sábado, 17 de enero de 2015

Fastlove



Buscando algo de aprendizaje
hice mi camino a través de la noche
Toda esa basura de conversación...
¿es que acaso no ves las señales?

No te aburriré con los detalles, cariño,
ni siquiera te haré perder el tiempo;
Digamos que simplemente
podrías ayudar a relajar mi mente.
¿Sabes? No soy míster perfecto

Pero si estás buscando algo de amor rápido,
si es eso lo que hay en tus ojos, es más que suficiente.
Ya tuve algo de amor del malo,
algo de amor rápido, es todo lo que tengo en mi mente.

¿Qué es lo que tienes que pensarte?

Buscando algo de afirmación
hice mi camino a través del sol
Mis amigos tienen sus mujeres,
todos están teniendo bebés,
pero yo solo quiero divertirme.

No te aburriré con los detalles, cariño,
ni siquiera te haré perder el tiempo;
Digamos que simplemente
podrías ayudar a relajar mi mente.
¿Sabes? No soy míster perfecto

Pero si estás buscando algo de amor rápido,
si es eso lo que hay en tus ojos, es más que suficiente.
Ya tuve algo de amor del malo,
algo de amor rápido, es todo lo que tengo en mi mente.

¿Qué es lo que tienes que pensarte?
Está tan cerca que casi puedo saborearlo aquí mismo.

En ausencia de seguridad
me hice camino a través de la noche,
el estúpido Cupido sigue llamándome
y veo amor en sus ojos.
Echo de menos a mi alma, sí, la echo de menos esta noche,
así que por qué no hacemos un poco de espacio
en mi BMW, y buscamos algo de paz mental.
Hey, te ayudaré a encontrarla.
De verdad creo que practicamos la misma religión.

Así que deberías levantarte ahora mismo, eso es,
oh, deberías levantarte ahora mismo

(Traducción libre de Fastlove, George Michael, 1996)



lunes, 12 de enero de 2015

Cinefórum (42): Interstellar


El cine de Christopher Nolan ha ejercido desde siempre en mí un fuerte componente hipnótico, una especie de gravedad capaz de atraerme hacia historias truculentas que solo contadas por él me parecerían interesantes (Memento, Insomnia, El truco final), o que directamente me embaucaban y trasladaban a ese lugar al que ansío llegar siempre que me siento en la butaca del cine, como me sucedió con El caballero oscuro y Origen. Hay algo especial en el modo de contar historias visuales de este director, una que le ha dado reconocimiento internacional y lo ha colocado como uno de los creadores con mayor proyección de todo Hollywood, lo que en esta industria equivale a un cheque en blanco para hacer la producción que uno desee. Y si bien él se ha decantado por el formato Imax en lugar de la pseudo-revolución del 3D, en el fondo no es tanto una cuestión de envoltorio como de la originalidad de su propuesta narrativa, visual y hasta sonora (porque vaya talento tiene para manejar al siempre predecible Hans Zimmer).

Todo ello, sumado a las geniales noticias que se iban conociendo sobre su excepcional reparto y equipo técnico, sin comparación ahora mismo en este tipo de filmes, hizo que mis expectativas fueran mayúsculas, una expectación que, no obstante, se volvió directamente proporcional al desencanto con nuevo tráiler, que cada vez que mostraba algo de la trama me iba acercando un poco más a la realidad de esta inflada, pomposa y, en el fondo, vacía trama de viajes espaciales con trasfondo familiar. Pero vayamos por partes.

La película cuenta la historia de un granjero, Joseph Cooper, antiguo piloto de la NASA, en un tiempo futuro en que la Tierra se está quedando sin recursos a consecuencia de ese cambio climático que muchos siguen empeñados en negar. Una serie de circunstancias llevan a Cooper a abandonar a su familia para embarcarse en una misión casi suicida con objeto de encontrar un planeta viable para la humanidad, transportando al espectador a miles de años luz en el espacio-tiempo en una frenética carrera por la supervivencia de la especie.

Dicho así puede sonar fascinante, pero en cuanto la película empieza a sentar sus (lentas) bases en el prólogo en la Tierra, Interstellar pierde fuelle a marchas forzadas. Las películas que tienen que sostenerse en la fe del espectador ante los evidentes misterios que se supone que debe resolver el final tienen un enorme riesgo, especialmente cuando esa fe debe mantenerse casi tres horas. Esto no sería un problema si, como pasa en 2001: Una Odisea en el espacio, cada paso en el camino es sencillamente apasionante: no es el caso (y prometo no hacer más comparaciones con el clásico de Kubrick, palabra). Aquí buena parte de los giros de la trama suenan a una conveniencia extrema de guión, como el modo en que Cooper y su hija llegan a la base secreta de la NASA, o demasiado ligeros y alegres, como el modo en que Cooper se enrola en la misión. Del resto prefiero no decir nada, por temor al spoiler.

