martes, 20 de enero de 2009

Los sonidos ausentes de Piera.


Cuando los lee, y aun cuando los comenta, Carlos Piera no parece impresionado por su propia facilidad a la hora de escribir versos. “Me salen así, no me lo planteo demasiado en un principio. Aunque luego los corrijo mucho, claro”. Reconoce también no ser capaz de escuchar música de fondo, (“sería una interferencia horrible para escribir”), y siempre que habla para tratar éste y otros asuntos lo hace con una expresión sencilla, cálida y cercana. Por ejemplo, cuando se declara aficionado del jazz por esa extraña combinación de seriedad y diversión, algo que envidia profundamente y le hubiera gustado saborear en sus muchos años de docencia.

Y por fin, entra en materia. Dice que le seduce la poesía porque es “corta e intensa”, porque en breves palabras es capaz de condensar gran cantidad de intuiciones, emociones, sentimientos e impresiones que la realidad va dejando en él.

En verdad, hay algo solemne en los poemas de Piera, más aún cuando los lee con una voz que se detiene en determinados momentos, que sonríe cómplice al auditorio para después regresar con la misma intensidad que busca en sus versos. Extraigo de ellos esta Nana de Gaza, porque como él afirmó, “está tristemente de actualidad”:

Qué guapa en la cuna, mi niña adorada,
para que la muerte cuando venga a verte
te encuentre acostada.

Cierra los ojitos, vida de mi vida,
para que la muerte cuando venga a verte
te encuentre dormida.

Duérmete, mi rosa,
para que la muerte cuando venga a verte
sea cariñosa.

Duérmete, ojos bellos,
si hay gatitos muertos por entre las ruinas
jugarás con ellos.

Duérmete, rubí,
y a ver si la muerte cuando venga a verte
se me lleva a mí.

Apenas termina sonríe de nuevo, y pregunta con total humildad si no se habrá excedido en el tiempo dedicado a su recital, y si nos ha gustado. “Es pregunta honrada, lo prometo”.

Luego vienen las cuestiones del debate, y alguna que otra reflexión que me hace a su vez pensar en poesía, ese campo que tan poco frecuento. Dice Piera que lo que más le seduce de la lírica es la cualidad oracional del verso, en el sentido de la oración o rezo, realzado a su vez por lo que de lectura personal y solitaria tiene el poema: “El verso se realiza plenamente en su forma impresa”, afirma, mientras yo me pregunto entonces por qué siempre he sentido que el poema, como el diálogo teatral, cobran su verdadera dimensión sólo cuando son declamados. No interrumpo al poeta, en cualquier caso, porque soy consciente de la pobreza de esta reflexión y de lo seguro de su error o de mi mala interpretación de sus palabras.

El autor termina recordando, tras el debate, eso que siempre quiso enseñar a su loro, algo con lo que cerrar de una forma magnífica, casi poética, cualquier reunión o recital o encuentro: “Bueno, pues nada”. Y hasta más ver.

1 comentario:

Yékov dijo...

Muy acertado el poema. Sencillo y claro para ver cuál el pan de cada día de los habitantes de Gaza.