Tengo que admitir que, a pesar de lo mucho que me han insistido amigos y conocidos para que lo leyera sin reservas, he tardado mucho en lanzarme al universo literario de George R. R. Martin, y cuando lo he hecho ha sido con bastantes dudas. Me considero un (gran) fan de la adaptación televisiva de su saga Canción de hielo y fuego, que ha tomado como nombre genérico el del primer volumen, Juego de tronos, y quizá por eso tenía muchas reservas de que fuera a encontrar en las páginas la misma fuerza de los diálogos y el poderío narrativo de los que hace gala la serie. Me preocupaba encontrarme con una avalancha de personajes y un desarrollo plomizo de los eventos, y a fe que me he equivocado, y bien.
Dado que conocía los argumentos de las dos primeras novelas y no me apetecía repetir situaciones ya vividas, decidí comenzar por la tercera entrega de la saga, Tormenta de espadas, que cubre los eventos tras la gran batalla de Desembarco del Rey, momento culminante tanto del segundo libro como de la segunda temporada de la serie. Es cierto que en un primer momento me resultó algo incómodo la presencia de un narrador múltiple, que daba constantes saltos de lugar conforme se sucedían los capítulos. La lista de escenarios y personajes con protagonismo es para echarse a temblar, aunque no hay grandes novedades respecto a la serie (primer punto a favor): Jon Nieve en los territorios más allá del muro; Catelyn y Robb en la frontera de guerra, Tyrion, Cersei y Sansa en Desembarco del Rey; ser Davos, Melissandre y Stannis en su lejana fortaleza; Daenerys y ser Jorah perdidos en las tierras del sur; Bran y su séquito, Arya y el Perro y Jaime y Brienne, por último, vagando por grupos en mitad de ninguna parte).
Cada una de estas tramas va alternándose, sí, pero no de un modo caprichoso como me pareció en un primer momento, sino siguiendo un esquema que va cogiendo forma conforme avanza el libro. No hay un planteamiento propiamente dicho, como tampoco hay un desenlace cerrado; al fin y al cabo, nos encontramos en la mitad exacta de la saga. Sin embargo, sí que hay una progresión narrativa realmente interesante, que va enganchando conforme se suceden los primeros capítulos hasta que llega un momento en que ya no pude dejar de leer, con varios momentos climáticos verdaderamente emocionantes. El interés por saber qué ocurría después me atrapó como hacía mucho tiempo que no me sucedía con un libro, y eso es algo que, ya de entrada, supone un mérito digno de tener en cuenta en estos tiempos que corren.
Evidentemente, tener un rostro de antemano que poner a cada personaje y una familiaridad de serie (nunca mejor dicho) ayuda bastante a entrar en todas y cada una de las nuevas situaciones. Habrá quien considere un crimen no ejercer la imaginación para poner un rostro propio a cada sujeto o escenario del libro; no es mi caso, desde luego. En mi mente todos y cada uno de los personajes tenían la imagen y la voz de sus equivalentes en la serie, y en cierto modo me sentí como si leyera el guión de la esperadísima tercera temporada, lo cual no le restó ni un ápice de diversión a la lectura ni de valor al libro, sino más bien al contrario; creo que de no haber tenido ese referente me habría perdido con tanto personaje y tanta trama.
Por otro lado, es cierto que el libro carece de grandes logros estéticos. La narración de R. R. Martin es plana hasta decir basta, sin ningún tipo de florituras ni afectación de estilo (dicha ausencia de lirismo hace que las canciones me resulten bastante molestas, de hecho), ya que todo en definitiva va directo a lo que interesa al lector, es decir, al desarrollo de la trama. En mi opinión se abusa en exceso del diálogo, que ciertamente es igual de poderoso que en la serie, pero en ocasiones puede llegar a resultar redundante (especialmente en aquellas escenas en las que las noticias de unos y otros van llegando a destiempo, cuando el lector está enterado de todo desde hace varios capítulos). No es, por fortuna, algo que llegue a resultar molesto en exceso, pero sí me parece que revela falta de control por parte del autor (o de planificación, que no sé si es peor). Los personajes, más que por la habilidad del narrador en su papel, se definen a sí mismos por unos parlamentos soberbios; su acción como tal es prácticamente inexistente, y salvo alguna que otra escaramuza ocasional o un atisbo de batalla, todo el que vaya esperando acción de la buena se va a llevar un buen chasco (igual que la serie, en ese sentido). Tormenta de espadas es una novela de personajes, de intrigas, de traiciones y secretos desvelados muy a conveniencia del interés narrativo, y en ese sentido funciona como un reloj.
