domingo, 31 de marzo de 2013

El libro del mes: Festín de cuervos y Danza de dragones


Para que en el terreno de la fantasía épica un universo alcance coherencia, credibilidad y entidad es necesario que las diferentes tramas se desarrollen en su justa medida, sin escatimar al lector ninguna información esencial para dicha construcción. Hacen falta personajes creíbles, situaciones no forzadas y la suficiente variedad y cantidad de elementos propios como para que aquello no parezca un territorio pobre, impostado, traído por los pelos o con carencias graves.

Es evidente que nadie que lea las novelas de Canción de hielo y fuego podrá negar que George Martin ha dedicado años enteros de su vida a dar forma a un universo particular, con una hábil fórmula de elementos importados de otras franquicias (época medieval, dragones, zombies) y de recetas propias para hacer que todo ello termine por encajar, con mejor o peor fortuna según los casos pero con una mayoritaria sensación de buen trabajo global. Las decenas de personajes principales, con sus correspondientes familias, sagas, secretos ocultos y ramificaciones contribuyen, qué duda cabe, a fomentar el interés de muy diferentes lectores, que encuentran en tal o cual personaje, en tal o cual familia, su particular bando al que apoyan silenciosamente mientras devoran páginas escritas con soltura y con unos diálogos bien elaborados, sobrios o firmes y contundentes cuando tienen que serlo.

El problema de este tipo de creaciones de tramas multitudinarias es que es un arma de doble filo, donde el límite resulta clave. Me explico: hay momentos determinados en que, quizá cegado por la dimensión que alcanza por sí solo un proyecto narrativo, esto pueda nublar la vista de cualquier escritor y provocar que le parezca bien detenerse aquí o allá, demorándose en territorios que considera importantes o añadir tal o cual trama que le parece fundamental para entender a este personaje concreto, a estos dos o a estos veinte. Puede provocar que el asunto se le vaya de las manos, en definitiva. Y a fin de cuentas está en su derecho, es su propia obra y nadie tiene autoridad para contradecir su voluntad. Pero lo que sí que tenemos derecho los lectores es a llamar la atención sobre este peligro cuando se convierte en realidad palpable y evidente, denunciar el exceso y proponer alternativas, que las hay, para casos como el del libro que nos ocupa hoy. Porque lo de los libros 4 y 5 de la saga Canción de hielo y fuego es de juzgado de guardia, y es más doloroso aún después del magnífico sabor de boca que dejaba la mucho más equilibrada e interesante tercera parte.

Y es que, si bien las tres primeras entregas de esta saga, Juego de tronos, Choque de reyes y Tormenta de espadas iban hilando las diferentes tramas con bastante habilidad, no puede decirse lo mismo de los dos volúmenes siguientes, que trato en una misma entrada por ser en realidad un mismo libro dividido en dos volúmenes, como confiesa el propio Martin al final de Festín de cuervos.

Y aquí está el primer problema con el que nos encontramos, el hecho de que resulta poco convincente la explicación de Martin de los motivos de la separación de ambos textos por un lapso de más de seis años. No puede ser que un escritor se dé cuenta, de pronto, de que lleva mil y pico páginas escritas y que aún le quedan por tratar decenas de historias, y que la resolución de algunas de ellas las deje para más de un lustro, que es cuando publicó el resto. Es inadmisible, un ejemplo más que ilustrativo de una muy mala planificación, por decirlo de forma suave. Pero peor aún es la segunda solución que le dio al problema: dividir tramas por volúmenes, de modo que determinados personajes o tienen una presencia testimonial en uno de los dos libros o directamente no aparecen. Y esto, para alguien como yo, que tiene un interés más concreto en determinadas historias que en otras, es un golpe demasiado doloroso. La lectura de Festín de cuervos, por ejemplo, un libro que supera con creces las 800 páginas, solo tiene una trama, la de Cersei Lannister, que me transmitía emoción. Todas las demás, absolutamente todas, me parecieron sencillamente insufribles. Y me consta que no soy el único que lo ve así. Que no aparezcan en este libro ni Jon Nieve, ni Daenerys ni Tyrion es una decisión pésima, básicamente porque son los tres protagonistas principales de la saga junto con Cersei y Jaime.

Entiendo que esto puede parecer una opinión totalmente subjetiva, pero hay tramas, como la de la búsqueda de Sansa Stark por parte de Brienne, que son muy duras para un lector que sabe de sobra dónde está Sansa y con quién, que en cualquier caso es bien lejos de donde la busca Brienne. Todos esos capítulos se me hicieron muy cuesta arriba, pero no menos que los de Asha Greyjoy, cuya lucha por el trono de hierro, sinceramente, no me importaba lo más mínimo. Y el modo en que deja ambas tramas, especialmente la de Brienne, con ese clímax no resuelto del que no revelaré nada más, me parece criminal teniendo en cuenta que hasta el sexto libro no se sabe qué narices pasa con ella (aunque no es la única; que se lo digan si no a Jon Nieve y su más que chapucero desenlace). La técnica del final de capítulo en lo alto es realmente arriesgada, y hay que calcular sus efectos. Una cosa es que un capítulo de un libro o de una serie terminen así, con poco tiempo de separación para saber qué ocurre, y otra muy distinta es tener a la gente esperando años y años. Eso es una canallada, simple y llanamente.

