sábado, 6 de abril de 2013

Cinefórum (27): La vida de Pi


La trayectoria como director de Ang Lee me ha parecido siempre muy interesante, aunque quizá la mayoría de las películas en cuestión que haya dirigido no me lo parezcan tanto. Alguien capaz de rodar en registros tan diferentes películas tan, en principio, lejanas unas de otras como Tigre y dragón, La tormenta de hieloSentido y Sensibilidad, Brokeback Mountain o Hulk, por poner solo algunos ejemplos, o no sabe muy bien a qué juega o es un genio que, sin importar el material original sobre el que trabaje, es capaz de sacar petróleo del bueno. Por todo ello, me enfrentaba a La vida de Pi con bastante curiosidad, refrendado todo ello por lo bien que todos me han hablado de ella y por su estupendo resultado comercial y crítico (con oscars a mejor director, efectos visuales y banda sonora).

La cinta narra la historia de Pi, un hombre que cuenta su vida a un escritor que intenta superar una crisis creativa a través de la misteriosa vida de su interlocutor. Para ayudarlo en dicha tarea, Pi se remonta a sus orígenes en la India, en un largo prólogo que abarca su infancia y primera juventud, para después centrarse en el episodio central de su vida, un trágico naufragio donde perdió a su familia y la supervivencia que durante semanas hizo a bordo de una barca en la única compañía de un tigre de bengala. Toda una serie de cuestiones filosóficas, existenciales y religiosas se derivan tanto del relato como de las reflexiones que hacen los adultos en el marco narrativo de la historia.

Lo primero de todo, me gustaría destacar la excelente factura técnica de la película. Hacía tiempo que no veía nada tan pulcro, cuidado y plagado de detalles en todos los sentidos. A nivel visual impresiona y la recreación de paisajes naturales, el océano o los animales me dejaron con la boca abierta en prácticamente todas las escenas. A eso se suma una banda sonora, del gran Mychael Danna, que se encarga de acompañar perfectamente a la narración y nunca acapara un excesivo protagonismo, salvo en momentos puntuales del naufragio donde todo parece bastante justificado. He visto la película en 2-D, pero me consta por mucha gente que la vio en 3-D que aquello fue un auténtico espectáculo, justamente reconocido en premios y homenajes posteriores.

Respecto a la estructura, debo decir que me pareció mucho menos aburrida de lo que me esperaba. Siempre que uno se enfrenta a situaciones de estancamiento narrativo, como son los naufragios, se corre el riesgo de caer en un tedio casi inmediato derivado de la falta de acción. Sin embargo, en esta cinta siempre está ocurriendo algo, incluso cuando parece que no hay mucho que contar, como sucede en el tramo central de la película con la barca a la deriva: ya sean tormentas, islas misteriosas o, en especial, los encuentros con el tigre, La vida de Pi siempre encuentra un resorte para mantener elevado el interés del espectador.

No obstante, durante todo el tiempo tuve una extraña sensación de falsedad. Sencillamente, no me creía la mitad de lo que estaba viendo. Toda la génesis del personaje me parecía demasiado especial y exótica, demasiado maravillosa, demasiado inverosímil. El naufragio en sí mismo me resultó bastante increíble, especialmente el modo en que Pi sobrevive, a todas luces desmesurado. Y respecto a todo lo posterior, qué decir: la sola idea de permanecer semanas enteras en alta mar con la compañía de uno de los depredadores más mortíferos de la naturaleza, al que el protagonista termina acariciando como si fuera su gatito (o su perro, como cuando le silba en la isla misteriosa para que regrese a la barca), es que no me lo creí en ningún momento. Todo ello por no hablar de la isla que devora hombres o el extraño motivo por el que una tormenta hunde barcos de gran tonelaje pero no puede con una simple barquita. Y a esta sensación de impostura o falsedad se le suma que precisamente una de sus grandes virtudes, la factura visual, hacía que muchas veces me sintiera viendo postales trucadas digitalmente, como ese océano que parece un espejo que todo lo refleja sin mácula, más como un estanque que como la inmensa masa de oleaje perpetuo que debería ser. 

Hasta aquí todo se puede considerar un fallo mío de juicio y perspectiva, una muestra más de falta de apertura mental o de incapacidad para aceptar la cinta como un relato simbólico, alegórico o como se quiera acerca de la superación, de la búsqueda de uno mismo y de Dios en situaciones límites. Ya digo que no por mi falta de crédito a lo que estaba viendo le ponía más reparo que ese, y todo habría terminado así si no fuera porque el final de la historia lo trastoca todo y, a mi juicio, se carga por completo todos los méritos de la cinta hasta el momento, un problema que va mucho más allá de mi falta de suspensión de incredulidad. (Atención, spoiler).

