lunes, 17 de febrero de 2014

El tiempo será mi venganza (parte 2)


Las nieves de Nilfheim asolaron la memoria y el tiempo posteriores al nacimiento del príncipe hasta convertirlo en el lejano eco de un recuerdo, y durante quince largos años el reino permaneció intacto, sumidas Iskandar y sus fronteras en un invierno sin fin, inmaculado, cuyos días eran casi igual de oscuros que sus noches eternas de paz y silencio.

Muy lejos de aquellas tierras, allí donde nadie había oído hablar jamás del rey Yordano y sus desgracias, se alzaba una inmensa fortaleza de hielo sobre un páramo de agua cristalizada. Camuflada perfectamente en la loma que le servía de atalaya y refugio al mismo tiempo, el Alcázar del Norte se erigía monstruoso en aquella llanura del olvido y el frío eternos.

Varios caminantes se dirigían hacia la entrada sur del castillo, buscando refugio a la crudeza del invierno tras sus imponentes murallas. Entre ellos destacaba el báculo curvado y brillante de un anciano que, de reojo, alzó la vista a lo alto de las torres, con un brillo verde en sus ojos que revelaban el alivio y regocijo de haber hallado al fin lo que tanto buscaba.

Melkior había sido meticuloso, sin duda. Tras varias semanas de viaje, había detenido su rumbo en la Fortaleza Negra, y allí permaneció durante un lustro. Rudyard los encontró al poco tiempo, y convertido en un paje, se convirtió en el primer amigo y compañero de juegos de Ekai, al que su padre adoptivo había bautizado con el nombre de Zeroi, en honor a una antigua deidad del inframundo. Durante aquel tiempo, procuró enseñarle la capacidad de compartir y de compadecerse de los demás.

El día de su quinto cumpleaños, ambos desaparecieron sin dejar rastro y le costó casi un año localizarlos de nuevo, quinientas millas más al norte, en la ciudad montañosa de Kadeusi. Excavada en la propia gruta, servía de muro ante las nieves y de torre ante los enemigos, siendo prácticamente inexpugnable. Rudyard se convirtió, en sucesivas metamorfosis, en el siervo de la familia, el maestro armero del niño e incluso su maestro, llegando a cambiar en ocasiones de rostro varias veces al día sin ser nunca descubierto. Durante aquel tiempo, su tío logró que aprendiera el valor de la amistad y el honor, de la importancia de la lealtad y de la fe en los momentos más difíciles.

Fue entonces, en aquellos años en las montañas, cuando el mago se dio cuenta del enorme talento de su sobrino. Dotado de una enorme habilidad para el ejercicio físico, la inquietud por el saber tampoco le era ajena y mostraba un interés despierto y una inteligencia prodigiosa para resolver problemas que a otros chicos de su edad les llevaría años igualar en resultado y calidad. Pero por cada lección que pretendía inculcarle, Melkior contraatacaba con una contraoferta tentadora, en forma de mensaje rápido, corrupto, que podría determinar que el chico se desviara del camino correcto y emprendiera una senda tan oscura como la sombra que planeaba sobre todo el reino de Iskandar.

La única posibilidad de Rudyard era procurar que sus intervenciones fueran prudentes para que Melkior no se percatara de ellas y, al mismo tiempo, efectivas para conseguir que Ekai aprendiera de él cuanto pudiera y fuera suficiente para contrarrestar las enseñanzas del mago del inframundo. Solo una vez sumido en la oscuridad, Melkior podría conducirlo junto a él más allá del alcance de cualquier ser, vivo o muerto.

Y aquella noche era definitiva. El mago oscuro había logrado convencer a una joven para que sedujera al príncipe en la noche de su decimosexto cumpleaños. Valiéndose de pociones negras y todas sus malas artes combinadas, la doncella había caído presa del hechizo y de la promesa de riqueza para su miserable familia, y ya se dirigía a los aposentos del príncipe cuando Rudyard se cruzó con ella, convertido en un soldado de la guardia de palacio. Estaba lanzando hechizos localizadores, pero la poderosa magia de su oponente contrarrestaba sus efectos. Nada más percatarse del estado de la joven sospechó que algo no iba bien, pero lejos estaba de saber que justo en la habitación de al lado se encontraba aquel a quien buscaba.

La doncella abrió la puerta, penetrando en la estancia y cerrando la puerta tras de sí. Ekai permanecía dormido, su fuerte mandíbula tan cerrada como sus ojos y su cuerpo cubierto con una manta de piel de oso. Soñaba con grandes victorias, las que su falso padre le había prometido una vez que fuera nombrado rey del inframundo, y con todas las mujeres que caerían a sus pies solo con cruzar una mirada. Por ello, apenas sintió que salía del sueño cuando notó la mano de la doncella sobre su rostro.

(continuará...)


Créditos de imagen:
1) http://www.wallsave.com/wallpaper/1920x1200/frozen-planet-glaciar-glow-hills-horizon-ice-iced-icy-landscape-mars-524497.html2)
2) http://kanobu.ru/pub/360058/

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