viernes, 28 de febrero de 2014

La abadía del crimen



Cuando Umberto Eco publicó El nombre de la rosa (1980), uno de sus mayores temores era que el público se tomara la novela como una historia de crímenes en una abadía misteriosa. Es cierto que una de las tramas giraba en torno a la resolución de unos asesinatos cometidos en dicha abadía, pero estaba diluida en medio de un estudio realmente documentado sobre retórica y semiótica medieval y eclesiástica, así como de los medios para combatir las herejías y los peligros de que la cultura saliera de sus reductos tradicionales, temas en los que Eco era un absoluto experto en la materia.

Esta trama poliédrica servía de pretexto para que desfilaran por la obra decenas de personajes complejos, profundos y excelentemente desarrollados, y estaba protagonizada por el sabio y astuto Guillermo de Baskerville, asistido siempre por su joven novicio Adso de Melk. Las referencias a Sherlock Holmes son más que evidentes, algo que el propio Eco reconoció desde el principio. Ambos personajes acuden a una abadía italiana en 1327 llamados por el abad, quien está preocupado de que los crímenes pongan en peligro una reunión papal que trata de dirimir el espinoso debate de la pobreza de Cristo, asunto en que los franciscanos y benedictinos, entre otras muchas órdenes, andaban planteándose por aquellas fechas con denodado interés.

El éxito de la novela fue espectacular, convirtiendo el libro en un best-seller y a Eco en un improbable autor comercial, algo que el tiempo se encargaría posteriormente de poner en su correcto lugar. La obra entusiasmó a propios y extraños por su extraña conjunción de textos y paratextos, ese fundamento de la literatura postmoderna donde los límites del plagio y el homenaje se confunden con tanta facilidad. En sus "apostillas", que sirven como prólogo de sus últimas ediciones, Eco confiesa que hay párrafos enteros sacados de textos medievales, especialmente en aquellos en los que Adso se plantea los pecados de la lujuria en pleno debate interno, pero no solo. Una novela, en cualquier caso, que a pesar de sus constantes digresiones sobre sus muchos focos de interés temático, logra atrapar al lector por la poderosa fuerza de sus imágenes y la extraordinaria capacidad de Eco para seducir con el arte de la palabra.

La adaptación cinematográfica era cuestión de tiempo, como así ocurrió. La productora alemana Constantin Film se hizo con los derechos del libro en 1981 y comenzó a buscar director y equipo artístico, hasta que finalmente se decantaron por Jean Jacques Annaud (En busca del fuego, El oso). Más de cuatro años llevó al equipo a encontrar el reparto adecuado, con graves problemas para dar con un Guillermo de Baskerville de garantías. El papel fue finalmente para Sean Connery, por aquel entonces con una carrera en caída libre, a pesar de las reticencias de un Eco que adoraba al personaje de James Bond y que, precisamente por ello, jamás habría imaginado asociación alguna entre Connery y Guillermo. El entonces afamado Frank Murray Abraham, el inmortal Salieri de Amadeus, fue escogido para interpretar a la némesis de Guillermo, el inquisidor Bernardo Gui. El resto del casting lo completaron un nutrido grupo de actores europeos solventes y poco conocidos, que por su extraño físico se adaptaban perfectamente a sus papeles de monjes recluidos en la abadía en pleno feudalismo, y a los que en último lugar se unió Christian Slater como el joven Adso. Valentina Vargas, inspiradora del título de la novela, fue la protagonista de una escena que, estoy seguro, ayudó a salir de la inocencia a muchos jóvenes que debieron quedarse con la misma cara que el pobre Slater, que durante la grabación de su escena amorosa nada sabía de lo que iba a ocurrir.

Por lo demás, la película podría haber adoptado perfectamente uno de los títulos de trabajo que Eco manejó en los primeros borradores de la novela, La abadía del crimen. Despojándose de prácticamente todo lo que no fuera la trama principal, Annaud respetó de manera escrupulosa las andanzas de los dos franciscanos en busca del asesino y durante las dos horas planteó un fascinante viaje visual y sonoro a la Edad Media, a lo que contribuye un diseño de producción fabuloso y un casting muy acertado. Personajes como Jorge de Burgos, Malaquías o Berengario cobraban vida de una manera asombrosa, dando a la cinta un peso que seguramente pocos pensaron que tendría. A ello se sumó la habilidad de Annaud para recoger escenas fundamentales del libro, como la del laberinto de la biblioteca, que fue la única que se rodó en estudios interiores. El resto fue recreado de manera soberbia en exteriores, transmitiendo, a pesar de la nieve artificial, el frío, la miseria y el hambre que sin duda debía atravesar toda Europa por aquellas fechas.

