Fútbol en estado puro: dos equipos peleando por distintos objetivos, descenso y liga, cielo e infierno resumidos en noventa minutos de puro infarto con goles impensables, maravillosos, inesperados, afortunados y espectaculares, acompañados siempre por el bramido de más de ochenta mil espectadores que rugían como una marabunta al atronador unísono del gol.
Fútbol, fútbol y más fútbol, un Santiago Bernabéu al borde del colapso, con la gente increpando, gritando y desesperándose porque veía que su equipo no terminaba de arrancar, que no lo ha hecho desde que ha comenzado esta etapa de jugadores menores y resultadismo ante un eterno rival que degusta caviar y brinda con champán al final de cada encuentro.
No siempre fue así, no siempre tuvo el encuentro semejante tensión, porque para llegar a esa culminación hubo que soportar un primer tiempo de bostezo y reloj, pues por más que se contemplaba el césped allí sólo brillaba la propia hierba, al margen de alguna carrera suelta, un destello de calidad o una chispa de emoción que no justificaba la expectación previa.
Cambió todo en el segundo tiempo. Cambiaron algunos protagonistas, otros encendieron las alarmas y ante un Getafe espléndido de no ser por sus continuas pérdidas de tiempo, el Real Madrid se vio agobiado hasta el último segundo, siempre a remolque de un marcador adverso que alejaba su título, siempre empeñado en hacer del camino más difícil la única vía de acceso.
Los goles llegaron para salvar la noche, y vaya si llegaron. Llegaron esas magníficas jugadas en bloque del Getafe, adelantando por dos veces al equipo visitante. Llegaron las remontadas en estampida merengue, algunas con suerte, otras con esa inmensa calidad que destilan los pocos jugadores que marcan las diferencias, Guti e Higuaín, veteranía inconstante y juventud inconsciente unidos con el firme propósito de no dar jamás la contienda por perdida. Me decía un experto a la salida del estadio que así gana el Madrid, no el de ahora, sino el de siempre, ese que con tanta leyenda lleva alimentando sueños desde hace decenios, y que mientras siga conservando esa magia del último minuto, del silencio antes del balón en la escuadra y el estruendo posterior, seguirá conservando su gloria intacta. Sea, pues, y sea por muchos años.
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