Más problemas me causa el uso de ciertos elementos literarios o su total ausencia, como ocurre con la justicia poética. Es evidente que o bien Martin desconoce este canon literario, por el cual los personajes deben recibir un trato justo al final de sus caminos en función de sus méritos o deméritos, o bien le importa menos todavía que sus pobres personajes, que sufren todo tipo de calamidades tanto si lo merecen como si no. Hay quien puede ver esto como un rasgo de realismo, pero dado que nos movemos en tierra de fantasía épica, dragones y hasta un ejército de zombis ambulantes, yo dejaría eso del realismo para otro momento. Así, por ejemplo, todo el episodio de la Boda roja (atención, spoiler), que se salda con las inesperadas muertes de Lady Catelyn y Robb Stark, sorprende no ya solo por su violencia y la forma en la que Martin parece recrearse en lo morboso, sino porque supone un golpe durísimo en el ánimo de un lector que no sale de su asombro al ver cómo sus héroes sufren pérdidas a granel de la forma más injusta e imprevista. Evidentemente, esto es un golpe de efecto que en manos de un narrador poco hábil llevaría al desastre, pero Martin maneja bien sus propios códigos y sale airoso de tan espinosa situación hasta casi el final de la obra. (Atención, mega spoiler). Cuando uno ya pensaba que la pobre Lady Catelyn había sufrido suficiente, esa resurrección a lo zombi resulta, además de grotesca e innecesaria, injusta a todas luces con un personaje que se había ganado, y bien ganado, un merecido descanso en el más allá. Desconozco el destino de tal situación, pero por mucho que se consiga un golpe de efecto final en el libro, no me parece ni remotamente adecuado (además de que plantea serias dudas con los no-muertos que vienen más allá del muro, aunque ese es otro problema que imagino tendrá su debida respuesta llegado el momento).
Por lo demás, me ha parecido digno de un gran narrador el modo en que Martin hace crecer a todos sus personajes, dándoles aún más entidad que la que recibían en la segunda temporada de la serie. Todos aquellos temores míos de que la historia se diluyera sin la poderosa presencia de Ned Stark o de Khal Drogo se han esfumado por completo: la galería de personajes de Tormenta de Espadas es sencillamente sensacional, con mención especial para Brienne de Qarth, que con su paciencia, honor y constancia se gana el corazón del lector desde su primera intervención y especialmente de Jon Nieve, que es uno de los personajes más insulsos de la serie y que aquí, sin embargo, despierta tanta ternura como compasión. Jaime Lannister también gana muchos enteros con su particular odisea y sus traumas derivados de su mutilación, siendo curiosamente Tyrion, mi personaje favorito, el que menos ocasión tiene de lucirse, como viene siendo habitual en la serie. Menos mal que incluso para él Martin se reserva un capítulo magistral donde (spoiler) su padre Tywin recibe (esta vez sí) el indigno final que merece.
Queda la duda de si este tipo de narraciones son considerables como literatura o no. A mí me ha parecido un texto muy entretenido, bien contado y mejor dialogado en líneas generales, aunque quede bien lejos del gran referente del género, que no es otro que el Señor de los Anillos. En el mismo número de páginas que tiene esta tercera entrega, Tolkien creó un universo de una profundidad, elaboración y categoría a la que, sinceramente, Tormenta de espadas y, mucho me temo que la saga entera de Canción de hielo y fuego, no llega ni por asomo. Esto no es un obstáculo, insisto una vez más, para que sea una lectura recomendable para los aficionados al género o a esos imperdonables impacientes que, como es el caso de un servidor, no ve la hora de que estrenen ya la tercera temporada de la serie.
Queda la duda de si este tipo de narraciones son considerables como literatura o no. A mí me ha parecido un texto muy entretenido, bien contado y mejor dialogado en líneas generales, aunque quede bien lejos del gran referente del género, que no es otro que el Señor de los Anillos. En el mismo número de páginas que tiene esta tercera entrega, Tolkien creó un universo de una profundidad, elaboración y categoría a la que, sinceramente, Tormenta de espadas y, mucho me temo que la saga entera de Canción de hielo y fuego, no llega ni por asomo. Esto no es un obstáculo, insisto una vez más, para que sea una lectura recomendable para los aficionados al género o a esos imperdonables impacientes que, como es el caso de un servidor, no ve la hora de que estrenen ya la tercera temporada de la serie.
P.d: (Aviso, spolier): No puedo terminar esta entrada sin agradecer de por vida a Martin por la creación de Joffrey Baratheon, el hijo incestuoso de Jaime y Cersei, que tiene un papel tan magistral en su repugnancia monárquica como catártico para el lector en su fatal desenlace, esa otra Boda roja que parece que Martin incluyó para dar una (merecida, aunque insuficiente) satisfacción a los seguidores de Invernalia. A fin de cuentas, y en ese sentido Joffrey lo es por pleno derecho, los Lannister siempre pagan sus deudas.
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