El éxito de la película fue considerable para tratarse de una modesta producción europea. Las actuaciones de los actores eran excelentes, la banda sonora de James Horner era un prodigio de buen gusto en la selección de temas religiosos e inspiración en la partitura original y el pulso narrativo de la cinta, más que notable, con escenas para el recuerdo como la de las pesquisas de Guillermo en los exteriores de la abadía, su duelo con Bernardo en el tribunal de la Inquisición y, muy especialmente, un incendio de la biblioteca que reflejaba perfectamente la esencia del libro. Es cierto que mucho se quedó en el tintero pero, como afirmaba Annaud en una de las entrevistas, tanto él como Umberto Eco tenían claro que se trataba de dos acercamientos desde lenguajes muy distintos a una misma historia, donde por simples cuestiones logísticas, de tiempo, espacio y presupuesto, hubiera sido imposible dar cabida a, por ejemplo, las complejas disquisiciones que se hace en la novela sobre la simbología religiosa del pórtico por parte de Adso, que en la novela ocupa páginas enteras y que la película resuelve con una simple toma de tres segundos.

El nombre de la rosa es un ejemplo perfecto, quizá el mejor, de cómo hacer una adaptación literaria al cine. Me parece ejemplar que el inicio del proyecto fuera dejar claro que se trataba de un medio diferente y, a partir de ahí, se potenciara todo lo que en la novela queda más difuminado, como un apartado visual, de caracterización, de ambiente, que las imágenes de Annaud consiguen transmitir muy bien. El respeto por la personalidad de los personajes, sus notables diálogos y la emoción de ciertas escenas están a la altura de lo que cabría esperar de una adaptación que sigue viva en la memoria de los lectores y espectadores, como muestra la reciente adaptación al teatro que acaba de estrenarse en Madrid, y cuya crítica espero poder hacer en breve para sumarla a este reportaje. La tarea de adaptarlo a las tablas no es nada sencilla, y hay muchos riesgos, pero aun así es una historia que sigue teniendo el suficiente atractivo como para darle una oportunidad más, y las que queden.

A modo de curiosidad, no me gustaría terminar sin hacer referencia a que la novela fue también convertida en videojuego en los años 80 por parte de un equipo de desarrollo español. A pesar de que Eco no quiso saber nada del asunto, se trató de un juego fantástico que, en perspectiva isométrica y con unos gráficos más que decentes para la época, nos ponía a los mandos de los dos protagonistas para investigar a fondo un escenario complejo y lleno de detalles. A día de hoy, está considerado un juego de culto por parte de fans de todo el mundo. ¿Y saben cómo se llamó? Así es: La abadía del crimen.


jueves, 27 de febrero de 2014

La tecnología de la incomunicación





Tenía pensado hacer hoy un análisis de la película Her, de Spike Jonze, pero me ha parecido más interesante destacar uno de sus elementos que la cinta en sí, que me aburrió como hacía mucho tiempo que no me pasaba en el cine. La historia cuenta las andanzas de un excéntrico habitante occidental de Shangai (Joaquim Phoenix, tan bien como siempre), que un día descubre que está comenzando a sentir algo más que cariño por un sistema operativo que le acompaña a todas partes con la sensual voz de Scarlett Johansson. 

Si la película destaca, además de por su impactante diseño y fotografía, es por apuntar con el dedo acusador uno de los males endémicos del mundo altamente tecnologizado en que vivimos hoy en día. Ya no queda prácticamente nadie por aquí sin un teléfono móvil, sin conexión a Internet o sin estar metido en decenas de redes sociales, perfiles laborales interconectados, etc. En un posible futuro, la película de Jonze plantea la lógica evolución de los ordenadores, las videoconsolas y los sistemas informáticos hasta un punto en que las barreras emocionales humanas llegan a confundirse y se vuelven borrosas e inquietantes. Sin embargo, y por mucho que pueda sonar algo exagerado, no creo que estemos tan lejos de ello.

En el trabajo que realizo cada día presencio una cantidad cada vez mayor de personas adictas a los teléfonos móviles. Es muy curioso que en un lugar como un centro de enseñanza, donde hay conviviendo literalmente cientos de personas, el momento del recreo sea un continuo ir y venir de chicos y chicas concentrados solo en una pequeña pantalla cuyos dedos teclean con furiosa rapidez: chats de conversaciones, grupos de amigos, intercambio de fotos, vídeos, chistes y aplicaciones... cualquier excusa es válida para entrar en ese espacio digital en que somos solo esa fotografía de perfil tan apropiada o ese apodo tan ingenioso que disfraza todo lo que no queremos que los demás vean. Y mientras tanto, a su alrededor, se escapan literalmente cientos de oportunidades para entablar conversaciones, amistades o quién sabe qué más con aquellos que les rodean, y que seguramente andan tan ocupados o más que ellos en sus propios microcosmos electrónicos.

El mundo se mueve muy deprisa, y como decían en aquella vieja película, "nadie se quiere quedar atrás". Ahora mismo, que uno de esos chicos no forme parte de estas costumbres es, literalmente, una marcianada. Resulta impensable no tener whatsapp, no manejar con soltura los chats de Tuenti o poseer un perfil de Facebook que cualquiera con un poco de habilidad puede ojear a su gusto y voluntad. Muchos de mis alumnos me han reconocido que llegan a estar conectados durante más de seis horas al día, si no más, alumnos cuyos teléfonos y ordenadores han sustituido al anterior monstruo devorador de tiempo, una televisión que ve cómo su fuerza va perdiendo enteros día a día, dejando paso en su lugar a estas más modernas, más atractivas, más absorbentes, fuerzas de ocio digital.

