martes, 25 de febrero de 2014

El tiempo será mi venganza (parte 3 y final)



En el sueño, Zeroi se veía a sí mismo de espaldas, frente a un espectacular eclipse de sol. Era como si un enorme planeta gigante se hubiera adueñado del atardecer y, con la luna como único testigo, bañase el firmamento de sangre. Lejos de desplazarse hacia un lado u otro y dejar paso de nuevo a la luz del sol, el imponente planeta avanzaba más y más a la ladera de la montaña desde la que observaba la escena. La colisión era inminente e inevitable, y arrasaría todo a su paso hasta no dejar ni el eco de la memoria de que alguna vez existió...
- ¡No!

La doncella despertó de golpe, sorprendida por el repentino grito del príncipe de las tinieblas, y retiró inmediatamente la mano de su rostro. Zeroi se sacudió el pelo de la frente, empapado en sudor, y tardó unos segundos en darse cuenta de que estaba en presencia de la joven.
- ¿Quién eres?
- Yo podría preguntaros lo mismo, mi señor... No sé qué hago aquí.
Zeroi la observó, aturdido por su abrupto despertar y por la enigmática belleza de aquella muchacha. Tenía la piel de una estatua de mármol, y unos ojos brillantes en la oscuridad de la alcoba que los envolvía a ambos. Justo cuando iba a preguntarle de nuevo, la puerta de la estancia se abrió y entró una anciana con un gesto de ira incontenible.
- ¡Al fin te encuentro! ¿Se puede saber dónde te habías metido? La de veces que te habré dicho que no se debe molestar a los invitados de su alteza -dijo, llevándosela con una energía que Zeroi jamás habría pensado que pudiera albergar aquella mujer-. ¡Venga, dejémoslo dormir en paz!

Rudyard sacó a la doncella de la sala y tras comprobar que, a juzgar por su expresión, Zeroi había recibido la visión mágica correctamente, cerró la puerta. La joven aún parecía hechizada parcialmente, lo que obligó al mago a conjurar el mal que latía en ella:
- Que mis ojos sean tu sol y el viento, mis manos. 
Nada más retirar la mano de su frente, la joven cayó desmayada. Justo en ese instante Zeroi abría la puerta:
- ¡Está enferma!
- No, no, mi señor. Es fruto del cansancio, de tanto trabajar, ¿sabe? Déjeme que la lleve abajo, ahí podrá descansar y usted también.
- Ni pensarlo, anciana. Vamos, ayúdeme a subirla a mi cama.
Rudyard torció el gesto. Si Melkior descubría el sainete que acababa de formarse ahí, ya podía ir diciendo adiós a sus aspiraciones de rescatarlo. En cualquier caso, Ekai tenía razón: no podían quedarse en el pasillo o llamarían la atención.
Tras dejarla cuidadosamente tendida sobre la cama, el mago vio cómo el príncipe la miraba, con la respiración contenida.
- Curioso hechizo, el de la atracción -dijo Rudyard, viendo que la ocasión era buena para una nueva lección de buenas costumbres-. Nos lleva a perder la cabeza por personas a las que apenas conocemos, que en nuestra imaginación se convierten en aquellos que más deseamos, que quizá hemos deseado siempre y aún no hemos conocido. Una magia poderosa, sin duda, pero que nos puede llevar al engaño y a la decepción.
- Yo pensaba que era amor.
Rudyard se echó a reír. Si Melkior quería hacer de aquel joven ingenuo su príncipe de las tinieblas, entonces le quedaba más camino por recorrer del que podía imaginar.
- Oh, no, mi señor. El amor es mucho más poderoso que la atracción, porque no se basa en detalles superficiales, como una piel de mármol o unos ojos brillantes que acaban de descubrirse. Hace falta conocer realmente a alguien para llegar a amarlo, y para eso se necesitan algo más que cinco minutos y un sueño ligero.
Nada más decirlo, el mago supo que había hablado demasiado, como siempre. El príncipe lo miró, sin entender cómo era posible que le hubiera leído el pensamiento, y ya estaba a punto de preguntarle cuando Rudyard se excusó y salió de la estancia a toda velocidad.

         *    *    *

Varios días pasaron en la fortaleza de las nieves sin más novedad que el incipiente amor entre Ekai y Saioa, que así se llamaba la joven doncella. Largos paseos en las escasas horas de sol y breves conversaciones en los pasillos se convirtieron en el día a día de una pareja que, era evidente, sentía algo más que atracción a primera vista. Melkior vio en aquel plan frustrado un peligro potencial para sus planes y decidió que ya que la doncella no satisfaría la lujuria de su ahijado con el conjuro que preparó para ambos, quizá sirviera de semilla del dolor y el odio si conseguía asesinarla de una manera efectiva y cruel.

