martes, 5 de mayo de 2009

De villanos y doctores.

Acabo de leer rumores acerca de la posibilidad de que FOX esté negociando su contrato con J. J. Abrams, cerebro de esa maravilla llamada LOST (Perdidos, en España), para que prolongue durante una temporada más la serie de la isla más misteriosa de la historia de la televisión.

Lo preocupante no es eso, sino el hecho de que dicha prolongación se deba a motivos económicos y no argumentales o de necesidad del guión. La cadena teme que el cierre de LOST provoque un efecto dominó que arrastre otras muchas series a su final o cancelación. Prison break, una de las veteranas, ya anunciado su cese debido a las pobres audiencias de su quinta temporada, y lo mismo ocurre con grandes estrenos de años recientes en prácticamente todas las cadenas (Las crónicas de Sarah Connor, Eli Stone, etc…).

Ya sé que los fans de dichos programas me crucificarán por decir esto, pero en el fondo me alegro. Las series que se perpetúan temporada tras temporada suelen perder todo su encanto, como le ocurrió a Expediente X en su momento o a Los Simpson, que ya llevan más de veinte años dando el coñazo (ambas series con recientes películas de estreno, a cual más lamentable, por cierto).

Debe ser complicado decidirse a dar por cerrada una fuente de ingresos tan rentable como suele ser un programa de éxito, pero ya digo que para mí, como espectador, no supone el más mínimo problema ver cómo se caen de la parrilla series que, como la mayoría de las anteriormente citadas, partían de ideas pobres que apenas daban para sostenerse un año o dos en antena.

La buena noticia es que siempre nos quedará HBO, una cadena de pago que tiene algo así como carta blanca para hacer lo que le dé la realísima gana. Series como Los soprano, A dos metros bajo tierra o la más reciente En terapia son una muestra de una independencia creativa tan estimulante como necesaria en el panorama actual, y ahora mismo puede decirse que es una pionera en calidad televisiva.

En terapia, liderada por el siempre excelente Gabriel Byrne, se ha convertido en una de las sensaciones de las últimas temporadas. La historia de un terapeuta que atiende a una serie de pacientes de lunes a jueves, para pasar a ser él mismo paciente los viernes se ha ganado por méritos propios el beneplácito del público y la crítica, que la adoran como al nuevo Mesías televisivo.

Es una serie atípica (sólo hay conversaciones, nada de acción ni efectos visuales), y en ella suelen tratarse temas tan espinosos como abortos, divorcios, suicidios, cáncer o traumas infantiles. No obstante, una dirección que nunca molesta ni copa protagonismo alguno, a lo que hay que sumar una elección de actores tan sabia como compensada (con la gran Dianne Weist como terapeuta de Byrne, y unos excelentes secundarios para los roles de los pacientes), y una música que aparece sólo en el momento oportuno logran, en suma, otorgar una dimensión adulta, madura, compleja y fascinante a un medio acostumbrado de ver vulgares villanías con demasiada frecuencia.

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