miércoles, 1 de abril de 2009

Vivir de unas sustanciosas rentas.

De un tiempo a esta parte, el grupo de rock irlandés U2 se ha dedicado al tan español oficio del rentismo con un descaro tan evidente como sonrojante para los que, como un servidor, seguimos con interés una trayectoria que arranca nada menos que a finales de los 70.

Por aquel entonces, el cuarteto compuesto por Bono, The Edge, Larry Mullen y Adam Clayton miraba al horizonte musical con ilusión y talento, fruto del cual vieron la luz álbumes tan esperanzadores como Boy (1979), War (1983) o The unforgettable fire (1984). Esos fueron los cimientos de su época de mayor gloria, la comprendida entre el espectacular The Joshua tree (1987) y esa obra de arte llamada Achtung baby (1991), que dio lugar a singles tan memorables como With or without you, I still haven’t found what I’m looking for o One, y que se unían al repertorio de himnos generacionales de su anterior etapa tipo Sunday bloody Sunday o New Year’s day.

Puede decirse que los 90 fueron una etapa confusa para U2, llena de experimentos extraños y poco fértiles, (Zooropa (1993) no llegaba ni a la altura de disco, y el excéntrico Pop (1997) era poco menos que una broma de mal gusto para sus fans). Por suerte, dos discos antológicos, en el mejor de los sentidos, pusieron las cosas en su sitio: U2: The best of (1980-1990 y 1990-2000). Esto fue así, entre otras cosas, porque además de sus clásicos de los 80, Bono y compañía tuvieron la genial idea de revisitar sus experimentos techno-pop-rock de los 90, dándoles el aire rock sin pretensiones que el público y los críticos habían esperado desde el principio.

Así llegamos a la siguiente década, donde U2 no demostró estar mucho menos perdido que en la anterior. Al flojo All that you can´t leave behind (2000), seguido, eso sí, del más que digno How to dismantle an atomic bomb (2004), se le une ahora el reciente No line on the horizon (2009), que evidencia el agotamiento de una fórmula que simplemente no da más de sí. A pesar de la presencia de poderosos singles, como Beatiful day, Vértigo o el magistral Sometimes you can’t make it on your own, los dos primeros discos se limitaban a volver a unas raíces que nunca debieron ser abandonadas, pero sin aportar la misma creatividad y energía de sus álbumes de finales de los 80 y principios de los 90.

No obstante, How to dismantle… era su mejor disco en quince años, y dio esperanzas de un resurgimiento que no se ha producido. No line… es un disco frío, calculado, sin pasión ni fuerza. No hay rastro de la guitarra de The Edge, Bono parece estar leyendo un misal en cada canción, y lo que es peor, los cortes carecen de la chispa y esa vitalidad que caracterizaba a los singles de la banda. El primero de ellos, Get on your boots, retoma ese aire pseudo jurásico-jovial que tanto afectó a su imagen con el incomprensible The saints are coming, dueto con Green Day para el aún más incomprensible recopilatorio de éxitos, 18 (2007). Pero es que, aparte del single, no hay nada más. El resto de canciones suenan lentas, aburridas y como si tuvieran hastío de sí mismas, y esa sensación termina por contagiarse a un oyente que se preguntará, con razón, a qué tanta gloria para una banda que desde el lejano Achtung baby se ha dedicado sin más a vivir de unas sustanciosas rentas. Me perdonen los fans acérrimos, pero me parece que ha llegado el tiempo de pasar página.

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