Tres Cantos, lugar donde resido, se enfrenta desde hace tiempo a una situación crítica del sector servicios, que está llevando a numerosos establecimientos a cerrar por falta de liquidez. Como era de esperar, a los comerciantes les ha faltado tiempo para echarle la culpa a todo tipo de causas ajenas a su voluntad y entendimiento, como la crisis internacional, la falta de interés de los tricantinos por lo que ellos llaman el “comercio interior”, pasando por conjuras astrales y vaya usted a saber qué más.
Lo que ninguno de ellos dirá en encuestas o entrevistas, y ahí creo yo que reside una parte importante del problema, es que la gran mayoría de estos comercios padece de un mal endémico, ancestral y que tiene muy pocos visos de cambiar en el futuro: la mala educación.
Consiste esta enfermedad en que cualquier cliente que se presente en una tienda, bar, cafetería, restaurante, centro de salud, peluquería, etc… y llegue ante el dependiente de turno con la sana intención de realizar una compra o consumición, recibirá del encargado en cuestión una bienvenida tan cálida como un glaciar, un tratamiento jalonado de impertinencias, malos modos y desplantes propios de quien estaba realizando una tarea fascinante hasta la llegada del susodicho cliente, y una despedida que si no llega a la patada en el trasero le falta poco, de tan sublime y cordial.
Es vergonzoso que se produzcan este tipo de comportamientos por parte de los que supuestamente deberían procurar todo lo contrario, es decir, que el cliente sea tratado con respeto (no se trata de reverenciar a nadie, simplemente de darle un tratamiento cortés), que se le atienda de forma adecuada, procurando satisfacer sus necesidades y, aún más, animar con dicha disposición a que el cliente vuelva en ocasiones futuras.
Esto no es así, y por ello lo raro no es que cierren los comercios, dada la ínfima educación de sus propietarios y dependientes, sino que se hayan mantenido tanto tiempo. Pero no se preocupen, que ellos seguirán ahí, poniéndole mala cara al mal tiempo, pues al fin y al cabo es lo mejor (por no decir lo único) que saben hacer.
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