sábado, 25 de abril de 2009

Los otros.


Miguel se preguntaba si lo que había hecho hasta entonces sería suficiente, si bastaría para mantener el rumbo de aquella nave que hasta que decidió cambiar había ido a la deriva. Ponerse en la piel del otro, escuchar, atender las necesidades de los demás casi como si fueran las de uno mismo. Eso había hecho, renunciar a decir “yo quiero”, “yo necesito”, siguiendo esa teoría psicológica del you’re OK, I’m OK (tú estás bien, luego yo estoy bien). Y si hasta entonces había funcionado, aunque no siempre de un modo plenamente satisfactorio, sentía que últimamente aquello hacía aguas por todas partes.

Hubo un tiempo en que Miguel se asombraba al comprobar cómo las experiencias, relatos y confesiones de los demás eran capaces de relativizar su situación, de ponerla en un contexto donde todo parecía menos trágico, al lado de otras tragedias de mayor calado. Esto aliviaba su carga, y le conminaba a implicarse en la ayuda, no bajo el espíritu samaritano sino en la confianza de que aquel apoyo sería capaz de obrar tanto bien en el otro como en si mismo.

No fue consciente de que esa utilización terminaría por volverse en su contra. Así fue por varios años, pero ahora mismo sabía que no podría seguir con aquel juego por mucho más tiempo. Su paciencia se agotaba, y los problemas de los demás no dejaban de parecerle diferentes variantes del “yo quiero” o “yo necesito”, sólo que desde otra perspectiva, la del otro. Lo que es peor, solucionar esas apetencias o necesidades no sólo no arreglaba sus propios problemas, sino que los dejaba cada vez más al descubierto, como una montaña de arena que fuera perdiendo su consistencia grano a grano.

Y precisamente esa paradoja, la de sentirse más ajeno respecto al otro, cuando había sido el acercamiento al mismo uno de los motivos de su salida del laberinto, era lo que más le aterraba. Si esto no había funcionado, entonces ¿qué camino tomar ahora? Si no era capaz de encontrar la felicidad en uno mismo, y tampoco la había obtenido intentando la de los demás, Miguel desde luego ya no sabía dónde buscar. Perdida la esperanza en el yo y en los otros, ¿qué opciones le restaban?

No hay comentarios: