Haciendo una pequeña investigación por motivos que ahora no vienen al caso, he dado con el origen del fin de semana, algo que desconocía y que me ha parecido muy interesante. Ciertas teorías antropológicas ligan estrechamente el concepto de tiempo libre a la complejidad de las sociedades. Así, por ejemplo, una tribu de cazadores o recolectores dispondría de más horas de descanso que la sociedad victoriana de la misma época (que dedicaba 3650 horas anuales a trabajar, frente a las 1500 de media de las sociedades desarrolladas contemporáneas).
Pues bien, fue precisamente ahí, en la Inglaterra de finales del XIX, cuando surgieron las asociaciones y revueltas obreras a través de las trade unions, que lograron ciertos derechos básicos que ahora los trabajadores damos por sentado, pero que en su momento supusieron no poca sangre, sudor y lágrimas. Entre otras concesiones, lograron precisamente que el sábado fuera reconocido como jornada de descanso, si bien esto no se produjo a una escala general o tan significativa como lo fue después, allá por 1940, cuando Estados Unidos buscaba fórmulas para salir de la depresión financiera que había hundido al país en la miseria.
Puede parecer absurdo que para generar más riqueza los patronos diesen un día más de descanso a sus trabajadores. Sin embargo, la medida tenía su sentido, como se pudo comprobar bien pronto. Entre otros motivos, se pretendía que la existencia de esos dos días animase al ciudadano medio norteamericano a buscar actividades de ocio y tiempo libre, como el cine, teatro o espectáculos, así como para iniciar lo que se denominó “viaje de fin de semana”, que sirvió para potenciar las industrias del automóvil, el turismo interior, el sector servicios, y con ello la creación de puestos de trabajo y el movimiento de capital y riqueza, etc…
Los beneficios fueron inmediatos, y contribuyeron a crear una cultura del ocio concentrada en esos dos días, dejando el resto para lo estrictamente laboral. Además, creó una verdadera avalancha mediática que incentivó al sector publicitario y saturó al respetable con anuncios, guías y consejos sobre cómo sacar provecho de todo lo que el país tenía que ofrecer a sus ciudadanos. No debió ser fácil convencerlos de que visitar Las Vegas era mucho mejor que irse a París o a Roma (igual por eso sus gobernantes decidieron llevarse sus símbolos más representativos al desierto americano, collage mediante), pero lo cierto es que lo lograron, sacando a su país de la ruina y, ya de paso, librando a los europeos de unos cuantos turistas empeñados en que la Estatua de la libertad parisina es una copia vulgar y a pequeña escala de la de Nueva York. En fin...
P.d: Para quien no se crea lo de Las Vegas, le remito a un artículo de hace tiempo: http://nacho-lostinchicago.blogspot.com/2008/05/recordaba-yo-las-palabras-de-las.html
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