Y es que en realidad Pi no sobrevivió en la barca con animales, sino con personas (antes de que se quedara solo con el tigre, también lo acompañaban en la barca una zebra herida, un mono y una hiena, que perecen al poco tiempo después). El mono era en realidad una metáfora de su madre, la hiena era un cocinero obeso y en lugar de una zebra había un asiático herido de gravedad. Y el tigre era Pi, o su versión más salvaje y desenfrenada. Como lo oyen. Y resulta que la manera en la que mueren los animales (la hiena que mata al mono y a la zebra) era en realidad el cocinero aprovechando unas muertes que él mismo provoca como cebo para pescar, y que cuando el tigre mata y devora a la hiena era en realidad Pi matando y comiéndose (literalmente) al cocinero, del que previamente había aprendido lo necesario para sobrevivir en alta mar. Tal cual. Y encima el Pi que cuenta la historia, ya de mayor, después de decir esto se queda tan pancho diciéndole al escritor y, por tanto, al espectador, que se puede quedar con la historia que prefiera, porque a fin de cuentas la religión o Dios hacen lo mismo: te cuentan dos versiones, una mentira bonita y una realidad horrible, para que tú luego elijas la que prefieras. (Fin del spoiler)

Es decir, que después de ver dos horas de postales digitales y animales bonicos, resulta que en realidad todo era burla y mentira, como decían en La Celestina. Una burla y una mentira que encerraban una historia durísima de muerte y canibalismo que nada, absolutamente nada, tiene que ver con ese cuentecito adorable de amistad con felinos, superación personal y supervivencia autodidáctica en alta mar. Y que nadie se engañe, porque aquí no hay lugar para la duda sobre cuál de las dos historias es la verdadera (la confesión en el hospital del joven Pi es demoledora). Y claro, nada más surgir los títulos de crédito no pude sino llevarme las manos a la cabeza. Pero ¿qué clase de estafa es esta? ¿Qué clase de sesuda reflexión religiosa es la de decir que todo cuento sobre el dios que sea se basa en mentiras, y que luego depende de la estupidez de cada uno dar crédito o no a los cuentos alegóricos en que basa sus principios morales?

Pero es que al margen de esto, qué sensación de pérdida de tiempo más grave tuve al terminar de ver la película. Para mí el desenlace de una historia es lo más importante, lo que da sentido a todo lo demás. En el caso de una película como Seven o El sexto sentido, sus respectivos finales me invitaron a ver una y otra vez de nuevo dichas cintas, para quedarme cada vez más admirado por el modo en que todo estaba construido, encajaba y funcionaba como un reloj suizo. En el caso de La vida de Pi, saber el final me deja una cara de idiota ejemplar y desde luego ninguna gana de volver a verla. No puede ser que el narrador-marco te cuente una mentira y una verdad, y luego te diga que ya si eso te creas tú la que quieras. Evidentemente yo hago este análisis fuera de toda perspectiva religiosa (quizá fuera peor si lo hiciera desde ella), pero me parece que esto es una pretenciosidad, de forma y de fondo, que adquiere magnitud de soberana estafa en la confesión que hace Pi al final de la cinta. 

Les pongo otro ejemplo, a mi juicio más claro y sobre el que estuve pensando toda la noche como contraejemplo clarísimo del desastre narrativo que es La vida de Pi. Si recuerdan la película Viven, esta narraba las desventuras de un grupo de deportistas que, tras un accidente de avión en las montañas, deben sobrevivir durante semanas como pueden hasta que finalmente logran salvarse. Y para ello sufren una terrible odisea que pone a prueba sus creencias más íntimas, y que les lleva a cruzar el umbral del canibalismo para poder ver la luz de un nuevo día, tema central donde radica el mayor trauma de los protagonistas. ¿Ustedes se imaginan que esa película en realidad contase un bonito paseo montañero con una cabra o una yegua, con magníficas estampas de los picos nevados, para que luego el protagonista dijera al final que bueno, que en realidad se dedicaron a comerse unos a otros, pero que luego ya te creas tú lo que quieras, que a fin de cuentas para eso está la religión? Es de locos.

Ya sé que una película debe valorarse por méritos artísticos y narrativos, y que no es adecuado condenarla a los infiernos porque a mí no me haya gustado el final. En cualquier caso, mi afición por las historias me lleva a darle más peso a este apartado, y sin negar uno solo de sus talentos visuales o musicales, me parece que La vida de Pi es una de las historias más estúpidas, falsas, hipócritas e insultantes que he visto en mucho tiempo. Y eso, viniendo de alguien como Ang Lee, a quien tenía bastante respeto, ha sido una decepción y de las grandes. A fin de cuentas y, por mucho que lo diga el también pretencioso logo del cartel de la película ("cree lo increíble"), yo lo siento pero no tengo tanta fe.

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