a
una práctica no profesional del deporte: es evidente que Nadal, Gasol y compañía
se entrenan a diario).
Reconozco que mi experiencia
me acerca más a la postura B, la de alguien que, como yo, ha practicado siempre
deporte en equipos de fútbol, campos de tenis o piscinas, y que las pocas veces
en que ha pisado un gimnasio el rechazo ha sido generalizado. No dudo de que en
estos lugares haya gente, como mi amigo, que estén dedicados en cuerpo y alma a
ayudar a la gente a mantenerse en forma, pero me pregunto hasta qué punto un
porcentaje significativo de clientes de los gimnasios van a hacer deporte y a
estar sanos o más bien a moldear sus cuerpos en función de ciertos criterios
estéticos, ya sea para perder barriga, ganar músculo, etc… Estoy convencido de
que alguien que asista con regularidad y criterio a según qué clases, pueda
reducir su nivel de grasa y tonificar su cuerpo, pero mucho me temo que el
cliente medio de un gimnasio es aquel que, presionado por esta sociedad del
culto a la belleza y juventud eternas, se arrastra con un agudo sentido de
culpabilidad para “pagar” por sus excesos en un acto que roza el masoquismo,
subido en esas sillas estáticas mientras suda a chorros o alzando pesas entre
estertores de dolor como hacían aquellos que en épocas de los griegos empujaban piedras en el Hades eternamente porque habían ofendido a los dioses.
En ese sentido, la práctica
de ciertos deportes en espacios distintos a un gimnasio me parecen más fuera de
duda. Mis compañeros de equipo de fútbol tenían una gran musculatura en las
piernas pero era una consecuencia de su pasión por un deporte en el que les
importaba meter gol por la escuadra, no tener los muslos tonificados. Del mismo
modo, mis compañeros de clase de tenis tenían unos brazos y hombros importantes,
pero dudo sinceramente de que fueran buscando eso porque su preocupación estaba
en lograr unos objetivos dentro del juego en cuestión. Por último, aquellos con
los que compartí clase de natación tenían espaldas anchas y una gran
resistencia física, pero no estaban tan obsesionados con los espejos como a
muchos de los que sí veo en los gimnasios con ese inmenso complejo de Adonis.
No nos engañemos: una persona
no necesita unos abdominales de infarto o la musculatura de Hércules para estar
sana y saludable. Si nos han convencido de lo contrario a través de la
publicidad, las películas o esas infames revistas donde dan “consejos” de dietética,
nutrición y deporte, la culpa es exclusivamente nuestra por habernos creído
semejante tontería. Yo desde luego no asocio la idea del deporte a la de sufrimiento,
y puedo asegurar que en los gimnasios en los que he estado he sufrido de lo
lindo y lo he pasado francamente mal. Lo siento por mi amigo monitor, pero para
mí el deporte ha sido, es y será siempre adecuado cuando, al margen de
proporcionar un ejercicio bueno para el cuerpo, se asocie también con la idea
de juego, diversión y entretenimiento, a ser posible con amigos o conocidos. Lo
demás, y me perdonen los fans de los esteroides, me parece un negocio muy bien
montado que tiene que ver más con un show
que con el deporte (tal y como yo lo entiendo, por supuesto).
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