Finalizaba el mes pasado aludiendo a las palabras de una persona de enorme responsabilidad militar, que ponía en tela de juicio ni más ni menos que el valor de la Constitución en tiempos de lo que él consideraba peligro nacional. Pues bien, poco tiempo después, nuestro ministro del interior, Jorge Fernández Díaz, dijo en unas conferencias vaticanas que le parecía abiertamente negativo que en España se apoyara el matrimonio homosexual porque, entre otros motivos, es algo que "no garantiza la supervivencia de la especie".
He necesitado un par de días para digerir semejante epifanía. Habla el señor ministro del matrimonio natural frente al matrimonio homosexual (que debemos considerar antinatural, entiendo por alusiones), desde una perspectiva católica y cristiana en la que el matrimonio no es un estado civil, sino un sacramento que se ve legitimado por una serie de leyes y derechos que, en opinión de este señor, no deberían compartir las personas homosexuales a las que debe considerar inferiores o de menor categoría, a juzgar por sus palabras.
Me parece bien que cada persona tenga sus propias ideas acerca de lo que considera natural, antinatural, legítimo o respetuoso, no faltaba más. Cada palo, como dijo aquella otra iluminada, que aguante su vela. Me parece igualmente bien que este señor viera la luz hace apenas veinte años ni más ni menos que en Las Vegas, y que desde entonces defienda posiciones religiosas contra viento y marea. El único problema es que este señor no se puede desvincular de la posición que ocupa, que es ni más ni menos que el cargo de ministro del interior de una de las democracias europeas más importantes. Este señor es un personaje público de una cierta y relativa influencia, y de una más que cierta y nada relativa responsabilidad política, social y moral. Y este señor, en su calidad de ministro del interior, tiene la obligación de aceptar por encima de cualquier otra consideración personal suya una constitución que defiende la igualdad y una legislación que ampara el matrimonio homosexual sin distinciones frente al matrimonio tradicional, y que responde a una demanda social que se reclamó durante décadas por miles de ciudadanos y que, finalmente, un gobierno aprobó hace ahora ocho años.
La prudencia debería llevar a este señor, como a tantos otros miembros de su partido que sinceramente no considero aptos para el cargo que desempeñan, a mostrar un poco más de respeto por todos aquellos ciudadanos que vivimos en este país, y en especial por haber ofendido, insultado y vilipendiado hasta la menor de las inteligencias al declarar que la especie humana corre peligro si se empeña en defender al colectivo homosexual. En un planeta cada día más superpoblado, donde más de 7.000 millones de personas nos agolpamos en una dinámica de crecimiento sin fin que amenaza con arrasar todos los recursos naturales, hace falta tener luces muy cortas para decir semejante estupidez. Y que encima lo remate diciendo que la supervivencia de la especie es un argumento racional habla aún más a las claras de la falta de racionalidad de este señor.
Uno puede pensar lo que quiera, insisto una vez más en ello, pero a la hora de hablar es necesario pensar primero. Lo contrario, el actuar alegremente sin pararse a pensar en las consecuencias de nuestros actos, es lo que nos está llevando de la mano de unos gobernantes ineptos a una situación que sí que nos puede arrojar a territorios apocalípticos. Nos merecemos algo mejor que esto.
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