Eso solían decir mis amigos madridistas en la época del colegio para burlarse de los aficionados del Atlético de Madrid, el otro equipo de fútbol de la ciudad, que siempre se ha distinguido por la condición humilde y pasional de una afición que se precia de estar entre las mejores de Europa.
Pensaba en ello al escuchar ayer el himno en el estadio Vicente Calderón, adonde acudía por primera vez para ver el enfrentamiento con el Racing de Santander. Tenía cierta curiosidad y no podía evitar las comparaciones con el otro marco futbolero que conozco, el Bernabéu, no ya sólo en el ambiente, la gente o el estadio, sino en las sensaciones tan distintas que provocan uno y otro escenario.
Debo reconocer que el Atlético siempre me ha inspirado una enorme simpatía, sin duda derivada de formar parte de una comunidad dominada por medios de comunicación al servicio de los intereses de estos poderosos clubes. No obstante, a esto se añade esa circunstancia tan novelesca de la condición del eterno perdedor que arrastra este equipo, con salvedades tan fabulosas como el conjunto que, al mando de Radomir Antic, arrasó en Liga y Copa en la temporada 95-96. Por aquel entonces el Atlético tenía jugadores de la talla de Kiko, Caminero, Pantic, Molina o Penev, fenomenales peloteros que hacían las delicias de un público en estado de éxtasis tras tantos años de sequía.
Luego vendría un descenso a segunda tan traumático como el fallecimiento de su esperpéntico presidente, Jesús Gil y Gil, que nos privó a todos de las locuras de un verdadero personaje quevedesco. Y entre medias, quince años de nueva sequía que mantienen, no obstante, a la misma gente dirigiendo los destinos de una entidad con una masa social entregada y devota a sus colores.
Pensaba en todo esto viendo el partido de ayer, que se saldó con un triste empate a un gol, y dejó un sabor de boca tan pobre en los aficionados que estos salieron echando pestes, maldiciendo a la directiva o, en el peor de los casos, llorando de pura impotencia.
Este Atlético de Madrid es, a mi juicio, un conjunto extremadamente mediocre. Salvo excepciones como Jurado o Asenjo, el resto del equipo se reduce a jugadores tan pobres como Valera, Sinama o Cléber Santana, indignos de un conjunto que aspira, en teoría, a ganar títulos. Pero es más que eso. El planteamiento táctico de su entrenador es incapaz de sacar calidad a un equipo que, sencillamente, no la tiene. No hay recursos en ninguna de las líneas del equipo, salvo quizás una delantera donde ayer tampoco brillaron los glorificados Agüero o Forlán, agotados tras sus compromisos con sus selecciones.
Imagino que no debe resultar sencillo construir un gran equipo a partir de un presupuesto bajo, pero no puedo creer que no haya en el mercado gente que sepa controlar un balón, hacer un pase a derechas, cubrir una posición o simplemente correr con la pelota con ganas y energía. Lo verdaderamente vergonzoso de este equipo es que no se esfuerza lo más mínimo no ya sólo por satisfacer a su afición, que sería lo lógico, sino por ganarse su fabuloso y desorbitado sueldo. Tuvo que salir un chaval de la cantera, Keko, para sacarle los colores a todos con sus infatigables carreras, al tiempo que arrancaba los aplausos de un público que ha llegado el punto de deleitarse con eso, una simple y triste galopada por la banda.
Lo más curioso de todo es cómo los aficionados entonaban el “Atleti somos nosotros” y algún que otro cántico contra la directiva, a la que pedían irse de forma inmediata por su desastrosa gestión económica y deportiva (antes del partido se produjo una manifestación en su contra, según tengo entendido). Digo que es curioso que la gente sienta suya a este equipo cuando, sobra decirlo, los dueños son precisamente esos desastrosos gestores, que controlan la práctica totalidad de las acciones del club.
Y es que lo patético de todo esto no es el club, que es un caos y un nido de víboras, o un equipo tan incompetente, vago y desvergonzado, sino que la gente se crea realmente esa absurda ilusión de que es dueña moral de una entidad a la que, en el mejor de los casos, se limita a pagar un dineral para sufrir fin de semana tras fin de semana en un estadio cutre y descuidado. De locos.
P.d: El once del doblete: Molina, Vizcaíno, Caminero, Roberto Fresnedoso, Geli, Lubo Penev, Pantic, Santi Denia, Roberto Solozábal, Toni y Kiko (falta Simeone, otro ídolo de entonces). Vaya equipazo.
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