sábado, 29 de septiembre de 2012

Los enamoramientos de Marías




La literatura de Javier Marías es realmente complicada de explicar a alguien que no haya leído alguna de sus novelas (sus artículos de opinión son otro género muy distinto, aunque también podrían valer para hacerse una idea general). Debo reconocer que en un primer momento, la lectura de Todas las almas y, especialmente, Corazón tan blanco, me cautivó de una manera extraordinaria. Estaba en plena carrera universitaria y aquellos dos textos me parecieron dos obras maestras que, por fortuna, el tiempo  me ha ayudado a situar con una perspectiva más relajada. El resto de su obra, en cualquier caso, me parece que no está a la misma altura y me gustaría explicar el por qué de esta opinión a propósito del último texto suyo que acabo de leer, Los enamoramientos.

Una de las primeras cuestiones que nos plantea la narrativa de Marías es acerca de su propia condición de narrativa. Roberto Bolaño, a quien tengo por un escritor más que respetable, dijo en su momento que Marías era "el mejor prosista español contemporáneo", cuidándose mucho de calificarlo de novelista o de urdidor de tramas. Y es que Marías, en la línea de la narrativa anglosajona, se decanta claramente por una prosa exquisita que dedica páginas y páginas a disertar de manera soberbia acerca de los temas más diversos, y generalmente sórdidos, de la condición humana (la traición, el engaño, el asesinato, etc...), pero que no se preocupa demasiado del argumento, del ritmo narrativo o de la intriga, todos ellos siempre supeditados a las divagaciones de unos personajes o narradores que suelen expresarse de una forma sospechosamente similar. Es una fórmula que se repite, con más o menos matices, en buena parte de sus obras: un extenso y cuidadísimo enunciado inicial plantea el enigma de partida, inspirado en obras de literaturas extranjeras y con Shakespeare casi siempre en el punto de mira, seguido de situaciones anecdóticas (una conversación, una visita, una llamada telefónica) que son indefectiblemente asaltadas por digresiones constantes de sus escasos protagonistas, en ocasiones en plena conversación o incluso antes de sufrir una agresión uno de los personajes, como sucede en la segunda parte de la trilogía Tu rostro mañana en aquella infausta secuencia del baño de una discoteca, que se ve interrumpida por toda la novela. Tal cual.

No sé si por el hecho de haberme acostumbrado a esta fórmula, pero tiendo a leer cada nueva obra de Marías con una mezcla de interés y fastidio a partes iguales. Me maravilla y me irrita, por un lado, la facilidad de este señor para manejar a su antojo el lenguaje, aunque tengo para mí que en ocasiones tiende a forzar los límites de la gramaticalidad y que, por poner un ejemplo, su uso de la coma es bastante discutible, aunque quizá sean esos excesos los que le permiten destacar del ritmo plano y previsible de la mayor parte de nuestros autores actuales, eso que llaman el estilo propio. Me parece admirable y me cabrea, en segundo lugar, que las digresiones de sus novelas tengan un efecto tan poderoso, a pesar de esa mezcla de tono dogmático y sentencioso a partes iguales que llega a molestar por su tono de sermón dominical. Me deleitan y me fastidian, al mismo tiempo, esas detalladísimas descripciones de unos personajes femeninos que, por lo general, resultan tan extremadamente arquetípicos que uno siente que más que ante un personaje de carne y hueso tiene ante sí un maniquí de piernas perfectas y tacones de aguja sin alma ni profundidad. Me intriga y me aburre, ya por último, que siempre cada texto me resulte un paratexto de otra obra ilustre y foránea, que planea constantemente sobre las acciones de la trama principal como un fantasma que por un lado limpia, fija y da esplendor y por el otro impide a la novela tener espíritu propio como sí lo tenían las obras aludidas.