Para cuando llega el momento de echarse a volar por el espacio, mi paciencia comenzó a mostrar unos preocupantes síntomas de flaqueza. Habían sido demasiadas conversaciones de cerveza y terraza junto al trigo, demasiada charla científica sobre agujeros negros y demasiado plano de un compungidísimo Matthew McConaughey, que habrá terminado con el ceño hecho polvo después del rodaje y los lacrimales secos de tanto llorar. Y vaya por delante que el actor es lo mejor, con diferencia, de una producción que a partir del despegue inicia, curiosamente, una cuesta abajo imparable. De haber contado con un protagonista menos solvente, esto habría sido literalmente insoportable.

Porque precisamente donde yo esperaba de Nolan esa fuerza de atracción, ese poderío visual que en sus dos mejores cintas mostraban un músculo envidiable, es decir, en la exploración espacial, el viaje y los planetas, es donde más indiferencia, insustancialidad y, por qué no decirlo, aburrimiento encontré. Francamente, me esperaba algo más que un planeta-charco y otro congelado, por muy realistas y científicamente probables que resulten. Me esperaba más que un par de escaramuzas de pseudo-acción resueltas de manera chapucera, con la intervención de un actor invitado que yo me hubiera ahorrado muy gustoso, y especialmente me esperaba más seriedad a la hora de plantear ciertos temas que aquí se resuelven con una alegría espectacular, como todo lo relacionado con la gravedad, las diferencias temporales con la tierra, las nubes sólidas del planeta helado y un larguísimo etcétera que tienen en ese agujero de gusano portátil en el que uno puede eyectarse alegremente la máxima expresión de jolgorio para cualquiera que haya leído un poco sobre el tema. 

Curiosamente, el punto más fuerte de la historia no tiene nada que ver con efectos visuales ni teorías peregrinas sobre la gravedad como una fuerza capaz de trascender no sé qué demonios, sino la relación que se establece entre Cooper y su hija Murphy. Son sus diálogos, la fuerza interpretativa de las dos actrices que dan vida a la joven y el perfecto respaldo de McConaughey lo que sostienen la función hasta el último momento, con escenas memorables capaces de emocionar al más insensible. Eso, la magnífica banda sonora de Zimmer y el buen humor que derrochan unos robots de diseño de dudoso gusto es, a la postre, lo único que salvo de Interstellar, que al final se revela como un relato sobre el vínculo entre padres e hijos: el problema es que para contar ese asunto no hacía falta ningún envoltorio lujoso, aeroespacial ni interestelar, como Clint Eastwood lleva demostrando una y otra vez con sus memorables dramas desde hace más de dos décadas. 

Interstellar es, en definitiva, una película técnicamente irreprochable, que seguramente se llevará todos los premios técnicos que sin duda merece. No se le puede poner un solo pero a su ejecución, a cada uno de esos medidos planos en cualquiera de sus localizaciones, y seguramente irá a los Oscars con ganas de comerse el mundo, como no podía ser menos. Ahora bien, a mí me parece que esta es una película menor en la filmografía de un cineasta al que se le puede y se le debe exigir mucho más que este tosco armatoste lleno de nonadas, donde menos mal que hay algunos alicientes que hacen más llevadero un tramo final simplemente delirante donde hasta los más fans de este director se llevarán las manos a la cabeza. Otra vez será.



jueves, 8 de enero de 2015

Cuerpo y alma, risa y llanto



Vagando por las eras del olvido
erré el rumbo que una vez creí de hierro,
adoré a falsos ídolos del yerro
y me convertí en siervo compelido.

Creí que un mundo mejor era posible.
Fié mi suerte a mi empeño y mi talento
hasta crujir mis huesos el argento 
de esa mirada de hiel impasible.

Hice todo cuanto estuvo a mi alcance,
entregué cuerpo y alma, risa y llanto
hasta quedar todo mi ser en trance.