Esto, lógicamente, crea hábitos que pueden llegar a ser nocivos y tienen consecuencias. Una alumna a la que robaron su teléfono sufrió un ataque de ansiedad, seguramente porque contenía material que no deseaba que nadie conociera, pero también porque aquellas horas que tuvo que permanecer "desconectada" fueron para ella un auténtico suplicio. He llegado a ver grupos de gente supuestamente reunida que, formando un círculo o corro, no intercambiaba una sola palabra porque cada uno estaba entablando conexiones con otros lugares, con páginas webs, quizá con otras personas: un total despropósito.

Y es que, curiosamente, lo que se supone que debería servir para comunicarnos, esta nueva tecnología, está encontrando una paradoja antológica en que cada vez más las conversaciones con amigos o conocidos se ven salpicadas por la mala educación constante de ver cómo el otro saca el móvil para teclear rápidamente, casi de manera furtiva en el mejor de los casos o, de forma más descarada en el peor, destrozando con ello cualquier posibilidad de que nuestro diálogo pueda seguir por cauces normales: llamadas, mensajes, imágenes... El bombardeo es constante, la interrupción es constante, y con ello la falta de atención, la absoluta imposibilidad de mantener a estas personas o a mis alumnos centrados en temas que, si ya de por sí les suelen parecer poco relevantes, si se añade a la mezcla esta bomba de entretenimiento de apenas diez centímetros, verá condenados al fracaso cualquiera de nuestros esfuerzos por comunicarnos. 

Seguro que soy un carca reaccionario por pensar así, pero siento una profunda lástima por cómo está derivando toda esta situación, por todo lo que estamos perdiendo de contacto humano físico, real, de sentir la palabra y la presencia del otro frente a nosotros, ese contacto que nos devuelve a nuestras esencias más básicas, como muestra de manera excelente el último plano de Her, donde los dos protagonistas contemplan un amanecer mientras ella apoya su cabeza en el hombro de él. Ese tipo de vínculo que nos hace humanos es algo que ninguna máquina, por compleja o sofisticada que sea, podrá igualar jamás.



martes, 25 de febrero de 2014

El tiempo será mi venganza (parte 3 y final)



En el sueño, Zeroi se veía a sí mismo de espaldas, frente a un espectacular eclipse de sol. Era como si un enorme planeta gigante se hubiera adueñado del atardecer y, con la luna como único testigo, bañase el firmamento de sangre. Lejos de desplazarse hacia un lado u otro y dejar paso de nuevo a la luz del sol, el imponente planeta avanzaba más y más a la ladera de la montaña desde la que observaba la escena. La colisión era inminente e inevitable, y arrasaría todo a su paso hasta no dejar ni el eco de la memoria de que alguna vez existió...
- ¡No!

La doncella despertó de golpe, sorprendida por el repentino grito del príncipe de las tinieblas, y retiró inmediatamente la mano de su rostro. Zeroi se sacudió el pelo de la frente, empapado en sudor, y tardó unos segundos en darse cuenta de que estaba en presencia de la joven.
- ¿Quién eres?
- Yo podría preguntaros lo mismo, mi señor... No sé qué hago aquí.
Zeroi la observó, aturdido por su abrupto despertar y por la enigmática belleza de aquella muchacha. Tenía la piel de una estatua de mármol, y unos ojos brillantes en la oscuridad de la alcoba que los envolvía a ambos. Justo cuando iba a preguntarle de nuevo, la puerta de la estancia se abrió y entró una anciana con un gesto de ira incontenible.
- ¡Al fin te encuentro! ¿Se puede saber dónde te habías metido? La de veces que te habré dicho que no se debe molestar a los invitados de su alteza -dijo, llevándosela con una energía que Zeroi jamás habría pensado que pudiera albergar aquella mujer-. ¡Venga, dejémoslo dormir en paz!

Rudyard sacó a la doncella de la sala y tras comprobar que, a juzgar por su expresión, Zeroi había recibido la visión mágica correctamente, cerró la puerta. La joven aún parecía hechizada parcialmente, lo que obligó al mago a conjurar el mal que latía en ella:
- Que mis ojos sean tu sol y el viento, mis manos. 
Nada más retirar la mano de su frente, la joven cayó desmayada. Justo en ese instante Zeroi abría la puerta:
- ¡Está enferma!
- No, no, mi señor. Es fruto del cansancio, de tanto trabajar, ¿sabe? Déjeme que la lleve abajo, ahí podrá descansar y usted también.
- Ni pensarlo, anciana. Vamos, ayúdeme a subirla a mi cama.
Rudyard torció el gesto. Si Melkior descubría el sainete que acababa de formarse ahí, ya podía ir diciendo adiós a sus aspiraciones de rescatarlo. En cualquier caso, Ekai tenía razón: no podían quedarse en el pasillo o llamarían la atención.
Tras dejarla cuidadosamente tendida sobre la cama, el mago vio cómo el príncipe la miraba, con la respiración contenida.
- Curioso hechizo, el de la atracción -dijo Rudyard, viendo que la ocasión era buena para una nueva lección de buenas costumbres-. Nos lleva a perder la cabeza por personas a las que apenas conocemos, que en nuestra imaginación se convierten en aquellos que más deseamos, que quizá hemos deseado siempre y aún no hemos conocido. Una magia poderosa, sin duda, pero que nos puede llevar al engaño y a la decepción.
- Yo pensaba que era amor.
Rudyard se echó a reír. Si Melkior quería hacer de aquel joven ingenuo su príncipe de las tinieblas, entonces le quedaba más camino por recorrer del que podía imaginar.
- Oh, no, mi señor. El amor es mucho más poderoso que la atracción, porque no se basa en detalles superficiales, como una piel de mármol o unos ojos brillantes que acaban de descubrirse. Hace falta conocer realmente a alguien para llegar a amarlo, y para eso se necesitan algo más que cinco minutos y un sueño ligero.
Nada más decirlo, el mago supo que había hablado demasiado, como siempre. El príncipe lo miró, sin entender cómo era posible que le hubiera leído el pensamiento, y ya estaba a punto de preguntarle cuando Rudyard se excusó y salió de la estancia a toda velocidad.

