lunes, 9 de enero de 2012

Sobre libros electrónicos


Hace ahora ya algunos siglos, cierto invento revolucionó la difusión de la cultura y la ciencia como hasta entonces jamás se habría imaginado. Hasta entonces el libro, tal y como lo entendemos hoy, no existía salvo en formas, tamaños y formas de producción radicalmente opuestas a las de la actualidad. Se trataba por lo general de reproducciones artesanales, hechas a mano por copistas expertos en monasterios, y almacenadas bajo llave dado su extraordinario valor. Pocos o muy pocos tenían acceso a dichos libros, en un universo prácticamente analfabeto más allá de los muros de esas antiguas bibliotecas.

La imprenta de Guttenberg terminó con todo eso de golpe y porrazo, porque solventó todos y cada uno de los problemas que planteaba el libro manufacturado. Su producción era automática, las copias eran idénticas al cien por cien y permitía unos beneficios económicos, lógicamente, mucho mayores. Prácticamente todos los ámbitos del saber salieron beneficiados, y así la Biblia, el Quijote, Hamlet, El discurso del método, La evolución de las especies… cualquier obra, sacra o profana, de cualquier género que se preciara, era susceptible de convertirse en un best-seller y de propagar las ideas de sus autores hasta los confines del mundo conocido.

Mucho tiempo después, llegó una revolución tecnológica que, desde hace ya bastantes años, lleva prediciendo el fin del libro y el comienzo de una nueva era, en virtud de un cambio que estos profetas del lenguaje binario comparan con la imprenta en cuanto a su alcance y difusión. Primero con el llamado papel digital, pasando por libros electrónicos o las más modernas pantallas táctiles, el caso es que cada año se escucha el mismo vaticinio que, no obstante, parece que se resiste a implantarse.

Vaya por delante que la idea de tener toda mi biblioteca en un aparatito más ligero que un libro de bolsillo me parece de lo más tentadora, especialmente si, como los cachivaches más modernos, me ofrecen una pantalla que no me cansa la vista (sin brillos de esos raros al viajar o leer con luz natural) y tienen un manejo fácil e intuitivo. El problema del espacio que ocupan los libros es algo realmente serio para alguien que los consume con cierta frecuencia, porque llega un momento que uno no sabe dónde meterlos (y ya de mudanzas mejor no hablemos) y este invento podría ser una solución práctica y fiable.

Ahora bien, creo que el libro electrónico tiene que persuadir al usuario con algo más que fríos datos acerca de su capacidad, potencia o lo que sea que nos quieren vender como último grito en la cuestión (véase el reciente Kindle) y, por encima de todo, tiene que convencer al público lector de que lo que ofrece es cualitativamente superior al libro en formato físico, y no empecinarse tanto en reproducir las sensaciones del libro, que es algo que solo el libro puede ofrecer. ¿Por qué ese empeño en que pasemos las páginas de una pantalla? ¿Por qué reproducir tamaños, letras y tipografías de los libros? Al paso que vamos, terminarán por sacar un e-book con encuadernación incunable y que eche aromas a pliego barroco, a ver si así convencen a los románticos del papel impreso.

Es un absurdo. Guttenberg no tenía ningún interés en reproducir los pergaminos o los manuscritos medievales, porque eran algo obsoleto y caduco. Si realmente los libros electrónicos pueden, (y yo creo firmemente que sí), sustituir al papel, sus empresas desarrolladoras deben reorientar su estrategia y centrarse en ofrecer un producto tecnológicamente avanzado que nos haga olvidar al libro (y ya de paso salvar unos cuantos miles de bosques). Sé que no es fácil, pero no hay más que ver las tortas que se está llevando la industria librera en España por el tema de los precios en formato físico y digital para saber que hay un mercado en potencia esperando a que alguien dé con la tecla que permita su desarrollo.

¿Cuál es el problema que hay detrás de todo esto? El miedo. Las editoriales están paralizadas por el horror, pensando en que su forma de producción va a desaparecer y con ello todos sus beneficios. Ahora mismo un autor puede publicar su obra a través de Amazon, por ejemplo, y ganar un euro por libro (mucho más de lo que ganaría vendiéndola a través de la editorial). Para muchos escritores noveles, publicar ya no será ese laberinto que en España llevaba a muchos a publicar primero en vasco o catalán, donde hay más facilidades, para que luego llegaran traducidas, paradójicamente, a su idioma original. El futuro podría plantear un escenario donde no haya editores a los que haya que convencer o lectores de pruebas o incluso censores que hagan críticas demoledoras que lleven tu novela al cajón del olvido. El crítico sería, en ese contexto hipotético, el lector, que sería el que daría con el beneplácito de su compra el visto bueno o malo a la obra de turno.

Y si a nivel cultural estas hipótesis resultan más que apetecibles, a nivel académico y científico las ventajas son tan apabullantes que no sé ni por dónde empezar. Los servicios interbibliotecarios entre universidades, la difusión de artículos en revistas digitales, publicaciones de tesis, proyectos de fin de carrera, trabajos, etc. Ya sé que todo esto está ya en marcha en muchos campos, pero si a ello se le sumara el desarrollo del libro digital… Imagínense poder consultar cualquier documento de las bibliotecas nacionales de los países más importantes desde un e-book. Investigadores de todo el mundo darían su brazo derecho por algo así.

Es cierto, como me objetaron un día unos buenos amigos que no hay que confundir lecturas con consultas. Nadie duda de que manejar el diccionario de la RAE en su página web es más rápido que en sus pesados volúmenes, (no digamos ya enciclopedias o similares), pero hasta el momento todavía no ha salido (o yo al menos no he visto) un equivalente para una novela de lectura tranquila y reposada. Y desde luego, parece que en castellano está todo, o casi todo, por hacer. Pero qué quieren que les diga, yo solo de pensar que un día pueda leer cómodamente una obra literaria, de la época o país que sea, en un formato que me permita consultas de diferentes versiones y en distintos idiomas, además de la opinión de los críticos ante ciertos aspectos de dichas obras con solo apretar un botón… pues igual tienen razón, estos profetas digitales, y es verdad que Guttenberg tiene los días contados. Ojalá sea así.

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