A pesar de esto, Festín de cuervos se salva de los infiernos gracias a la trama de Cersei, que con su habitual mala leche se enfrenta a los retos de su nuevo panorama en Desembarco del rey. La progresión dramática de sus capítulos es asombrosa, con una entidad que hasta entonces no había tenido un personaje con una genial escala de matices y contrastes. Cada diálogo de Cersei, cada pensamiento suyo, es como una lluvia de puñales que el lector disfruta enormemente. Es una creación magnífica, un personaje redondo y plagado de momentos brillantes en sus parlamentos (tanto interiores como con otros personajes, pero especialmente cuando se combinan ambos con dobles sentidos). Lástima que tanto exceso de protagonismo suponga, sin revelar tampoco detalles, que muy poco queda ya por esperar del personaje, que en Danza de dragones tiene un merecido epílogo que espero que no sea definitivo.

Enlazo así con el segundo volumen, donde regresan Daenerys, Jon y Tyrion. Sinceramente, de Tyrion esperaba bastante más, y a fe que me ha decepcionado. Creo que Martin no tiene muy claro qué hacer con el personaje, y por eso lo lleva de aquí a allá, dando ejemplares bandazos y con la consecuente pérdida de interés en lo que tenga que ver con él. Es una lástima, después de los excelentes resultados de los libros anteriores de un personaje que se había llegado a convertir, en mi opinión, en el alma de todas las tramas en las que intervenía. Mejor suerte corren Jon y Daenerys, que tienen momentos de verdadero crecimiento que ya se auguraban en las partes precedentes. 

Al fin, después de tanta espera, vemos a los dichosos dragones en acción, aunque sea de forma breve y esporádica, y el personaje de Daenerys va adquiriendo mucha más profundidad, algo que se agradece, y mucho. Sin embargo, la sensación de estancamiento que se produce en Mereen, la ciudad de los esclavos, creo que es contraproducente para una trama que ya hace demasiado tiempo debía haber llegado a los Siete Reinos. Claro que en este sentido resulta aún más doloroso el asunto de los caminantes blancos, que llevan nada menos que cinco libros amenazando con tomar en cualquier instante el sur sin que pase absolutamente nada de nada. Yo estoy bastante agotado ya de la trama de los salvajes y los hombres de la guardia de la noche, no por ellos en concreto sino porque sinceramente, ya va siendo hora de que pase algo en el puñetero muro. La dilatación de la acción, especialmente cuando Martin nos obsequia con cientos y cientos de páginas sobre hechos que nos interesan bastante poco, se hace aún más dolorosa pensando en la cantidad de tramas que se pueden derivar de un punto de interés como este, que lleva desde el prólogo de Juego de tronos diciendo que está a punto de llegar una tormenta que, a este paso, nos pillará a todos con un pie en el otro barrio.

La sensación que me queda al final, en cualquier caso, es que estos dos libros se podían haber escrito en un único volumen, eligiendo mejor las tramas protagonistas, seleccionando pasajes verdaderamente relevantes y no de relleno. Martin tiene un gran trabajo por delante para terminar de manera digna una saga que había arrancado fenomenalmente. Sigo viendo en su narración demasiado interés en el diálogo y muy poco en la acción (demasiado poco para el potencial que tienen estas historias, entiéndanme), y ciertas manías o marcas de autor, como la de la prosa plana o la técnica del desenlace inconcluso en alto llegan a fatigarme. No me gusta ver las costuras a un libro cuando lo leo, sino que me obligue en el mejor de los sentidos a sumergirme en su universo. Me ocurrió así con los primeros libros, pero estos dos han estado a punto de hacerme perder la paciencia y el interés, y en el mejor de los casos tengo la impresión de que me veía obligado a conformarme con una mala copia del tercer libro, como ocurre en el desenlace del quinto volumen (los que lo han leído lo entenderán, seguro). 

Y que nadie se confunda al establecer comparaciones entre ambos: no es que Danza de dragones sea mejor libro que Festín de cuervos. Es la misma forma de narrar con los mismos defectos y virtudes, con la única diferencia de que el libro quinto tiene las tramas mejores, mientras que el cuarto está lastrado de manera desastrosa por historias que solo deben fascinar a Martin y a sus más acérrimos fans. Ellos deben estar contentísimos con el tonelaje que va adquiriendo esta saga conforme se van publicando libros y se van combando sus estanterías, pero yo seguiré pensando, y especialmente con pruebas tan evidentes como estas, que a veces menos es más.


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