         *    *    *

Varios días pasaron en la fortaleza de las nieves sin más novedad que el incipiente amor entre Ekai y Saioa, que así se llamaba la joven doncella. Largos paseos en las escasas horas de sol y breves conversaciones en los pasillos se convirtieron en el día a día de una pareja que, era evidente, sentía algo más que atracción a primera vista. Melkior vio en aquel plan frustrado un peligro potencial para sus planes y decidió que ya que la doncella no satisfaría la lujuria de su ahijado con el conjuro que preparó para ambos, quizá sirviera de semilla del dolor y el odio si conseguía asesinarla de una manera efectiva y cruel.

Rudyard no los perdía de vista, ya fuera en la forma de la entrañable Teodora, la anciana matrona de la fortaleza, de un paje o de un ave que pudiera escuchar cuanto decían desde la rama de un árbol del jardín. Le parecía realmente curioso que todas y cada una de las enseñanzas que había tratado de inculcarle los años anteriores habían hecho mella en él, y aquellos consejos, máximas y advertencias salían de su boca como si hubiera sido él quien las hubiera inventado. Saioa lo escuchaba siempre con atención, intercambiando con él cuanto ella había conocido en los viajes de su familia, por lo que pronto su amistad pasó a enriquecerlos más que cualquier lección de Rudyard con una pizarra de por medio. Finalmente, una noche de julio fría como si fuera de pleno enero, ambos se besaron de tal modo que el mago tuvo que aceptar que su sobrino tenía razón aquella primera noche en la alcoba, y sus vínculos se habían desarrollado más allá de la simple atracción. Alzó la mirada a las estrellas, a esas mismas constelaciones que él también contempló de joven en soledad, y sintió alegría por poder ser testigo de la felicidad de aquel a quien tanto quería.

De pronto, Rudyard sintió que un escalofrío recorría su espalda. Un viento helado recorrió el jardín y convirtió todo cuanto había a su alrededor en cristal. Suerte tuvo de poder alzar el vuelo sobre la rama en la que se encontraba, ya que de lo contrario habría corrido el mismo destino que el árbol, el banco y... Saioa.
La voz de Melkior sonó con fuerza en medio de aquel silencio de hielo y muerte, sin que Zeroi diera crédito a nada de lo que estaba pasando:
- Hace mucho tiempo, cuando tenía más o menos tu edad, conocí a una mujer. Al igual que esta joven, era bella y dulce, y llenaba mis días de dicha y mis noches de fantasías. Todo era perfecto, hasta que, como suele ocurrir siempre, dejó de serlo. Llegó la guerra, Zeroi. El baño de sangre. La leva militar que nos llevó a todos al frente del combate, a luchar contra los que querían fundir las nieves de Nilfheim y convertirlas en el seco desierto del que procedían.
- Los ejércitos de Yordano.
- Así es. Fueron meses muy duros, donde únicamente el recuerdo de mi amada mantenía con vida mi corazón. Hasta que un día, cuando se cumplían cien lunas desde nuestra separación, llegó la noticia de que las tropas de Yordano habían rodeado la frontera y habían entrado por el norte, desembarcando en las mismas costas donde se escondían las mujeres y los niños de Nilfheim.
Zeroi escuchaba, asombrado, sin poder apartar los ojos de Saioa.
- Cuando volví a ver las torres de mi castillo, había sido reducido a cenizas. Yordano había destruido todo mi mundo y a todos los que vivían en él, Zeroi. Mi familia, mis amigos, mi esposa... Ni siquiera la derrota de Nilfheim me importó. Lo único en lo que podía pensar era en la venganza, pero yo entonces era demasiado joven, demasiado ingenuo, demasiado confiado como para poder derrotar al que había doblegado a cien ejércitos. Así que huí. Me refugié en el Inframundo, el reino mitológico que aguarda más allá de la vida y de la muerte, y allí, rodeado de la sombra y la maldición, me hice más fuerte de lo que nadie podía imaginar. Aprendí a conjurar a la noche, a desenvainar el frío y el hielo como si fuera una espada y a dominar toda forma de vida con el simple aliento de mi voluntad. El tiempo sería mi venganza, el tiempo para que mis enemigos se confiaran, se divirtieran con su victoria, tuvieran hijos y fueran felices... El tiempo sería mi venganza, el tiempo del olvido y del descuido fatal. 
- ¿De qué estás hablando, padre? Jamás había escuchado esta parte de la historia.
- Estoy hablando de ti, hijo. Te estoy contando la verdad para que sepas de dónde procedes realmente, 
 para que entiendas la gravedad de los actos que cometí y de los que estoy a punto de cometer.
Y dicho esto, Melkior rozó suavemente la espalda de Saioa con su báculo. Zeroi apenas tuvo tiempo de reaccionar, ya que la piel de mármol y los ojos brillantes se llenaron de grietas que, una a una, resquebrajaron toda su anatomía hasta dejarla a un suspiro de romperse.
- No pediré perdón ahora, como no lo hice entonces -dijo Melkior, con una mirada fulminante y decidida-. El tiempo es mi venganza: toda una eternidad para sufrir.
Saioa se quebró en mil fragmentos, mientras en vano Zeroi trataba de sostener sus manos como lo había hecho cuando la besó aquella noche por primera vez. Con el jardín inundado por el dolor del joven, Rudyard se desplazó a toda velocidad hasta el suelo y recuperó su forma original, justo en el momento en el que Zeroi desenvainaba su espada y se dirigía hacia Melkior con la ira encendida en sus ojos.
- ¡Detente, príncipe! ¡No lo hagas!
Melkior se echó a reír, entre asombrado y complacido, nada más ver a Rudyard en aquella escena:
- ¡Mira quién está aquí! El bufón de Kadeusi, el que creía que podría evitar lo inevitable. ¡No le hagas caso, hijo mío, y termina lo que has empezado!
Rudyard conjuró las fuerzas del día y arrojó un poderoso rayo que detuvo el brazo de Zeroi, incapaz de atender a razones en aquellos instantes de infinito dolor, de venganza y de muerte:
- Él no es tu padre, como Zeroi no es tu verdadero nombre. No te dejes engañar, príncipe Ekai, legítimo heredero del trono de Iskandar. Melkior desea que acabes con su vida para convertirte en su heredero, en el nuevo rey del Inframundo. Si lo haces, si descargas tu espada, habrás iniciado un viaje sin retorno al reino de la noche y te convertirás en el enemigo de los hombres y los dioses.

