domingo, 14 de junio de 2009

Agotamiento


Suele ocurrir, cuando llegan estas fechas, que sobreviene un bajón físico y mental a unos niveles alarmantes. De pronto nos pesa el cuerpo, la cabeza amenaza con doler a la mínima ocasión y nuestras últimas energías están dedicadas a pensar en cómo vamos a recuperar el resto, con la vista puesta en un horizonte estival cada vez más cercano.

Todo esto se podría ver como la lógica factura de un curso agotador en el que las fuerzas han ido dosificándose con mayor o menor fortuna: esfuerzos que en otro momento nos habrían costado poco o muy poco de pronto se antojan hercúleos; tareas antaño habituales en la rutina ahora parecen colapsar nuestro sistema nervioso; personas, por último, con las que antes manteníamos un trato diario, ahora nos irritan y anhelamos, sin malicia, perderlas de vista por una temporada.

El final del curso es como el ocaso de un largo día que nos devuelve a un hogar, a unas sábanas, en las que podremos descansar unas horas y recuperar el ánimo y el aliento. Es casi una necesidad fisiológica, un imperativo categórico que desaparecerá una vez llegue la primera mañana de septiembre, y tengamos tiempo de emprender nuevas aventuras, proyectos y relaciones. Ahora toca descansar y dormir el sueño de los justos, que bien lo merece más de uno.

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