Hace poco he recibido un comentario en el blog, preguntándome por qué motivo no he tratado todavía el tema de la crisis económica, de la situación del paro en España o de lo mal que está todo, en definitiva. Me pregunta, con un tono crítico y educado que agradezco sinceramente, cómo es posible que me dedique a diseccionar películas, videojuegos o a hablar de anécdotas con mis vecinos cuando temas tan acuciantes están ahora mismo copando las primeras planas en todos los medios de comunicación.
Es un buen argumento, no cabe duda. Es verdad que este país está atravesando por una de las peores situaciones económicas de las últimas décadas, donde cada día se destruyen más y más empleos. Es cierto que se está dando un auténtico drama en miles de familias que no tienen ingresos de ninguna clase (más de medio millón, en realidad), por no mencionar un paro juvenil alcanza ya casi el 50%, y todo ello coronado con esa cifra que ronda los cinco millones y medio de parados. Y quizá porque todo esto es así, en un país donde la justicia es, además, un chiste, donde cada día descubrimos que políticos y altos jefes de estado no hacen sino robar a destajo y de la forma más impune, por no mencionar escándalos como el de Spanair, quizá por todo ello no haya tenido hasta ahora muchas ganas de hablar de ello, pero mi lector (lectora, en este caso) bien merece, como mínimo, una reflexión por mi parte, por pequeña o limitada que sea la que pueda ofrecerle.
Conozco a alguien que trabaja en el INEM y que tiene una impresión sobre todo este asunto mucho más fiable que la mía, que a fin de cuentas parte de los mismos datos que cualquiera puede consultar en Internet o los periódicos. Me dice esta persona, con un desánimo importante, que en realidad esas cifras del paro están bastante trampeadas porque no tienen en cuenta a casi medio millón de personas que, estando en el paro, realiza cursos de formación para desempleados. Algo similar ocurre con el paro juvenil, que solo tiene en cuenta la gente de entre 18 y 25 años que no está estudiando, pero no se ocupa de aquellos que estudian e intentan sin éxito trabajar, así como de aquellos jóvenes que se tienen que marchar al extranjero porque aquí no encuentran trabajo. En total, la cifra de parados actualizada con estos nuevos criterios sobrepasa, holgadamente, los seis millones de parados. Una barbaridad, se mire por donde se mire.
Me llamó la atención escuchar el otro día en el análisis de la Encuesta de Población Activa que el único sector, el único, donde ha crecido un porcentaje mínimo de empleo es el agrícola. Ahora que los fondos para educación, investigación y desarrollo han pasado a formar parte de los cuentos de hadas, me parece significativo que este país dé pasos hacia atrás forzado por la situación económica. Porque estos movimientos, tanto de la gente joven que sale del país como de aquellos que hacen un éxodo de la ciudad al campo, no son sino el signo inequívoco de que el atraso del país se hará aún más notorio de lo que ya es. Y con la nueva ley del despido que el gobierno pondrá en marcha en cuanto tenga ocasión, casos como el de cierto ayuntamiento de la comunidad de Madrid, donde sus trabajadores llevan seis meses sin cobrar pero no son despedidos porque no hay fondos para pagar sus finiquitos, se van a resolver por la vía rápida (y barata). Mucho me temo que esta situación no solo no tiene visos de mejorar, sino más bien lo contrario.
¿Hay remedio para esto? De momento, el único que nos permiten atisbar es la austeridad, la austeridad y la austeridad. Pero el problema de la tan manida austeridad es que, lejos de mover el capital y generar riqueza con dicho movimiento, va a generar un estatismo que no veo cómo puede contribuir a la creación de empleo. Y con estos mimbres y el silencio de unos líderes que parecen mirar hacia otra parte o, en el mejor de los casos, esgrimir un discurso tan vacuo como instatisfactorio para aquellos que en estos momentos necesitamos aliento y firmeza, entiendo perfectamente que el ambiente general sea de desolación no solo por el pasado o el presente que vivimos, sino por el incierto futuro que nos aguarda en forma de recesión.
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