Mientras lo decía, Rudyard fue adoptando todas y cada una de las formas que había empleado para aleccionar a Ekai. El joven contempló, asombrado, como todos aquellos amigos de la infancia, sirvientes y maestros eran en realidad aquel desconocido que tan bien parecía conocerlo.
Melkior gritó, enfurecido, y alzó su báculo para conjurar al hielo y el cristal. Rudyard se elevó varios metros y agitó su bastón hacia las estrellas, levantando cientos de ellas como rayos de fuego que formaran una muralla impenetrable por la que el hielo fue incapaz de pasar. El príncipe los observaba a ambos, incapaz de comprender el alcance real de aquel duelo de magia y profecía. La noche se volvió roja y azul, y dos mundos entraron en colisión.
Finalmente, la magia de Rudyard se alzó poderosa sobre la de su enemigo y este cayó a los pies del príncipe, con su báculo quebrado en dos. Melkior alzó la mirada, en un gesto que mezclaba la furia con el desafío:
- Es inevitable. Tú ocuparás mi lugar, y entonces mi venganza se habrá completado. Si tu padre Yordano estuviera aquí desearía venganza, como yo, como todos los que pisamos este mundo infame. No eres mejor que yo.
Rudyard estaba tan fatigado por el combate que no pudo hacer nada cuando Ekai alzó su mano armada sobre Melkior. "Recuerda el eclipse", pensó, desesperado. "Recuerda que puede destruirnos a todos". Entonces cerró los ojos y un golpe sordo estremeció la noche.

*   *   *

Dos días más tarde, Rudyard y Ekai se encontraban en el salón del trono del palacio de Iskandar. Las figuras del hielo permanecían exactamente igual que como las había dejado el mago dieciséis años atrás.
- Esos de ahí son tus verdaderos padres: Yordano y Eloís.
El príncipe llegó ante ellos, reconociendo en él sus facciones y en ella sus ojos. Después se volvió al mago, y preguntó:
- ¿Qué va a ocurrir ahora?
- Todo volverá a ser como era. No puedo devolverte los años que has perdido a su lado, pero puedo darles a ellos el hijo que Melkior les arrebató. Para ellos ha pasado solo un instante, de modo que escoge bien tus palabras, porque no les va a ser fácil aceptar tu nueva forma. Claro que si les muestras esto, seguro que ayudará.
Y al decirlo, mostró los dos fragmentos del báculo de Melkior, y se los entregó con orgullo. Justo cuando creía que Ekai se dejaría llevar por el deseo de venganza, hizo girar la empuñadura de la espada en el aire, golpeando la cabeza del mago con la piedra preciosa de la parte inferior. Ahora el mago negro aguardaba su castigo en las mazmorras del palacio, y Ekai podría gobernar en el reino de la luz durante largos años.
- Estoy preparado, tío. Deshaced el hechizo, pronto.
Rudyard sonrió, y tras alzar los brazos, dijo:

Reino de nieve perpetua,
deja atrás la oscuridad.
Despierta, noche profunda,
ya llegó el día, Iskandar,
en que calienta tu alma
la sonrisa angelical
de aquel a quien le debes
 obediencia y lealtad.