En Los enamoramientos, primera vez en la obra de Marías en que una narradora relata la historia (que, como ya digo, da igual porque se expresa igual que todos los anteriores), uno puede pensar por su inicio que se trata de una divagación acerca del amor ideal, pero nada más lejos. Una intriga bastante poco creíble y sin apenas interés acerca de un supuesto asesinato por compasión lleva a la narradora a dos escenas en las que siempre pesa más lo que los personajes piensan sobre lo que dicen o están a punto de decir que sobre lo que realmente dicen o hacen. El ya cansino recurso de la escucha a través de una puerta, presente en otras obras del autor, así como en las sombras de un asesinato que recaen sobre una persona cercana (que eran las dos claves de Corazón tan blanco, sin ir más lejos), ni sorprenden ni están tan bien tratadas como en textos anteriores, por lo que todo termina resultando extremadamente familiar, como la presencia del profesor Rico, un habitual ya en las novelas de Marías. Por cierto, aquí de enamoramientos, más bien pocos: algún que otro lío ocasional con medias y tacones de aguja y poco más, pero eso sí, mucha digresión y muchas alusiones a Balzac y a Dumas, para que el barniz cultural no falte.

Ya imaginarán los lectores de este blog que mis sentimientos encontrados acerca de este autor no son los únicos. No conozco a nadie a quien la lectura de Marías deje indiferente, y hay desde quien lo considera un genio incomprendido que algún día figurará con honores en el Olimpo literario, a otros que lo ignoran soberanamente y lo tachan de pedante, de infinito vanidoso que más que escribir lo único que pretende es anonadarnos con lo estilizado de su prosa y su ingeniería verbal; hay quienes, incluso, se enfurecen hasta límites insospechados con sus incongruencias sintácticas y esa insoportable manía de matizar hasta el infinito cualquier oración, por simple y llana que resulte, añadiendo siempre dos, tres, cuatro o hasta veinte sinónimos a cada cosa que dice, por nimia que resulte. Y aunque mi opinión no llegue a esos extremos (mis amigos de La Fiera Literaria lo odian a muerte, pero lo critican con criterio y humor sano), sí me considero un lector amante de una buena trama, de unos personajes sólidos y creíbles, y de que un libro me aporte un interés más allá del puro placer estético de pensar, párrafo tras párrafo, "fíjate qué bien escribe este hombre". Y es evidente que eso Marías no me lo va a aportar jamás, pero insisto en que seguramente sea un problema mío como lector, y no tanto suyo como prosista intachable (o casi).

Por otro lado, entiendo que cuando un autor se gana con sudor y esfuerzo reconocimiento dentro y fuera de sus fronteras, como es el caso de Marías, uno se permita ciertos lujos y viva de ciertas rentas, quizá porque en parte también su público fiel espera que se le dé más de lo mismo. Marías lo ha conseguido con creces, como su auto celebrado escaño en la Real Academia, y nada tengo que objetar a ello. Ahora bien, si yo tuviera que recomendar una obra de este autor al margen de las dos mencionadas al principio, quizá me decantaría por el texto menos novelesco, narrativo y, si me apuran, literario de todo su corpus: Negra espalda del tiempo, una reflexión que encontré maravillosa acerca de la construcción de la novela Todas las almas, donde el autor desgrana una a una todas las claves, puntos de conexión con la realidad y reflexiones sobre el proceso de elaboración del texto. Quizá sea que ahí no hay parrafada inicial o ni siquiera trama que el autor se vea obligado a justificar y por tanto se dedica únicamente a lo que mejor sabe, escribir sobre lo que piensa, aunque, eso sí, de la alusión a la obra shakesperiana no nos libramos, claro. Hasta ahí podíamos llegar.


P.d: Nota del 25/10/2012. Acaban de conceder el Premio Nacional de Narrativa al señor Marías por la novela de la entrada, premio que ha rechazado porque, en su opinión, "Algunos muy buenos escritores han sido galardonados con los premios oficiales -el Cervantes, el de las Letras, el Nacional-, pero también muchos medianos y malos. En cambio se murieron sin obtener ni siquiera el último -el de menor categoría- Juan Benet, Jaime Gil de Biedma y Juan García Hortelano, y los tres eran ya sexagenarios. Lo mismo le pasó a mi padre, Julián Marías, y él murió nonagenario". Pues eso.

No hay comentarios: