domingo, 29 de marzo de 2015

Cervantes y la osamenta perdida



En cierta ocasión viajé a Inglaterra con una amiga que tenía un curioso mapa lleno de referencias a cementerios. No pude menos que preguntarle el motivo de tan macabro listado, y me respondió que en aquellos lugares estaban enterrados ciertos escritores a los que ella profesaba una gran admiración como lectora. Así, en los días siguientes, una de nuestras paradas obligatorias en cada ciudad que visitábamos era la de la tumba de tal o cual novelista, poeta o dramaturgo, donde mi amiga hacía la foto de rigor y guardaba un respetuoso minuto de silencio.

Sin ánimo de menospreciar en absoluto tan curiosa iniciativa, ya que mi amiga era lectora devota y conocía al dedillo versos enteros, párrafos y diálogos de todos aquellos escritores, sí es cierto que hubo una impresión algo contradictoria en mí ante semejante afición. No es que lo viera fuera de lugar ni criticable, pero es algo que en cualquier caso yo jamás habría hecho por propia iniciativa. Como aficionado a la lectura desde que tengo memoria, como estudioso de la literatura desde que tuve algo de uso de razón y como encargado en la actualidad de tratar de transmitir su legado a las jóvenes generaciones, lo último que me importó en su momento o de lo último que hablaría ante mis alumnos es de dónde se encuentran los restos de Quevedo, Fray Luis o Garcilaso. No perdería un solo instante hablando de la fosa en la que quizá esté enterrado Lorca, y desde luego no dedicaré un solo minuto a toda esa fenomenal farándula de mercadillo en que se ha convertido el descubrimiento de los supuestos huesos de Miguel de Cervantes.

Puedo entender el interés por parte de una familia por el lugar en el que reposa tal o cual persona, al margen de su condición de escritor. Hay un aspecto esencial, de rito, en el entierro de un ser querido, y los amplios estudios sobre la memoria histórica han puesto de manifiesto en todas partes del mundo la necesidad de la gente de depositar su luto en un emplazamiento, de dejar que allí se conserve ese recuerdo que permita cerrar la herida con el tiempo.

Nada de eso tiene que ver, sin embargo, con este circo cervantino que es un auténtico despropósito se mire por donde se mire. Lo único cierto es que en este país la marca de Cervantes mueve mucho dinero, y hay un interés evidente, económico, en que existan huesos que podamos atribuir al genio de nuestra literatura para seguir sacando los cuartos a los turistas, sean de aquí o de allá. Nada de esto tiene que ver, insisto, con una obra literaria que podrá ser la segunda más publicada y traducida del mundo, cuando el hecho cierto es que muy poca gente la conoce de primera mano.

La auténtica lástima es que Cervantes y su obra son, para una amplia mayoría de los habitantes de este país, sinónimo de aburrimiento soberano. Todavía recuerdo aquel anuncio en el que un hombre esperaba en una sala para descubrir, con horror, que entre las lecturas para amenizar la espera estaban los dos volúmenes del Quijote. No he conocido todavía un solo estudiante que haya leído capítulos de la obra cervantina y haya mostrado el menor entusiasmo por ello, que vea las representaciones de su teatro y levite o que tenga el menor interés por leer la que pasa por ser una de las mayores obras de la literatura universal. Y conste que aquí hablo de estudiantes, es decir, gente que está más que capacitada para dicha lectura, que cuenta además con otras personas capaces de explicar sus puntos más oscuros; no digamos ya lo que ocurre cuando uno sale a la calle y menciona el nombre de Cervantes, porque a más de uno le falta santiguarse como si más que a un literato se hubiera mencionado al ángel caído.

A pesar de todo, y olvidándonos de osamentas perdidas que en el fondo solo aportan beneficios turísticos a quien corresponda (o no), seguiremos intentando despertar el interés por la obra literaria no solo de Cervantes y los ya citados, sino de todos aquellos que han intentado explicar con su obra el por qué del mundo, de las mentes de sus ciudadanos, de los motivos morales o no tanto de sus acciones, del funcionamiento de una sociedad que avanza a golpe de cañones, de imposiciones y de urnas de dudosa legitimidad, y que además lo hace con el nivel de prosa y verso más elevada, con el refinamiento del lenguaje más preciso y milimétrico de que es capaz un artista, un creador, que a fin de cuentas es por eso, y no por otra cosa, por lo que debemos tenerlos en la memoria y, muy especialmente, en nuestras lecturas.

(Tumba de James Joyce en Zúrich)

No hay comentarios: