miércoles, 20 de mayo de 2009

Bochornos académicos varios (Parte II)


En cualquier caso, el punto más conflictivo del debate literario en Bérgamo llegó cuando la nunca suficientemente alabada Ángela Vallvey soltó frases del tipo “la mujer escritora en literatura es un cero a la izquierda”, “Madame Bovary está bien, pero si la hubiera escrito una mujer en lugar de Flaubert ya veríamos”, “la psicología y el alma femeninas es algo que los hombres no saben, no pueden captar”, y un largo etcétera de argumentos insostenibles, incorrectos, impertinentes y, por encima de todo, falsos.

Vayamos por partes. ¿Qué es eso de que sólo la mujer comprende el alma femenina? A juicio de mrs. Vallvey (y tantos otros, porque Lucía Etxebarría y toda su caterva de acólitas no le va a la zaga), obras del calibre de La Regenta, Fortunata y Jacinta, Ana Karenina o Naná, más la mencionada obra de Flaubert, están simplemente “bien.” Pero, ay amigo, que si hubiera habido una pluma femenina detrás otro gallo aún mejor nos cantaría a todos, y andaríamos aún deslumbrados por semejante milagro hecho novela. Y todo ello porque en el fondo, Leopoldo Alas Clarín, Benito Pérez Galdós, Leon Tolstoi y Émile Zola eran unos pobrecillos zotes, incapaces de ahondar en las profundidades insondables de la psique femenina. Por favor.

Una de las ponentes italianas, Paola Mastrocola, mostró su disconformidad diciendo que si ella mostraba al público dos poemas, uno escrito por un hombre y otro por una mujer, nadie acertaría intentando adivinar si los textos pertenecían a él o a ella. Carmen Covito, la otra escritora italiana (y sensata, por ende) coincidió en que el supuesto elemento diferencial femenino en cuanto a la creación literaria, aun suponiendo que existiera, resultaría del todo irrelevante, pues lo que importa es la obra artística en sí y no tanto el género de quien la escribió, pintó o esculpió. Si ahora se descubriera que el Lazarillo de Tormes fue escrito por una mujer, ¿acaso eso modificaría en algo su importancia dentro de la Historia de la Literatura? ¿Qué más dará el sexo de quien nos ha legado La piedad, Las Meninas, El retrato de Dorian Gray, La capilla Sixtina, Hamlet, el Taj Mahal y un etcétera infinito de obras maestras del arte?

Yo, desde luego, no creo en la literatura de mujeres, como tampoco creo que haya una de hombres. Creo en la literatura, como en las demás artes, y bajo ninguna circunstancia cambia mi valoración de una obra el saber que estuvo hecha por él o por ella, (como tampoco me interesa lo más mínimo su vida y milagros, aunque ese es otro asunto). Que las mujeres se han incorporado más tarde que los hombres es innegable, y soy el primero en reconocer que la literatura ha perdido en el camino del machismo un sinfín de artistas que no pudieron dedicarse a esta u otras artes por el mero hecho de ser mujeres. Ahora bien, de ahí a sostener que lo femenino es un valor per se en cuanto a la autoría, que lo eleva o sitúa en altares cualitativamente superiores por estar dotado de no sé qué diantres sobrenaturales o espirituales es algo que, se ofenda quien se ofenda, me parece que raya en la superficialidad mental más absoluta.

Entrar en estos yermos intelectuales nos aleja de lo verdaderamente importante, que son las obras. Las novelas de autoras como Carmen Martín Gaite, Ana María Matute, Josefina Aldecoa, Carmen Laforet, Carme Riera o Almudena Grandes se bastan por sí solas para defender la necesidad de la mujer escritora en la literatura, pero no por encima ni por debajo del hombre escritor, sino en comunión. Y me parece bien que se reivindique esa necesidad, pero siempre y cuando tengamos presente que estamos hablando de literatura, de novela en este caso.

Porque en ningún momento escuché a Vallvey y a sus dos correligionarios hispánicos hablar ni una sola vez de textos, influencias o modelos literarios, de técnicas o recursos, de preferencias, estilos o intenciones artísticas, y ni siquiera de creación de personajes o tramas. No salió de ellos una sola alusión a sus intereses como creadores, como artistas e intelectuales, ni siquiera el título de una sola de sus novelas o proyectos de futuro, y sí en cambio muchas tonterías ajenas al fenómeno estrictamente literario, como las que mencioné en la entrada anterior y que tienen que ver con censuras de corte paranoico, teorías conspiratorias de editores, académicos y públicos enloquecidos que van en masa a crucificar autoras trasngesoras, por no mencionar el manido y cansino victimismo ancestral del genio incomprendido ante una sociedad plagada de necios lectores. ¿Y saben por qué no hubo referencias literarias de ninguna clase? Simplemente, porque no las había.

Aquellos fantoches que tenía ante mí no merecen consideración alguna, no al menos literaria, porque la literatura no les importa lo más mínimo y sí todo el envoltorio adyacente, superfluo y vano, el mismo que se sirve de cualquier pretexto para hacer bandera del feminismo más trasnochado (o como dijo la Vallvey, fuente inagotable de citas para la historia, “feminazismo”). Si este es el futuro que le espera a las letras españolas en el campo de la novela, yo desde luego me bajo del barco y me dedico a otros menesteres, porque lo que presenciamos ayer en Bérgamo por parte de tan ilustres autores fue simple y llanamente una tomadura de pelo.

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