Y al instante, los ojos empañados en lágrimas de Yordano y Eloís, así como la de todos aquellos que durante tanto tiempo habían dormido el sueño del hielo y el cristal, volvieron a la vida.


*     *    *

Cuenta la leyenda que nunca más nadie supo nada acerca del mago Rudyard, con el que no pocos estaban enojados por haberlos convertidos en estatuas durante una década y un lustro. Hay quien dice que regresó a las tierras de Kadeusi a tomarse un merecido descanso tras su larga búsqueda y su victoria sobre el rey del Inframundo, hay quien dice que se metamorfoseó en algún apuesto caballero para gozar de los placeres de la vida.

Solo uno supo, sin embargo, su destino real. Solo uno conoció, aunque fuera en la forma de un pájaro o un paje, a veces incluso una entrañable anciana, solo uno supo que su ángel de la guarda siempre permaneció cerca de él, siempre atento, siempre vigilante, y que únicamente cuando dormía regresaba a las hermosas tierras de Kadeusi para deleitarse con el brillo de su luz y de su agua, con la energía de las cascadas sobre los lagos y la hondura infinita de sus cielos azules y del sol de su infancia y juventud. 



Créditos de imagen:
1) http://www.wallpaperdota.com/wallpaper/2560x1600/big-solar-eclipse-1766.html
2) http://www.newgrounds.com/art/view/nondual/cosmic-birth
3) http://xdarkaro.deviantart.com/art/Cosmic-Stars-301279738
4) http://www.ultrahdwall.com/waterfall-wallpaper.html

viernes, 21 de febrero de 2014

La serie del mes (12): House of Cards


Frank Underwood (Kevin Spacey) está furioso. Muy furioso. Sus aspiraciones políticas son cercenadas justo cuando está a punto de tomar posesión el nuevo presidente del gobierno, al que él ha logrado hacer llegar al máximo puesto de poder político del mundo a base de un talento depredador y una crueldad implacable con sus amigos y enemigos en el congreso norteamericano. Underwood quiere venganza. Y la va a tener.

La cadena americana Netflix asumió un riesgo muy grande, a pesar de los grandes nombres implicados en la última genialidad de David Fincher para la televisión. Se trataba de un acuerdo por dos temporadas completas, de 13 episodios cada una, que se emitirían del tirón en sesión única por temporada, y donde se narraría el ascenso imparable de un auténtico tiburón de la política, papel que interpretaría un Spacey en estado de gracia. Frank Underwood es un personaje con infinitas posibilidades, dotado de un sentido del humor ácido y una ironía corrosiva que puebla cada línea de unos diálogos que Spacey borda con su habitual maestría, y que sostiene toda la función con su carisma por bandera y su enorme, inmenso talento interpretativo como arma infalible. A su lado, en el papel de fiel esposa y confidente, se encuentra siempre Robin Wright, que lleva meses recogiendo premios para llenar un almacén por su interpretación de Claire Underwood, llena de matices, gestos y un lenguaje de miradas del que, sinceramente, yo no pensaba que esta actriz fuera capaz. Y detrás de ambos cabezas de cartel hay todo un ejército de secundarios impagables, muy bien en sus puestos de combate y con un único objetivo: retratar la política americana como nunca hasta ahora se había hecho.

Puede que House of Cards ("castillo de naipes", en la traducción al castellano) llegue a veces un poco lejos, o quizá demasiado, en su crítica a un sistema corrompido de los pies a la cabeza, prensa incluida, y que permite y alienta que gente sin escrúpulos se alce con el poder pero, ¿saben qué? Estamos ya demasiado cansados de que la realidad supere la ficción como para no tomarnos la ficción en serio, de modo que al diablo con la verosimilitud. A mí esta serie, que me atrapó desde su primer capítulo y me sigue teniendo totalmente enganchado, ahora que estoy devorando la segunda temporada, me parece una de las cosas más memorables que ha hecho la televisión americana en décadas. Ya no es solo que los actores estén todos perfectos en sus papeles y que cada ruptura de la cuarta pared de Spacey me ponga los pelos de punta, con esa complicidad que despierta un personaje que uno no sabe bien si adorar o repudiar hasta el infinito. Ya no es que cada capítulo sea un monumento al montaje y a la tensión narrativas, o que asistamos a lecciones de filmación día sí, día también. Es que esta serie es condenadamente entretenida.