Rudyard no los perdía de vista, ya fuera en la forma de la entrañable Teodora, la anciana matrona de la fortaleza, de un paje o de un ave que pudiera escuchar cuanto decían desde la rama de un árbol del jardín. Le parecía realmente curioso que todas y cada una de las enseñanzas que había tratado de inculcarle los años anteriores habían hecho mella en él, y aquellos consejos, máximas y advertencias salían de su boca como si hubiera sido él quien las hubiera inventado. Saioa lo escuchaba siempre con atención, intercambiando con él cuanto ella había conocido en los viajes de su familia, por lo que pronto su amistad pasó a enriquecerlos más que cualquier lección de Rudyard con una pizarra de por medio. Finalmente, una noche de julio fría como si fuera de pleno enero, ambos se besaron de tal modo que el mago tuvo que aceptar que su sobrino tenía razón aquella primera noche en la alcoba, y sus vínculos se habían desarrollado más allá de la simple atracción. Alzó la mirada a las estrellas, a esas mismas constelaciones que él también contempló de joven en soledad, y sintió alegría por poder ser testigo de la felicidad de aquel a quien tanto quería.

De pronto, Rudyard sintió que un escalofrío recorría su espalda. Un viento helado recorrió el jardín y convirtió todo cuanto había a su alrededor en cristal. Suerte tuvo de poder alzar el vuelo sobre la rama en la que se encontraba, ya que de lo contrario habría corrido el mismo destino que el árbol, el banco y... Saioa.
La voz de Melkior sonó con fuerza en medio de aquel silencio de hielo y muerte, sin que Zeroi diera crédito a nada de lo que estaba pasando:
- Hace mucho tiempo, cuando tenía más o menos tu edad, conocí a una mujer. Al igual que esta joven, era bella y dulce, y llenaba mis días de dicha y mis noches de fantasías. Todo era perfecto, hasta que, como suele ocurrir siempre, dejó de serlo. Llegó la guerra, Zeroi. El baño de sangre. La leva militar que nos llevó a todos al frente del combate, a luchar contra los que querían fundir las nieves de Nilfheim y convertirlas en el seco desierto del que procedían.
- Los ejércitos de Yordano.
- Así es. Fueron meses muy duros, donde únicamente el recuerdo de mi amada mantenía con vida mi corazón. Hasta que un día, cuando se cumplían cien lunas desde nuestra separación, llegó la noticia de que las tropas de Yordano habían rodeado la frontera y habían entrado por el norte, desembarcando en las mismas costas donde se escondían las mujeres y los niños de Nilfheim.
Zeroi escuchaba, asombrado, sin poder apartar los ojos de Saioa.
- Cuando volví a ver las torres de mi castillo, había sido reducido a cenizas. Yordano había destruido todo mi mundo y a todos los que vivían en él, Zeroi. Mi familia, mis amigos, mi esposa... Ni siquiera la derrota de Nilfheim me importó. Lo único en lo que podía pensar era en la venganza, pero yo entonces era demasiado joven, demasiado ingenuo, demasiado confiado como para poder derrotar al que había doblegado a cien ejércitos. Así que huí. Me refugié en el Inframundo, el reino mitológico que aguarda más allá de la vida y de la muerte, y allí, rodeado de la sombra y la maldición, me hice más fuerte de lo que nadie podía imaginar. Aprendí a conjurar a la noche, a desenvainar el frío y el hielo como si fuera una espada y a dominar toda forma de vida con el simple aliento de mi voluntad. El tiempo sería mi venganza, el tiempo para que mis enemigos se confiaran, se divirtieran con su victoria, tuvieran hijos y fueran felices... El tiempo sería mi venganza, el tiempo del olvido y del descuido fatal. 
- ¿De qué estás hablando, padre? Jamás había escuchado esta parte de la historia.
- Estoy hablando de ti, hijo. Te estoy contando la verdad para que sepas de dónde procedes realmente, 
 para que entiendas la gravedad de los actos que cometí y de los que estoy a punto de cometer.
Y dicho esto, Melkior rozó suavemente la espalda de Saioa con su báculo. Zeroi apenas tuvo tiempo de reaccionar, ya que la piel de mármol y los ojos brillantes se llenaron de grietas que, una a una, resquebrajaron toda su anatomía hasta dejarla a un suspiro de romperse.
- No pediré perdón ahora, como no lo hice entonces -dijo Melkior, con una mirada fulminante y decidida-. El tiempo es mi venganza: toda una eternidad para sufrir.
Saioa se quebró en mil fragmentos, mientras en vano Zeroi trataba de sostener sus manos como lo había hecho cuando la besó aquella noche por primera vez. Con el jardín inundado por el dolor del joven, Rudyard se desplazó a toda velocidad hasta el suelo y recuperó su forma original, justo en el momento en el que Zeroi desenvainaba su espada y se dirigía hacia Melkior con la ira encendida en sus ojos.
- ¡Detente, príncipe! ¡No lo hagas!
Melkior se echó a reír, entre asombrado y complacido, nada más ver a Rudyard en aquella escena:
- ¡Mira quién está aquí! El bufón de Kadeusi, el que creía que podría evitar lo inevitable. ¡No le hagas caso, hijo mío, y termina lo que has empezado!
Rudyard conjuró las fuerzas del día y arrojó un poderoso rayo que detuvo el brazo de Zeroi, incapaz de atender a razones en aquellos instantes de infinito dolor, de venganza y de muerte:
- Él no es tu padre, como Zeroi no es tu verdadero nombre. No te dejes engañar, príncipe Ekai, legítimo heredero del trono de Iskandar. Melkior desea que acabes con su vida para convertirte en su heredero, en el nuevo rey del Inframundo. Si lo haces, si descargas tu espada, habrás iniciado un viaje sin retorno al reino de la noche y te convertirás en el enemigo de los hombres y los dioses.

