He asistido hoy a la defensa de una tesis, no sólo por la amistad que me une con el doctorando, un argentino amable, culto y dicharachero, sino también porque me viene fenomenal ir aprendiendo cómo va a ser el acto en el que un tribunal decidirá si mi tesis vale la pena o no.
Armando, que así se llama mi compañero de doctorado (y tutor), ha escrito una tesis sobre la narrativa anarquista en el periodo finisecular latinoamericano en el siglo XIX. Es un tema tan poco estudiado que los miembros del tribunal han reconocido, antes de nada, su escaso o nulo conocimiento del tema, hecho que han valorado positivamente.
Tras una breve presentación de objetivos, metodología, estructura e ideas de su trabajo, Armando ha escuchado una larga lista de elogios por un trabajo, dicho por los profesores que debían juzgarlo, soberbio, riguroso y en ocasiones, fascinante. Han alabado su claridad de estilo, su facilidad para dar siempre en la diana de los problemas que trata y el hábil manejo de una bibliografía tan extensa como compleja.
Yo iba tomando mis notas, mientras se sucedían los piropos a un trabajo que se ha prolongado durante años y ha exigido por parte de él grandes sacrificios, viajes y no pocos disgustos. Escuchando a mi compañero sentía una mezcla de solidaridad y compasión, aunque en su caso este proyecto se ha llevado más años de su vida y esfuerzo, sin duda, que en el mío.
Y cuando parecía que aquello no podía mejorar más, que los miembros del tribunal no podían estar más contentos de estar allí, Armando ha hecho un turno final de réplicas sencillamente espectacular, con dedicatoria final a su esposa e hija. Y ha sido al mencionar a estas últimas, al sentir el temblor de su voz al mencionarlas, cuando se ha desatado el elemento lacrimógeno en el respetable, servidor incluido, y cuando Armando ha terminado por conquistar a todo el mundo.
Por todo ello, su más que merecido Sobresaliente Cum Laude por unanimidad ha recibido, además de las felicitaciones, un más que caluroso abrazo. Tras años de tanto trabajo, Armando se vuelve a Buenos Aires con una tesis bajo el brazo, y un buen número de amigos que, seguro, recordaremos sus charlas, historias y anécdotas.
A mí me toca seguir en la brecha, pero tú disfrútalo, compañero, que te lo has ganado.
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