Es evidente que una serie de estas características basa su fuerza en los diálogos, en el duelo actoral y en el pulso de planos y contraplanos. House of Cards es, en ese sentido, tan implacable como sus protagonistas. El tono frío y aséptico de muchos episodios es un fiel reflejo del alma sin escrúpulos de unos personajes que manipulan, conspiran y engañan hasta la saciedad con el único objetivo de ascender o mantenerse en el poder, haciendo cabriolas de auténtico malabarista para conseguirlo. Si la primera temporada nos ofrecía algunos diálogos memorables y secuencias de auténtico infarto, tenía espacio también para el retrato íntimo de unos personajes que crecen con fuerza en capítulos determinados, como aquel en el que Underwood es reconocido por su antigua escuela militar y se descubre, casi sin quererlo, un pasado amoroso del que jamás hubiéramos podido sospechar nada, y que los actores implicados resuelven con un oficio y un talento sobrecogedor.  En cuanto a la segunda temporada, que acaba de estrenarse, da más espacio para que Robin Wright siga explotando un personaje tan complejo o más que el de su esposo, y que tiene en el episodio de la entrevista su auténtica cima, quizá el más perfecto ejercicio de destripe político, humano y social que ha hecho la serie, y eso es decir mucho. 

Al margen de cualquier otra consideración, creo que House of Cards se merece la oportunidad de que el espectador se acerque a ella despacio, que le dé tiempo a respirar con un ritmo aparentemente pausado y que, igual que me sucedió a mí sin apenas darme cuenta, se deje atrapar por sus muchas virtudes. No es nada habitual ver series de esta calidad, tan a la altura de las mejores películas del género, y con la que únicamente barbaridades como Sherlock pueden competir en condiciones de no salir muy mal parada. El resto se encuentra, me temo, a una distancia sideral.



jueves, 20 de febrero de 2014

Cinefórum (36): La gran estafa americana (American Hustle)


La primera película que tuve el gusto de ver de David O. Russell fue Tres Reyes (1999), una extraña mezcla de humor y acción protagonizada por George Clooney y Mark Walhberg, un par de buscavidas en un improbable Irak en guerra. No sé bien qué es lo que habrá hecho en estos últimos quince años porque le he perdido la pista por completo, al margen de The Fighter (2010) y El lado bueno de las cosas (2012), que me negué a ver en su momento por pereza total y que, sin embargo, recibieron unas magníficas críticas y le valieron sendos oscar a Christian Bale y Jennifer Lawrence, la actriz de moda en Hollywood ahora mismo.

Precisamente con ambos actores como las estrellas de esta función y un reparto de secundarios de lujo se presenta esta película que, de nuevo, vuelve a jugar en terrenos híbridos de la comedia, intriga y cuadro de costumbres de la América de los 70. La historia gira en torno a un estafador de poca monta y sus desventuras por escapar de una condena judicial con su talento y ocurrentes salidas (el genial Irving Rosenfeld, papel que interpreta un irreconocible Bale entrado en carnes y entradas). A su lado gira toda una trouppe de policías ineptos (Bradley Copper), mujeres fatal (Amy Adams, también excelente), políticos corruptos (Jeremy Renner, tan flojete como siempre) y una esposa que roba la función en la piel de una Jennifer Lawrence que, me temo, volverá a llevarse otro merecido oscar a mejor secundaria por su papel de la excéntrica, alcohólica y desatada Rosalyn. Su escena con el microondas o el último diálogo que mantiene con Bale son, sinceramente, de las escenas más divertidas que he visto en todo el año, y el modo en que esta actriz transmite la estupidez infinita de su personaje requiere más talento del que requiere alguien que, por suerte, cada vez es menos conocida por ser la protagonista de ese engendro cinematográfico llamado Los juegos del hambre

La película tiene un arranque excelente, con una estructura de prólogo, flash-back y remonte que no da tregua y permite hacerse una idea estupenda de los personajes, su trasfondo y sus posibilidades, y a partir de ahí se lanza a una sucesión de estafas fenomenalmente narradas. Prácticamente todo el casting está intachable y ayuda, y mucho, a que esta historia de miserias humanas avance con rumbo firme hasta un tramo final que, eso sí, me pareció algo más flojo de lo que creo que merecía la historia. Por el medio quedan algunas secuencias memorables, algún que otro cameo que mejor es no destripar y una ambientación sencillamente maravillosa, tanto a nivel de diseño de vestuario y escenario como de música, donde Russell ha acertado plenamente al dar más papel a una selección de éxitos de finales de aquella década tan especial que a la partitura del siempre controvertido Danny Elfman. Así, se suceden Tom Jones, Elton John, los Bee Gees, Donna Summer y hasta la Electric Light Orchestra para darle un sabor realmente acertado a cada secuencia.

Quizá el mayor "pero" que le pondría sería que, aunque lo intenta, esta cinta se queda realmente lejos de los méritos de otras cintas sobre estafadores y engaños de guión, como las magistrales El golpe (1972) o, en otro orden, Nueve reinas (2000). Es algo que noté especialmente en un tramo final que debería haber recogido los muchos méritos y virtudes de una cinta que se desinfla de manera bastante incomprensible en un final algo anodino, que carece de la fuerza, ritmo y energía con la que había arrancado. No entiendo, por tanto, el aplauso y reverencia con que está siendo recibido su trama, y tampoco me parece que se merezca diez nominaciones a los Oscar, incluyendo mejor película, director y guión. Más merecidos, eso sí, me parecen los muchos premios que se están llevando Bale, Adams y Lawrence por su interpretación de unos personajes entrañables y carismáticos, que son en definitiva los que sostienen la función y que hacen pasar un rato más que agradable, algo que en estos tiempos de reboots que nadie ha pedido y producciones llenas de clichés y sopor parece casi un milagro. Que de ahí pasemos a laureles olímpicos me parece exagerado, pero ya se sabe lo que dicen del tuerto en el país de los ciegos.







lunes, 17 de febrero de 2014

El tiempo será mi venganza (parte 2)


Las nieves de Nilfheim asolaron la memoria y el tiempo posteriores al nacimiento del príncipe hasta convertirlo en el lejano eco de un recuerdo, y durante quince largos años el reino permaneció intacto, sumidas Iskandar y sus fronteras en un invierno sin fin, inmaculado, cuyos días eran casi igual de oscuros que sus noches eternas de paz y silencio.

