lunes, 7 de septiembre de 2009

El halcón sueco (parte I)



En medio del fenomenal embrollo mediático originado por la trilogía Millenium (ya saben, esas novelas/películas de nombres eternos y, dicho sea de paso, bastante horrorosos), ha llegado a mis manos una película modesta y sin pretensiones llamada Surveillance (que se podría traducir como Vigilancia), dirigida por Jennifer Lynch, y que me ha hecho reflexionar un poco sobre el género de la novela negra y sus adaptaciones cinematográficas.

Antes de nada debo aclarar que no he leído las obras de Stieg Larrson, y no tengo el más mínimo interés en hacerlo a pesar del bombo que le otorgan por todas partes, (atención al artículo de Vargas Llosa en El País de ayer, que dice muy poco a favor de su supuesto y autoproclamado buen ojo crítico). Sí tuve, en cambio, la mala fortuna de ver la película, y Dios me libre de establecer paralelismos directos entre la cinta y la novela, pero si en realidad la trama policíaca está trasvasada en un 15% entonces la novela es para echarse a temblar.

Mi problema con un buen número de novelas y películas detectivescas, como Millenium 1, es que tengo la sensación de que me están tomando el pelo de una forma soberana: es decir, que el crimen parece estar en función de la investigación posterior y no al revés, como debería ser. Da la impresión de que el criminal hubiera perpetrado el crimen por la única razón de dejar pistas para una gymkhana futura protagonizada por el detective de turno, una paradoja tan absurda como que el clima existiera para que la gente pudiera hablar de él en el ascensor.

En el caso de Millenium 1, dicha gymkhana transcurre cuarenta y tantos años después del crimen, y esa espantosa sensación de que el pasado está en función del presente planea durante toda la historia, exactamente igual que ocurre con las desastrosas novelas de Agatha Christie, donde en el fondo lo de menos es quién ha cometido el crimen, porque eso parece más una decisión arbitraria del autor que una necesidad obligada de la historia, como debería ser. Miren si no la célebre Asesinato en el Orient Express, donde en el colmo de los colmos, todos los sospechosos eran asesinos.

Creo no haber sido capaz de comprender uno solo de los puntos de giro de la trama de Millenium (si el anciano millonario cree estar recibiendo presentes florales del asesino de su nieta, ¿por qué se los pone en una pared como si fuera un santuario?; ¿cómo demonios puede el andrógino personaje de Salander introducirse en los ordenadores de media humanidad sin ser detectada?), pero lo peor era que me importaba tres pepinos quién fuera el criminal, porque en el fondo esto no era más que una nueva versión del Orient Express, los Diez negritos o toda la caterva de imitadores baratos surgidos a su estela.

Y no me vengan con que Larsson quería denunciar la situación de la mujer o revelar facetas ocultas de la realidad sueca y que el molde de la literatura negra era sólo una estrategia, porque no cuela: Millenium es una obra de ficción, no un documental de denuncia social, y su interés se basa únicamente en saber qué pasa después, aunque eso suponga sacrificar hasta la más mínima coherencia o verosimilitud de la trama (por lo que sé del final de la segunda novela, lo de la resurrección balística y desenterramiento propio por parte de la amazona Salander no tiene desperdicio).

Al igual que las películas, las novelas de Larsson serán sin duda grandes artefactos de entretenimiento, pero por favor no saquemos eso de contexto, porque a este paso las facultades de Historia, Sociología, Psicología y hasta el Instituto de la mujer pondrán semejantes ladrillos best-sellerianos como textos de obligada lectura, estudio y posterior debate. Delirante.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Para cuando un adelanto de tu próxima novela "Reset"? xD