lunes, 16 de enero de 2012

La estafa del bilingüismo


Durante muchos años, el sistema educativo español ha tenido en el aprendizaje de los idiomas un punto débil clamoroso. Estudiantes de diferentes comunidades salían de sus estudios medios sin saber prácticamente nada de inglés, francés o alemán, con nociones muy elementales de sus gramáticas pero sin la capacidad de expresarse o comprender mensajes orales con fluidez alguna. Más allá de nuestras fronteras, nuestro peculiar acento y nuestra, en teoría, incapacidad para los idiomas, era y es notable objeto de burla.

Haríamos mal en pensar que se trata de un mal contemporáneo: en tiempos de los reyes católicos los diplomáticos españoles eran conocidos en la corte europea por su supuesta discreción y prudencia, cuando en realidad lo que ocurría era que dichos embajadores desconocían por completo el latín, y no digamos ya las lenguas vernáculas de los lugares donde tenían lugar dichos encuentros.

Quizá con la sana intención de resolver de una vez por todas esta situación, que tanto dificulta las relaciones comerciales y laborales con otros países, las diferentes comunidades autónomas han decidido implantar el sistema de los colegios e institutos bilingües, con programas de inmersión mucho más complejos que las tradicionales clases de idiomas. Estos programas contemplan la enseñanza de otras materias en inglés, francés o alemán, como por ejemplo la Historia, la Biología, la Educación Física o la Música. Sólo Matemáticas y Lengua Castellana permanecerían ajenas a este sistema (salvo en Galicia, País Vasco y Cataluña, donde la existencia de sus diferentes lenguas oficiales dificulta aún más esta situación, ya que allí se hablaría de trilingüismo, si es que tal cosa existe).

Ahora bien, a partir de aquí surgen algunas incógnitas que nadie, de momento, ha logrado resolver. Parece lógico pensar que para lograr que un estudiante sea bilingüe, hace falta un profesor capaz de enseñarle la materia que sea en el idioma objeto del bilingüismo. Sin embargo, lo único que ofrecen las comunidades a los profesores españoles que no saben ni una palabra de estos idiomas es un mes, en verano, para estar en Canadá, Inglaterra, Francia o Alemania. Y se acabó. Al curso siguiente, estos profesores, gente que a lo mejor tiene 40, 50 o incluso 60 años, que en su vida han estudiado dichos idiomas o que, en el mejor de los casos, tienen el pobre conocimiento del que hablábamos al principio del artículo, han de obtener una habilitación y deberán entrar en una clase a explicar, pongamos por caso, el reinado de Felipe II, la estructura de la célula o la vida de Mozart en perfecto inglés, francés o alemán.

Como única respuesta ante semejante desmán, existe una segunda posibilidad: desplazar de los centros a dichos profesores y sustituirlos por otros que estén supuestamente capacitados o que, directamente, provengan de otros países y sean nativos de dichos idiomas. Ahora bien, estos profesores irlandeses, belgas o de donde sean, ¿habrán recibido formación, por ejemplo, en el reinado de Felipe II? ¿Sabrán explicarles el mayorazgo o el motín de Esquilache a alumnos de 2º o 3º de la E.S.O. en un idioma que no es el suyo? Yo, personalmente, tengo mis dudas al respecto.

El bilingüismo es un asunto demasiado serio como para tomárselo a la ligera. Hemos mencionado antes los casos de Galicia, Cataluña o el País Vasco, donde sí hay alumnos bilingües porque existen dos lenguas vivas que están en permanente uso, ya sea en casa o en la escuela, la radio o la televisión, los libros o cualquier conversación de la calle. Una persona bilingüe de estas comunidades puede expresarse en cualquiera de sus idiomas de dominio porque, además de la práctica diaria y constante, tiene los referentes adecuados para aprender dichos idiomas (profesores, las familias, los amigos). ¿Es ese el caso de la nueva reforma del bilingüismo? Evidentemente, no, siempre y cuando los profesores sean las personas sin experiencia ni recursos que hemos dicho antes, y estos son los que, en teoría y con todo el respeto del mundo, han de dirigir esta reforma en tan dudosas condiciones.

Si yo fuera un padre con hijos en el sistema educativo actual, me plantearía estos y otros asuntos aún más problemáticos. Por ejemplo, si quizá estos programas no solo no resolverán el problema de los idiomas, sino que en el colmo de los colmos, podrían llegar a provocar que los niños salgan del instituto sin saber nada o prácticamente nada de Historia, Biología o Música, asignaturas en las que ya suficientes dificultades tienen en su propio idioma para leer, resumir o explicar por escrito en un examen. Y lo que es peor: ¿de verdad piensan hacernos creer que por dar cuatro asignaturas en estas condiciones nuestros hijos saldrán siendo bilingües y tendrán ya el futuro garantizado? No nos engañemos: un alumno que asiste a X horas de clase a la semana en un idioma que le enseñan mal, ni aprende el idioma ni aprende nada de la asignatura en cuestión, con lo que el beneficio no aparece por ningún lado.

Pero además de todo lo dicho, existe otro factor determinante que es el que, en realidad, está dando verdaderos quebraderos de cabeza a los centros que se plantean implantar el bilingüismo: dado que aquellos centros que tengan programas de sección en idiomas tendrán más horas lectivas y que la dificultad de muchas de estas es muy superior por el factor del idioma, su exigencia académica será, lógicamente, mayor. Eso implica que los alumnos más estudiosos pasarán sí o sí por este camino, de modo que una localidad que tenga dos o tres centros verá pronto que los que tengan sección bilingüe se llevan a los mejores estudiantes, provocando un elitismo académico impropio de un sistema educativo público. El centro que no implante el bilingüismo, ya sea porque no quiere o porque no puede tenerlo, estará condenado a convertirse en un gueto, con los alumnos peores y más conflictivos, y con el nivel académico más bajo que se pueda imaginar.

De modo que ya ven, aunque en definitiva el artificio del bilingüismo no sea sino otro invento más de las autoridades educativas, otro barniz más que maquille las deficiencias de un sistema educativo que hace aguas en muchos aspectos, (pero que por increíble que parezca, todavía se puede empeorar más), y aunque de todo eso sean conscientes los centros y no pocos padres, a todos ellos no les queda más remedio que pasar por el aro, porque lo contrario sería, literalmente, enterrar en vida sus horizontes laborales y educativos.

Y a todo esto, ¿alguien ha pensado de verdad en los alumnos? Por lo que se ve parece que no, y que seguirán condenados a que cuando viajen al extranjero sigan pareciendo, a ojos foráneos y en el mejor de los casos, todo un ejemplo de discreción y prudencia.

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