domingo, 29 de marzo de 2015

El mito del caos y la luz


Son ya varias las veces en que me he visto en medio de una conversación política a lo largo del último mes con un tema casi exclusivo, la regeneración política de España, y un protagonista casi exclusivo, Podemos. Y en todas ellas he tenido la sensación, a veces incómoda, de que era la única persona que no se dejaba arrastrar por la misma euforia que el resto de mis interlocutores, a quienes vaya por delante que tengo en la mejor estima.

Desde hace ya tres lustros participo en las elecciones democráticas de este país, y en prácticamente todas ellas la sensación ha sido la misma, aunque con una pérdida de intensidad progresiva: ilusión inicial, expectativa, decepción continuada y sonrojo final. No ha habido una sola ocasión en que el partido en quien he depositado mi voto no me haya decepcionado, ni una sola en que no me haya arrepentido, sinceramente, de haber confiado en programas que no se cumplían, en líderes que afirmaban que el poder no les cambiaría y en que eran la encarnación de la honestidad y la claridad ante sus electores. En ningún caso he tenido la sensación de que aquella etapa electoral hacía que mi país estuviera mejor que antes, sino más bien al contrario. Por todo ello, mi desilusión con el panorama político de España, y más teniendo en cuenta todos y cada uno de los casos de corrupción, fraude y favores que hemos venido conociendo en los últimos tiempos, es total.

Del discurso de Podemos hay algo que me produce bastante curiosidad, y es el modo en que con tanta eficacia ha hecho calar el mito del caos y la luz entre una amplia mayoría de sus potenciales votantes. Más allá de si el partido es de ascendencia ideológica de izquierdas o de la izquierda radical como proclaman los más agresivos rivales, más allá de si sus miembros son o no tan honestos como ellos mismos se proclaman o de si están siendo sometidos a una fenomenal campaña de descrédito por buena parte de la prensa nacional (que yo creo que sí, aunque ese sería tema para otro artículo), mi principal duda acerca de esta formación política viene por la ausencia de unas propuestas concretas, reflejadas en un programa concreto del que aún no se sabe nada pero del que todos hablan como si fueran los proféticos manuscritos del Mar Muerto.

Lo único que siempre constato en los discursos de sus principales responsables, de quienes admiro su capacidad para la estrategia de comunicación tanto en directo como a través de las redes sociales, es ese mito según el cual la Transición española fue poco menos que un apaño de las clases poderosas para no desentonar demasiado del concierto político europeo de finales de los 70, que permitiera a los mismos de siempre mantener sus privilegios de casta (y aquí cito la dichosa palabra, lo siento). Este cimiento de barro sería el que explicaría, junto con toda una cohorte de políticos "profesionales" cargados de intereses en su propio beneficio, la situación de descrédito de la política española contemporánea, plagada de honorabilísimos señores feudales que han de dar cuentas acerca de sus respectivas en Suiza, por ejemplo, y de una monarquía que despierta de todo menos simpatías en los últimos años. 

Y así como en los mitos fundacionales o cosmogónicos se habla de realidades iniciales oscuras y plagadas de terror, hay siempre en estos relatos un punto de inflexión o de giro radical en el que un héroe surge para poner el orden necesario, para devolver el equilibrio a una balanza desnivelada por la inmoralidad. Este héroe sería  Pablo Iglesias y sus acólitos, claro, desmarcados del resto de políticos con esa etiqueta conveniente de la casta (nobleza moderna, para entendernos), y que tendría como único objetivo devolver el poder a quien siempre ha debido tenerlo, que no es otro que el pueblo.

Los peligros de la simplicidad de semejante discurso son evidentes, máxime teniendo en cuenta que el único argumento real a favor con el que cuenta esta organización es precisamente el hecho de que todavía no han sido puestos a prueba en funciones reales de gobierno o de mando, y no hay nada real que se les pueda reprochar. Pero eso es algo coyuntural, que en la próxima legislatura ya no podrán esgrimir, y además es un argumento peligroso, porque si Podemos quiere entrar de verdad en el juego político debería haber empezado por incorporarse a ese juego aceptando todas las reglas, y no solo las que le interesa. No se puede esperar presentarse a unas elecciones generales, donde se prevé un gran resultado por el voto de castigo a los grandes partidos (PP y PSOE), y pretender que se les vaya a tratar con una vara de medir diferente únicamente porque se autodeclaren ajenos a la casta, porque por mucho que se empeñen ninguno de ellos está por encima del bien y del mal. Y esta gente es demasiado inteligente, está demasiado preparada y se maneja demasiado bien en ciertos ambientes como para que vaya a creer semejante ingenuidad por su parte.

La mayor parte de las personas con las que he podido discutir sobre este asunto me han demostrado tener una fe bastante grande en Podemos, y en la capacidad de sus representantes para liderar un cambio que devuelva a España una cierta identidad perdida, la de su estado del bienestar, y recupere la preocupación por las clases sociales más desfavorecidas, así como la vuelta al orden de aquellos servicios que en los últimos años han sufrido penalidades vergonzosas, como la sanidad y la educación. En efecto, me he tomado la molestia de seguir con atención muchos de sus movimientos en prensa, radio y televisión y he constadado que los dirigentes de Podemos tienen una oratoria cargada de buenas intenciones, que veo lógico que conforme un discurso esperanzador para cierto sector progresista de la sociedad (el conservador, como bien demuestran sus voceros, los ven como una amenaza terrorista de corte venezolano, algo bastante trasnochado, a mi parecer). De ahí a que yo comparta la fe, sin embargo, hay un largo trecho al que no ayudan algunos tics de su flamante líder, como el tema del tic tac o de don Pantuflo pero sobre todo sus vacíos reales de mensaje en muchas de sus entrevistas.

Las urnas darán finalmente la razón a los votantes, como suele pasar, y entonces veremos cómo queda el mapa político de España, un mapa que en cualquier caso a mí me gustaría que fuera mucho más plural de lo que ha sido tradicionalmente, y por lo que celebro que tanto Podemos como Ciudadanos se hayan incorporado al primer plano político. Solo el hecho de que no haya mayorías absolutas, que los presupuestos y las leyes no se aprueben por el artículo 33 y haya necesidad de sentarse a negociar, a ceder por todas las partes, me parece algo positivo para la salud democrática de España. 

Sin embargo, el mayor reto para ambas formaciones no es contar con un líder más o menos joven, más o menos carismático o más o menos acompañado por gente competente, sino el modo en que comiencen a ejercer la política una vez alcanzada una posición de cierta fuerza. Tengo una gran curiosidad por el modo en que ambos, pero sobre todo Podemos, pueda realmente desmarcarse de los poderes fácticos de este país, fundamentalmente de naturaleza económica (y no tanto religiosa o militar, aunque también), y hacer una política independiente. Con perdón de todos mis amigos, y aun reconociendo que no sería la primera vez ni la última en que me equivoco con mis predicciones políticas, tengo serias dudas de que vaya a ser así.

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