Cenizas del fracaso y el quebranto
fueron nicho de tan triste balance,
onda eterna de eterno desencanto.



viernes, 2 de enero de 2015

Cinefórum (41): La batalla de los cinco ejércitos



Tres han sido los pecados capitales cometidos por Peter Jackson en la adaptación de El Hobbit, errores garrafales que han condenado lo que podía haber sido una excelente película en dos partes a ser un producto hinchado, confuso y atropellado en tres entregas que para nada respeta el espíritu del libro original y, lo que es peor, hace un flaco favor a la trilogía a la que precede cronológicamente, El Señor de los Anillos, con una sarta de interrogantes, paradojas y sinsentidos que provocarán más de un disgusto a quien vea las seis películas en su orden lógico. 

El primero de estos errores ha sido pensar que con solo traer a todo el equipo de producción, diseño, música y reparto posible de vuelta estaba garantizada la calidad y el resultado previos. El fenómeno de El Señor de los Anillos conjugó estos y otros talentos en un momento muy concreto de sus respectivas carreras, con mucha gente con mucho por demostrar y una historia brillante y plagada de epicidad que dio alas a tanto talento e inspiración. Gente como el propio Peter Jackson y buena parte del reparto eran completos desconocidos, y otros como Howard Shore, si bien ya establecido como compositor de bandas sonoras, no había dado todavía el salto de calidad que podía dar. Visto el resultado final de la trilogía, muchas de estas decisiones se han revelado como desacertadas en parte por la excesiva familiaridad y en parte por la escasa, por no decir, nula inspiración de muchos de los departamentos implicados, con Jackson en la dirección y Shore en la composición como los dos ejemplos más claros.

El segundo error fue convertir un proyecto que daba, como mucho, para dos cintas, en tres. Si al material original (180 páginas) se le unía el de los apéndices de Tolkien, el viaje de Bilbo se podía haber contado en una película larga e intensa, quizá en dos si se alargaban determinadas escenas con detalle. Cuando Peter Jackson proclamó ufano a través de las redes sociales que teníamos nueva trilogía entre manos no fuimos pocos los que dijimos que aquello era una mala decisión, motivada claramente por temas económicos y no tanto de necesidad del material literario. La batalla de los cinco ejércitos, con diferencia la peor película de las tres que conforman El Hobbit de Jackson, es la demostración palpable de este fracaso de organización del material, con un prólogo que es un total despropósito y una batalla interminable donde nada tiene demasiado sentido, pero que en cualquier caso resulta gratuita hasta la saciedad y palidece, una vez más, comparada con las climáticas secuencias de acción de Las dos Torres o El Retorno del Rey, con quien Jackson sigue empeñado en competir no se sabe por qué extraña razón.

El tercer error tiene que ver, única y exclusivamente, con decisiones de Peter Jackson relacionadas con la adaptación de la obra, y en especial con los cambios y aportaciones de su propia cosecha. El propósito de hilvanar esta historia con la de El Señor de los Anillos y crear un universo coherente es loable, pero eso se podía haber logrado de muchas formas que no implicaran el regreso forzado y gratuito de no pocos personajes, como Frodo, Bilbo en su versión anciana o, especialmente, Legolas. El elfo, que ya en la trilogía original tenía momentos bochornosos, protagoniza escenas realmente embarazosas en esta nueva saga, con el factor añadido de que no aporta absolutamente nada a la historia salvo entorpecer la trama principal. Junto a él viaja inseparable Taruiel, la obligatoria presencia femenina en una aventura a la que maldita la falta que le hacía, pero que aquí se inserta con un calzador colosal para, además, repetir la historia de amor imposible entre elfos y otras razas con un desenlace que es para ajusticiar al guionista. Pocas veces el concepto del amor verdadero ha dado tanta vergüenza ajena en labios de una actriz.

Mención aparte merece el personaje de Alfrid, que hace serias oposiciones a convertirse en el Jar Jar Binks de esta saga. Para alguien que debería haber muerto en la primera escena junto al gobernador, pero al que Jackson decidió darle cancha cómica por el buen rollo que generaba en el rodaje, no se le puede pedir una actuación más desastrosa, desafortunada y cargante que a Ryan Gage. Su salida de escena con la mención del refajo en plena batalla épica me pareció una más de tantas decisiones lamentables de un guión paupérrimo. Y no fue la última.

