jueves, 4 de junio de 2009

La tormenta de Oradour

Era una tarde soleada en Oradour-sur-Glane. Después de una primavera más fría de lo esperado, la llegada del verano animaba a la gente a salir un poco y dar algún que otro paseo, amparado en esos inmensos bosques de cedros, chopos y abedules que dibujó Corot en siglos pasados.

Aquel domingo, además, los habitantes de Oradour se preparaban para recibir la visita del médico del distrito de Rochechouart, y por ello no era raro ver corriendo de acá para allá niños de todas las edades, que habían venido de las localidades vecinas. Ya se podía escuchar el claxon del coche, aparcando en medio del bullicio de la plaza, cuando de pronto un estruendo se impuso a cualquier otro.

Varios carros blindados, camiones y vehículos asomaron por las esquinas de las calles periféricas, escoltados por más de un centenar y medio de soldados alemanes. A los primeros gritos sucedieron las carreras enloquecidas, que pronto fueron silenciadas por varios disparos al aire.

Adolf Diekmann estaba al mando de aquella 3ª Compañía del primer Batallón del Regimiento Der Führer, que tomó posiciones en todo Oradour a una velocidad de vértigo. Tras haber reunido a los habitantes en la plaza del pueblo, el oficial los acusó de albergar en sus casas armas para la Resistencia y de alta traición al Reich. Posteriormente, mandó encerrar a las mujeres y a los niños en la iglesia, mientras conducía a los hombres a unos graneros cercanos.

Al llegar allí, los aldeanos vieron que los nazis habían colocado varios nidos de ametralladora delimitando un semicírculo. No les hicieron una sola pregunta. A una orden dispararon a las piernas de los prisioneros y, una vez abatidos, los rociaron con gasolina y prendieron fuego a sus cuerpos.

Entretanto, y haciendo caso omiso de los horribles gritos procedentes del granero, otro grupo de soldados se dirigía a la iglesia, a cuyo interior arrojaron un artefacto explosivo. Al estar defectuoso no hizo explosión, pero comenzó a expulsar un gas letal que obligó a las mujeres y a los niños a buscar salidas de emergencia en medio del caos y la desesperación. Sin embargo, todos aquellos que trataron de escapar por las puertas laterales fueron recibidos por más nidos de ametralladora, mientras el resto moría asfixiado en el interior del templo. Tras los gritos de los últimos supervivientes, se hizo un silencio espectral en todo el lugar.

En aquella soleada tarde del 10 de junio de 1944, los soldados alemanes se retiraron de la población de Oradour-sur-Glene con 642 muertes a sus espaldas, de las cuales 190 correspondieron a hombres, 245 a mujeres y 207 a niños, algunos de los cuales apenas habían cumplido una semana de vida. Entre los restos calcinados de la aldea, que bombardearon hasta su destrucción, los nazis no encontraron ni una sola arma.

Semanas más tarde, gran parte de la Compañía fue abatida en su inútil intento de frenar el avance de los aliados. Entre los muertos de aquellos enfrentamientos se encontraba el oficial al mando Diekmann, que a diferencia de algunos supervivientes de su división, no pudo dar cuenta de sus actos en los juicios que se celebraron entre 1953 y 1983 a propósito de la matanza de Oradour.

Dichos procesos fueron insuficientes en su misión de hacer justicia a las víctimas y sus familiares, pero dieron notoriedad a un suceso que Charles de Gaulle consideró merecedor de perdurar en la memoria de los franceses. Por ello, el general ordenó que no se moviera una sola piedra de las ruinas de Oradour, y mandó construir una nueva población a poca distancia de allí, mientras el tiempo, la maleza y el óxido se adueñaban de la localidad original.

Aún hoy se pueden visitar las ruinas y ver restos de edificios, vehículos y objetos de la vida cotidiana de un pueblo arrasado por la barbarie. Y quizá no por casualidad, se puede comprobar que el cartel de la estación sólo conserva algunas letras: o-r-a-g-e, que en francés significa "tormenta".

El resto es sólo polvo y aire, el eco desgastado de los truenos del horror y la desesperanza que, por fortuna, ya cada vez suena más lejano.


(P.d: http://en.wikipedia.org/wiki/Oradour-sur-Glane, para más detalles. Agradezco a mi amigo Pey las imágenes, que tomó él mismo en el lugar de los hechos, pero sobre todo que me pusiera en contacto con esta historia, de la que tanto se debiera aprender por estos lares.)

1 comentario:

Pey dijo...

Es tan escalofriante leerlo que cuesta creer que ocurriera de verdad... Efectivamente, le recomendaría esta visita a más de un desmemoriado de este país.
Abrazo