Hace mucho, mucho tiempo, era posible ir a una sala y encontrarse con un determinado tipo de cine, destinado a un público masivo y con el principal interés de recaudar cifras obscenas en taquilla pero que, a cambio de tan poco honestas intenciones, ofrecía un producto de una calidad digna y, sobre todo, de un gigantesco potencial de entretenimiento y diversión. En aquella época, ignorante de megavideos y demás latrocinios informáticos, era posible entrar en una sala y pasarlo en grande mientras escuchabas a la gente disfrutar de cada escena e incluso, en contadas ocasiones, aplaudir a rabiar al término de la película.
Que yo recuerde, la única vez que presencié algo así fue en Parque Jurásico (1993), que personalmente no considero una obra de arte pero, con aquellos ojos infantiles con que la vi en su momento, me pareció lo más de lo más. Aquella sensación de estar literalmente apabullado, de comerme la pantalla y apenas parpadear para no perderme un solo detalle y de salir de la sala más feliz que como entré la he vivido solo en algunas (pocas) ocasiones. Si no me equivoco, sólo me volvió a ocurrir algo semejante con Matrix (1999), Gladiador (2000) y con La Comunidad del Anillo (2001), y pare usted de contar.
No sé si porque me había hecho mayor para esto o porque, efectivamente, mis temores se hacían realidad con cada nueva patochada que iba saliendo, pero el cine comercial de la última década me parece francamente mediocre. Como ya comenté con ocasión del reestreno del infausto Episodio I, es una categoría cinematográfica a la que creo que se le puede, y se le debe, exigir sensaciones y aportaciones como las que en su momento pudieron ofrecer películas como Indiana Jones y el Arca perdida, Star Wars IV-VI, Tiburón, Alien I-II o Terminator I-II. Todos estaremos de acuerdo en que no es la clase de películas que hace grande el cine, en términos de prestigio o calidad interpretativa, pero sí que lo engrandece en términos de espectacularidad, impacto en la cultura popular y, especialmente, en el fomento de la fabulosa tradición del cine de palomitas, que a mí me daría verdadera lástima que se perdiera con la dichosa generación 2.0.
Porque es algo que, nos guste o no, se está perdiendo y lo peor es que con razón. No sé si se debe a la falta de calidad que citaba antes, a los destrozos de la piratería o al cambio de intereses de la sociedad, pero lo cierto es que en los últimos años ha sido casi imposible ir a ver una película de este género y salir medianamente satisfecho. Sí, está la rareza de El caballero oscuro (2008), pero sabe a poco en términos comparativos con décadas como los 80 o los 90, aun con toda su rudimentaria galería de efectos visuales o tendencias horteras de ambas épocas.
Yo desde luego ya no voy a una sala de cine tan a menudo como antes, y cuando lo hago casi voy con un crucifijo por delante por si las moscas. A fin de cuentas, la sombra de sujetos como Roland Emmerich o Michael Bay es tan alargada (¿han visto la parodia de Titanic 3-D? es genial), que uno ya está espantado cuando ve anuncios de cosas como Battleship o la enésima de Transformers (adiós, infancia, adiós).
Quizá por todo ello no tenía demasiadas expectativas con el estreno de Los Vengadores. Viene rodeada de una maquinaria publicitaria imponente y tiene una estrategia de márketing que es para descubrirse, pero yo no puedo olvidarme de que casi todos esos alargados tráilers que son Iron Man I-II (2007, 2009), Hulk (2008), Thor (2010) o El Capitán América (2011) apenas llegan a la categoría de películas. Todas ellas eran un muy flojo aperitivo de esta nueva cinta que, pese a todos mis temores, resulta que no solo es, con diferencia, la mejor de toda la serie (algo que tampoco era especialmente difícil), sino que se ha convertido en una de las sorpresas más agradables de los últimos 12 años.
Es cierto que le cuesta algo arrancar, pero cuando lo hace la maquinaria es imparable. Parece como si todas las piezas encajaran mucho mejor de lo previsto (incluso por sus propios creadores), porque el director ha sabido equilibrar las muchas necesidades de un reparto algo descompensado y una trama flojita y con algún que otro topicazo (ay, esa nave que controla a los malos...), para dar como resultado lo que decíamos al principio de la entrada: una película 100% entretenida, espectacular y con algunos de los momentos más impresionantes del cine comercial de la última década. La batalla sobre Nueva York es sencillamente demoledora, y en todo momento tuve la sensación de que el cine entero estaba levitando de puro gozo, con techos como las intervenciones de un Hulk al que da gusto verlo (por fin), tras sus dos lamentables películas previas. La escena en la que destroza al pobre Loki o golpea a Thor tras un fabuloso plano secuencia de todos los vengadores son algunas de las más divertidas, por inesperadas y al mismo tiempo apropiadas, que recuerdo haber visto en mucho tiempo. Robert Downey Jr. hace un magnífico trabajo como Iron Man (sus burlas a Loki y Thor no tienen desperdicio), igual que Mark Ruffalo como Bruce Banner, al que dota de un enorme carisma, y ya solo faltaba Samuel L. Jackson con un lanzacohetes tumbando aviones nucleares para hacer delirar al personal.
Los vengadores es un ejercicio de comercialidad bien entendida, quizá el mejor de los últimos 10 años, y solo por eso ya se merecería un respeto. Por suerte, la crítica y el público mundial se han rendido a sus muchas bondades, lo cual no me extraña en absoluto, y espero de verdad que este sea el punto de partida para una fructífera saga que, esperemos, no termine como tantas otras, porque devuelve sabores y sensaciones de antaño que yo creía extintas: al término de la película el cine entero ovacionó lo que acababa de ver, entusiasmado, y, especialmente la chavalería y un servidor, salimos dando botes y con ganas de más. Y es que así sí, señores de Marvel y del cine en general. Así da gusto ir al cine.
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