lunes, 17 de diciembre de 2012

Armados hasta los dientes


Después de la escalofriante matanza de Sandy Hook, donde un desalmado de 20 años entró el pasado viernes en una escuela armado con pistolas y rifles semiautomáticos, para acto seguido disparar hasta acabar con la vida de veintiséis personas (veinte de ellos niños de entre 6 y 7 años, más cinco profesoras y la directora del colegio), vuelve a reanudarse el debate sobre la situación de las armas en Estados Unidos. A diferencia de los casos de Columbine o Austin, esta vez no se trata de un instituto o una universidad, sino un colegio de primaria, y quizá ello haya llevado a los políticos (demócratas) a proponer, por primera vez, un conjunto de leyes restrictivas para la compra de armas. Es algo histórico, en un país donde hay que recordar que la posesión de armas es ni más ni menos que un derecho constitucional.

Recuerdo que durante el año que viví en Estados Unidos tuve ocasión de vivir episodios como este en la misma ciudad en la que trabajaba: tiroteos, disparos en colegios, universidades, centros comerciales... La gente me solía decir a mi regreso que aquello sonaba más a película de acción que a realidad real, pero lo cierto es que así fue. Durante mi estancia, en la universidad técnica de Chicago un loco entró armado con un rifle y con granadas y acabó con la vida de seis estudiantes antes de ser abatido por la policía, y cuando el caso se comentó en mi universidad la respuesta mayoritaria de los americanos me resultó asombrosa: "seguro que no tenían suficiente seguridad". Ese mismo años, en Texas se discutía la posibilidad de una ley que permitía a los mayores de 21 años llevar armas en el campus. Leo ahora que en Michigan se acaba de aprobar una que permite lo mismo en las escuelas, por lo que no sé hasta qué punto ha evolucionado o involucionado el asunto en los últimos cinco años.

Lo que más me sorprendió de todos aquellos sucesos fue la reacción de la gente, que ya termina por ver como algo normal que ocurran estas cosas, y suelen derivar la responsabilidad hacia los locos, dementes o desalmados, y creen que la mejor defensa ante esa amenaza es llevar una pistola más grande que el rival. Es evidente que los asesinos tienen plena responsabilidad de sus actos, pero yo ceo que un estado de derecho debería tener un control muchísimo más estricto con este asunto, especialmente cuando estamos hablando de un producto que está diseñado específicamente para matar a otras personas. En cuanto a la guerra preventiva, si ya me parece moralmente cuestionable cuando se trata de invadir un país a bombazo limpio, igualmente escalofriante me resulta que ese pensamiento se instale entre vecinos. Es algo que pervierte un sistema social, y que explica los casos citados y los que aún están por llegar en una sociedad que se alimenta, a través de sus películas, videojuegos e instituciones de ese culto a la violencia con un gatillo de por medio.

Quizá por el peso de mi educación, más europea o civilizada (o eso quiero creer, al menos), la posibilidad de entrar en cualquier tienda y salir armado como un marine me resulta tan alucinante como inaceptable, y fue una de las razones por las que me fui de allí con un gran alivio. Estoy seguro de que en este país de locos donde tengo la suerte de vivir hay más de uno y más de dos que probablemente actuarían igual, pero por fortuna aquí uno no puede hacerse con un M-4 o un Sniper de fracontirador así como así. Y el hecho de que esa posibilidad sea constitucional, argumento empleado por la mayoría de defensores de las armas, me resulta inquietante, siniestro, perturbador, casi tanto como la idea de que un fulano ponga en jaque la estabilidad de un país con un crimen tan atroz como el ocurrido en Sandy Hook, que espero que al menos sirva para abrir los ojos a una realidad cegada por el estruendo, el humo y el estallido de las balas.


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