Mientras lo decía, Rudyard fue adoptando todas y cada una de las formas que había empleado para aleccionar a Ekai. El joven contempló, asombrado, como todos aquellos amigos de la infancia, sirvientes y maestros eran en realidad aquel desconocido que tan bien parecía conocerlo.
Melkior gritó, enfurecido, y alzó su báculo para conjurar al hielo y el cristal. Rudyard se elevó varios metros y agitó su bastón hacia las estrellas, levantando cientos de ellas como rayos de fuego que formaran una muralla impenetrable por la que el hielo fue incapaz de pasar. El príncipe los observaba a ambos, incapaz de comprender el alcance real de aquel duelo de magia y profecía. La noche se volvió roja y azul, y dos mundos entraron en colisión.
Finalmente, la magia de Rudyard se alzó poderosa sobre la de su enemigo y este cayó a los pies del príncipe, con su báculo quebrado en dos. Melkior alzó la mirada, en un gesto que mezclaba la furia con el desafío:
- Es inevitable. Tú ocuparás mi lugar, y entonces mi venganza se habrá completado. Si tu padre Yordano estuviera aquí desearía venganza, como yo, como todos los que pisamos este mundo infame. No eres mejor que yo.
Rudyard estaba tan fatigado por el combate que no pudo hacer nada cuando Ekai alzó su mano armada sobre Melkior. "Recuerda el eclipse", pensó, desesperado. "Recuerda que puede destruirnos a todos". Entonces cerró los ojos y un golpe sordo estremeció la noche.

*   *   *

Dos días más tarde, Rudyard y Ekai se encontraban en el salón del trono del palacio de Iskandar. Las figuras del hielo permanecían exactamente igual que como las había dejado el mago dieciséis años atrás.
- Esos de ahí son tus verdaderos padres: Yordano y Eloís.
El príncipe llegó ante ellos, reconociendo en él sus facciones y en ella sus ojos. Después se volvió al mago, y preguntó:
- ¿Qué va a ocurrir ahora?
- Todo volverá a ser como era. No puedo devolverte los años que has perdido a su lado, pero puedo darles a ellos el hijo que Melkior les arrebató. Para ellos ha pasado solo un instante, de modo que escoge bien tus palabras, porque no les va a ser fácil aceptar tu nueva forma. Claro que si les muestras esto, seguro que ayudará.
Y al decirlo, mostró los dos fragmentos del báculo de Melkior, y se los entregó con orgullo. Justo cuando creía que Ekai se dejaría llevar por el deseo de venganza, hizo girar la empuñadura de la espada en el aire, golpeando la cabeza del mago con la piedra preciosa de la parte inferior. Ahora el mago negro aguardaba su castigo en las mazmorras del palacio, y Ekai podría gobernar en el reino de la luz durante largos años.
- Estoy preparado, tío. Deshaced el hechizo, pronto.
Rudyard sonrió, y tras alzar los brazos, dijo:

Reino de nieve perpetua,
deja atrás la oscuridad.
Despierta, noche profunda,
ya llegó el día, Iskandar,
en que calienta tu alma
la sonrisa angelical
de aquel a quien le debes
 obediencia y lealtad.


Y al instante, los ojos empañados en lágrimas de Yordano y Eloís, así como la de todos aquellos que durante tanto tiempo habían dormido el sueño del hielo y el cristal, volvieron a la vida.


*     *    *

Cuenta la leyenda que nunca más nadie supo nada acerca del mago Rudyard, con el que no pocos estaban enojados por haberlos convertidos en estatuas durante una década y un lustro. Hay quien dice que regresó a las tierras de Kadeusi a tomarse un merecido descanso tras su larga búsqueda y su victoria sobre el rey del Inframundo, hay quien dice que se metamorfoseó en algún apuesto caballero para gozar de los placeres de la vida.

Solo uno supo, sin embargo, su destino real. Solo uno conoció, aunque fuera en la forma de un pájaro o un paje, a veces incluso una entrañable anciana, solo uno supo que su ángel de la guarda siempre permaneció cerca de él, siempre atento, siempre vigilante, y que únicamente cuando dormía regresaba a las hermosas tierras de Kadeusi para deleitarse con el brillo de su luz y de su agua, con la energía de las cascadas sobre los lagos y la hondura infinita de sus cielos azules y del sol de su infancia y juventud. 



Créditos de imagen:
1) http://www.wallpaperdota.com/wallpaper/2560x1600/big-solar-eclipse-1766.html
2) http://www.newgrounds.com/art/view/nondual/cosmic-birth
3) http://xdarkaro.deviantart.com/art/Cosmic-Stars-301279738
4) http://www.ultrahdwall.com/waterfall-wallpaper.html

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