Muy lejos de aquellas tierras, allí donde nadie había oído hablar jamás del rey Yordano y sus desgracias, se alzaba una inmensa fortaleza de hielo sobre un páramo de agua cristalizada. Camuflada perfectamente en la loma que le servía de atalaya y refugio al mismo tiempo, el Alcázar del Norte se erigía monstruoso en aquella llanura del olvido y el frío eternos.

Varios caminantes se dirigían hacia la entrada sur del castillo, buscando refugio a la crudeza del invierno tras sus imponentes murallas. Entre ellos destacaba el báculo curvado y brillante de un anciano que, de reojo, alzó la vista a lo alto de las torres, con un brillo verde en sus ojos que revelaban el alivio y regocijo de haber hallado al fin lo que tanto buscaba.

Melkior había sido meticuloso, sin duda. Tras varias semanas de viaje, había detenido su rumbo en la Fortaleza Negra, y allí permaneció durante un lustro. Rudyard los encontró al poco tiempo, y convertido en un paje, se convirtió en el primer amigo y compañero de juegos de Ekai, al que su padre adoptivo había bautizado con el nombre de Zeroi, en honor a una antigua deidad del inframundo. Durante aquel tiempo, procuró enseñarle la capacidad de compartir y de compadecerse de los demás.

El día de su quinto cumpleaños, ambos desaparecieron sin dejar rastro y le costó casi un año localizarlos de nuevo, quinientas millas más al norte, en la ciudad montañosa de Kadeusi. Excavada en la propia gruta, servía de muro ante las nieves y de torre ante los enemigos, siendo prácticamente inexpugnable. Rudyard se convirtió, en sucesivas metamorfosis, en el siervo de la familia, el maestro armero del niño e incluso su maestro, llegando a cambiar en ocasiones de rostro varias veces al día sin ser nunca descubierto. Durante aquel tiempo, su tío logró que aprendiera el valor de la amistad y el honor, de la importancia de la lealtad y de la fe en los momentos más difíciles.

Fue entonces, en aquellos años en las montañas, cuando el mago se dio cuenta del enorme talento de su sobrino. Dotado de una enorme habilidad para el ejercicio físico, la inquietud por el saber tampoco le era ajena y mostraba un interés despierto y una inteligencia prodigiosa para resolver problemas que a otros chicos de su edad les llevaría años igualar en resultado y calidad. Pero por cada lección que pretendía inculcarle, Melkior contraatacaba con una contraoferta tentadora, en forma de mensaje rápido, corrupto, que podría determinar que el chico se desviara del camino correcto y emprendiera una senda tan oscura como la sombra que planeaba sobre todo el reino de Iskandar.

La única posibilidad de Rudyard era procurar que sus intervenciones fueran prudentes para que Melkior no se percatara de ellas y, al mismo tiempo, efectivas para conseguir que Ekai aprendiera de él cuanto pudiera y fuera suficiente para contrarrestar las enseñanzas del mago del inframundo. Solo una vez sumido en la oscuridad, Melkior podría conducirlo junto a él más allá del alcance de cualquier ser, vivo o muerto.

Y aquella noche era definitiva. El mago oscuro había logrado convencer a una joven para que sedujera al príncipe en la noche de su decimosexto cumpleaños. Valiéndose de pociones negras y todas sus malas artes combinadas, la doncella había caído presa del hechizo y de la promesa de riqueza para su miserable familia, y ya se dirigía a los aposentos del príncipe cuando Rudyard se cruzó con ella, convertido en un soldado de la guardia de palacio. Estaba lanzando hechizos localizadores, pero la poderosa magia de su oponente contrarrestaba sus efectos. Nada más percatarse del estado de la joven sospechó que algo no iba bien, pero lejos estaba de saber que justo en la habitación de al lado se encontraba aquel a quien buscaba.

La doncella abrió la puerta, penetrando en la estancia y cerrando la puerta tras de sí. Ekai permanecía dormido, su fuerte mandíbula tan cerrada como sus ojos y su cuerpo cubierto con una manta de piel de oso. Soñaba con grandes victorias, las que su falso padre le había prometido una vez que fuera nombrado rey del inframundo, y con todas las mujeres que caerían a sus pies solo con cruzar una mirada. Por ello, apenas sintió que salía del sueño cuando notó la mano de la doncella sobre su rostro.

(continuará...)


Créditos de imagen:
1) http://www.wallsave.com/wallpaper/1920x1200/frozen-planet-glaciar-glow-hills-horizon-ice-iced-icy-landscape-mars-524497.html2)
2) http://kanobu.ru/pub/360058/