jueves, 22 de enero de 2009

De sabios, juicios y paquidermos.


Dice una vieja leyenda hindú que seis sabios ciegos fueron a examinar un elefante para elaborar una teoría acerca de su naturaleza. Uno por uno, se acercaron al animal y lo tocaron por diferentes partes (orejas, colmillos, lomo, trompa, cola y rodilla), aseverando que aquella criatura se asemejaba, respectivamente, a un abanico, una lanza, una pared, una serpiente, una cuerda y un árbol. Y no lograron ponerse de acuerdo sobre quién tenía razón.

Pues bien, hoy mismo, mientras leía una novela en una cafetería, un mendigo se me ha acercado pidiendo dinero para comer. Sin dudarlo, he cogido el bocadillo que había sobre mi mesa y se lo he ofrecido, y al hombre se le ha mudado hasta el color. De tan emocionado que estaba le temblaba la mano al dármela, me dio las gracias mil veces y salió de allí gritando que aún había gente buena en el mundo (“cojones”, terminó diciendo el buen hombre tras la exclamación). Los demás clientes de la cafetería me miraron como si estuviera loco, y mientras tanto yo volvía a mi lectura, pensando en lo irónico de todo aquello.

Y es que resulta que, muy lejos de la santidad que se me achacaba, aquel hombre en realidad me acababa de hacer un favor. El bocadillo me lo habían regalado con la bebida, y yo estaba tan lleno de la comida anterior que no sabía qué hacer con aquello (envolverlo y llevarlo a casa, supongo). En estas apareció el buen hombre y me resolvió el conflicto. En cierto modo, es como si aquella comida hubiera llegado a mis manos para terminar en las suyas, una feliz coincidencia que, sin embargo, el mendigo juzgó por extrema bondad y los clientes por locura, cuando yo lo veía como un alivio.

Cuántas veces no nos ocurrirá juzgar algo como horrible o maravilloso, pasando por toda su escala de grises, para después descubrir que el mismo acontecimiento es considerado de maneras opuestas por las gentes más diversas. Desde lo más trivial, como un libro o una película, pasando por acontecimientos más importantes, como la investidura de cierto exotismo histórico, todos y cada uno de nosotros ejercemos de sabios ciegos, limitados por nuestras pobres perspectivas.

Y nuestros juicios, análisis, condenas o elogios nacen de nosotros sin sospechar que tanta razón llevamos como dejamos de llevar y que, en el fondo, esa misma realidad que afirmamos conocer tan bien no es otra cosa que un elefante que se burla de nuestra inocencia.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Wowww Me encanto el mensaje... Gracias!!!
NAGG