lunes, 20 de abril de 2009

El taller de los sueños (3ª parte y final)

La crítica y el público, especialmente en Estados Unidos, acogió Inteligencia Artificial con una mezcla de indiferencia y aburrimiento. Sin negar las indudables cualidades del filme, como sus efectos visuales, su impecable diseño de producción o el gran trabajo de los actores, la crítica se centró especialmente en un metraje a todas luces excesivo, el ritmo lento de la narración y un desenlace tan impostado como incoherente con lo visto previamente en la cinta.

Más suerte tuvo la cinta de Spielberg al otro lado del Atlántico, donde se valoró de forma muy positiva el legado de Kubrick en el espíritu de una película oscura, inmisericorde hasta su desenlace y que arrojaba una visión apocalíptica y desesperanzada del futuro de la humanidad.

La trama seguía las andanzas de David, creado en un futuro lejano como primero de una serie cualitativamente superior de mechas (robots), dotados de facultades emocionales y afectivas. Tras pasar la primera parte del filme en casa de una familia humana, David es abandonado en un bosque ante la incompatibilidad con las personas de su entorno. A partir de aquí comienza una odisea para recuperar su lugar perdido, que llevará al robot por los espacios más sórdidos de una sociedad cruel y animalizada, tan llena de prejuicios como incapaz de predecir el futuro aciago que le espera. Al final de esta segunda parte, David es sepultado por una noria gigante de la sumergida Coney Island, en Nueva York, mientras intenta en vano pedir a una figura del hada azul que lo convierta en un niño de verdad. La tercera parte del filme traslada la acción miles de años después, cuando unos súper androides encuentran a David congelado en la feria sumergida. Al parecer, la humanidad se ha extinguido y David es el único vínculo de los androides con sus creadores primigenios, los seres humanos. Compadecidos de su tristeza, deciden reconstruir genéticamente a la madre adoptiva, con la que David pasará un último día antes de quedar los dos dormidos por toda la eternidad.

Inteligencia Artificial es una película, en la mejor tradición de Kubrick, que mejora con cada nuevo visionado. A pesar de las críticas recibidas, tiene algunos de los mejores momentos del cine de Spielberg, y resulta especialmente brillante en sus dos primeras partes, con momentos de extrema dureza y, al mismo tiempo, lirismo visual. La película va mucho más allá de la concepción inicial de Kubrick, que se refería siempre al proyecto como Pinocchio. David es mucho más que una marioneta en busca de realismo, es una metáfora de la condición humana, ansiosa por encontrar las razones últimas de su existencia y las posibilidades de trascender su propia condición.

La figura de la madre va también mucho más allá de su propia frontera maternal para acceder a una categoría casi demiúrgica, con esa maravillosa escena en la que imprime el código afectivo al robot. Y del mismo modo que el hombre busca a Dios, así David trata de encontrar desesperadamente la fórmula que le conduzca de nuevo a su creadora, o los súper robots a los seres humanos que, en último término, les dieron vida.

A.I. es una película que, seguro, gozará de mayor aprecio dentro de un tiempo. En ese sentido conserva intactos los vicios y virtudes del mejor Kubrick, pero apoyada por una imaginería visual que el británico ni siquiera llegó a soñar, una música prodigiosa y una estructura narrativa admirable. Spielberg hizo un trabajo más que digno, aunque fueran pocos los que pudieran entenderlo. Críticos de cierto renombre dentro y fuera de sus fronteras se dedicaron a pontificar desde el disparate y la ignorancia, pensando que los súper robots eran alienígenas, o llegando a decir (y aquí cito al intocable Carlos Boyero) que a la película le sobraba su media hora final. Decir eso, por más que resulte empalagoso el desenlace último, supone simplemente no haber entendido una sola palabra de este auténtico festín audiovisual que anduvo gestándose durante largas décadas y que, finalmente, dio como resultado una película plagada de imágenes evocadoras, madura, sombría, espléndida.



P.D: Para terminar, aquí van dos fotografías que demuestran la imposibilidad de la teoría alien. La primera corresponde a David, en su entrada en escena en el filme (con dos puertas de ascensor abriéndose, y fundido en blanco que deja ver sólo la silueta, a contraluz). La segunda, ya al final de la película, muestra a dos androides, herederos directos de David, al que acaban de encontrar congelado. La conexión es evidente, no ya sólo por el parecido físico sino por lo que la relación tiene de premonitoria. Por cierto, ¿adivinan de qué están hablando los androides? Por si acaso, les traduzco: "Por lo tanto, estos robots son originales. Conocieron a humanos vivos."


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