En realidad, la principal aportación argumental en esta saga es la concerniente a la fortaleza de Dol Guldur, lugar en el que el espíritu de Sauron anida en la forma del misterioso nigromante. Tras las pobres bases sentadas en las dos primeras películas, que alargaban en exceso las idas y venidas del consejo blanco y en especial de un Gandalf que en esta trilogía está más perdido que nunca, La batalla de los cinco ejércitos plantea una solución fácil y chapucera, con una Galadriel en modo niña del exorcista del todo injustificado. Al margen de otras consideraciones, la principal duda que queda es evidente: si todos los miembros del consejo saben del retorno de Sauron, ¿cómo se explica que dejen pasar los 60 años hasta los eventos de El Señor de los Anillos tan plácidamente? Más aún: si Gandalf es consciente de que Bilbo posee un anillo de poder, y muy probablemente el Anillo Único, ¿por qué no le pregunta más cosas? ¿Por qué luego, en La Comunidad del Anillo, de repente le entra la prisa por investigar y atar cabos cuando podía haber arrojado toda sombra de sospecha en los fuegos del Monte del Destino con una de esas siempre convenientes águilas más de medio siglo antes?

Pero al margen de estos errores capitales, El Hobbit se resiente de una trama limitada, pequeña y de menor ambición, propia del cuento original con el que Tolkien pretendía entretener a sus hijos y que él mismo hubo de rehacer una y otra vez cuando el proyecto de los anillos se le fue de las manos veinte años después. El exceso permanente en que vive instalada La batalla de los cinco ejércitos hace imposible una crítica al uso porque, insisto, no se trata de una película sino de los cabos sueltos que debían haber quedado atados en anteriores entregas. El desenlace de Smaug es imperdonable, con apenas diez minutos que perfectamente podían haber entrado al final de la segunda parte (si no hubiéramos tenido que soportar la dichosa escena de las fraguas, claro). Semejante personaje, el alma de toda esta saga y principal referente, queda reducido a un pelele que únicamente el plano en que desciende muerto sobre la ciudad del lago, cargada de emoción contenida, ayuda a paliar.

Del resto... en fin: ya hemos mencionado los cinco minutos que zanjan el asunto de Dol Guldur, por lo que únicamente quedan las idas y venidas de los trece insustanciales enanos y el bueno de Bilbo, al que Martin Freeman sigue dando vida de forma ejemplar. Toda la trama relativa a Dorin y su bajada a los infiernos de la codicia está llevada de un modo primerizo, en especial con una resolución de golpe y porrazo que no hace justicia a un personaje que, no lo olvidemos, ya conoció las estancias del tesoro de Erebor en su juventud pero que aquí parece verlas por primera vez. Así las cosas, solo nos queda la batalla, lastrada por unos efectos visuales que, por extraño que parezca y por primera vez en toda la saga, no están a la altura. Más que nunca la sensación de estar viendo una secuencia CGI de un videojuego es evidente aquí, con decisiones de diseño tan tristes como esos gusanos comepiedra sacados del saldo de Dune o esos trolls de mediana estatura que, francamente, lucían casi mejor en la primera entrega de Harry Potter.

La sensación de ir hacia atrás en tantos y tantos sentidos es bastante molesta, y es algo que se lleva alargando ya demasiado tiempo como para no mencionarlo. La trilogía precedente dejó toneladas de diálogos memorables, escenas para el recuerdo y canciones impresionantes que resuenan en nuestra memoria colectiva: es escuchar el tema de la Comunidad del Anillo, o de los espectros, o de la Comarca, y de repente se nos ponen los pelos de punta. Sin embargo, la rutinaria y convencional dirección de Jackson, la rutinaria y convencional partitura de Shore y la pobreza de todo lo demás hacen de esta saga un cúmulo de indiferencias, una detrás de otra, que muy pocos vamos a tener ganas de rememorar en futuros visionados, algo que con la trilogía de El Señor de los Anillos, mucho me temo, no va a suceder, pues su legado permanece mucho más sólido y firme.

Nada que ver con este lamentable epílogo de dos horas donde hay más ruido que nueces. Como siempre, aquí el apartado de maquillaje y vestuario destaca por encima de la media y demuestra el carácter de superproducción, pero ni siquiera estos aspectos técnicos salvan una papeleta cuando la historia que se está contando no tiene ni pies ni cabeza y el director y el compositor están tan perdidos como sus propios actores. Son tantos los desatinos (¿por qué los enanos se tiran media hora para vestirse con poderosas armaduras si luego al final salen a pecho descubierto?), tantos los viajes innecesarios con diálogos aún más (¿Legolas hablándole de su madre a Tauriel en la fortaleza de Gundabad?) y tantos los planos épicos que uno termina ya cansado. Alargada, con fallos técnicos y con ese amargo regusto de estar viendo lo mismo, pero peor, La batalla de los cinco ejércitos se convierte en la peor de las seis películas de la Tierra Media y en el colofón, justo en su mediocridad, para una falsa trilogía que, visto lo visto, quizá nunca debió producirse, o no al menos con esta pobre ejecución. Qué triste final para una aventura tan fantástica.