Lo prometido es deuda, así que aquí va el merecido homenaje a un equipo de fútbol que ha logrado batir prácticamente todos los récords, ganando las mejores competiciones nacionales e internacionales y, lo que es mejor, desplegando un fútbol colosal.
El éxito del Barça no es, como muchos pensarán, una cuestión de copas (liga, copa del Rey y copa de Europa). Su triunfo es triple, sí, pero porque aúna una victoria moral, otra de estilo y una última que podría considerarse de justicia poética.
En primer lugar, no hay que olvidar que este mismo equipo que ahora recibe los parabienes del mundo entero era, hace sólo nueve meses, objeto de feroces críticas por parte de sus ahora devotos seguidores y periodistas de corte. Finalizó la liga a 18 puntos del Madrid, después de una recta final desastrosa, sin un solo título para sus vitrinas y con una sensación de juego paupérrima y desoladora. Para todos aquellos que ahora hacen hincapié en las maravillas de la Masía, la filosofía cruyffista y demás zarandajas, no estaría de más echar un vistazo a la hemeroteca de aquellos fatídicos meses de mayo, junio y julio, para hacerse una idea de lo mal que estaba la situación (moción de censura para su ahora ufano presidente, Joan Laporta, incluida). Porque todos esos pilares y espíritus tulipanes estaban ya antes, como lo estaba el 90% de su equipo (titular, aunque no sólo). Del equipo que ha disputado la mayor parte de la temporada, salvo ligeras variantes, sólo hay un par de cambios: Ronaldinho y Deco, dos megaestrellas, por Piqué y Alves, dos defensas.
Ah, pero nos falta el elemento clave, que no es ninguno de los anteriores citados, sino un tal Pep Guardiola. Él es el principal artífice de todo este fenomenal embrollo copero, y lo es no sólo por haber recogido lo mejor de una herencia innegablemente flamenca o por conocer perfectamente la cantera (no en vano él entrenó en categorías inferiores antes de subir al primer equipo), sino por haber imbuido de un nuevo espíritu, humilde, competitivo y campeón, a esos mismos jugadores antaño deprimidos (Xavi, Puyol, Iniesta), de vuelta de todo (Márquez, Eto’o) o sin confianza suficiente para dar un salto definitivo de calidad (Henry y Bojan, pero sobre todo Messi). Guardiola se ha apuntado una enorme victoria moral, porque ha recuperado la de sus jugadores y, con ella, un inmenso talento del que nadie dudaba.
En un segundo plano, el Barça de Guardiola y el de Rijkaard (anterior entrenador) se diferencian esencialmente en una cuestión de estilo. Mientras que el del holandés dependía en exceso del estado de forma de sus estrellas (Ronaldinho, Deco, Eto’o), en el de Guardiola no hay un liderazgo específico claro, sino coral. Los 12 o 14 jugadores habituales han sabido alternar un protagonismo necesariamente compartido, ya fuera el recuperado Eto’o en el primer tramo, Messi en el segundo o Iniesta en el último, con Henry, Puyol, Xavi, Piqué, Alves, Touré y Valdés mostrando una regularidad excepcional durante todo el año. Es un equipo en el mejor sentido de la palabra, unido y comprometido, algo que el de Rijkaard no era ni de lejos, y de esta forma Guardiola ha sumado su segunda victoria.
El tercer y último triunfo tiene que ver con un concepto ambiguo, la justicia poética, que designa desenlaces coherentes con lo ocurrido durante el planteamiento y el nudo de una historia. El Barça de Guardiola ha ganado de una forma tan merecida e inapelable que hasta los más antibarcelonistas se rinden a la evidencia, admiran al equipo y aplauden la precisión, belleza y talento en la conquista de sus triunfos deportivos. Las victorias del Barcelona se han debido a goles, calidad y trabajo en equipo, sí, pero por encima de todo ello ha planeado siempre la sensación general de que dicho triunfo era un acto de plena justicia, que lo contrario no se contemplaba por la simple razón de que nadie más que ellos merecían alzarse con la gloria.
Por eso me alegro tanto de este éxito, por lo demás, tan ajeno a mí. Me alegro porque, a diferencia de lo que comenté del Madrid unas semanas atrás, este histórico conjunto vence, convence y enamora. Sencillamente no se le puede pedir más a un equipo de fútbol y a un deporte que, cuando lo juegan estos chicos, adquiere un prestigio y unas cotas de calidad que serán estudiados en el futuro, con la misma admiración y envidia sana que ahora provocan, en este presente de confetis y cánticos de campeones. Enhorabuena, pues, y que sea por muchos años.
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